Thursday, April 9, 2015

LA CONTRACORRIENTE "PROGRESISTA"


A la democracia se le está volviendo cada vez más difícil surcar aquí por las aguas infestadas de “progresismo”, esa visión que afloró a comienzos del siglo XX con el presidente Woodrow Wilson, se afianzó con Franklin D. Roosevelt y ha llegado a su climax con Obama.
Cuando las 13 Colonias Americanas se independizaron en 1776, formaron una nación de características sin precedentes en la humanidad al determinar que todos los seres humanos son creados iguales, con ciertos derechos inalienables y que deben ser gobernados por consetimiento popular. 
Con anterioridad a la Declaración de la Independencia y la Constitución de 1787, los pueblos habían sido gobernados por reyes, monarcas o autócratas de parecidos títulos que pretendían haber recibido poderes de la divinidad. En esas condiciones los derechos de los súbiditos eran magnánima concesión de la autoridad.
Quienes fundaron los Estados Unidos entendieron que el poder divino no residía en individuos ni familias, sino en el pueblo. Y que el depositario de ese poder popular era el Congreso. De éste debía derivarse el poder en dos direcciones para la práctica de gobernar: el Ejecutivo y el Judicial, habida cuenta que la legislación se la reservaba el Congreso.
Desde luego, la sabiduría de los fundadores les llevó a diseñar un esquema de gobierno para seres de carne y hueso, no para ángeles que no gobiernan, según advirtió James Madison. Convencidos de que la flaqueza humana es inevitable, como el ansia de acumulación de poder y riqueza, se dispuso que los gobernantes se alternen y que las tres ramas se vigilen mutuamente para evitar excesos.
La Declaración de la Independencia y la Constitución, en ese sentido, son dos documentos finales que no necesitan alteraciones sustanciales. ¿Quién podría discutir la validez final de la inalienabilidad e igualdad de los derechos humanos, del origen del poder, de la necesidad de contrapesar las funciones de poder y la responsabilidad que todo gobernante debe a su electorado?
La Constitución pevió cambios mediante un complicado proceso. Los de mayor trascendencia fueron los 10 artículos contenidos en el Bill of Rights que se ratificaron en 1791. Otros 17 (que jamás han alterado lo sustantivo de la Carta) se han añadido a través de su historia, lo que le ha convertido en el estatuto legal más estable, sin paralelo en el mundo. (Esta evidencia y no otra es lo que ha hecho excepcional a los Estados Unidos)
Los progresistas discrepan. Opinan que si la DI y la Constitución contienen en si principios y objetivos finales, ello obstruye el progreso al imposibilitar el cambio. El cambio que ellos buscan es el opuesto al de los fundadores. Sueñan en la utopía de la redistribución de la riqueza que hará que desparezca la pobreza y con ello la envidia y las guerras.
Dentro de esa concepción utópica (que solo ha conducido al empeoramiento de la pobreza) quedan englobadas las ideologías tanto de izquierda como de derecha, socialistas o fascistas. El común denominador de tales ideologías, una vez encaramadas en el poder, ha sido la supresión gradual o violenta de la libertad, puesto que la redistribución de la riqueza solo se impone con la fuerza.
El obstáculo para la aplicación de la ideología progresista en cualquiera de sus niveles aquí es la Constitución. Obama, desde sus tiempos de estudiante en la universidad de Harvard, ha sostenido que ese documento es obsoleto y tiene que ser actualizado o sustituído. Para alguien como él, resuelto a transformar de modo radical a esta nación, la división de poderes es una barrera inaguantable.
¿Qué avizoran, qué pretenden alcanzar los progresistas más allá de los dos documentos esenciales de este país? Para el Presidente Calvin Coolidge (1923/1929), lo que los “progresistas” pretenden es todo menos progresar: deshacer o romper lo conquistado en 1776/1778, dijo, sería una regresión, un condenable retorno a las tiranías a las que se quiso desterrar para siempre.
Por desgracia, el debilitamiento de la democracia no ha llegado de súbito con Obama. Ha sido un preoceso lento que se ha ido acentuando desde hace unos cincuenta años. La administración del gobierno se ha hecho más compleja y el Congreso, presionado por las demandas del Ejecutivo, ha cedido sus derechos de legislar a agencias que ahora legislan, ejecutan y juzgan por si solas.
(Hasta la fecha hay 2.000 agencias con capacidad para dictar regulaciones, ejecutarlas y sancionar a quienes las incumplan. Sus dictados, con atribuciones que la Constitución dividía en tres funciones independientes de mutuo control, son además inapelables. Los estudiosos dicen que tales agencias han dictado 7.000 regulaciones hasta hoy.) 
Son el cuarto poder del Estado surgido fuera de la Constitución, con la venia del Congreso y el beneplácito de un Ejecutivo manipulador. Esta distorsión de forma y fondo de la estructura del gobierno, asociada a la monstruosa deuda pública que llega a más de 18 trillones de dólares, amenazan la supervivencia de  esta nación, almenos como la concibieron sus fundadores en 1776.
La única alternativa para minimizar hasta eliminar a este cuarto poder es esperar que el Congreso reaccione y reasuma su papel constitucional en la materia. E igual en materia fiscal y monetaria. Ha sido aprobado en principio un proyecto para equilibrar el Presupuesto en diez años, presentado por Paul Ryan con la fórmula “mágica” de reducir gastos y estimular la economía. Obama lo vetará.
Porque Obama se mueve en otra galaxia. Como lo dijo el ex-vicepresidente Dick Cheney, no ha habido en este país otro mandatario tan anti USA. Es progresista en grado sumo. Su concepto de redistribución ha incrementado la dependencia de la gente en los subsidios estatales y ha estancado la economía. En el frente externo, extiende la mano al enemigo, menosprecia al aliado y baja la guardia. 
Estados Unidos, primera potencia y líder del mundo libre, ha dejado de ser tal con Obama. Aquellos con fe en los principios contenidos en la Declaración de la Independencia y la Constitución y que reclaman su formal aplicación, son la vasta mayoría. Pero están siendo apabullados por la minoría “progresista” adueñada hoy de la Casa Blanca, con el respaldo de los principales medios de comunicación y la academia. 
Los “progresistas” calfican de “reaccionarios” a sus rivales, esto es, a los que defienden la forma “anticuada” de gobernar en libertad y democracia como lo idearon los fundadores de esta nación. Se ignora quién se impondrá a la postre. El futuro es incierto, pero la respuesta se encontrará en las urnas, en los comicios presidenciales del próximo 2017. Mientras tanto mucha bruma hay en los mares.

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