Sunday, December 26, 2010

¿OBAMA EL GRAN GANADOR?

La caricatura aparecida en un diario norteamericano describe muy bien la pérdida del sentido de la realidad de la izquierda liberal de este país, con la cual se identifica la mayoría de los medios audivisuales y escritos de los Estados Unidos.

Se ve un ring de boxeo. A un lado el presidente George W Bush, apoyado en las cuerdas. En la lona está su rival, el presidente Barack Hussein Obama, de espaldas y exhausto pero con un brazo en alto, que sostiene el árbitro para declararlo vencedor de la contienda.

En la camiseta del árbitro se lee “Press”, o Prensa, diarios y demás medios que han proclamado a Obama el gran triunfador de las elecciones de noviembre pasado. En las que sufrió la mayor derrota de los últimos tiempos de pugna entre los dos mayores partidos de esta nación, el demócrata al que se pertenece y el republicano.

¿Se trata de alguna contradicción? Si, pero ello se ha vuelto costumbre en los análisis de los demócratas y sus aliados escribidores de los medios de este país. Obama fue apabullado en los comicios del 2 de noviembre en los que perdió la hegemonía dictatorial en las dos cámaras del Congreso, en la de Representantes casi totalmente, en la del Senado de modo parcial.

Pero el nuevo Congreso se reunirá solo en enero y en ese período tan estrecho de tiempo, la mayoría demócrata decidió complacer a su líder y contra toda tradición y respeto a la oposición triunfadora, aprobó algunas leyes radicales pendientes que el nuevo Congreso jamás habría aprobado.

Una de ellas fue la de aceptar a los abiertamente homosexuales en las fuerzas armadas. Era una de las promesas favoritas de Obama en la campaña. Los homosexuales, pese a ser irrisoria minoría en la sociedad, han pugnado y siguen pugnando por ser catalogados como iguales a los heterodoxos para toda opción: matrimonio, empleo, aceptación en las fuerzas armadas.

Los militares se han opuesto y rechazado que el caso se compare a la discriminación ya superada contra los negros. En este caso se trataba de una discriminación de derechos humanos, el otro de conducta humana, no del color de la piel. Con el presidente Bill Clinton se convino en admitir a los homosexuales siempre que no lo confiesen para lo cual se decidió no preguntar sobre preferencias sexuales (“don’t ask, don’t tell”).

Si bien era una fórmula hipócrita, preservaba el prinicipio sustantivo de las fuerzas armadas de impedir el acoso homosexual entre los reclutas de ambos sexos y funcionaba bien. Ahora esa fórmula acaba de fenecer y se teme que habrá deserciones y una cada vez mayor declinación en el poder de combate de esta nación.

La finalización de la fórmula contó con el respaldo de varios republicanos, cuya posición ha sido ambigua. Pero se la entiende quizás como una aparente concesión a Obama frente al logro de profundo impacto para la economía nacional: su anuencia a extender por dos años la exención tributaria para todos decretada por Bush.

Obama, desde su posesión, se ha demostrado como populista radical que detesta a la gente triunfadora en lo económico, individualmente o como parte de las corporaciones. Al igual que en la campaña, ha impuslado reformas para redistribuir entre los pobres los excedentes de los ricos. Para ello forzó una de sus más impopulares leyes, la de los servicios médicos y juró suspender las exenciones tributarias generales de Bush.

Bush las puso en vigencia por 10 años a comienzos de su régimen y este 1 de enero vencía el plazo. El objetivo fue estimular la economía que se desinfló antes de que su predecesor Clinton le transfiriera el mando y se agravó con la tragedia del 9/11. La exención era para todos y los resultados fueron visiblemente positivos.

Pero Obama detesta a los ricos y los involucra en una supuesta casta que conspira para explotar a los pobres de dentro y fuera de los Estados Unidos, por lo cual recorre el mundo para pedir perdón. Consecuentemente, en campaña y ya como presidente, ha presionado para prolongar el no pago de impuestos a todos cuyos ingresos estén por debajo de 250 mil dólares pero no para los que ganen más, o sea los voraces y explotadores “ricos”.

Quiso hacerlo en el lapso “lame duck” del Congreso, pero fracasó, incluso con su mayoría demócrata intacta. Sus propios seguidores dijeron que ello sería fatal en época de crisis, con un desempleo de casi el 10% y con la perspectiva de desalentar aún más las inversiones si la exención de los tributos finalizaba en enero.

Vino entonces un acuerdo: se aprobaba la prolongación general por dos años y se negaba la proforma de gastos fiscales desbocada que elevaba en tres trillones la deuda, en desafío a la advertencia de los votantes de noviembre. En su lugar, se aprobó un acuerdo de dos páginas (y el archivo de las casi 2.000 de la proforma) para gastos de emergencia hasta febrero próximo y un “tax-cut” de Obama en el pago a la seguridad social.

Si bien se le permitió a Obama que triunfe con los gays, fue batido en los demás terrrenos, sobre todo en el económico que tiene directa influencia en la vida diaria no solo de los Estados Unidos sino del mundo entero. No obstante sus partidarios, como el NYTimes y cadenas nacionales de TV, no cesan en exaltar su habilidad para mediar.

Lo llaman el nuevo “Come Back Kid” (héroe de una celebrada película del Oeste), que resurge y triunfa tras una derrota. El primer “Come Back Kid” fue, por supuesto, Bill Clinton, que en su primer mandato intentó pasar la reforma socialista a los servicios de salud con su esposa Hillary como vendedora del proyecto y fracasó. En las elecciones de medio término de entonces (1993) sufrió una derrota parecida pero menor que Obama. El proyecto se archivó, giró al centro y en el siguiente período (1995) fue reelecto.

Mas Clinton giró al centro porque admitió que ello era bueno para el país y allí se mantuvo. Obama no cree igual, sostiene que la prolongación de la exención tributaria es inmoral y promete revocarla en su segundo mandato. No fue un giro al centro, fue una tregua de compromiso. Con la ley médica ha comenzado a emitir decretos para aplicarla en todos los puntos más radicales, como apoyo al aborto y la eutanasia.

En cuanto a seguridad nacional, logró que el Congreso apruebe a última hora el tratado START con Rusia, respaldado por algunos republicanos que recibieron la promesa de Obama de no frenar la modernización de las armas nucleares obsoletas. ¿Las cumplirá? Rusos, norcoereanos e iraníes se sonríen ante esta nueva muestra de voluntario debilitamiento de la primera potencia militar del orbe.

No habrá más elecciones hasta las presidenciales del 2012. Si Obama maniobra para seguir con su plan de quebrar a los Estados Unidos en lo militar, económico y político, no quedaría sino la esperanza del nuevo Congreso renovado para impedirlo. Los republicanos tendrán que dejar su actitud de complacencia y adoptar una de ganadores, sin en verdad quieren acatar el mandato popular del 2 de noviembre.

El Nuevo Año comienza, pues, con expectativas, ilusiones, dudas y esperanzas. La prórroga del no pago de impuestos a un régimen dilapidador es un buen signo, aunque temporal, para los inversionistas y ello podría significar más empleo y creación de riqueza. Pero si Obama no imita a Clinton y continúa radical y el Congreso rehuye el mandato popular, las perspectivas podrían ser lúgubres.

Saturday, December 18, 2010

¿QUIÉN FUE GANADOR DE LA CONTIENDA?

Una de las batallas políticas de mayor trascendencia en los últimos tiempos en los Estados Unidos acaba de librarse entre el Ejecutivo del presidente demócrata Barack Hussein Obama y el Congreso a punto de cambiar el balance de total predominio demócrata a uno de mayoría republicana.

La visión demócrata radical se alteró sustancialmente con las elecciones del 2 de noviembre pasado. Los republicanos, con la presión del Tea Party integrado por ciudadanos independientes y de los dos partidos tradicionales, arrasó en los comicios y colocó en la Cámara de Representantes a 63 nuevos diputados republicanos y disminuyó el número de demócratas en el Senado.

Las dos cámaras se renuevan cada dos años (los representantes) o cada seis (los senadores) el primer lunes de enero, en este caso el 3 y es de común consenso que el período llamado del “lame duck” (o pato moribundo o cojo) es de simple transición, durante el cual se prepara la venida a los nuevos congresistas y se despide a los que los votantes les negaron la reelección.

En ese período, la tradición manda que se difiera el tratamiento de temas complejos, para que el debate lo realice con calma el nuevo Congreso y en respeto al nuevo equilibrio político resultante de la voluntad popular expresada en los comicios. Pero los demócratas en éste como en otros casos, echaron al cesto la tradición.

Con malicia pueril y audaz, pretendieron aprobar atropelladamente un presupuesto con un incremento espectacular de gastos fiscales, que lindaba mas de un trillón de dólares. Les importó un comino que la mayoría de votantes censurara el aumento delirante del gasto fiscal de este régimen, sin paralelo en la historia, para aumentarlo.

Obama y sus demócratas tenían la mayoría de votos en el Congreso para aprobar el presupuesto en el transcurso del año, hasta octubre, pero prefirieron ocultarlo hasta el periodo del “lame duck”, para aprobarlo, creían, a hurtadillas y sin tiempo para discutirlo y analizarlo. El documento tenía casi 2.000 páginas que nadie podía leer en tiempo tan corto.

Por fortuna y bajo la guía de Mitch McConnel, senador republicano, el intento malévolo de los demócratas fue detenido y en su lugar se aprobó un acuerdo para gastos provisionales hasta febrero del próximo año. Así el gobierno no se paralizará y el presupuesto podrá ser modificado con el sentido común de sobriedad fiscal, que es el mandato popular.

El acuerdo con los demócratas tuvo sus costos para la ideología republicana, pero el precio parecería inevitable. Para evitar que se produjera un alza general de los impuestos si no se extendía la exención tributaria de George WBush, los republicanos cedieron a la presión demócrata para prorrogar los subsidios de desempleo, que es otro gasto fiscal oneroso y contraproducente.

Obama y su grupo querían prorrogar la exención solo para quienes tenían un ingreso de 250.000 dólares o menos y suspenderlo para los “ricos”. El castigo a los “ricos” habría agudizado la recesión y el desempleo, que se sitúa en casi el 10%. Los “ricos” de ingresos de 250.000 dlrs a 1 millón son los propietarios de pequeñas empresas, las mayores generadoras de empleo en este país.

Varios demócratas se opusieron al acuerdo de Obama, irritados porque se “regale” la plata a los ricos, sin considerar que ese régimen de moratoria rige desde hace 10 años y no es en modo alguno factor para el gigantesco déficit creado por Obama en dos años. El déficit, en todo caso, no se habrá de solucionar con más impuestos, sino con menos gasto dispendioso.

La izquierda radical está furiosa con las derrotas ideológicas de Obama y hay quienes creen que podrían oponerse a su reelección en el 2012. Algunos republicanos ortodoxos también están disgustados por la extensión de los beneficios de desempleo y otros ingredientes del acuerdo. Pero para un acuerdo, debe haber concesión de todas las partes.

Lo fundamental y trascendente fue que se amplió por dos años la moratoria en el pago de los impuestos a la renta, ganancias de capital y otros. Es un paso positivo en el anhelo popular de llegar a la reducción del tamaño del gasto fiscal y el influjo del gobierno en las vidas y actividades de los ciudadanos.

Esa visión del mundo y de la vida es lo que ha caracterizado a esta nación desde los albores de su formación republicana. La verdadera creación de la riqueza la dan los ciudadanos, su sentido empresarial y voluntad de ahorro e inversión, sustentado en los principios de la libre competencia y el libre comercio de bienes, servicios e ideas.

El pueblo, que mayoritariamente comparte esos criterios, votó por un Obama que en ningún momento de su campaña dejó traslucir su decisión de llegar al poder para desbaratar esos principios. Si lo hubiera hecho, es seguro que no se habría impuesto en las primarias y mucho menos en las elecciones generales de noviembe del 2008.

Pero ese mismo pueblo, decepcionado, le puso un alto a los designios de Obama en las pasadas elecciones. Previamente expresó su repudio a la socialización de la medicina, pero Obama forzó la aprobación de la ley sin cuidar de la tradición de respetar la voluntad popular y la tradición de buscar el consenso. La ley se aprobó sin un solo voto republicano y rechazarla será uno de los principales objetivos del nuevo Congreso.

En contraste, George W Bush propuso en su gobierno dos proyectos de ley para reformar al sistema de seguridad social, que está quebrado y otro para reformar la ley de inmigración. Ambos proyectos eran y son sensatos y sin duda terminarán por ser aprobados tarde o temprano. Pero hubo una oposición de lado y lado y Bush prefirió archivar los proyectos. La ley de socialización de la medicina por su parte la impulsó Bill Clinton en su régimen, utilizando a su esposa Hillary como promotora. Pero por las mismas razones, lo retiró.

Del lado demócrata, los incondicionales de Obama tratan de dar otro giro a la reciente derrota del partido en el Congreso. Pretenden comparar a Obama con Clinton y decir que el actual mandatario ha dado un giro hacia el centro, como Bill y que ello le fortalecerá como candidata a la reelección.

Son presunciones falsas. Clinton dio un giro hacia el centro, en tanto que Obama dice estar listo a seguir dando pelea a los republicanos y que el castigo trbutario a los “ricos” llegará inevitablemente en dos años.

No hay, pues, reconversión sino un retiro táctico. Si los republicanos se mantienen firmes en su responsabilidad de hacer honor al mandato popular, tendrán que desbaratar lo antes posible los logros de Obama en su afán de destruir el sistema de vida norteamericano, para acercarlo a los modelos socialistas de Europa, hoy en franca crisis y al borde de la bancarrota y la desmoralización popular. Esa sería la manera de recuperar la grandeza de Estados Unidos y destruir la aspiración de Obama para un segundo término.


Deben terminar el Obamacare, los rescates y subsidios sin freno, las trabas a la exploración y explotación petrolera en tierra firme y fuera de costa, la actitud derrotista frente al mundo y el terrorismo internacional, los mitos sobre el calentamiento global, el constante ataque a los empresarios (que aportan el 70% del total de los impuestos en un universo trbutario en el que el 50% de la población no paga impuesto a la renta) y, en general, su resistencia a considerar a los Estados Unidos una nación excepcional.

El presidente Obama por ahora está batiéndose en retirada viéndose forzado a transar con quienes considera sus peores enemigos, para sobrevivir. No lo ha hecho por estar convencido de que el acuerdo beneficia a la nación, sino porque no lo quedaba otra opción por el momento. Y es ese pueblo, anónimo y no parrtidista, sin líder, el verdadero victorioso de la jornada.

Claro que el fruto de la presión popular se ha reflejado en un refuerzo de la bancada republicana, por ser la alternativa preferible al desastre demócrata. Pero en esencia es una advertencia a ambos partidos para que no se desvién por la ruta fascista de una ingerencia cada vez mayor del Estado en los asuntos individuales y privados, en detrimento de las libertades trazadas por los fundadores de la república y el costo de cientos de miles de vidas humanas para defenderlas.

Mientras el pueblo ha reaccionado aquí para doblegar al aspirante a autócrata, en otros lares sucede lo contrario. Lo más reciente es la vergonzosa renuncia del Congreso de Venezuela a la división de poderes y la consagración “constitucional” como dictador que acaba de conferirle al presidente Hugo Chávez. No son lejanos los casos de Correa en el Ecuador, Morales en Bolivia y Ortega en Nicaragua, para hablar del Continente.

Sunday, December 5, 2010

¿DEL OPTIMISMO AL PESIMISMO?

Siempre los Estados Unidos se han caracterizado por ser un pueblo de optimistas. Ese optimismo, cultivado en libertad, les ha permitido convertir a este país en la nación más dinámica, creativa y renovadora en la historia de la humanidad.

Con esas cualidades ha alcanzado por propio mérito la mayor potencialidad cultural, económica y militar del planeta, igualmente sin parangón, al menos hasta la fecha. ¿Corre acaso peligro ahora de entrar en proceso de declinación?

Hay signos de preocupación desde que Barack Hussein Obama asumió la presidencia de la república. Es un demócrata con escasa experiencia política y un pasado brumoso que ha puesto en duda inclusive que sea ciudadano norteamericano por nacimiento, dado que no ha presentado pruebas de serlo.

Obama pertenece a un grupo ideológico radical de izquierda que no cree en la grandeza de este país por mérito propio, sino por asalto a las riquezas de las naciones pobres por la vía de un capitalismo explotador e implacable.

Desde que se posesionó en enero del 2009, Obama ha emprendido una campaña persistente para exponer sus teorías y pedir excusas por los daños cometidos por el ”imperio yanqui” en el pasado y prometer que su régimen los enmendará con un cambio radical de gobierno.

En casi dos años, ese radicalismo se está cumpliendo y ello ha alarmado a la mayoría de norteamericanos que no concuerda con sus puntos de vista. Muchos de ellos votaron por él creyendo que se comportaría como un moderado centrista y no como el radical que ahora induce al pesimismo.

Por fortuna, hay señales de resistencia popular. La más clara y contundente se dio el 2 de noviembre pasado con las elecciones de medio tiempo. El partido republicano aplastó a los demócratas y recuperó el control de la Cámara de Representantes, así como una mejor posición en el Senado.

Si Obama no fuese el radical que es, habría entendido el mensaje como un repudio a sus políticas contrarias a los principios que han hecho grande a esta nación. Al contrario, dijo que la derrota electoral se debió a que él no supo convencer al pueblo de las bondades de sus leyes y acciones, no obstante ser, según sus partidarios, el mejor orador de todos los tiempos.

Ha aprovechado la incongruencia de que el Congreso con total mayoría democrática no será renovado sino hasta enero, para intentar aprobar atropelladamente un conjunto de leyes que afianzaría las conquistas radicales del bienio, que los votantes rechazaron en los comicios recientes.

Aunque sufrió una derrota en el Senado, Obama pugna aún para que se cree en enero la mayor alza de impuestos en la historia de este país, con la no aprobación de una prórroga de la exención tributaria decretada por George W Bush al inicio de su gobierno en el 2001. Esa medida impidió a la economía caer en receso dejado por Bill Clinton y ayudó al país a soportar mejor la crisis del 9/11.

Obama arguye que para superar el déficit y la deuda, medida en 3 trillones de dólares, hay que terminar con la exención tributaria a los “ricos”, que tienen ingresos mayores a los 250.000 dólares. Los republicanos se oponen y piden que la exención se extienda de manera permanente para todos, o al menos por 2 o 3 años, hasta los comicios presidenciales del 2012.

El empeño de Obama y sus seguidores refleja su ideología. Pues el déficit y la alta deuda no se reducirán con más impuestos, sino con menos gasto. La historia demuestra que la aprobación de nuevos impuestos no bajan el gasto, sino que lo aumentan. Además, la causa del défict y la deuda no es la exención tributaria a los ricos, vigente desde hace 10 años, sino el gasto excesivo de este gobierno en 2 años.

La razón de la actitud radical es profunda. Involucra una lucha de clases que de todos modos sería infructuosa pues una acción “a la Robin Hood” para quitar la plata de los ricos no significaría que vaya a fluir a los pobres por ducto directo. Ese dinero extra iría al Tesoro nacional y no crearía ni “justicia social” ni empleo, sino más gasto fiscal.

En este país, por lo demás, un ingreso de 250.000 dólares es mínimo para quien maneja una pequeña empresa, que genera el 70% de todos los empleos. El dueño de una tienda, de un taller, de un gabinete profesional maneja esa suma y mucho más para gastos de equipos, pago a empleados, mantenimiento. Y lo registra como ingreso personal, que sería gravado por Obama.

Los demócratas plantearon elevar los ingresos tope para la exención a un millón de dólares, pero también fue bloqueada unánimemente por los republicanos. No por capricho, sino por principio. En una época de recesión e incertidumbre, lo menos indicado es elevar los impuestos y peor a los que crean empleo.

El régimen de Obama lanzó al mercado casi 800 mil millones de dólares para estimular la economía y generar empleo. Lo que logró fue un aumento del 5% de desempleo (al finalizar Bush) al 9.8%. En lugar de reducir el gasto para contrarrestar déficit y desempleo, Obama pide extender la ayuda al desempleado, lo que implica más gasto fiscal y menos aliciente para crear y buscar empleos.

Obama y su mujer, antes de llegar a la presidencia, tenían ingresos más allá del 1 millón de dólares. Ambos fueron educados en universidades elitistas y él es autor de dos libros que le rinden mucho dinero. Sin embargo, detesta a los otros “ricos” que han sabido multiplicar sus ingresos por su ingenio para crear y mercadear sus productos o servicios.

Muchas de esas universidades elitarias son causantes de esta distorsión de la realidad, que nace a raíz de la bonanza de posguerra en los decenios de 1950 y 1960.

Los adolescentes de entonces lo recibieron todo de sus padres, que tras pelear en la II Guerra Mundial accedieron a las universidades, se titularon y tuvieron excelentes empleos. Con los mejores ingresos, buscaron proteger y evitar a sus hijos las privaciones que ellos vivieron con la Gran Depresión del decenio de 1930.

Los “baby boomers” se negaron a ir a la guerra para detener el avance del ejército rojo en Vietnam. Su resistencia a perder los halagos y comodidades se rodeó de una pátina de pacifismo que contagió a los radicales de izquierda, infiltrados en el partido demócrata, los medios de comunicación, el sistema judicial y educativo.

Ahora esos radicales están en el poder. Tienen la creencia de que la pobreza terminará cuando los ricos desaparezcan y todos ganen igual y según sus necesidades. Para alcanzar ese ideal, buscan terminar con el mercado, entendido como área en la que que se compite para lucrar. El mercado no se extingue, claro, pero pasaria a ser regulado por el Estado.

Son las utopías que han fracasado en la historia y que no pueden aplicarse sino con regímenes dictatoriales que tienen el nombre genérico de fascistas, dado que toda actividad controla el Estado sin derecho a réplica. No importa cómo se los llame si nazifascistas, comunistas, socialistas, peronistas, chavistas, castristas o correístas. En el fondo, son lo mismo.

Usualmente los gobiernos fascistas nacen tras golpes de Estado. Para derrocar y degollar monarcas y zares, como en Francia y Rusia. Pero en los últimos años, luego de los fracasos revolucionarios del Ché Guevara, los regímenes fascistas han comenzado a emerger con votación popular. No que los votantes hayan votado por un caudillo fascista, pero si por engaño.

Hugo Chávez se encaramó en el poder por esa vía y luego manipuló el sistema democrático para anularlo y perpetuarse en el poder para imitar a Cuba. Igual ha sucedido con Evo Morales en Bolivia y con Rafael Correa en el Ecuador, con el agravante que en estos dos países los dictadores tienen un amplio respaldo popular.

En los Estados Unidos la reacción del pueblo ha sido distinta. No le gusta, por ejemplo, que Obama viole la Constitución al nombrar una treintena de “zares” con rango de ministros de Estado, sin aprobación del Congreso ni responsabilidades ante nadie. Ni tampoco aprecia que haya desecho el mejor sistema de salud para ponerlo bajo control del Estado, para deteriorarlo y encarecerlo.

El norteamericano común rechaza que Obama proteja a los sindicatos de las entidades públicas, determinantes de que el salario promedio de sus empleados sea el doble de los privados y que los duplique en número. Porque se hace esta reflexión: ¿quién paga al empleado público? ¿quién genera riqueza si no es la empresa privada, el capital privado, el ahorro y la inversión privados?

El dinero fiscal se acumula con los impuestos. Pero si los gobiernos que manejan esos recursos gastan más de lo acumulado se peroduce un desbalance que solo puede superarse con el ajuste del gasto o el endeudamiento. No con más impuestos, que a la postre aumentan el gasto. En los Estados Unidos de Obama, el gasto se ha desbordado y el aumento de la deuda, especialmente con China, ha llegado a límites intolerables.

Si Obama no quiere entender el mensaje de recuperación de la sensatez que se le dio el 2 de noviembre, tendrá que hacerlo forzado por nuevas reacciones populares y por las acciones que deberá adoptar el nuevo Congreso de enero, en manos republicanas. De ello dependerá la suerte no solo de este país sino del mundo libre.



Sunday, November 14, 2010

EL IZQUIERDISMO COMO ENFERMEDAD

El presidente Barack Hussein Obama afirma que la paliza (“shellacking” en inglés) que le propinaron los norteamericanos el pasado 2 de noviembre a él, a su grupo y al partido demócrata, no estaba en realidad dirigida contra ellos sino contra el desempleo.

Por cierto él no figuraba como candidato en las elecciones de medio tiempo de su mandato, sino legisladores, gobernadores y otros funcionarios de elección popular. Pero es un disparate insinuar que en los comicios el derrotado fue un ente abstracto llamado Desempleo y no Obama y sus políticas.

El mandatario cree que su agenda izquierdista, que busca una cada vez mayor intervención estatal en el sector privado, cuenta con el respaldo del pueblo, por lo que ha advertido que continuará en su misión de forzar su aplicación en los pocos días que le faltan al Congreso para renovarse con la nueva mayoría republicana, en enero próximo.

Obama no está solo en su manera de pensar, tan alejada de los hechos. Sus adeptos repiten sus mismas palabras como cajas de resonancia, tal como lo acaba de hacer la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, masacrada como él en los comicios.

La alternativa de una transacción en puntos clave entre los dos bandos políticos es cada vez más incierta debido a la obsecación de Obama y su team. Han dado a entender en entrevistas y declaraciones que irían a un acuerdo con el bando opuesto solo si éstos aceptan consolidar conjuntamente la agenda izquierdista.

Tal hipótesis o condicionamiento es un absurdo. Porque el resultado de las elecciones fue una rotunda negativa precisamente a que se prosiga con la agenda y más bien se la frene y se la deroguen los puntos forzadamente aprobados en salud, banca, energía y política exterior.

Los votantes republicanos, además de independientes y demócratas arrepentidos, expresaron si su rechazo al estado de la economía con su enorme déficit, endeudamiento y desempleo. Pero el culpable no es un candidato abastracto llamado Desempleo, sino Obama. Él es el responsable de que la crisis que heredó no hay mejorado sino empeorado en grado extremo.

El desafío, de proyección impredecible, es observar cómo los republicanos vencedores enfrentan el empecinamiento obamista. No pueden ni deben ceder a las pretensiones de Obama, pues significaría traicionar la voluntad de la mayoría de los ciudadanos. Sobre ellos recae la responsabilidad de manejar la victoria en beneficio de los vencedores, sin claudicar ante los vencidos. La transacción será válida solo si los derrotados acatan el mandato popular mayoritario.

La pelea será reñida. La manera de pensar de Obama y sus adeptos es típica del izquierdismo radical, que ha existido siempre no únicamente en este pais sino en todo el orbe. Conforman una minoría de utopistas intolerante que en el siglo pasado condujo a formas de gobierno dictatoriales nazi fascistas y comunistas.

En los Estados Unidos los radicales izquierdistas o “liberals”, como se los conoce aquí, nunca antes como hoy se habían tomado el poder por la vía de los votos. Los máximos niveles de influjo los tenían en los medios de comunicación, el Departamento de Estado, los sindicatos de colegios y escuelas, en las cátedras universitarias y en sindicatos de algunas grandes corporaciones industriales.

Un conocido escritor y comentarista de radio, Michael Savage (cuya audiencia sería mayor si no fuera tan brusco), escribió una obra titulada “Liberalism Is a Mental Disease”. Cree firmemente que los izquierdistas (como Obama y su team) padecen de una enfermedad mental.

Hace algunas semanas unos científicos británicos parecerían respaldar esta tesis cuando sostienen luego de investigaciones que el izquierdismo radical es un mal genético en el hombre. Que es en algunos casos incurable por falta de maduración cerebral y emocional.

El izquierdismo es común en los adolescentes. Cuando despiertan al mundo y lo encuentran lleno de injusticias, creen en la utopía de un mundo nuevo que las borrará para siempre al suprimir las guerras, los odios, las diferencias de clases e ingresos. Es un mundo mítico, poblado de ángeles, pero no de seres humanos.

En un proceso normal de maduración, el adolescente, con los años, comienza a entender que la humanidad estará por siempre inmersa en un conflicto entre el bien y el mal. Que siempre existirá la lucha entre las dos fuerzas y que el tratar de abolirlas (no aplacarlas y controlarlas) es imposible pues siempre los recursos dictatoriales que se emplean para lograrlo desembocan en el caos.

La alternativa para una buena y realista convivencia humana, entenderán los adolescentes normales, es una democracia en la cual el poder termporalmente delegado a los gobiernos, sea alternativo y responsable. Lo penoso y lamentable es que muchas personas no maduran y ya inclusive octogenarios, como Fidel Castro, continúan en una adolescencia mental que oprime y asfixia a los cubanos.

El actual presidente de los Estados Unidos está padeciendo un fenómeno de inmadurez parecido. Luego de dos años de fracasar con sus teorías en USA y de recibir una “paliza” electoral según su misma expresión, rehusa enfrentar la realidad y quiere obtusamentre insistir en hacer lo que el pueblo no quiere que haga.

Los radicales son impermeables a la constatación de los hechos y al diálogo. Se aislan y piensan que su verdad es única y certera. Que los que disienten es porque están mal informados o tienen problemas mentales para entender y aceptar “su verdad”. Por tanto hay que imponerles la verdad por la fuerza.

En Estados Unidos esa pretensión utopista nunca antes se transformó en gobierno. La mayoría prefiere un gobierno limitado para garantizar la más amplia libertad individual para opinar, ahorrar, invertir, crear empresas, comerciar. Todos intento por alterar ese consenso ha fracasado.

Es probable que Obama no hubiese triunfado en las elecciones presidenciales si su “agenda” izquierdista no se mantenia oculta. Él se presentó como centrista y ganó con amplitud ayudado por un contendor republicano excesivamente condescendiente e impreciso en sus principios.

Pero una vez al descubierto, Obama se derrumbó y su agenda no pasará. Su visión es obtusa y por anti democrática, anti norteamericana. Si se empecina en seguir desdeñando la voluntad popular, se estrellará contra la valla republicana y la de muchos independientes, demócratas arrepentidos y de la opinión mayoritaria de los ciudadanos.

La reelección en el 2012 quedará descartada.

Saturday, November 6, 2010

QUÉ OCURRIÓ EL MARTES PASADO (NOV 2)

Mucho se ha escrito sobre los resultados de las elecciones de medio tiempo en los Estados Unidos, que fueron un rechazo amplio y definitivo a las políticas estatistas de extrema izquierda del presidente Barack Hussein Obama, a menos de dos años de su gobierno.

Pero lo que acaso no se ha enfatizado lo suficiente es que dichos comicios confirmaron de modo inequívoco que la democracia en este país es la más sólida del mundo. La avalancha de un líder arrogante e inescrutable, que amenazaba con destruir a esta nación, fue detenida no con violencia, sino en las urnas.

Prueba, también, que la elección de Obama fue fortuita y resultante de una confluencia de factores negativos. Primeramente ganó las primarias del partido democráta por la resistencia que sucitaba su principal rival, Hillary Clinton, cónyuge del controversial presidente Bill.

La victoria de Obama despertó euforia, no solo por su condición de mulato, sino porque su biografía nunca bien revelada permitió mitificarlo, construyendo fácilmente mitos sobre lo desconocido. Y porque su contendor John McCain, republicano, era débil, ideológicamente ambiguo e incapaz de liderar una campaña para decir la verdad sobre Obama.

La maquinaria propagandística de Obama funcionó a la perfección. Logró, sin obstrucciones del lado contrario, crear una imagen mesiánica que resolvería todas las incertidumbres y penurias de la sociedad con el artilugio deslumbrante de su verbo.

Pronto la magia comenzó a desvanecerse. Se constató, por ejemplo, que el gran orador no era tal, sino un bien ejercitado lector de discursos preparados por sus ideológos y transcritos al teleprompter, de los que se ha valido no solo para ocasiones formales, lo cual es aconsejable, sino en aulas escolares e incluso en reuniones de gabinete ministerial.

Lo dicho no es solo anecdótico. Revela que tras él existe un grupo de ideólogos que lo manipula y al que sigue como fiel discípulo. Ellos y él se han propuesto concretar una agenda que transforme al sistema democrático y capitalista a cualquier costo, aún si la mayoría de la población la rechaza y se expresa así en votos.

Obama, con mayoría demócrata en el Congreso, logró que se aprueben leyes y reformas que han alterado ya al sistema y que será dificultoso enmendar. La ley que destruye al sistema privado de salud, para a la postre transferirlo al Estado incrementando costos y deteriorando y reduciendo los servicios, fue aprobada sin un solo voto republicano, lo que no tiene precedente histórico.

Igual ocurrió con la intervención en el sistema bancario y la industria de automotores, así como la excesiva emisión de dinero que ha elevado la deuda pública a la cifra sideral de 3 trillones de dólares y que seguirá en aumento si el ritmo de gasto continúa. El desempleo, en dos años, no se redujo como prometió sino que saltó del 5% al 9.6% en 2 años. El déficit fiscal por el excesivo gasto pretende reducirlo no bajando el gasto sino con más impuestos.

En el frente exterior, sus prédicas de perdón por los pecados cometidos por los Estados Unidos y su afán de dialogar con los líderes enemigos para concertar la paz, han sido inútiles y contraproducentes. El liderazgo de la Casa Blanca está tan bajo como con Jimmy Carter.

El descontento con Obama se traslucía en foros, en encuestas y la protección de la mayoría de medidos de comunicación de izquierda, no hacía sino exacerbar aún más el rechazo al equívoco líder. Pero éste seguía impertérrito e inflexible en sus propósitos.

En las últimas semanas previas a las elecciones del 2 de noviembre, Obama dejó la Oficina Oval e inclusive sus partidas de golf, para arremeter en una furiosa campaña en pro de sus candidatos demócratas a legisladores federales y estatales, así como de gobernadores.

Viajó en el avión presidencial a lo largo y ancho de la nación, con un alto costo fiscal y empleando un lenguaje insultante hacia sus rivales, mintiendo o tergiversando la historia. Sus esfuerzos fueron vanos y la victoria republicana fue aplastante: mas de 60 legisladores en la Cámara de Representantes, 6 senadores e inmensa mayoría en gobernadores y congresistas estatales.

Pero, al parecer y pese a la evidencia de su derrota, Obama y su equipo no cejarán en su cruzada por reducir las libertades individuales y la economía de mercado, para sustituirlas por una ingerencia cada vez mayor del Estado en los asuntos ciudadanos. Igual que en los peores modelos de estatismo tercermundistas o del estalinismo y nazismo.

La protesta, mérito democrático de los Estados Unidos, brotó espontánea en el pueblo: nació de “abajo”, no vino de “arriba”. Como nació en contra de los abusos de la corona británica por los impuestos al té y que originó la Guerra Americana anti colonialista.

Por eso el movimiento de rebeldía adoptó hoy, como entonces, el nombre de Tea Party, que además son las siglas de Taxed Enough Already o Basta Ya de Impuestos. Creció y fue el influjo determinante de la derrota de Obama, sin líderes particularizados. Al movimiento confluyeron por igual independientes, republicanos y demócratas.

El mensaje es claro. La elección de Obama fue una equivocación y hay que enmendarla. Porque él es portavoz y artífice del grupo radical (que detesta al sistema democrático y capitalista de este país), que siempre ha existido antes y después de la II Guerra Mundial pero que jamás ha detentado funciones gubernamentales de importancia, limitando su influjo a los medios, el Departamento de Estado, la docencia universitaria.

Obama es ejemplo ideal de ese producto. Y se encaramó al poder por error de táctica de la oposición y la fragilidad de sus líderes. Pero ese radicalismo no es popular, es todo lo contrario. Que ahora esté en el poder es una aberración de la historia y la demostración de ello son las elecciones del martes.

El obstáculo mayor ahora es, por cierto, que la fuerza política continuará en manos de Obama por lo menos por un par de años más. Pues no se gobierna desde el Congreso, aún si la Cámara de Representantes tiene absoluta mayoría de oposición. Pero ese poder ya no será el mismo que cuando Obama controlaba a su antojo a la Legislatura.

El mensaje del Tea Party, como queda advertido, es de crítica no solo a los demócratas, sino también a la elite republicana. Después de todo, la crisis de la economía no fue detenida en las postrimerías del gobierno de George W Bush, por su flojedad en frenar la debacle del mercado hipotecario.

El manejo hipotecario quebró por presión demócrata para que los bancos presten sin que el prestatario ofrezca garantías de pago. Si bien Bush propuso al Congreso medidas de correción, negadas por los demócratas, le faltó liderazgo para denunciar lo que estaba ocurriendo y generar un escándalo.

Obama pretende insinuar que el voto del martes no fue de censura a sus políticas sino a la falta de comunicación para persuadir a los ciudadanos acerca de la bondad de sus medidas. Es otra más de las falsías del “gran comunicador”. Su presencia casi diaria para convencer a los ciudadanos no fue de última hora sino desde el primer día de lanzamiento de sus ideas. Y fracasó.

Rehusó transar con el otro lado político, que presentaba propuestas alternas o modificaciones, con una frase tajante y ahora histórica: “Las votaciones tienen consecuencias y las gané yo”. Y punto. Ahora llama a sus rivales a conciliar, cosa que él rechazó.

El llamado parecería cuerdo, aceptable, patriótico. Pero la conciliación no debe implicar cesiones del vencedor, sino lo opuesto. El victorioso en una batalla impone condiciones al vencido, no viceversa. Y Obama ha indicado que no cederá nada de su agenda, por lo que se deduce que aspira a que sean sus rivales triunfantes los que concilien con él, con su agenda.

Si los republicanos, que son los beneficiarios directos del Tea Party, claudican, Obama tendría probablemente el camino allanado para su reelección en el 2012. En cuyo caso esa enorme “masa silenciosa” que se encarnó en el Tea Party y que hoy habló con voz extraordinariamente clara, habría “arado en el mar”.


Noviembre 06, 2010


QUÉ OCURRIÓ EL PASADO MARTES


Mucho se ha escrito sobre los resultados de las elecciones de medio tiempo en los Estados Unidos, que fueron un rechazo amplio y definitivo a las políticas estatistas de extrema izquierda del presidente Barack Hussein Obama, a menos de dos años de su gobierno.

Pero lo que acaso no se ha enfatizado lo suficiente es que dichos comicios confirmaron de modo inequívoco que la democracia en este país es la más sólida del mundo. La avalancha de un líder arrogante e inescrutable, que amenazaba con destruir a esta nación, fue detenida no con violencia, sino en las urnas.

Prueba, también, que la elección de Obama fue fortuita y resultante de una confluencia de factores negativos. Primeramente ganó las primarias del partido democráta por la resistencia que sucitaba su principal rival, Hillary Clinton, cónyuge del controversial presidente Bill.

La victoria de Obama despertó euforia, no solo por su condición de mulato, sino porque su biografía nunca bien revelada permitió mitificarlo, construyendo fácilmente mitos sobre lo desconocido. Y porque su contendor John McCain, republicano, era débil, ideológicamente ambiguo e incapaz de liderar una campaña para decir la verdad sobre Obama.

La maquinaria propagandística de Obama funcionó a la perfección. Logró, sin obstrucciones del lado contrario, crear una imagen mesiánica que resolvería todas las incertidumbres y penurias de la sociedad con el artilugio deslumbrante de su verbo.

Pronto la magia comenzó a desvanecerse. Se constató, por ejemplo, que el gran orador no era tal, sino un bien ejercitado lector de discursos preparados por sus ideológos y transcritos al teleprompter, de los que se ha valido no solo para ocasiones formales, lo cual es aconsejable, sino en aulas escolares e incluso en reuniones de gabinete ministerial.

Lo dicho no es solo anecdótico. Revela que tras él existe un grupo de ideólogos que lo manipula y al que sigue como fiel discípulo. Ellos y él se han propuesto concretar una agenda que transforme al sistema democrático y capitalista a cualquier costo, aún si la mayoría de la población la rechaza y se expresa así en votos.

Obama, con mayoría demócrata en el Congreso, logró que se aprueben leyes y reformas que han alterado ya al sistema y que será dificultoso enmendar. La ley que destruye al sistema privado de salud, para a la postre transferirlo al Estado incrementando costos y deteriorando y reduciendo los servicios, fue aprobada sin un solo voto republicano, lo que no tiene precedente histórico.

Igual ocurrió con la intervención en el sistema bancario y la industria de automotores, así como la excesiva emisión de dinero que ha elevado la deuda pública a la cifra sideral de 3 trillones de dólares y que seguirá en aumento si el ritmo de gasto continúa. El desempleo, en dos años, no se redujo como prometió sino que saltó del 5% al 9.6% en 2 años. El déficit fiscal por el excesivo gasto pretende reducirlo no bajando el gasto sino con más impuestos.

En el frente exterior, sus prédicas de perdón por los pecados cometidos por los Estados Unidos y su afán de dialogar con los líderes enemigos para concertar la paz, han sido inútiles y contraproducentes. El liderazgo de la Casa Blanca está tan bajo como con Jimmy Carter.

El descontento con Obama se traslucía en foros, en encuestas y la protección de la mayoría de medidos de comunicación de izquierda, no hacía sino exacerbar aún más el rechazo al equívoco líder. Pero éste seguía impertérrito e inflexible en sus propósitos.

En las últimas semanas previas a las elecciones del 2 de noviembre, Obama dejó la Oficina Oval e inclusive sus partidas de golf, para arremeter en una furiosa campaña en pro de sus candidatos demócratas a legisladores federales y estatales, así como de gobernadores.

Viajó en el avión presidencial a lo largo y ancho de la nación, con un alto costo fiscal y empleando un lenguaje insultante hacia sus rivales, mintiendo o tergiversando la historia. Sus esfuerzos fueron vanos y la victoria republicana fue aplastante: mas de 60 legisladores en la Cámara de Representantes, 6 senadores e inmensa mayoría en gobernadores y congresistas estatales.

Pero, al parecer y pese a la evidencia de su derrota, Obama y su equipo no cejarán en su cruzada por reducir las libertades individuales y la economía de mercado, para sustituirlas por una ingerencia cada vez mayor del Estado en los asuntos ciudadanos. Igual que en los peores modelos de estatismo tercermundistas o del estalinismo y nazismo.

La protesta, mérito democrático de los Estados Unidos, brotó espontánea en el pueblo: nació de “abajo”, no vino de “arriba”. Como nació en contra de los abusos de la corona británica por los impuestos al té y que originó la Guerra Americana anti colonialista.

Por eso el movimiento de rebeldía adoptó hoy, como entonces, el nombre de Tea Party, que además son las siglas de Taxed Enough Already o Basta Ya de Impuestos. Creció y fue el influjo determinante de la derrota de Obama, sin líderes particularizados. Al movimiento confluyeron por igual independientes, republicanos y demócratas.

El mensaje es claro. La elección de Obama fue una equivocación y hay que enmendarla. Porque él es portavoz y artífice del grupo radical (que detesta al sistema democrático y capitalista de este país), que siempre ha existido antes y después de la II Guerra Mundial pero que jamás ha detentado funciones gubernamentales de importancia, limitando su influjo a los medios, el Departamento de Estado, la docencia universitaria.

Obama es ejemplo ideal de ese producto. Y se encaramó al poder por error de táctica de la oposición y la fragilidad de sus líderes. Pero ese radicalismo no es popular, es todo lo contrario. Que ahora esté en el poder es una aberración de la historia y la demostración de ello son las elecciones del martes.

El obstáculo mayor ahora es, por cierto, que la fuerza política continuará en manos de Obama por lo menos por un par de años más. Pues no se gobierna desde el Congreso, aún si la Cámara de Representantes tiene absoluta mayoría de oposición. Pero ese poder ya no será el mismo que cuando Obama controlaba a su antojo a la Legislatura.

El mensaje del Tea Party, como queda advertido, es de crítica no solo a los demócratas, sino también a la elite republicana. Después de todo, la crisis de la economía no fue detenida en las postrimerías del gobierno de George W Bush, por su flojedad en frenar la debacle del mercado hipotecario.

El manejo hipotecario quebró por presión demócrata para que los bancos presten sin que el prestatario ofrezca garantías de pago. Si bien Bush propuso al Congreso medidas de correción, negadas por los demócratas, le faltó liderazgo para denunciar lo que estaba ocurriendo y generar un escándalo.

Obama pretende insinuar que el voto del martes no fue de censura a sus políticas sino a la falta de comunicación para persuadir a los ciudadanos acerca de la bondad de sus medidas. Es otra más de las falsías del “gran comunicador”. Su presencia casi diaria para convencer a los ciudadanos no fue de última hora sino desde el primer día de lanzamiento de sus ideas. Y fracasó.

Rehusó transar con el otro lado político, que presentaba propuestas alternas o modificaciones, con una frase tajante y ahora histórica: “Las votaciones tienen consecuencias y las gané yo”. Y punto. Ahora llama a sus rivales a conciliar, cosa que él rechazó.

El llamado parecería cuerdo, aceptable, patriótico. Pero la conciliación no debe implicar cesiones del vencedor, sino lo opuesto. El victorioso en una batalla impone condiciones al vencido, no viceversa. Y Obama ha indicado que no cederá nada de su agenda, por lo que se deduce que aspira a que sean sus rivales triunfantes los que concilien con él, con su agenda.

Si los republicanos, que son los beneficiarios directos del Tea Party, claudican, Obama tendría probablemente el camino allanado para su reelección en el 2012. En cuyo caso esa enorme “masa silenciosa” que se encarnó en el Tea Party y que hoy habló con voz extraordinariamente clara, habría “arado en el mar”.


Saturday, October 23, 2010

MITAS, HACIENDA, SUMISION

Luego de la frustrada rebelión de los policías en el Ecuador y las nuevas demostraciones autoritarias del presidente Rafael Correa, los ecuatorianos le han reiterado su apoyo en casi un 70%, según las encuestas.

Casi en parecido porcentaje pero en otra dirección, los norteamericanos le han retirado su respaldo al presidente Barack Hussein Obama de los Estados Unidos, a consecuencia de su autoritarismo y desastrosos resultados de su política fiscal y financiera.

La primera potencia económica, militar y cultural del planeta corre peligro de entrar en franca declinación si Obama no es frenado en los comicios del 2 de noviembre próximo, en los cuales los republicanos podrían llegar a controlar las dos cámaras del Congreso Federal, gobernaciones y otras funciones de elección popular, ahora bajo dominio demócrata.

Si tal ocurre, como predicen muchas encuestadoras, el horizonte político de USA y por ende del mundo democrático podría esclarecerse, aún cuando el camino por recorrerse sería pedrogoso, dado lo mucho que hay que deshacer de las legislaciones y acciones de este régimen.

No es ese el caso del Ecuador. La población se ha alineado con el supremo líder y no hay esperanzas de que se deshagan las barbaridades que él ha hecho para debilitar y virtualmente desaparecer los últimos vestigios de convivencia democrática que existían en ese país.

Durante la asonada policial, por ejemplo, el líder ordenó clausurar todos los medios de comunicación durante 4 horas, violando la Constitución atrabiliaria que él mismo diseñó y ordenó aprobar a la Asamblea legislativa. Pero no hubo reacción significativa de protesta ni antes ni después de parte de los medios afectados, o líderes políticos o comunitarios. Al contrario, el 67% de los encuestados está de acuerdo con la medida.

Paralelamente la OEA, presidentes y cantantes latinoamericanos se han alegrado de que Correa “hubiese salido con vida” del “golpe de Estado” y van en peregrinación a Quito para rendirle pleitesía y genuflexo homenaje. Seguramente secundarán la idea de declarar al 30 de Septiembre como Día Nacional de Recordación por la “liberación” y “salvataje” del Amado Líder, como en Chile por el día en que se liberó a los mineros atrapados.

En estos días la directiva de la NPR (National Public Radio) de los USA, que se financia paracialmente con fondos del Estado desde que la fundó el demócrata Lyndon Johnson, canceló de su nómina al analista Juan Williams (de raza negra, nacido en Colón, Panamá) porque en otro medio, en el Canal Fox News, dijo algo que podía haber disgustado a los musulmanes.

Tanto izquierdistas (liberals) como derechistas (conservatives) estallaron en protestas por esta arbitraria cancelación, sin más trámite, de un periodista de izquierda de larga trayectoria y generalmente aceptado por la comunidad nacional. Y cobra terreno la idea de que se le corte el subsidio estatal de inmediato a NPR.

NPR es izquierdista y dentro de esa tendencia unipolar, es partidaria de la postura “politically correct” de los liberals según la cual es impropio decir de modo directo lo que se piensa de los enemigos u opisitores de los Estados Unidos. Williams dijo que a los musulmanes se les identifica con el terrorismo y ello, para los liberals, es incorrecto.

Obama, por supuesto, es el iniciador en jefe de este nuevo lenguaje eufemístico. Borró del léxico diplomático el término terrorismo, guerra contra el terrorismo, así como toda referencia al excepcionalismo de USA.

En cuanto a NPR, lo que irrita no es que sea izquierdista o derechista. Sino que cuente con subsidio estatal, que es dinero de los contribuyentes. Un medio de comunicación estatal es de facto un medio de propaganda y ni aún la BBC de Londres, que alcanzó cimas de profesionalismo durante las transmisiones de la II Guerra Mundial, se libra ahora de ese maleficio: se ha convertido, también, en vehículo de propaganda izquierdista.

Los medios audiovisuales e impresos financiados por el Estado se justifican cuando tienen el objetivo de debilitar al enemigo o corregir la mala información que difunde el lado contrario. La Voz de los Estados Unidos fue útil en la Guerra Fría para frenar el expansionismo y la desinformación de Moscú, al igual que Radio Free Europe o Radio Martí para Cuba.

Pero dentro de los Estados Unidos es reprensible que se tome dinero de los contribuyentes para montar una maquinaria propagandística, abierta o simiulada, en favor siempre de tesis izquierdistas compartidas o no por el gobierno de turno. NPR, pese a la indudable calidad de algunos de sus programas, debe desaparecer como ente público y abrirse a la inversión privada.

Como tal no importaría si se inclina a la izquierda o la derecha: si quiebra o es lucrativo, dependerá de la respuesta del mercado. Rush Limbaugh es el más exitoso de los comentaristas de radio. Para contrarrestar su influjo varios multimillonarios demócratas financiaron Air America Radio. No pudo sobrevivir más allá de un par de años y quebró.

NPR tendrá que someterse al mismo riesgo. En la actualidad no puede quebrar pues tiene detrás de si al financista Gobierno y a patrocinadores millonarios como el húngaro/norteamericano George Soros, que subsidia a todo lo extremista que propician Obama y sus demócratas.

La indignación por el excesivo intervencionismo del gobierno en la vida de los ciudadanos (que ha sido persistente del lado demócrata desde Johnson hasta Obama con el cual se han rebasado los límites), es evidente en la mayoría de la población, más allá de la ubicación político partidista.

Prueba de ello es el movimiento Tea Party, inspirado en la rebelión popular contra el despotismo británico que desencadenó la Revolución Americana que dió fin al colonialismo en 1776. Los del Tea Party no tienen liderazgo definido ni organización partidista alguna. Apoyan la tesis de la reducción del intervencionismo estatal, la rebaja de impuestos, y se openen al endeudamiento excesivo y la denigración de la dignidad patria.

Apoya, eso si, a los candidatos que comparten esas tesis y el respaldo popular hacia ellos es enorme. Si hay la votación victoriosa el 2 de noviembre, que sería repudio a Obama, en gran parte se lo deberá al Tea Party.

Ni por asomo hay algo similar en el Ecuador. Correa se ha apoderado de medios audiovisuales y escritos sin genuina oposición. Hay diarios como El Telégrafo, otrora decano de la prensa en el país, bajo total control de Correa, que nadie lee. Está permanentemente en rojo, pero no quiebra ni se cierra porque el fisco lo rescata. Igual ocurre con estaciones de TV, radio y otros medios a los cuales obligó a modificar el paquete accionario con regulaciones absurdas o los confiscó.

Los “juan williams” cancelados abundan en el Ecuador, pero allí “no ha pasado nada”: Carlos Vera, Jorge Ortiz y otras “luminarias” de la TV están ahora “en la calle” y es probable que haya más, si surgen otros periodistas con entereza para seguir esa línea.

En cuanto al ambiente político, el panorama es desolador. No hay líderes, no hay pensadores, críticos, analistas, cuestionadores. El vicepresidente de la República Lenín Moreno, tras el conflicto policial, denunció que algunos políticos, a los que no identificó, le insinuaron y trataron de persuadir para que asuma el poder, si el “golpe” se concretaba.

Es una actitud vergonzosa, que revela la cobardía del liderazgo político. Que no ha desplegado una oposición inteligente, coherente, capaz de arrastrar y multiplicar adeptos. Opta, según la denuncia, por estratagemas encubirertas, que los mantenga tras de bastidores, para salvar el pellejo si los hechos toman otro curso.

Y para medrar, si el poder cae. Mientras tanto, pefieren callar y transar con el autócrata, aún si sus políticas, especialmente financieras, les afecte parcialmente. Un 2 de noviembre liberador como el que se proyecta en los USA, parece por lo visto que no habrá en el Ecuador en mucho tiempo.

Friday, October 15, 2010

USA vs USA

Aunque parezca extraño, las próximas elecciones parciales del 2 de noviembre serán una contienda entre los que quieren preservar a los Estados Unidos como lo que han sido desde su fundación en 1776 y los que, comandados por Obama, quieren transformar al país desde sus cimientos.

No es novedad la existencia en este país de ciudadanos que detesten el sistema democrático, capitalista, de libre mercado y competencia que ha prevalecido aquí pese a todos los avatares y que le ha permitido erigirse en la primera potencia del orbe y de la historia.

Pero ellos siempre constituyeron una minoría y siguen siéndolo hoy. Lo diferente es que ahora se han tomado la Casa Blanca y las dos cámaras legislativas, lo que les está permitiendo introducir reformas extremas que, de perdurar, alterarían acaso para siempre el sistema.

Los radicales, conocidos en los Estados Unidos como “liberals”, “progressives” o neo fascistas, neo comunistas, o neo socialistas, nunca han alcanzado un nivel de poder político como ahora. En los últimos decenios, sin embargo, se inflitraron de manera dominante en el Departamento de Estado, las universidades y en medios de comunicación otrora tan respetables como The New York Times o las cadenas tradicionales de TV.

En el siglo XIX el anaraquismo europeo se regó hacia los Estados Unidos y uno de sus simpatizantes asesinó al presidente James Garfield en 1881. El florecimiento del marxismo en ese y el subsiguiente siglo también tuvieron simpatizantes en este país. Aún cuanto las evidencias, por cierto no divulgadas por diarios como el NYT, demostraban que la dictadura del comunismo se afianzaba en la muerte de millones de seres humanos y en el encarcelamiento y hambruna de otros tantos, hubo no obstante fervientes defensores de esos regímenes entre intelectuales, políticos y actores.

Cuando otra forma de dictadura se asentó en Alemania y comenzó a expandirse por Europa y Asia, millares de filo nazis expresaban su apoyo a Hitler mediante asambleas, marchas, revistas y panfletos. Solo cuando se declaró formalmente la guerra al Eje, se pudo silenciar a esos simpatizantes.

La Guerra Fría tuvo otras connotaciones y apenas si se pudo recurrir a la ley para desenmascarar y sancionar a los colaboradores de Moscú, entre ellos intelectuales, miembros del servicio diplomático, periodistas, estrellas de Hollywood. El senador McCarthy encabezó la cruzada contra comunistas y filo comunistas, con documentos irrefutables, pero su figura y su recuerdo son hoy escarnecidos.

La Guerra Fría concluyó con la disolución del imperio expansionista de los Soviets, pero el peligro para la existencia y estabilidad del sistema democrático de Occidente no ha desparecido. Los enemigos visibles del momento son los musulmanes, dispersos en múltiples Estados árabes, Asia y en países europeos y de América, a los que han inundado como inmigantes rehacios a integrarse a la cultura occidental.

Los musulmanes han atacado a Occidente con tácticas terroristas que no se acogen por cierto a regulaciones internacionales de guerra, como las de Ginebra. Tras el ataque del 2001, una coalición encabezada por los Estados Unidos e integrada por más de 50 paises contraatacó al terrorismo en Afganistán e Irak. Pero nunca hubo una declaratoria formal de guerra, como la que sucedió con Japón tras el episodio de Pearl Harbor en 1941.

Ese error lo están pagando muy caro los Estados Unidos. Ha dado pábulo para que prosperen los liberals en su empeño seudo pacifista para denostar a la clase militar y para presionar, abiertamente o no, a la retirada de tropas en los frentes iraní a iraquí. Es la misma posición derrotista frente el enemigo que ha caracterizado a los simpatizentes del fascismo y del comunismo en anteriores épocas (Vietnam, por ejemplo).

La corriente izquierdista o liberal en este país cree, como creen los izquierdistas del mundo que aborrecen a los Estados Unidos, que esta nación ha basado su grandeza en el empobrecimiento y dominación de las naciones pobres. Es lo que aprenden y enseñan en las universidades y lo que leen en libros de texto, revistas y periódicos. Esas creencias se han convertido en dogmas, impermeables a la discusión y la lógica.

El peligro actual es que están apoderados del poder político en la Casa Blanca y el Congreso. Por el influjo de esas dos armas de gobierno, más la complicidad de la función judicial que ya no solo juzga sino que legisla, se ha comenzado a debilitar el sistema en todos sus flancos. Le economía se ha estrujado, en el frente externo hay capitulación tras capitulación y en lo interno el intervencionismo estatal es asfixiante.

La democracia, como se la ha entendido y vivido en este país, no es en modo alguno perfecta. Pues no es rígida, es vital y por ende cambiante y permanentemente perfectible. Pero los liberals, con Obama, no quieren superar las deficiencias, sino derruir al sistema. Y han sido sordos a la protesta popular.

La reforrma al sistema de provisión de salud vigente, imperfecto pero si el mejor del mundo, fue aprobada por mayoría demócrata, sin un solo voto de los republicanos, algo sin precedentes en la historia política nacional. Si llega a su plena vigencia en un par de años, dañará la prestación de salud y encarecerá el servicio en cifras siderales.

El régimen obamista despilfarró el dinero para reafirmar el abuso de los sindicatos en las industrias de automotores como GMC, estatizándola. E igual procedimiento intervencionista ejerció en la banca, la industria de la energía, la educación, al tiempo que redujo recursos para las fuerzas armadas y para sectores emblemáticos como la NASA.

Obama se paseó por Europa, Egipto y otros lares para pedir perdón por los abusos cometidos por el “imperialismo yanqui” y aceptó sin quejas la condena y lecciones que le espetó frontalmente Hugo Chávez. Proclamó que los estadounidenses no tienen derecho a defender la “excepcionalidad” del país, pues para él es igual a cualquier otra nación. Dijo que el islamismo tiene tanta raíz en la cultura norteamericana como el cristianismo, lo cual es una mentira crasa. Favorece la construcción de la mega mezquita en el cementerio de Manhattan, donde los árabes inmolaron a 3.000 víctimas inocentes y afirma que hay una mayoría musulmana moderada (si la hay, no sigue el Corán y así dejaría de ser musulmana).

El actual presidente, que no ha presentado documentos fehacientes de su nacionalidad norteamericana, parece compartir las fantasías del grupo Bilderberg (La verdadera historia del Grupo Bilderber, por Daniel Estulín) de crear un gobierno global liderado por Estados Unidos y Europa, en el cual un grupo selecto de líderes fije la suerte de las masas en todos sus detalles, suprimiendo toda libre competencia.

Esa visión la ha traslucido en diversas declaraciones y en su respaldo a unas Naciones Unidas que hace largo tiempo dejaron de ser demócratas. Y en sus constantes arremetidas contra el sector privado y el libre mercado, lo que ha logrado es incrementar la depresión, el desempleo, la desconfianza y la incertidumbre.

Obama ha sido y sigue siendo impertérrito. No cede ni se arredra ante la evidencia de su impopularidad creciente (70%). Para los comicios del 2 de noviembre, ha abandonado su Oval Office para lanzarse en una frenética campaña en su favor, no de su partido demócrata o de las las leyes y decretos que ha puesto en marcha contra viento y marea.

Su lenguaje es insultante y contradictorio, con falsías y rectificaciones a pronunciamientos anteriores. No le importa si se le hace notar sus fallas retóricas, protegido como está por los mayores medios de comunicación. Confía en ganar (aunque él no sea candidato) y para ello apela vilmente al racismo (el 91% de los negros lo apoya, diga lo que diga) y a invectivas contra su predecesor GW Bush, que dejó el poder hace 2 años.

Si Obama hubiera dicho con claridad cuáles eran sus propósitos para gobernar, es probable que no habría sido elegido o lo habría sido por estrecho margen (dada la debilidad de su contendor McCain quien tampoco permitió que se diga la verdad...pero sobre su rival, algo que también podría aplicarse a Rafael Correa del Ecuador).

Muchísima gente que votó por él, por cualesquiera razón, está hoy arrepentida y así quiere expresarlo en las urnas. Movimientos como el Tea Party, de rechazo a la dirección contraria a lo que es esencial en esta nación, han florecido de manera admirable y los candidatos que tienen su respaldo serán casi los seguros ganadores.

Si el 2 de noviembre se confirma la victoria de las fuerzas democráticas sobre las fascistodes hoy en el poder, se habría desvanecido una pesadilla que puede destruir el sistema democrático, por cuya defensa se han sacrificado millones de vidas en una Gran Guerra Civil, dos guerras mundiales, la Fría, las de Corea y Vietnam y, ahora, la del terrrismo del Islam.

Las encuestas predicen la victoria. Pero, dadas las características del régimen, no habrá seguridad sino hasta el momento final del conteo electrónico de votos. ¿Se confirmará el triunfo o el pueblo dará otra vez más un salto hacía el vacío?

Estados Unidos, en tanto, sigue frenado en su desarrollo y en la búsqueda de la felicidad que le garantizaron los fundadores de la República hacia más de dos centurias. Siempre que el poder de los gobiernos se impone al poder y los derechos de los individuos, la historia se estanca.