Wednesday, May 4, 2016

YA NO ES BUFÓN, AHORA ES POPULISTA

Aclarada la ruta hacia la victoria como candidato presidencial por el partido republicano para las elecciones de noviembre próximo, Donald Trump es ahora acosado por los neoconservadores ya no como bufón sino como un populista.
Los neoconservadores son los demócratas que se volvieron republicanos hacia el decenio de 1960 y que en el fondo no han podido liberarse de su afinidad por lo peor de esa tendencia política, el respaldo a gobiernos fuertes y al ideal de la globalización.
Dentro de esa perspectiva, conocida como “progresista”, “neocons” y los demócratas se confunden al punto que igual les da un Clinton que un Bush en la presidencia, o un McCain o Romney como candidatos republicanos.
Por eso pugnaron porque otro Bush, Jeb, fuera el unigido para las elecciones presidenciales del 2016. Invirtieron más de 150 millones de dólares en respaldarlo. Pero el candidato seleccionado, pese a su alcurnia y su pasado como gobernador de Florida, fue un fracaso por falta de liderazgo.
Y sobre todo porque surgió imprevistamente otro candidato, Trump, que no buscó respaldo financiero alguno debido a que se autofinanció, dado que es dueño de una fortuna billonaria. Desde el anuncio de su candidatura el 16 de junio pasado, los votatantes republicanos y no republicanos se volcaron caudalosamente en su favor.
Los neoconservadores, ubicados en la dirigencia del partido (GOP) y en los principales medios de comunicación, se mofaron de Trump diciendo que es un bufón, que no duraría en la contienda más allá de dos semanas, que su solo mérito lo debía a su presencia en un existoso programa de TV y que su prédica carecía de contenido “conservador”.
Pero ha sido justamente su prédica lo que ha atraído a tanta gente, porque ha ido al fondo del conflicto en que se debate esta nación por influjo de la corriente “progresista”, cuyas raíces brotan con Woodrow Wilson a inicios del siglo pasado, se agravan con Lyndon B.Johnson en 1960 y se pudren con Obama, con peligro de que pudiera prolongarse con Hillary Clinton.
Fracasado Jeb Bush, el establishment progresista del GOP intentó encumbrar a Marco Rubio, pero también éste se deshizo al poco tiempo. Su última carta se la jugó con Ted Cruz, que originalmente basó su campaña precisamente acusando a Washington y al establishment como un cartel organizado para lucrar a costa de los intereses del pueblo.
La maniobra se hizo trizas, otra vez, con el triunfo demoledor de Trump sobre Cruz en los comicios de anoche en Indiana, lo que obligó a este último a decidir su retirada. La nominación se asegurará en la Convención del partido en julio, con una mayoría de 1237 delegados. Trump tiene hasta el momento 1055.
Previamente, el establishment soñaba con manipular (con Cruz) los resultados en la posibilidad de que Trump no alcanzase los 1237 delegados antes de la Convención en Cleveland. En la primera votación, los delegados tienen la obligación de votar por el ganador en cada Estado.
Pero en la segunda y sucesivas, los delegados quedan en libertad de votar por cualquier candidato, incluso por quienes no participaron en la contienda. Si no se alcanza la mayoría, hipotéticamente el asunto resuelve la mayoría republicana en la Cámara de Representantes. Pero la retirada de Cruz elimina toda especulación al respecto.
No obstante continúan las críticas contra Trump, esta vez acusándolo de demagogo, populista, no conservador y de querer romper al GOP para secuestrarlo. En la TV, un historiador dijo que se trataría del secuestro más curioso de un avión (GOP) en el que los secuestrados estñen de acuerdo con los secuestradores. En efecto, nunca antes el número de votantes ha crecido tanto como ahora en las primarias del partido.
Acusan de populista a Trump porque su lenguaje es claro, directo, acaso con dejos populares sin ser vulgar, por lo cual su mensaje es fácilmente asimilado. Lo que él quiere es recuperar la grandeza perdida de America (Estados Unidos) en lo interno e internacional, resguardando las fronteras, fortaleciendo sus fuerzas armadas, revisando lo negativo de los acuerdos comerciales, recuperando los valores culturales, creando empleo.
No lo dice, pero el pueblo intuye que de esta manera está prometiendo frenar el embate del  “progresismo” que considera obsoleta la concepción de los Funndadores de esta Nación, de desconcentrar los poderes en tres ramas para crear un gobierno que garantice los derechos individuales iguales para todos, no para regularlos tiránicamente, cual es la tendencia en boga.
El progresismo es regresión a gobierno autoritarias rechazados por los Fundadores en el siglo XVIII. Esta  revolucionaria concepción permitió a este país progresar en un marco de libertad a ritmo sin precedentes, reduciendo también sin paralelo los niveles de pobreza. Los progresistas creen que esa visión ha caducado, que debe ser reemplazada por un gobierno fuerte redistribuidor de la riqueza e igualador de resultados.
Las utopías que pretenden que la igualdad de oportunidades en un marco de libertad deben igualar también los resultados por acción del monarca o del autócrata iluminado, han fracasado sin excepción. Sean de corte marxista/leninista o fascista o de términos medios en todos ellos hay de por medio una defectuosa división de poderes, con preeminencia de un Ejecutivo que concluye en el abuso, la corrupción y el empobrecimientro colectivo.
Trump erigió su imperio de bienes raíces dentro del sistema capitalista en Manhattan, primero y lo extendió por el mundo entero. Nunca intervino de política, pero hizo donaciones a políticos por razones de conveniencia de negocios, hasta que llegó un límite de resistencia frente a los intentos de dichos políticos por destruir y debilitar al sistema.
Resolvió lanzarse a la conquista de la Casa Blanca y lo está logrando, pese a los augurios en contrario. Quiere rescatar el orgullo nacional disminuído por Obama y los progresistas, rescatar los valores judeo cristianos escarnecidos acerca del matrimonio tradicional, el valor de la vida, el respeto a todas las etnias, la libertad de religión y el derecho sin miedo a volver a decir, por ejemplo, Feliz Navidad.
En cuanto a la doctrina del globalismo de los neocon, Trump advierte que rechazará cualquier acuerdo internacional que vulnere los derechos de esta nación a autoderminarse, como aquellos que se cuecen sobre “global warming” y otros que tienen que ser actualizados o rechazados como los de OTAN y el que firmara Obama con el Estado terrorista de Irán.
Populismo es demagogia, como la que proponen los demócratas Sanders y Hillary Clinton. El primero, maxista, quiere confiscar la riqueza de los ricos para redistribuirla (lo que estrá prohibido por la Constitución) y promete  algo imposible: universidades y atención médica gratuitas para todos. Hillary sería el tercer gobierno de Obama, en cuyo período la deuda creció a 21 trillones de dólares, virtual quiebra para la nación.
Trump está resuelto a revertir esa tendencia y así lo etiende la mayoría en este país, que se siente burlada por abusos anti constitucionales de jueces sin atribuciones para ello. Como cuando 37 de los 50 Estados votaron contra el matrimonio gay y la Suprema lo declaró constitucional. O como  cuando validó el Obamacare que viola dicho estatuto y que fue repudiado por la totalidad republicana en el Congreso Federal.