Monday, April 27, 2015

ES UN DESARREGLO MENTAL


Michael Savage, conocido comentarista radial aunque no tan popular como Rush Limbaugh, escribió hace algunos años un libro en el que sostenía que el “liberalismo” (que es como se conoce aquí al izquierdismo o sea al  socialismo/marxismo/progresismo) es una enfermedad mental.
Si se observa lo que ocurre en los Estados Unidos, Europa, América Latina y otras regiones del mundo, uno se siente inclinado a compartir el criterio  de Savage. Algo pasa en la mente de las personas que les impide mirar la realidad tal como es.
No es algo circunstancial, de hoy, nace con la humanidad. Por lo general la evolución de la niñez a la pubertad y luego a la adolescencia atraviesa por etapas de fantasía. Pero éstas ceden al raciocinio propio de la madurez.
No siempre. Muchas veces  los individuos maduran físicamente, pero no emocionalmente. Lo emotivo empaña su capacidad intelectiva para analizar con objetividad su mundo circundante. Se trata, como lo dice el periodista y escritor Savage, de una enfermedad mental.
Los que la padecen, que son muchos, se aferran a la ilusión de soluciones rápidas y milagrosas de los problemas que acaso miraron compungidos de niños y adolescentes. Las democracias tradicionales, en su opinión, eran y son lentas y corruptas, por lo que una fórmula mítica que las sustituya siempre será mejor.
El peligro añadido a ese desarreglo mental es que bloquea en quienes la sufren el debate, la discusión, la confrontación de hechos históricos. No hay manera de disuadirles de que todas las experiencias autárquicas que se han impuesto en búsqueda de la utopía, se han disuelto en miseria, la anarquía y asesinatos.
Los ejemplos abundan desde la antigüedad hasta estos días. Pero basta que surja un líder con cierta capacidad oratoria para que tras él fluyan en manada los progresitas de los más variados niveles, sumergidos en mallas y armaduras impenetrables a cualquier razonamiento intelectual. La meta es acabar con el orden vigente, por “corrupto”.
El mundo ideal en el que sueñan no llegará, pero lo que si advendrá si triunfan en su objetivo de destrucción es la pérdida de libertad y la dictadura. Ahora por ejemplo se lanzan a las calles contra la autoridad en Maryland. Allí la alcaldesa negra acaba de dar luz verde a los gángsters negros para que sigan causando destrozos, “en garantía de su libertad de expresión”.
El presidente Obama y su Fiscal General Eric Holder, a quien le sucederá desde hoy su clon Loretta Lynch, han sembrado el terreno en seis años de gobierno para carcomer el sistema republicano. Como nunca antes el respeto a la Constitución y los principios resumidos en la Declaración de la Independencia han sido vulnerados.
Quienes fundaron esta nación, con esos dos documentos que vieron la luz en 1778 y 1776, respectivamentre, eran antípodas del “hombre progresista” y anti pragmático de hoy. Tras examinar la historia ellos terminaron por convencerse de que la búsqueda de la felicidad, en términos terrenales, era una aspiración perpetua, que nunca concluiría.
Para alcanzarla había que crear un gobierno que facilite su consecución en un ambiente de respeto a la vida y la libertad. Jamás dijeron que habría de existir un régimen con solo seres virtuosos, como en la República de Platón, porque “los hombres no son ángeles y los ángeles no gobiernan”, según expresión de James Madison.
Esos hombres llegarían al poder no por derecho divino sino por concesión temporal del pueblo, único poseedor de ese poder. Debido a la reconocida falibilidad humana, los fundadores juzgaron que a más de la temporalidad en el ejercicio del poder, éste debía dividirse en tres ramas para que se contrapesen entre sí.
De las tres ramas, el Congreso o Legislatura tiene o debería tener el mayor influjo frente al Ejecutivo y el Judicial, según los fundadores. Porque de ella emanan las leyes y la asignación de recursos. Con el paso de los años y el influjo del progresismo, ahora el Congreso aparece como la rama menos determinante.
La idea original era distinta. Montesquieu, el pensador francés que imaginó la división de las tres ramas, mucho temió que el sistema no era aplicable en territorios muy extensos. Los fundadores encontraron una solución: en las 13 Colonias establecer un gobierno federal y fraccionar el poder en 13 Estados, que ahora son 50.
El número de representantes o diputados dependía de la población, en tanto que se decidió que haya dos senadores por Estado, para equilibrar el poder por diferencias de población. Originalmente los congresos estatales elegían a los dos senadores al Congreso Federal, pero la presión “liberal” obligó a que sean electos por voto popular.
Quienes idearon el sistema en el siglo XVIII nunca se engañaron a si mismos ni a nadie sugiriendo que con él terminarían los problemas de la humanidad. Pero si estuvieron convencidos y la historia lo ha demostrado, de que es el sistema más apto para fomentar el progreso de un número cada vez mayor de seres humanos, con garantía de su libertad.
Cualquier intento “progresista” por experimentar fórmulas de “aceleración” del bienestar colectivo con redistribución de la riqueza y supresión de las libertades, desembocará como siempre en tiranía. Algunas democracias podrán ser más eficientes que otras, según sea cómo se  apliquen. Pero ninguna tiranía será buena.

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