En el panel del pasado domingo en el canal ABCTV, Gwen Ifill dijo que los motines sucedidos en Ferguson, Missouri, eran la alborada o anuncio de que está por llegar un nuevo paquete de “civil rights” o derechos civiles en favor de los negros.
Ella es negra, escritora y periodista y conocida dirigente del canal público PBS, demócrata allegada al presidente Barack Hussein Obama. No fue clara en indicar en qué consistirían los nuevos derechos, pero si lo fue en condenar la muerte del negro Michael Brown como asesinato cometido por el policía blanco Darren Wilson.
El fallecimiento de Brown, de 22 años, incrementó la ola de motines y saqueos en Ferguson por parte de los negros. Se ha instaurado una indagación para examinar todos los detalles inherentes al suceso pero Ifill se ha hecho eco del gobierno de Obama, del Procurador Eric Holder y de los medios afines al régimen en adelantarse a la sentencia.
Las manifestaciones de respaldo al policía Wilson, no solo de blancos sino también de negros, han sido ignoradas por los medios audiovisuales, asi como el hecho de que se ha recaudado casi 300.000 dólares para una campaña en su defensa. Se alega que el policía actuó en defensa propia, pero pese a las evidencias previas al juicio, se lo quiere condenar por adelantado.
Casi simultáneamente, en Utah, un policía negro baleó y mató a un joven de 22 años, en circunstancias muy parecidas a las registradas en Ferguson. No hubo disturbios ni reportajes escritos ni televisados. El policía era negro y la víctima un hispano blanco. Zimmerman era hispano y blanco y mató en la Florida en defensa propia a un joven negro. Se armó gran escándalo, pero a la postre fue absuelto.
Al funeral de Brown el gobierno de Obama envió tres representantes, lo cual ha sido interpretado como una nueva interferencia inconstitucional en la administración de justicia. El jurado inquisidor para el caso de Brown se halla en estudio y su decisión se espera para octubre. La semana pasada fue Holder a Ferguson para influir en contra de la policía local y en favor de Brown.
Semanas atrás fue asesinado en Afganistán el general Harold Greene, en una visita al campamento militar de entrenamiento a las tropas locales. El asesino era un talibán camuflado de soldado, como anticipando que falta poco para que la organización terrorista nuevamente recupere el país, una vez que desalojen todos los militares yanquis por orden de Obama.
El general Greene fue sepultado en Arlington la semana pasada. Ni un solo delegado de Obama estuvo presente en los funerales. Tampoco se ha explicado cómo pudo ocurrir la tragedia en presencia de los militares. Lo que recuerda que el comandante en jefe de las fuerzas armadas solo dijo que fue “un acto de violencia en un sitio de trabajo”, el asesinato terrorista en Fort Hood. (Allí el mayor del ejército, siquiatra y musulmán Nidal Malik Hasan mató a 13 soldados e hirió a otros 30. Se comprobó que estuvo en permanente contacto con la dirigencia terrorista, sobre todo de Yemén).
Cuando la gente votó por Obama en el 2008, se esperaba que a partir del 2009 se iniciaría un proceso de superación de los prejuicios raciales que no han desaparecido ni con la Guerra Civil del siglo XIX, cuando terminó la esclavitud, ni con los Derechos Civiles que se pusieron en vigencia con el presidene Lyndon Johnson en 1964.
Las fricciones se han acentuado con Obama, como lo demuestra su actitud en los recientes incidentes y en los anteriores durante su gestión. La tónica de su conducta, como lo habría querido Martin Luther King Jr., no ha sido la de extender la mano en señal de afecto, amistad y unión, sino la de blandirla como un puño para golpear, escupir y acicatear el rencor.
Cuando Gwen Ifill habla de más derechos civiles para los negros y menos injusticia policial, veladamente insinúa que haya más protección para los de su raza, como si fueran ciudadanos de segunda clase, minusválidos o seres con retardo mental y físico. Esa es la percepción que de ellos tiene la mayoría demócrata lo que explica la relación de dependencia que existe desde hace casi 60 años entre demócratas y negros.
No con todos los negros, por supuesto. Hay muchos y muy notables que se han percatado de la trampa y claman a sus compañeros de raza y a todo ciudadano que despierte y se sume a la cruzada para lograr la definitiva redención de la negritud. Que consiste en dejar de considerarlos subhumanos, necesitados de leyes especiales para acceder a la universidad, a las fuerzas armadas, a la escuela o una cuota para recibir alimentos gratis de Obama.
Adicto como es el Presidente a los Decretos Ejecutivos, bien haría en dictar uno que considere delito federal el calificar “afroamericano” a todo ciudadano norteamericano de la raza negra. Los indios nativos no se sienten ofendidos porque un equipo de beisbol se llame Redskin o Pielrroja. Pero todos deberíamos sentirnos ofendidos si a un compatriota de la raza negra se lo discrimine con el epíteto de “afro”.
La no discriminación tendría que comenzar por allí. Y extenderse a abolir leyes denigrantes como la “affirmative action” que reduce grados para que ingresen los negros (y los hispanos) a las universidades y las cuotas para emplear a un mínimo de negros incluso no calificados, como si fueran débiles mentales o minusválidos.
La cruzada de rescate humanista de la negritud implica un distanciamiento forzoso e indispensable de la farsa demócrata. La Guerra Civil sobrevino porque ellos se oponían a terminar con el esclavismo. Con el asesinato de Lincoln, la restauración y la aplicación a plenitud de los derechos civiles de los negros quedaron en el limbo, por la oposición de los demócratas.
Los linchamientos, el Ku Klux Klan, el boicot al voto negro, la segregación en todas sus formas, fueron rezagos de antiguos esclavistas incapaces de adaptarse a la realidad de que los ex esclavos no eran negros libertos sino ciudadanos con todos los derechos (potenciales) y con todas las virtudes y defectos de cualquier ser humano, cualquiera que fuere el color de su piel.
Hasta en estos días ese sentimiento hipócritamente protector está en la mente de los demócratas. Se niegan a analizar que la situación de alta criminalidad entre los negros, el alto desempleo y la pobre educación no obedece a la opresión de los blancos esclavistas, sino a otras causas.
La distribución de la riqueza, como lo dice un negro famoso, Morgan Freeman, nada tiene que ver con el color de la piel, sino con las oportunidades y básicamente con la educación primaria que los individuos reciben en el núcleo familiar. Por desgracia, el núcleo familiar está destrozado, sobre todo entre los negros y ello fomenta la criminalidad.
La “redistribución de la riqueza” que la quiere Obama, así como la “lucha contra la pobreza” de Johnson, nada conseguirán para mitigar el mal de fondo. El plan Johnson ha consumido más de 50.000 millones de dólares y ahora hay más pobres que antes, más entre los negros. El consumo y el tráfico de drogas aumenta, al tiempo que crece la dependencia de los “food stamps”, o subsidios estatales de alimentos.
Los regímenes comunistas y socialistas también prometen redistribuir la riqueza para los pobres, como Obama. Lo que consiguen, sin excepción, es pulverizar la riqueza y generalizar la pobreza. Todas sus acciones se sustentan en la privación de libertades, pues salvo donaciones caritativas, toda otra captación forzada de riqueza es robo.
Los modernos siervos de las plantaciones, como Jackson y Sharpton, son obstructores de la liberación de los negros del siglo XXI. Sirven al propósito de sus amos demócratas de perpetuar la dependencia y los votos para sus cargos. No dejan a sus compañeros de raza arrojar de una vez por todas ese rótulo de “afro”, que está allí como un símbolo que les impide la completa integración a la comunidad, sin prejuicios ni privilegios protectivos, sin rencores ni revanchismos. En suma, sin odio y con el optimismo propio de cualquier americano.
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