Por delegación de Rafael Correa, el Canciller ecuatoriano Ricardo Patiño voló a la embajada en Londres para anunciar que el hospedaje que por dos años se le había concedido al australiano Julian Assange, había llegado a su fin.
Assange fue quien creó el sitio de espionaje electrónico WikiLeaks, con el cual logró saquear (“hakear”) decenas de miles de documentos secretos de Estados Unidos, tanto diplomáticos como militares, que los divulgó sin restricciones, lo que ocasionó conflictos entre los gobiernos implicados.
El gobierno de los Estados Unidos quisiera interrogarlo para establecer con claridad las responsabilidades internas por el “leaking”, o flujo sin control de las informaciones y documentos secretos. Pero no ha extendido órdenes de prisión ni de extradición.
Las órdenes de prisión y extradición contra él las dió el gobierno de Suecia y no por haber divulgado impropiamente información confidencial sino porque pesan sobre él cuatro cargos de abuso sexual, violación incluída. Gran Bretaña, por respeto a la ley y los acuerdos internacionales, quiere extraditar a Assange.
Correa se convirtió súbitamente en el protector de Assange y odenó en el 2012 a la Cancillería que le ofrezca asilo político en la embajada en Londres. Igual lo hizo con otro saqueador informático, el norteamericano Edward Snowden, a quien le dio una visa en Hong Kong para que viaje a Rusia, donde está asilado.
Repugna que Correa pretenda erigirse en campeón de la libre expresión del pensamiento, e implore la solidaridad en favor de esos dos ciudadanos invocando los Derechos Humanos. “¿Dónde está la prensa libre e independiente”? (que no protesta), acaba de decir al cumplirse el II aniversario del asilo de Assange.
Es grotesco lo que Correa ha hecho en el Ecuador con el periodismo y la libre expresión del pensamiento y con otras libertades consustanciales al concepto de los Derechos Humanos. Assange, hay que insistir, no está prófugo por difundir informes secretos, sino por asaltar y abusar de mujeres en Suecia, según denuncias formales.
Correa y Patiño exhortan a los jueces de Suecia y el Reino Unido a que en nombre de los derechos humanos, archiven tales denuncias y órdenes de prisión. Creen que en esas naciones los sistemas judiciales se manejan como en el Ecuador: basta una orden del “jefe Rafael” para que cortes, jueces, policías y todos en el sistema actúen sin chistar y con máxima rapidez para satisfacer sus deseos.
Los años que Correa pasó estudiando en Bélgica y Estados Unidos no le sirvieron, aparentemente, para nada en cuanto a absorber algo de una cultura distinta a la que le rodeó durante su crianza en Guayaqui. En los Estados Unidos estuvo cuatro años, se graduó de doctor en Economía. ¿No tuvo curiosidad por leer periódicos, visitar cortes, comprender cómo funciona allí la administración de justicia?
Lo que si le impactó de la ley norteamericana es la supuesta rigidez con la cual su padre fue condenado a tres años de prisión por actuar como “mula”, o traficante de drogas. En postrer desquite ha ordenado a su Asamblea que rehaga el código penal y rebaje o exonere penas por narcotráfico. Una vez en vigor las reformas, más de 2.000 presos han salido libres.
Pero las penalidades para los que piensan y critican no solo su gestión sino cualquier asunto que de cualquier manera se conecte con su gestión, han sido incrementadas. Por ejemplo, si alguien opina que los recientes temblores registrados en Quito han sido fuertes y lo divulga, puede ir a la cárcel por 10 años, si Correa dice que los temblores fueron leves.
Tampoco habrá libertad para opinar sobre los cambios que se avecinan en lo monetario y cambiario, como captación de pensiones de los maestros o creación de moneda electrónica paralela al dólar. Si alguien cree que lo primero es un abuso de autoridad y lo segundo, adicionalmente, un paso hacia la desdolarización y la inflación, puede parar en la cárcel por difundir rumores falsos.
La “prensa”, genérico que involucra a todos los medios de comunicación, ha perdido independencia y fuerza. Está regulada y amordazada por una ley que jamás hubiera podido dar ni un paso en el proceso de aprobación en una sociedad democrática medianamente sólida. Pero en el Ecuador el proyecto se hizo ley con una asamblea servil y una prensa inerte.
Cada vez que se filtra alguna crítica que le desagrada, salta Correa como matón de barrio y arremete contra la prensa “corructa” reiterando que “cada vez que la prensa se vuelve política, saldremos al paso de manera política”. Se acabó la época, dice, en que la prensa quitaba y ponía gobiernos cuando le venía en gana...
La misión del periodismo es esencialmente política. El gobernante, en una democracia, gobierna por mandato de los ciudadanos e idealmente debe hacerlo en una urna de cristal translúcida, a vista y observación de todos. Lo que hace el periodismo es canalizar la opinión del ciudadano, facilitar su transmisión y para ello se profesionaliza. Antes de Gütenberg la difusión era dificultosa y llegaba a pocas personas. El proceso se perfeccionó con la imprenta, más tarde con la rotativa y luego con los medios audiovisuales y la televisión, hasta la llegada de los medios sociales con los cuales cada ciudadano es un potencial periodista.
El acto de juzgar a un gobierno es un acto esencialmente político, como el derecho político de votar. Correa yerra al acusar a la prensa de política por criticarlo, como si fuera algo negativo. Yerra al acusarla de “tumbar” gobiernos cuando le da la gana. Éstos se caen cuando son malos. Y si son malos y no se caen, es porque no hay prensa libre.
El periodismo y los periodistas no necesitan de censura previa ni póstuma como la que ejerce la Setcom, la oficina mordaza del régimen. El principio periodístico es decir la verad y opinar sobre hechos, no conjeturas. Nadie es infalible. Caben errores, si de buena fe, hay el recurso de la enmienda y si malintenciada para hacer daño, la aplicación de la ley penal.
Sobran leyes secundarias como las creadas por Correa. Es el público el único juez del producto que le ofrece la prensa escrita o audio visual, no los gobiernos ni gobernantes. Si es sesgada y mentirosa, caen sus ventas y el cierre del medio es forzoso. Los gobernantes tienen que convivir con los medios, pues los medios son intermediarios e interlocutores del pueblo que los eligió.
Varios diarios y emisoras de radio y TV han pasado a poder del Estado y al menos tres diarios han cerrado su circulación impresa, para circunscribirse a la digital, debido a la depresión del mercado y a restricciones y multas derivadas de la aplicación de la ley mordaza. El Presidente rehuye tener ruedas de prensa abiertas, no tolera preguntas incómodas.
Sus súbditos le acomodan ruedas de prensa en pequeñas ciudades de provincia, con reporteros no fogueados, a los cuales inclusive les entregan previamente preguntas escritas para que “hagan quedar bien” al líder. En un video técnicamente defectuoso se ve cómo una reportera se rebela a la presión y cómo el “jefe Rafael” reacciona altaneramente.
¿Qué va a pasar con Assange? Correa y Patiño seguramente pensaron que podían negociar en Londres un salvoconducto para traerlo a Quito. No resultó pues el Foreign Office acaba de decir que ese salvoconducto no lo dará. Londres por lo visto no es Quito, señor Patiño. ¿Tratarán entonces de burlar la vigilancia policial y traer de todos modos al héroe al Ecuador?
No lo podrán hacer, claro está. Pero en la hipótesis de que pudieran ¿de qué modo podrían aprovechar la sapiencia de Assange en el país? Puesto que él es el epítome de la libertad de expresión, según el régimen ¿qué tal si Correa le de una asesoría perpetua en la Setcom? Solo habría que averiguar si las relaciones del presidente con Suecia son tan buenas como con Bélgica.
No comments:
Post a Comment