El Presidente Barack Hussein Obama está consiguiendo, también ahora, lo que se ha propuesto a lo largo de sus seis años de gobierno: confundir y engañar para debilitar al país y encaminarlo hacia donde no quiere la mayoría, hacia un estatismo antípoda del ideal de quienes lo fundaron.
A los legisladores de izquierda y derecha, demócratas y republicanos, del ala conservadora o libertaria los tiene entretenidos discutiendo un proyecto para que le autoricen a combatir al terrorismo musulmán. Pero el lenguaje es tan ambiguo y confuso que parece decir que no interfieran, que lo dejen solo, que él sabe lo que hay que hacer (nada!).
Pide permiso para una guerra pero lo tiene desde el 2001, cuando el Congreso autorizó la acción militar contra los terroristas del 9/11. La autorización sigue en vigencia hasta derrotar al enemigo. Lo que ha ocurrido es que el terrorismo árabe/musulmán no solo que no ha sido vencido, sino que se ha expandido con el régimen de Obama.
El Presidente, lejos de adelantar la inconclusa misión de su predecesor George W. Bush, ordenó retirar las tropas en Afganistán e Irak y no actuó en Siria cuando la expansión del radicalismo islámico era evidente. Su inacción atizó el robustecimiento del Isis/Isil, el cual se extendió por Siria e Irak hasta formar el primer Califato del siglo XXI.
El “plan de guerra” que Obama plantea al Congreso es una tomadura del pelo. Según John Bohener, líder de la Cámara de Representantes, limita aún más el poder militar de Estados Unidos para derrotar al enemigo, pues Obama prohibe utilizar soldados en tierra para combatir.
Emprender una guerra sin soldados es como emprender una guerra sin comandante. Pero eso es lo que está ocurriendo con Obama desde su llegada a la Casa Blanca en el 2009, con ratificación en el 2012. Su primer cometido por mandato constitucional, el velar por la seguridad nacional, no lo ha cumplido.
Al contrario, desde sus primeros discursos y giras por el exterior, su tarea se ha concentrado en minimizar a la nación y en responsabilizarla de todas las guerras y las injusticias planetarias. Frente a la escalada de los actos de barbarie de las hordas terroristas musulmanas, ha bajado la guardia defensiva en lo militar y en lo retórico.
En contraste, siempre ha estado listo a condenar cualquier manifestación que, a su juicio, denote protesta o rechazo al islamismo, incluso a los actos de terror. Si los hay, omite atribuirlos a la inspiración de Alá y el Corán aunque en su confuso pedido al Congreso, por primera vez califica al Isis/Isil como grupo ya no de novatos, sino de terroristas.
Pero ello encuadra en su estrategia de confundir más en el debate. El cual se prolongará y acaso nunca concluya con autorización ninguna. Quizás sería preferible, pues dotarle a Obama de atribuciones específicas a más de las consignadas en la resolución del 2001, sería extremadamente peligroso dada su ambigua personalidad.
¿Por qué los altos mandos militares en ejercicio permanecen indiferentes ante Obama? No se espera de ellos revueltas al estilo del tercer mundo, pero si oposición dentro del orden constituído. Es increíble, por ejemplo, que la reciente propuesta al Congreso haya sido examinada y aprobada por el Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas.
Generales como Eisenhower o MacCarthur quedarían perplejos al observar cómo los Estados Unidos, convertida en la primera potencia militar, cultural y económica del mundo tras la victoria en la II Guerra Mundial, ha ido perdiendo paulatinamente su liderazgo y por primera vez ha sido derrotado en guerras como las de Corea, Vietnam y el Medio Oriente.
Un militar retirado, el teniente coronel Ralph Peters, de FoxNews, dijo que el problema en los Estados Unidos (y en el mundo, habría que añadir) no es la islamofobia, sino la islamofilia de Obama. Dio en el clavo. Acaso ya no debería discutirse y temerse que el presidente sea izquierdista/marxista, o socialista/estatista. Lo grave es su postura pro Islam.
Para disimular y complacer a algunos militares y políticos de oposición, sigue con los bombardeos y drones en Siria y ha pedido la mañosa autorización para ir a la guerra contra sus “hermanos” musulmanes. Lo que más parece interesarle en sus últimos dos años de gobierno es asegurar que el Irán concluya su proyecto nuclear.
Los sarracenos, armados ya no solo de cimitarras y con las armas dejadas por las tropas yanquis en Irak, sino con cabezas nucleares, causarían por cierto mucho más daño que en el 9/11, Charlie Hebdo o las orgías de sangre en Libia y Medio Oriente donde se degüellan a cristianos, mujeres y niños. ¿Acaso los graduados de West Point y Annapolis no han analizado y meditado, antes y después de pasar por sus aulas, acerca de la realidad de estos peligros?
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