Tuesday, May 5, 2015

MISIÓN CUMPLIDA


Casi seguro que el presidente Obama celebró con esa frase (“mission accomplished”, en inglés) el anuncio de que el ISIS ha echado raíces en los Estados Unidos, al atribuirse el ISIS la autoría de la fallida masacre cerca de Dallas, Texas, el domingo pasado. 
La noticia llegó desde El Cairo, cuna de la Hermandad Musulmana que tiene representantes en la Casa Blanca y de la cual han brotado Hezbollah, Hamas, Al Qaida y tantos otros grupos terroristas que juntos han creado el primer califato del siglo XXI en el Medio Oriente.
Cuando comenzaba a fortalecerse el califato, llamado ISIS o ISIL en Irak y que luego se regó a Siria, se clamó a Obama que reprimiese a los radicales militarmente, pero él se negó afirmando que solo se trataba de un grupo de muchachones inexpertos, que pronto se dispersarían pasada su novelería.
Ocurrió lo contrario y ahora el ISIS o Estado Islámico se ha afirmado y extendido en la región, con un ejército de más de 50.000 combatientes y con armamento de las propias fuerzas armadas de los Estados Unidos que se vieron forzadas a abandonar Irak  en el 2011, por orden de Obama, su Comandante en Jefe.
El terrorismo musulmán en sus diversas versiones se ha irradiado por todo el Medio Oriente, Asia y Noráfrica. Los atentados contra objetivos civiles se multiplican generando muerte y destrucción, pero Obama insiste en negar que el origen del terrorismo sea el radicalismo islámico y más bien decide unilateralmente negociar con el peor de ellos Ayatola de Irán. 
Irán está desarrollando armas nucleares, pese a las sanciones que se le han impuesto para impedirlo. Obama quiere liberar al Ayatola de sanciones a cambio de que aplace sus planes de desarrollo nuclear. Pretendió insinuar que había un principio de acuerdo en ese sentido, pero el propio Ayatola lo desmintió.
El autócrata que rige la teocracia iraní reiteró en su discurso que lo que su país y los musulmanes buscan es “muerte a los Estados Unidos” y, por cierto, la “aniquilación de Israel”. No son frases oídas en reuniones secretas y captadas por la CIA. Lanza esas amenazas a plena luz del día y a viva voz y en cada oportunidad que se le presenta.
Irán se ha tomado Yemén, sin que pese la oposición de Arabia Saudita y Egipto. Su influjo es notorio no solo en Siria, Irak, Túnez, Marruecos sino que sus tentáculos desde hace tiempo se han extendido por América, llegando en varias formas a Venezuela, Cuba, Nicaragua, Argentina y Ecuador. 
El ISIS ahora está en los Estados Unidos. Los dos “misioneros” islámicos pudieron haber ocasionado una masacre en Texas con sus armas automáticas, pero un policía de tránsito los avistó y liquidó con su pistola. En París, cuando dos terroristas abrieron fuego en la sede de la revista Hebdo, los policías fueron los primeros en buscar refugio: por ley están desarmados.
El incidente ocurrió el domingo pasado, pero el presidente Obama no ha dicho una sola palabra, ni de condena ni de elogio. Cuando la policía mata a un negro, aún antes de conocer las causas, se lanza a los micrófonos y a las pantallas de TV para condenar a los uniformdos por homicidio debido a su supuesto racismo (luego son exculpados).
En esta ocasión un policía no especializado en lucha antiterrorista sino en control del tránsito, ha tenido un gesto heroico que ha evitado la muerte de acaso decenas de inocentes norteamericanos y Obama hace mutis. Y nada dice tampoco contra esta nueva declaración de guerra del islamismo radical contra los Estados Unidos, país del cual es presidente.
No es la primera vez que se registran ataques terroristas a nombre del Islam en territorio norteamericano. Las Torres Gemelas de Nueva York fueron atacadas dos veces y en la segunda de manera desastrosa. En el 9/11 murieron cerca de 3.000 personas, más que en el ataque japonés a Pearl Harbor, en 1941.
Con anterioridad a Pearl Harbor, la Alemania nazi lanzó ataques múltiples a naves comerciales de los Estados Unidos, en tránsito por el Atlántico hacia la Gran Bretaña. Pero fue la masacre de la aviación japonesa a Hawai que decidió a Franklin D. Roosevelt a declarar la guerra al Eje, hasta alcanzar la victoria en 1945.
George W. Bush, tras el 9/11, ordenó atacar a Afganistán e Irak, pero no buscó que el Congreso aprobara una declaratoria formal de guerra contra el Islam extremo, causante de la alteración de la paz. Ha sido un error cuyas consecuencias se las palpa hasta estos días, agravado por el hecho de que el actual huésped de la Casa Blanca es afin a esa religión.
Si Obama fuese un auténtico líder representativo de los Estados Unidos, el incidente de Texas le habría servido para disipar dudas sobre su verdadera  posición. Como FDR, otro demócrata, Obama debería llamar al Congreso en Pleno para anunciar que el país sigue amenazado por las fuerzas internas y externas del terrorismo, inspiradas y financias por el islamismo radical.
Y que para combatir a esta nueva forma de enemigo se debe proponer   la suspensión de las negociaciones diplomáticas con el enemigo y asociados, hasta liquidar militarmente todos los focos terroristas de donde han emanado y siguen emanando los ataques contra los Estados Unidos y sus aliados en esta lucha sin cuartel anti Occidente.
Negar que la Patria corre peligro es cobardía o complicidad. Para evitar dudas, Barack Hussein Obama, elegido en el 2008 y reelegido en el 2014, debe explicar con claridad quién es él y cuál la causa que defiende. Si su religión es el Islam, libre es de practicarla. Pero como Presidente, está oblgado a declar la guerra al radicalismo islámico, o renunciar.


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