A la cita no asistió el rey de Arabia Saudita, la principal nación del mundo musulmán por su poder económico y militar y porque allí están la Meca y Medina. Se abstuvo de ir en protesta por las conversaciones que Obama mantiene con el Ayatola de Irán sobre armamentismo nuclear.
Irán es del bando chiita y Arabia Saudita del suni. Desde que en el siglo VII falleció Mahoma, la sucesión del poder político religioso islámico no quedó aclarado y hasta la fecha subsisten las disputas entre las dos facciones. La mayoría musulmana es sunni, por lo cual resulta borrosa la preferencia que tiene Obama por el Irán.
Lo que no deja dudas es que la división entre los dos bandos es política y no religiosa, por lo cual es inaceptable que Barack Hussein Obama insista en no calificar de islámicos a los movimientos de las dos fracciones. Ello importa por cuanto unos y otros, chiitas y sunnis, tienen una misma ideología y una misma actitud beligerante contra Occidente.
El diario The Wall Street Journal publica hoy la versión en español de un análisis esclarecedor sobre el tema, escrito por el veterano correponsal de Asia y Medio Oriente Yaroslav Trofimov, autor de dos libros. En el artículo describe el origen del fraccionamiento del Islam y cómo el ISIS sunni surgió como respuesta al fortalecimiento chiita en Irak.
La lectura confirma de un lado la complejidad del problema árabe/persa/islámico y de otro la incógnita de la conducta de Obama. En un principio él fijó una línea roja para frenar al presidente Bashaar al-Asad de Siria, sunni, pero luego cambió de criterio y limitó los ataques a bombardeos y al uso de drones.
Pero desde el inicio de su administración, Obama orientó sus esfuerzos a debilitar los lazos con Israel, el mejor aliado de Estados Unidos en Medio Oriente y a tender un puente en las rotas relaciones con el Irán, enemigo declarado de los Estados Unidos desde 1979. Está a punto de conseguirlo con la venia del Congreso de mayoría republicana.
El convenio, según consenso de la mayoría de analistas, facilitaría a Irán la terminación a corto plazo de su industria nuclear con la cual equiparía los misiles que tiene listos para alcanzar objetivos de Occidente. La tarea se le aliviará con el levantamiento de sanciones económicas al aprobarse el acuerdo.
En suma, los Estados Unidos guiados por Obama inclinarían la balanza del poder islámico en favor de los chiitas liderados por Irán. Israel estaría así más amenazada que nunca con un Ayatola nuclear. Arabia Saudita, por su parte, tendría que nuclearizarse a prisa para evitar la imposición chiita.
Desde la perspectiva de la seguridad nacional de los Estados Unidos y de Occidente que comparte su cultura, lo sensato habría sido mantenerse apartados de la fisura y disputa internas del Islam. Pero al mismo tiempo admitir que el Islam, con sus alas radicales de una y otra facciones, tienen declarada la guerra a Occidente y que esta guerra aún está en pie.
Si los Estados Unidos se involucra en una guerra, tiene que ganarla. Ello ha ocurrido en la mayoría de las veces, hasta la II Guerra Mundial. Pero en Corea, Vietnam, Golfo, Afganistán e Irak las guerras han terminado en derrota, en armisticios o han quedado inconclusas. Esto último es lo que está ocurriendo con la lucha contra el terrorismo musulmán.
Más allá de inmiscuirse en las diferencias de la sucesión por la dominación islámica e inclinarse a uno u otro lado, los Estados Unidos y sus aliados deberían reanudar enérgicamente la guerra contra el terrorismo islámico empleando todo su poder bélico para pulverizarlo en sus orígenes, sin dar lugar alguno a su resurgimiento.
De otro modo el cáncer del islamismo/terrorista se seguirá esparciendo desde afuera y desde adentro de los Estados Unidos, acaso hasta llegar a los límites del no retorno que implicaría la puesta en vigencia del acuerdo Obama/Ayatola, que permitiría la dotación de armas nucleares al Irán.
El artículo de Yaroslav Trofimov del WSJ se transcribe a continuación:
El conflicto sunnita-chiita refleja divisiones políticas, no religiosas
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jueves, 14 de mayo de 2015 22:16 EDT
Musulmanes chiitas en Pakistán lloran la muerte de sus seres queridos, luego de un ataque a un bus que transportaba a devotos chiitas. Getty Images
BEIRUT—Es fácil ver el conflicto que se está propagando entre los sunitas y chiitas a lo largo y ancho del mundo musulmán como un odio eterno que está destinado a seguir cobrando vidas durante mucho tiempo.
Sin embargo, a pesar de sus raíces antiguas, la división no ha sido tan profunda o sangrienta en décadas. Y solo en años recientes ha surgido como la mayor falla geológica en la batalla por la dominación en Medio Oriente y más allá.
La gente de 40 o más en países como Arabia Saudita o Pakistán aún recuerdan cuándo no sabían —y no les importaba particularmente— si sus vecinos y colegas eran sunitas o chiitas.
“La diferencia entre los grupos en el Islam siempre han existido, pero es solo cuando las mezclas con la política que se vuelve realmente peligrosa: como una bomba atómica”, apuntó Ihsan Bu-Huleiga, un economista saudí que como miembro de la legislatura establecida por el reino entre 1996 y 2009 era uno de los pocos miembros de su minoría chiita que gozó un puesto político prominente.
De hecho, desde Yemen hasta Irak y de Siria a Bahréin, la mayoría de las guerras y los conflictos políticos en la región hoy en día enfrentan a los sunitas contra los chiitas. Sin embargo, no giran en torno a quién es el legítimo sucesor del profeta Mahoma, la raíz del cisma original. Más bien, son libradas para obtener mayor influencia política y económica dentro de estos países y en Medio Oriente en general.
“Las herramientas sectarias son empleadas en estas batallas porque tienen un mayor impacto”, explicó uno de los clérigos chiitas de mayor experiencia de Líbano, Seyed Ali Fadlullah. “Si convocaras a la gente ahora para pelear por una influencia regional o internacional, no actuarán. Pero la gente actuará cuando se les dice que su secta está siendo amenazada, o que sus santidades serán destruidas”.
Esta transformación de la lucha de sunitas contra chiitas data de la revolución iraní de 1979 y el periodo que le siguió, cuando los regímenes conservadores en Arabia Saudita y Pakistán, ante los intentos de Teherán de liderar a los musulmanes en todo el mundo, respondieron cuestionando las credenciales islámicas de los ayatolas chiitas.
La rivalidad cobró nuevo ímpetu con la invasión de Irak por parte de Estados Unidos en 2003, que fortaleció a la mayoría chiita en detrimento de la minoría sunita árabe que había dirigido al país desde la independencia. El grupo militante que fue a ser conocido después como el Estado Islámico nació en la agitación subsecuente y elevó el celo anti-chiita a nuevas alturas.
El odio después alcanzó niveles de genocidio después de que la guerra civil explotó en Siria en 2011, con un Estado Islámico que se negaba a reconocer a los chiitas como musulmanes y les daba una elección entre conversión o muerte.
Estas alianzas sectarias se han cristalizado también en la actual guerra en Yemen, en que Arabia Saudita ha formado una coalición de países sunitas contra los rebeldes pro-Irán houthis, que forman parte de una corriente del Islam chiita.
“Hasta la guerra, ha habido una idea de que Irán estaba rodeando a Arabia Saudita, de que este resurgimiento de los chiitas está ocurriendo a expensas de los sunitas”, anotó Saleh al Khathlan, un profesor de ciencias políticas en la Universidad King Saud en Riad y vicepresidente de la Sociedad Nacional para los Derechos Humanos del país.
Los sunitas conforman 90% de los 1.600 millones de musulmanes en el mundo y han sido la escuela predominante en el Medio Oriente durante siglos. Aunque los chiitas están esparcidos por el Medio Oriente y el sur de Asia, solo constituyen una mayoría en Irán, Irak, Azerbaiyán y Bahréin, que es regida por un rey sunita.
La división entre las principales escuelas del Islam proviene de un choque sobre la sucesión después de la muerte del profeta Mahoma en el año 632. Los chiitas creen que el poder debería haber pasado al yerno del profeta, Ali, y al nieto Hussain; los sunitas piensan que no debería haber sido hereditario.
En los próximos siglos, hubo brotes regulares de odio sectario. Ibn Taymiyya, un académico islámico del siglo XIV, escribió un tratado en el que atacaba a los chiitas de “rafidha”, los que niegan a Dios, popularizando un calificativo peyorativo que desde entonces ha sido adoptado por el Estado Islámico.
Sin embargo, tras el colapso del Imperio Otomano en 1922, las diferencias entre sunitas y chiitas parecían obsoletas, eclipsadas por la división entre regímenes conservadores a favor del Occidente y revolucionarios a favor de la Unión Soviética.
Arabia saudita no pensó dos veces en la década de los 60 para respaldar a los monárquicos rebeldes chiitas en Yemen, los antepasados de los Houthis de hoy, contra las tropas invasoras de Egipto, que era sunita pero también revolucionario.
Después vino la revolución iraní que estableció la teocracia chiita de Teherán. El ayatolá Ruhollah Khomeini instó a que se limpiara la región de la influencia occidental, destruyendo a Israel y borrando del mapa a monarquías reaccionarias como la de Arabia Saudita.
“Irán es un país persa chiita en una región árabe predominantemente sunita. No puede dirigir la región hondeando una bandera chiita, por tanto lo han intentado hacer bajo la pancarta de la resistencia islámica a Estados Unidos e Israel”, explicó Karim Sadjapour, especialista de Irán en Carnegie Endowment for International Peace en Washington.
Previsiblemente, Arabia Saudita y sus aliados respondieron enfocando su atención en la identidad chiita de sus enemigos. El reino se considera a sí mismo como un líder en el mundo musulmán debido a que las ciudades santas de Meca y Medina se encuentra en su territorio, y durante muchas décadas las redes de educación islámicas, financiadas por Arabia Saudita, en todo el mundo inyectaron grandes cantidades a la propagación de la propaganda anti-chiita.
En Pakistán, que alberga a las segundas mayores comunidades sunitas y chiitas del mundo, el dictador militar Zia ul-Haq directamente alentó en los 1980 la creación de violentos grupos sectarios sunitas que ahora masacran frecuentemente a chiitas ordinarios en todo el país. En el último ataque, hombres armados le dispararon a un autobús en la ciudad de Karachi, asesinando a más de 40 miembros de la división Ismaili del Islam chiita.
“Las divisiones siempre estaban presentes, pero la violencia al nivel popular no existía. Zia la trajo consigo”, expresó Raza Rumi, editor del periódico pakistaní Friday Times quién sobrevivió un atentado de asesinato por un grupo sectario sunita el año pasado. El uso político del sectarismo, agregó, “dejó que el genio saliera de la lámpara”.
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