El pensador japonés norteamericano Francis Fukuyama dijo, acaso con exceso de optimismo, que la Historia había llegada su fin con la caída del Muro de Berlín en 1989 y la subsiguiente terminación de la Guerra Fría.
En un comienzo era difícil entender que alguien dijera que la Historia había terminado, puesto que se trata de un proceso continuo sin principio ni fin, a menos que sobrevenga un cataclismo que extinguiera por completo a la humanidad.
Pero lo que trataba de explicar Fukuyama, primero en un artículo publicado en una revista especializada y luego en 1992 con su libro The End of History and the Last Man, era que una vez derrotado el marxismo, ya no cabrían más luchas ideológicas contra la democracia liberal.
Si le hubiesen escuchado decir ésto los Padres de la Patria estadounidense, habrían esbozado una sonrisa. Pues no porque haya caído el Muro de Berlín habría de caer la ideología marxista, ni habrían de desaparecer quienes creen en utopías que trasciendan las democracias.
En lo que si habrá que convenir con Fukuyama es que se ha recorrido ya suficiente camino en la historia de la humanidad, como para concluir que no existe mejor sistema de convivencia que el democrático, tal como se lo ha entendido en los Estados Unidos de la Declaración de la Independencia de 1786 y la Constitución de 1787.
Los dos documentos no son un fin en si mismos pues no prometen resultados específicos, sino que constituyen diagnósticos de la condición humana y son propuestas de convivencia pacífica. Declaran que el poder reside en el pueblo, no en la divinidad como en las monarquías europeas y que ese poder por propia voluntad se delega temporalmente al gobierno.
Los fundadores no creyeron, como Platón, que la República estaría dirigida por los más sabios, sino por seres humanos, que si bien seleccionados entre los mejores, están sujetos a falencias, ambiciones y debilidades. Para evitar los excesos idearon el contrapeso del poder en tres ramas, según la idea gestada en Europa.
La delegación mayor de poder se trasladó al Congreso, único con la misión de legislar. Al Ejecutivo se le asignó la tarea de administrar esas leyes y garantizar la seguridad interna y externa y a la rama menor, la Judicial, la de dirimir controversias en la aplicación de las leyes.
La Constitución se redactó para regular y limitar la acción del gobierno en la sociedad, no al contrario. El objetivo era evitar toda posibilidad de que se reprodujeran en las 13 Colonias las acciones tiránicas de la monarquía británica, que se las evitó con las Guerras de la Independencia.
Dentro de esa visión se examinó el papel de Washington frente al libre albedrío de las 13 colonias, luego Estados asociados. Se convino en limitar su influjo, concediendo autonomía a cada estado, con similares órganos de poder divididos en tres ramas, pero independientes. Hoy hay 50 Estados con un Congreso y una Cámara de Representantes Federales.
El sistema así delineado funcionó con estabilidad y eficiencia nunca antes registrado en la historia. El mercado de ideas, comercio e inversiones fluyó sin trabas y los excesos fueron corrigiéndose sin alterar el sistema. Salvo en el caso de la erradicación de la esclavitud, que para abolirla se requirió de una cruenta Guerra Civil separatista.
La prosperidad ha alcanzado niveles sin precedentes, estimulada por una corriente inmigratoria constante, de gente que huía de lugares donde la ley y las libertades eran y son poco apreciadas. En todas las naciones donde se han experimentado similares sistemas de gobierno, los resultados han sido positivos. Y al contrario.
Penosamente, la calidad republicana en los Estados Unidos, tal como está contenida en la Constitución, ha comenzado a resquebrajarse en los últimos decenios. A partir de los presidentes “progresistas” Wilson y Roosevelt de comienzos del siglo pasado y agravado con el actual, se ha hecho evidente un desequilibrio de poderes en las tres ramas.
Debido a la rápida expansión de la administración del Ejecutivo, el Congreso ha cedido su poder de legislar a esa rama para crear agencias en las más disímiles actividades. Nadie ha contabilizado el número de ellas pero se cree que son entre 2.000 y 7.000 con las atribuciones para regular (legislar), hacer cumplir (ejecutar) y multar (juzgar).
El ideal de los Fundadores de reducir al máximo la intromisión del gobierno en la vida de la gente se está viendo frustrado, con lo que se cree son unas 70.000 regulaciones para respirar, viajar, comer, beber, estudiar, oler, vestir, comprar, vender, divertirse, orar, degustar.
A esta falla del sistema hay que añadir, anotan los estudiosos, el hecho de que la Corte Suprema de Justicia y las cortes de rango menor, en fechas recientes se han desprendido de su papel constitucional y ahora legislan por sobre la voluntad popular. En el aborto, por ejemplo, han decidido que el voto en contra en 37 Estados es inconstitucional y legalizan el aborto.
Ya antes, en 1973, resolvieron que la mujer tiene derecho al aborto, pese a que el derecho a la vida está garantizado por la Constitución. El próximo mes es probable que legislen en favor del derecho al matrimonio de las parejas homosexuales, algo que no consta en la Carta Magna.
¿Corre peligro de extinción la democracia USA con estas imperfecciones? Un columnista del Diario El Comercio de Lima entrevistó a Fukuyama y le pidió que comente el fracaso de sus predicciones con el recrudecer de las dictaduras luego de la caída del Muro y el surgimiento del extremismo musulmán en el Medio Oriente y otras regiones.
Contesta optimista y pide paciencia. Cree que el Islam y la democracia no son incompatibles y como prueba menciona el caso de Indonesia. Pero anuncia que pronto publicará otro libro, como un alcance a su anterior sobre El Fin de la Historia. Insinúa que en él planteará una alternativa.
¿Alternativa a la fórmula 1776/1787? Habrá que leerlo para juzgar. Por de pronto, difícil imaginar mejor opción para que una sociedad conviva en paz, libertad y respeto mutuo que la que se diseñó en esa fecha y que ha probado ser “la menos imperfecta de todas”. Si se ha corroído, el mismo sistema provee de los instrumentos de autocorrección: la selección de los más aptos mediante el voto libre.
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