El partido republicano (GOP) ganó ampliamente las elecciones del pasado noviembre, con lo cual pasó a controlar la mayoría de las gobernaciones y las legislaturas en los 50 Estados, así como en ambas cámaras del Congreso Federal. Pero hay fisuras en el interior del partido que amenazan con empañar la victoria.
La primera se manifestó ayer con respecto al aborto, justamente cuando se conmemoraba el 42 aniversario de su legalización por parte de la Corte Suprema de Justicia, con una manifestación en Washington de centenares de miles de personas “pro vida” que marcharon en protesta frente al Capitolio y el edificio de la Suprema.
La Cámara de Representantes fracasó ayer en su intento por aprobar una ley que hubiera prohibido el aborto de fetos con 20 o más semanas de gestación. El proyecto hubiera excluído a las madres que no hubieren denunciado con anterioridad al aborto que el embarazo se debió a una violación.
El argumento de las republicanas, muchas de ellas nuevas en la Cámara, fue que las mujeres violadas prefieren no denunciar la agresión por miedo, ignorancia o pudor. Aquí estamos para defender al más vulnerable sector de la sociedad, dijeron, sin aludir a los seres verdaderamente vulnerables e inocentes que son los nonatos a los que se quiere abortar.
El proyecto rechazado en si es objetable, pero desde otro punto de vista. Si bien habría sido un hito más en contra del aborto, porque además se habrían recortado fondos fiscales destinados a ese fin, en cambio se hubiera podido interpretar como un aval a la continuación del aborto de todos los demás fetos que no llegaren a los 20 semanas de gestación.
Por cierto no era esa la intención, pero su hipotética aprobación por el Senado y el Ejecutivo en cierto modo habría equivalido a una aceptación tácita del estatus quo, que solo en los Estados Unidos ha significado la muerte desde 1973 de unos 57 millones de vidas humanas, infinitamente más que la Guerra Civil Americana (600.000) y más de 1.300 millones en el mundo desde 1980.
La decisión Roe vs Wade de la Corte Suprema generó polémicas desde el inicio de su aplicación y la propia litigante se sumó más tarde a la protesta. El aborto, sin embargo, es práctica diaria en este país y el mundo y está vinculada estrechamente con la “revolución sexual” del decenio de 1960 que liberó de responsabilidad a machos y hembras en la conversión de un acto para la reproducción, en otro de solo placer.
Revolución sexual y revolución femenina marcharon de la mano junto con el uso de anticonceptivos y antiabortivos, esto es, para antes, durante o después del acto sexual. Puesto que estos métodos no son infalibles, resta el recurso del aborto legalizado por la Corte Suprema y subsidiado por el Estado.
Los efectos han sido devastadores. El núcleo familiar ha dejado de ser la fuerza motriz principal de la comunidad. Menos de la mitad de la población en edad reproductiva está unida en matrimonio, los niños sobrevivientes lo hacen en hogares de madres solteras y, en general, cada vez hay menos mano de obra que sustente a generaciones cuya esperanza de vida se ha extendido por los avances médicos.
Las campañas anti aborto y las grandes marchas, como la de ayer, no dan los resultados radicales que se quisieran. La Corte Suprema jamás, ni ahora ni más tarde, revocará la decisión Roe vs Wade por la sola presión de dichas marchas y campañas. Y peor si hay división de miras sobre el tema, como se ha evidenciado en el GOP.
La Suprema, en su nefasta resolución, habla de legalizar el aborto hasta los 20 semanas de embarazo, término a partir del cual juzga que el feto entra en una etapa "viable" es decir que podría sobrevivir fuera del vientre materno. Es una apreciación endeble, injustificable, acientífica, pero que por lo mismo deja abierto un resquicio para una solución factible del conflicto.
Bastaría que se aclare, de una vez por todas, como “self evident” (que no necesita demostración), que la vida humana comienza al momento de la concepción. La Declaración de la Independencia dice que todos los seres humanos tienen derecho a la vida (a más de la libertad y la búsqueda de la felicidad), como una verdad incuestionable (self evident), lo cual se ratifica en la Constitución.
Los autores de los documentos, fundadores de esta nación en el siglo XVIII, quizás pensaron con razón que no tenían que divagar como los miembros de la Corte Suprema de 1973 acerca de cuándo comienza la vida en el ser humano, si a los 3 meses de concebido, a los 7 meses o a los 9 meses al salir del vientre materno. Eran digresiones inexistentes e innecesarias en ese tiempo y que deberían serlo en ésta y en cualquier otra época.
El ocultamiento de estas verdades ha generado lo que el Papa Juan XXIII llamó con razón una cultura de la muerte. Está causando estragos terribles en Europa y la inmigración árabe no parece ser la mejor receta para remediarlos. Los síntomas del mal están detectándose tambien aquí, en los Estados Unidos, desde donde se irradió la revolución sexual y todas sus aberraciones.
El verdadero antídoto tiene que surgir también aquí y difundirse urbi et orbi. Con la fórmula tan simple y obvia de que la “vida comienza en la concepción” y que hay que defenderla no por razones religiosas y éticas únicamente sino porque la ley mayor, la Constitución y su inspiración, la Declaración de la Independencia, así lo tienen determinado en este país desde 1776.
El senador Rand Paul cree que la confirmación de que la vida comienza con la concepción debería aprobarse como una enmienda constitucional. Acaso cabrían alternativas, talvez un pronunciamiento especial en tal sentido del Congreso Federal o en algún momento de la Corte Suprema. Ese tema podrían discutirlo hasta dilucidarlo los expertos.
Pero su aprobación, como quiera que fuere, anularía la legalización del aborto de 1973 y acaso marcaría el comienzo de la declinación, al menos en esta siniestra materia, de la cultura de la muerte. La división por gradaciones del mal del aborto terminaría para el GOP, en beneficio de la unidad.
En cuanto a la inmigración es lamentable que los republicanos hayan cedido su manejo a los demócratas y, peor aún, a Obama. Las reformas a la ley se han detenido por la obsesión de “primero” construir en la frontera un muro tan grande e impenetrable como la Muralla China o la Línea Maginot, para luego discutir sus detalles, como por ejemplo qué hacer con los 11 millones o más de ilegales que ya han franqueado la frontera.
Lo cuerdo es afrontar los temas simultáneamente como lo quiso George W. Bush y fue bloqueado en el Congreso por el GOP y los demócratas. Hay que facilitar a los ilegales un riguroso trámite hacia la legalización, otro para regular la entrada y salida de trabajadores temporales y garantizar un severo control tecnológico de nuevos ingresos.
En teoría, si se perfecciona el censo y control de ilegales, así como entrada y salida de futuros inmigrantes, las fantasías de erigir monumentales vallas fronterizas de dudosos resultados, serían en la práctica innecesarias.
Jeb Bush, probable candidato presidencial republicano, tiene una idea más clara sobre inmigración. Propone excluír el derecho a la ciudadanía de parientes naturalizados, para evitar abusos y se niega a conceder ese derecho a los ilegales, a los que se les otorgaría únicamente la residencia legal. Y es abierto a acoger y facilitar mano de obra, sobre todo calificada, y que se sujete a los trámites legales, claramente especificados.
Si no hay un cambio visible en la actitud del partido republicano en cuanto al tema de la inmigración y si persisten las dudas y división en el tema del aborto, las probabilidades de terminar con la aventura “progresista” de Obama en el 2016, que ha convulsionado a este país en los frentes interno y externo, correrían peligro de zozobrar.
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