La primera reacción que la gente tuvo al enterarse de que el sargento Bowe Bergdahl había quedado libre luego de permanecer unos cinco años preso de los talibanes en Afganistán, fue obviamente de alivio y de gratitud para quienes gestionaron su liberación.
Pero poco a poco comenzaron a fluir informaciones adicionales que generaron estupor e indignación. El presidente demócrata Barack Hussein Obama había negociado la libertad del soldado a cambio de cinco de los más peligrosos criminales detenidos por terroristas en Guantánamo.
El inicial respiro de alivio al divulgarse que un soldado norteamericano se había salvado de sus captores, se esfumó al saberse que el militar no era un héroe sino un desertor. En la II Guerra Mundial los desertores en el campo de batalla podían ser fusilados y en todo caso eran sometidos a un juicio de corte marcial.
Bergdahl, dicen las noticias que inundan el espectro informativo, abandonó su recinto militar en Afganistán furtivamente y desarmado. Evidentemente su intención era entregarse al enemigo. Él era el único prisionero de guerra según datos oficiales. No hay más, simplemente porque los terroristas no los capturan: los matan.
O los conservan vivos con fines propagandísticos. Como lo hicieron con el periodista Daniel Pearl del The Wall Street Journal en el 2002. A la víctima se la vió en videos, hasta el último en que fue degollado por un talibán. A Bergdahl también lo han utilizado en varias oportunidades, difundiendo proclamas contra los Estados Unidos.
Hay documentos que prueban que Bergdahl, antes de entregarse, envió emails en los que traslucía su desagrado por la guerra y por la intervención militar (a la que él se sumó voluntariamente). Con los talibanes los testigos indican que se sentía de maravilla, que llegó a dominar los idiomas y dialectos locales, hasta casi olvidar el inglés, según declaró su padre.
Un soldado que estuvo en Iraq y Afganistán y que aún está en servicio activo, tan pronto supo lo ocurrido puso un email a un amigo civil radicado aquí en los Estados Unidos: “Me gustaría ser parte de la corte marcial que tendrá que juzgar y sentenciar a Bowe Bergdahl...”, dijo.
Ahora el liberado está en Alemania y brotan las especulaciones. ¿Por qué los talibanes lo dejaron libre? ¿Acaso tiene una misión de enlace con los centenares de terroristas dispersos en los Estados Unidos, unas veces ocultos, otras en altos cargos en este gobierno? Quizás Obama y los suyos lo saben.
Aparte del personaje en conflicto, repugna que Obama haya transado con los terroristas, expresamente prohibido por las leyes. Con los terroristas no se negocia, no debe negociarse ni aquí ni en ningún sitio del orbe. Pues las consecuencias se conocen: atiza el poder del terrorismo, jamás lo mitiga.
(Es el tema en disputa en Colombia, para definir las elecciones presidenciales del 15 de junio. En la primera ronda triunfó la tesis anti negociación, que la respalda el ex presidente Uribe, en contra de la posición de Juan Manual Santos. Es de confiar en que en la segunda ronda se ratifique la victoria primera)
¿Cuáles son los móviles de Obama en favor del terrorismo? Los talibanes han declarado que la transacción es un triunfo para su causa. Y con razón: para sellar el acuerdo, fueron ellos los que impusieron la lista de los cinco más peligrosos (“high risk”) árabes de Guantánamo, a cambio de un solo soldado (y no había más).
Cuando se ratifique la deserción de Bergdahl, éste no debería ser conducido en triunfo desde Alemania hasta su pequeño pueblo de Hailey, Idaho, sino a una prisión militar hasta que se instaure una corte marcial por desertor, equivalente a traidor. Es lo que se estila en toda institución militar del mundo.
¿Y Obama? Su última acción, que siguió como en serie a su discurso anti militar en West Point, no revela sino que confirma que su propósito en la Casa Blanca es transformar radicalmente a los Estados Unidos, debilitarlo en los frentes interno y externo y definitivamente echar al cesto de basura la Constitución.
No solo no debió negociar con terroristas, por prohibirlo la ley. No podía ni debía liberar a ningún preso de Guantánamo y menos a los calificados de alto riesgo por su altísima peligrosidad, sin consulta y autorización del Congreso, por lo menos con 30 días de anticipación.
Su desprecio por la Constitución, leyes y Congreso son constantes. Ahora mismo acaba de anunciar una medida para reducir emisiones de carbón hasta en un 30% hasta el 2030. Ello significará suprimir las minas de carbón y desemplear a millares de personas, con un aumento de costos de los energéticos y por ende de todos los bienes y servicios.
Un proyecto de ley en tal sentido, que buscaba reducir en ese lapso solo el 15%, fue rechazado por el Congreso. No le importó. Utilizó, una vez más, un Decreto Ejecutivo para poner en vigencia el 30% desde hoy. Igual lo ha hecho para subir salarios de los empleados públicos y para modificar a su antojo el Obamacare, que la mayoría popular rechaza.
El caso de los talibanes es mucho más grave. Cuando el regimiento militar de Afganistán se enteró de la ausencia de Bergdahl y desconociendo las causas de su ausencia, varios compañeros fueron en misión de rescate. Al menos seis murieron en combate. Ninguno de ellos fue capturado vivo.
El Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos, Barack Hussein Obama, es obvio que actuó con pleno conocimiento de los detalles inherentes a la negociación y al soldado involucrado. Por ello, porque su decisión es un acto de traición, debería ser interpelado por el Congreso y destituído.
Su ministro de Defensa dice que la negociación facilitará el diálogo con los talibanes. Con el enemigo se dialoga solo cuando ha sido derrotado y se le imponen condiciones. Es lo que ocurrió con el Eje en la II Guerra Mundial y lo que por desgracia no ha ocurrido después.
En Corea, USA encabezó el empeño de Naciones Unidas para frenar el avance comunista desde China y la URSS hacia Corea. Cuando azotaba a la región un crudelísimo invierno, la China empeoró la batalla para los aliados con el envío de 500.000 soldados. Era un contingente imposible de derrotar sin emplear un arma eficaz.
En el comando estaba el general Douglas McArthur, quien sostenía que si se va a la guerra, hay que ganarla. Pidió usar artefactos nucleares para frenar a China. Hubo aprobación inicial, pero Truman la negó y relevó a McArthur. La guerra en Corea terminó en un armisticio que persiste hasta hoy y la península quedó dividida, hacia el norte con una cárcel comunista infranqueable.
Algo parecido ha ocurrido con Vietnam, Afganistán e Iraq. Las protestas de los pacifistas han impedido que los soldados vayan a las guerras para ganarlas. Se han dictados regulaciones para impedir que se defiendan y ataquen. Se los persuade más bien a que se conviertan en educadores y enfermeros.
Los terroristas, por esas razones, no han sido derrotados. Obama prometió en West Point a los graduados que no los enviaría a campos de batalla. En Iraq y Afganistán los talibanes y otros terroristas han recuperado terreno con la ayuda de Irán, país con el cual Obama negocia, negocia y negocia. Osama Bin Laden fue muerto, si, pero este gobierno ha bloqueado todo detalle al respecto.
El Congreso, burlado y despreciado por quien ahora todo lo domina desde la Casa Blanca, tiene más que motivos suficientes para llamarlo a interpelación y censura. Esta vez no es por el perjurio de Clinton que negó haber tenido sexo con Mónica Lewinsky en la Oficina Oval. Ahora está en juego la supervivencia misma de la nación.
Algo que desconcierta en sumo grado es el silencio de los oficiales de las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos. No se insinúa nada parecido a lo que ocurre en países del Tercer Mundo, pero si una protesta formal ante tanto atropello a la dignidad militar.
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