Monday, June 16, 2014

¿CAPÍTULO II EN ANGOSTURA?


El presidente colombiano Manuel Santos acaba de ser reelecto con el 51% de los votos, frente al 45% de su rival Oscar Zuloaga. Ahora no cabe duda: el pueblo respalda la tesis de Santos de que le conviene al país claudicar frente al terrorismo para supuestamente así alcanzar la paz.
Es lo mismo que piensa el presidente norteamericano Barack Hussein Obama, quien hace pocos días liberó a cinco de los más altos y peligrosos líderes de la organización terrorista talibán, que cooperó con Al Qaida para los asaltos del 9/11 en territorio de los Estados Unidos.
En ese fecha del 2001 fueron demolidas las Torres Gemelas de Nueva York con aviones comerciales secuestrados por terroristas árabes, otro fue a estrellarse en el Pentágono y uno más cayó en Pennsylvannia cuando los pasajeros se amotinaron contra los asaltantes. Casi 3.000 ciudadanos norteamericanos perecieron, más que los 2.008 en Pearl Harbor.
Los terroristas planearon el mayor ataque en tiempo de paz amparados por el gobierno talibán de Afganistán. El presidente George WBush, con el respaldo del Congreso, atacó y derrocó a ese régimen. Luego, basado en informes de inteligencia y también con apoyo del Congreso y de 34 países, atacó al régimen cómplice de Hussein en Irak.
La guerra anti terrorista de más de diez años no ha culminado en victoria. Con Bush y la estrategia al mando del general David Petraeus, se logró doblegar a Al Qaida en Irak, pero luego en el 2009 vino la transición y Obama comenzó a transformar al país. Ordenó el repliegue de tropas en todos los frentes y el sacrificio de las vidas de 4.500 soldados se esfumó.
Irak se ha hecho pedazos y ha caído en manos de los mismos terroristas que atacaron a USA en el 2001 y que se han propuesto volver a hacerlo y arrasar con Israel. Irán, que también ha dicho sin ambages lo mismo, ahora ha ofrecido ayudar a Irak y el canciller John Kerry, a nombre de Obama, le ha dado la más cordial bienvenida para hacerlo.
Parte de los caídos en las batallas antiterroristas obedecieron a los esfuerzos por capturar a los principales cabecillas. A ellos se los encerró en la prisión especial de Guantánamo, en espera de juicios especiales en cortes militares y hasta que culmine la guerra con la derrota del enemigo. Obama, en su campaña electoral, dijo que el encierro era inhumano y que los liberaría.
Lo ha cumplido, violando tradiciones y leyes. No consultó con el Congreso y los intercambió con un soldado acusado de desertor. Si los legisladores no lo interpelan, se sentaría un pésimo precedente. Con el enemigo cabe negociar solo si ha entregado las armas, si se declara vencido. Hacerlo con la batalla en curso, es capitulación, equivalente a tración.
Cuando China y la URSS decidieron expandir el dominio comunista de Corea del Norte a Corea del Sur, las Naciones Unidas organizaron una fuerza multinacional de contención comandada por el general Douglas McArthur. Cuando el balance se inclinaba en contra de los aliados, por el crudelísmo invierno y los 500.000 nuevos soldados chinos, McArthur pidió refuerzos.
La solución habría sido el uso de fuerza nuclear disuasiva. Los estrategas militares en Washington dieron el visto bueno pero el demócrata Harry Truman se opuso y prefririó destituir al general estrella, que fue recibido en triunfo en Nueva York. Dos años más tarde, en 1952, se firmó un armisticio que dura hasta la fecha, con la península dividida en dos Coreas.
Desde entonces la noción de guerra sigue confusa por influjo de los pacifistas, generalmente de la izquierda radical. Utopistas que suponen, por conveniencia o por razonamientos equivocados, que si las guerras brotan, solas se extinguen con buena voluntad, diálogo y negociaciones.
Pero ocurre que las guerras las originan muchos de esos mismos radicales. Puesto que pretenden poseer la verdad absoluta, las libertades individuales son su peor obstáculo y para cohartarlas recurren a la violencia con gobiernos autoritarios e intolerantes. Es el caso de la URSS y del fascismo con Hitler y Mussolini o con los Castros en Cuba.
Los aliados victoriosos de la II Guerra Mundial, al concluir el conflicto se dedicaron a reconstruir los países destruídos y a fortalecer sus sistemas corroídos. Los soviéticos, en cambio, liquidaron toda resistencia civil y militar pro democracia en Polonia, Bulgaria y demás países liberados del Eje en Europa, para encuadrarlos dentro del cerco de la URSS.
Luego promovieron guerras para expandir el imperio en Corea, Vietnam, África y hábilmente financiaron infiltrados y agentes como lo denunció con documentos el senador McCarthy. Cuando Cuba y Fidel cayeron bajo las redes de la URSS hace más de medio siglo, su influencia vía infiltraciones, chantajes, sobornos, guerrilla y terrorismo no han cesado hasta la fecha.
Una de las más añejas pruebas son las FARC de Colombia. A lo largo de tantos años, sus integrantes se han fusionado con el narcotráfico y juntos han creado esa nueva especie del terror, el narcoterrorismo, que ha corrompido a la sociedad dentro y fuera de Colombia. Pocos presidentes han sido tan eficientes para combatir a las FARC como lo fue Álvaro Uribe.
Uribe propinó uno de los más certeros golpes a las FARC el 1 de marzo del 2008 en Angostura,  un punto en la provincia fronteriza ecuatoriana de Sucumbíos. Fue un golpe maestro, dirigido por el entonces ministro de defensa Manuel Santos. Allí murió el segundo a bordo del grupo, alias Jorge Reyes y una veintena más de guerrilleros.
Los narcoterroristas estaban virtualmente derrotados con este golpe, como lo estaban los vietcongs en Vietnam antes de la orden de retirada de las tropas dada por Washington. Rafael Correa, que ya era presidente del Ecuador desde entonces, se indignó con Uribe y Santos y suspendió las relaciones diplomáticos. Evidentementre él conocía que Raúl Reyes estaba en Angostura pues su ministro de Seguridad Gustavo Larrea conferenciaba con él.
Correa nunca quiso llamar “terroristas” a los integrantes de las FARC. Prefería calificarlos de “luchadores por la libertad”. Hace poco se anunció que Santos, antes de los comicios por la reelección, aceptaba también diálogar con los terroristas del grupo menor FLN. Correa ofreció, como para emular a los Castro, que las conversaciones podrían realizarse en territorio ecuatoriano.
¿Por qué no en Angostura? A Santos lo respaldó Uribe para la presidencia en la confianza de que continuaría la política anti terrorista. Pero Santos traicionó los principios que sostuvo como Ministro y ahora es un aliado de la izquierda y de Cuba y Maduro. Correa se irritó con el Santos de entonces. Pero el Santos de hoy es su clon.
Debería festejar la nueva identidad con una Convención en Angostura Capítulo II, tan grande, lúcida, histórica y alfarista como la de Montecristi. Que con seguridad tanto allí como en La Habana los acuerdos de paz se resumirán en un “perdón y olvido” para los asesinos, raptores, violadores, extorsionadores, ladrones...y luz verde para que en poco tiempo puedan captar la dirigencia de la nación.

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