En 1992 el cientista político y economista Francis Fukuyama, ciudadano de Estados Unidos de origen japonés, lanzó un libro con la tesis de que la historia había terminado. Tesis difícil de aceptar pues la historia no es finita, está en perpetua evolución.
Lo que quiso decir, con exceso de optimismo tras el desmoronamiento del imperio soviético con la caída del muro de Berlín en 1989, era que la forma de organización política de libre mercado terminaría por imponerse para siempre a las experiencias fascista/socialistas de la historia.
Lo cual evidentemente no ha ocurrido ni ocurrirá, pese a Fukuyama. Lo que si perdurará es la permanente lucha de la humanidad por tratar de vivir en libertad. Este anhelo, consustancial en la mayoría de seres humanos, se ve constantemente obstruído por doctrinas e individuos que captan el poder para perennizarse en él y subyugar.
Para los analistas de la historia como Fukuyama, preferible sería que digan lo contrario: la historia no cambia, se repite. En el fondo, la disputa sobre cuál es el mejor sistema de convivencia social se reduce a dos visiones, como ocurre en los Estados Unidos, donde rige un sistema bipartidista prácticamente desde su fundación.
Para unos la solución a todos los problemas de la sociedad está en manos de un Estado cada vez más fuerte e interventor (partido demócrata) y para otros, la mejor manera de lograr la felicidad es garantizando el ejercicio de los derechos individuales a plenitud (partido republicano). Según este último, el Estado tiene fuerza interventora limitada, dividiendo el poder en tres ramas que se contrapesen entre sí.
La historia, señor Fukuyama, es el relato de la trayectoria de los pueblos en la incesante búsqueda de la libertad. Desde la antigüedad, desde los tiempos de gloria en Grecia y Roma, en China, la India, en cualquier área del planeta. Todas las formas de gobierno se han resumido en dos: las que confían en el individuo y las que prefieren las tiranías en sus variadas gradaciones.
Antes y despúes de la II Guerra Mundial hubo la tendencia a diferenciar dos tipos de tiranías: la del comunismo de la URSS y la fascista del Eje. ¿Alguna de ellas es mejor o menos mala que la otra? La respuesta es obvia: las dos son opresivas porque dan prioridad al Estado sobre los individuos. ¿Acaso están mejor muertos de hambre, prisión o fusilamiento los 50 millones de Stalin, 50 millones de Mao, los 60 millones de Hitler?
Esa misma historia ha demostrado que la sustitución de regímenes despóticos por ortros de libertad, genera inequívocamente una mayor prosperidad y bienestar en los pueblos. Pero nunca dejan ni dejarán de surgir líderes y movimientos que rechacen las lecciones de la historia y repitan la equivocación de retroceder y caer en tiranías.
Los Estados Unidos tienen una experiencia de más de 200 años de vida en democracia y libertad, no interrumpida ni siquiera en tiempos de guerra interna o externa. Su solidez y perdurabilidad se basa en una Constitución que sigue incólume y que garantiza que ninguna de las tres ramas del poder ha de prevalecer sobre la otra.
Pero esa armonía ha corrido peligro de quebrarse en múltiples ocasiones y a manos de líderes de uno y otro partido. Pero ha prevalecido el sistema y se lo ha restaurado tras superar graves crisis constitucionales. El país justamente ahora zozobra por los actos inconstitucionales del presidente demócrata Barack Hussein Obama.
El último grave golpe contra la institucionalidad democrática de la nación acaba de darlo al liberar a cinco de los más peligrosos terroristas talibanes cautivos en Guantánamo a cambio de un desertor en un campamente en Afganistán. El soldado, Bowe Bergdahl, abandonó su guarnición en ese país en el 2009, sin armas y sin uniforme.
La entrega de los cinco cabecillas terroristas al enemigo implica violación de la Constitución y las leyes, por lo cual el jefe de Estado debería ser interpelado y destituído por el Congreso. Máxime si por añadidura debía informar con 30 días de anticipación a los legisladores que tramitaba el trueque ilegal.
Si el Presidente hubiese sido republicano, el proceso habría comenzado ipso facto. Pero es demócrata y la posibilidad de que haya interpelación es remota. Lindsay Graham, senador republicano de muchos años, ya advirtió todo temeroso: “si vuelves a liberar a otro terrorista de Guantánamo” pareció decirle, “ahí si te interpelo”. Es como decirle a alguien: si vuelves a matar, te encarcelo.
Obama ha declarado que no pedirá disculpas a nadie por lo actuado. Luego ha dicho, hoy en Bruselas, que no quiso notificar al Congreso porque los talibanes habían amenazado con matar a Bergdahl si se filtraban noticias de la negociación...que ha durado tres años!
Poco antes, directamente o a través de portavoces, Obama había dicho que urgía el secreto y la celeridad del trueque, porque el soldado desertor estaba enfermito. Exhibió un video de diciembre pasado para probarlo pero el día de la liberación, el video de los talibanes lo muestra rozagante y algo confuso, si, pero por la venda que había tenido en sus ojos.
Obama, desde la campaña, prometió transformar radicalmente a la nación. Como es usual en estos líderes, no fue específico pero ahora, tras dos períodos de gobierno, se entienden sus propósitos. El sistema de tres funciones de gobierno que se contrapesen es opuesto a sus designios y de ahí que desde un principio se enfrentó al Congreso para disminuirlo (la mayoría de jueces es afín a él).
En el Congreso solo el Senado tiene mayoría demócrata. Muchos de sus proyectos han sido frenados por la mayoría republicana en la Cámara de Representantes. “La Constitiucón es obsoleta, hay que actualizarla según cambien los tiempos”, ha dicho Obama a sus partidarios. Mientras tanto, el escollo de la legislatura ha sido allanado mediante “decretos ejecutivos”.
El Obamacare tenía la oposición de más del 60% de los ciudadanos. Ni un solo republicano la respaldó. Sin embargo forzó a que el Congreso la aprobara mediante maniobras. Su aplicación gradual es un total fracaso, pero Obama no se inmuta y ha introducido 37 enmiendas para acomodarla, aunque ello esté expresamente prohibido por las leyes y la Constiución.
El Obamacare es una ley con más de 2.000 páginas que nadie leyó en el Congreso para aprobarla. Ahora, con decreto ejecutivo, pone en vigencia una ley ambientalista de 3.000 páginas para castigar con impuestos el uso del carbón y el petróleo. Quedarán en el desempleo centenarse de miles de mineros y los combustibles encarecerán, encareciéndolo todo.
La economía sigue en retroceso, el desempleo llega realmente al 10% y en el frente externo, cada vez más la imagen de los Estados Unidos como superpotencia defensora del mundo libre está en proceso de extinción. La entrega sin justificación de los cinco terroristas talibanes parece ser la estocada mortal.
Muchos pretenden explicar que éste y otros parecidos actos de Obama se deben a inexperiencia o a ingenuo idealismo. Inaceptable. Obama, al igual que su ex secretaria de Estado Hillary Clinton (que aspira a sucederle en la Casa Blanca), está bien entrenado por Saul Alinsky y sabe qué es lo que hace y hacia dónde va: implantar en el país un Estado cada vez más fuerte e interventor.
Es lo que ha estado ocurriendo en otros países, no importa si resulta difícil encasillar a sus líderes como pro comunistas, socialistas o fascistas. Todos tienen un denominador común: gobierno autoritario, control de los poderes, limitación de las libertades individuales, prensa sumisa, guerra a la oposición.
Rafael Correa, como Hugo Chávez, Maduro, Fernández, Morales u Ortega, buscan el autoritarismo. Correa disolvió al Congreso y amañó a su gusto una asamblea para crear una nueva Constitución con más de 400 artículos que nadie, ni siquiera él, la cumple. Designó a su capricho a los nuevos integrantes de la rama de justicia y creó una ley mordaza que tiene atemorizados y callados a los medios de comunicación.
Ahora busca una nueva reelección, prohibido por la Constitución. Para él eso no es problema. Como Obama con sus decretos ejecutivos, ordenará a sus lacayos de la asamblea que acomoden el articulado según sus deseos, para evitar todo intento de referendo. ¿Quién protesta, salvo algún columnista aún con agallas?
Correa, como intepretando a los tiranuelos mencionados, acaba de sostener que “la alternancia es un discurso burgués que nadie se cree. Es un mito. Tonterías de la oligarquía”.
Se refería, por cierto, a la “tontería” de la alternabilidad en el poder, algo que para cualquier aprendiz de demócrata es un axioma. Como para resaltar la lucidez de su pensamiento, Correa ha ordenado que salgan a las calles a expresarle su respaldo.
Es patético observar a muchachos con carteles en que ruegan a Correa quedarse cuatro años más en el poder. ¿Cuatro años más para seguir liquidando a la economía del país? El gasto público sustentado en el alza de los precios del petróleo ha llegado a un límite insostenible. Cada mes tiene que gastar 2.500 millones de dólares y en el Banco Central solo hay 1.000 millones. Nadie ha fiscalizado sus gastos. Y ahora necesita dinero para sueldos, subsidios y deudas.
Eso explica su desesperación por recurrir al Banco Mundial, para emitir dinero electrónico sin respaldo y vender oro del BCE a uno de los bancos yanquis que tanto odia. El gerente del BCE justifica la acción por la gran solidez y la fuerte economía del país y asegura que la emisión electrónica estará respaldada por los “activos” del banco. Si no hay oro ¿los activos serán los automóviles y computadoras del Banco?
Si hay liquidez y la economía es boyante ¿para qué endeudarse más, para qué vender el oro de la reserva? El problema de fondo es que todo régimen caudillista, de derecha o de izquierda, llega al poder y se sostiene en él por la mentira, la corrupción, el abuso y la represión. Ni los Estados Unidos está libre de esta peste.
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