Un médico endocrinólogo, que escribe una columna semanal para el Diario El Comercio, acaba de confesar que “para su solaz de conciencia” su pensamiento y postura política han “evolucionado” desde un nacionalismo de derecha a un “socialismo” que “cree en la Patria”.
Quien así se expresa es ahora octogenario y en su juventud integró las fuerzas de choque de ARNE (Asociación Revolucionaria Nacionalista Ecuatoriana), que en el fondo era pro nazi y abiertamente respaldaba a la dictadura del general Francisco Franco en España.
En la misma línea política y con igual trayectoria que Rodrigo Fierro figura Jorge Salvador Lara, que también tiene su columna semanal en El Comercio. Aunque este último no se ha “confesado”, coincide con Fierro en elogiar sin restricciones al actual presidente Rafael Correa.
¿Es evolución el cambio político que han experimentado Correa y Salvador? No, si se analiza en qué consiste el nacionalismo de derecha y el nacionalismo de izquierda o socialismo. Las dos posiciones no son contrapuestas. Al contrario, tienen un denominador común: la propuesta fascista como forma de gobierno.
¿Qué es el fascismo? Originalmente el vocablo se asociaba a las huestes de extrema derecha que surgieron con Mussolini en Italia como preludio de la segunda guerra mundial. Pero en la actualidad el calificativo se aplica a todo régimen que busca imponer por la fuerza un estilo de gobierno autocrático, sin oposición.
El diccionario Webster, 2002, dice: El fascismo “es una filosofía, movimiento o régimen que exalta la nación y a menudo la raza sobre los individuos y que promueve un gobierno centralizado y autocrático dirigido por un líder dictatorial, una reglamentación social y económica rígida y supresión de la oposición por la fuerza”.
Los fascistas en la juventud de Fierro y Salvador eran fuerzas de choque contra los comunistas. En la Alemania nazi también inicialmente el comunismo era una antípoda del comunismo, aunque ello no fue óbice para que se firmase el Pacto de no agresión de Munich entre Moscú y Berlín en 1938.
Pero tanto comunistas como fascistas y ahora los árabes, tienen en común los gobiernos autoritarios que no admiten réplica. Unos y otros se orientan por la utopía de que el bienestar de la humanidad tiene que se provisto por gobiernos tiránicos, con coerción y limitación o erradicación de las libertades.
El fascismo, en sus variedades de extrema izquierda y derecha, es antípoda de la democracia. La doctrina que le sustenta, identifica y justifica es la igualación de los resultados, no la igualación de oportunidades. La igualación de resultados no se puede obtener sin suprimir la libertad de escoger, disentir, competir y triunfar.
La colectivización de la propiedad y producción agrícola en la Unión Soviética no se plasmó por aceptación popular. Stalin, para aplicarla, reprimió sin piedad a los opositores mediante el hambre, la deportación o la ejecución directa. Esta colectivización ocasionó la muerte de 20 millones de seres humanos, el mayor acto genocida de la historia.
La igualación en Cuba significó la igualación en la miseria, la muerte de más de 10 mil inconformes, la prisión para millares y el exilio de entre 2 y 3 millones de personas. El dictador cubano “reina” en la Isla casi medio siglo y ha transferido el poder a su hermano Raúl, sin protesta visible de nadie.
No siempre los regímenes fascistas han accedido tras revoluciones sangrientas como en Rusia o Cuba o antes con el degüello de reyes en Francia o en la Gran Bretaña con Cromwell. En Alemania Hitler fue elegido por voto popular. En Venezuela, Bolivia y Ecuador los gobernantes actuales también son fruto de elecciones más o menos limpias.
Pero en Venezuela Chávez no ha necesitado de las armas sino de la maniobra para aprovechar la debilidad de la oposición y encaminar al país hacia un “socialismo bolivariano del siglo XXI”, charada que mal disimula su propósito de culminar el proceso hacia el fascismo completo con el respaldo popular.
Tiene una asamblea como la de Cuba y como la que quiere Evo Morales en Bolivia para aparentar respeto a un esquema democrático. Ya obtuvo Chávez la autorización para dictar leyes por decreto, ya obtendrá la reforma para la reelección indefinida.
Por la misma ruta trata de marchar Rafael Correa. Quiere que se instale una asamblea constituyente contra las disposiciones de la Constitución vigente y para conseguirlo no escatima ningún recurso. El intento del Congreso por impedir la convocatoria se ha esfumado. Bastó la presencia de hordas chavistas amenazantes, para que los congresistas cedan.
Chávez ha sido criticado por su falta de originalidad. En sus comienzos de golpista no era ni se demostraba admirador de Fidel Castro. Cuando éste le ayudó a superar el alzamiento militar para derrocarlo, que fracasó por carencia de liderazgo de la oposición, Chávez se volvió ultra fidelista a tiempo completo.
Comenzó su verborrea inacabable contra los Estados Unidos, como antes la de Fidel y contra la inversión extranjera y decidió también armarse y armar a milicias urbanas con armamento soviético y crear comités de vigilancia barriales como en Cuba. El alza de los precios del petróleo le ha permitido actuar con arrogancia y esparcir por la América Latina su influjo, especialmente en Bolivia, Ecuador y Nicaragua.
Cuando se elogia a Correa en el Ecuador, se lo está respaldando en su táctica fascista de gobernar autocráticamente. Si Chávez imita a Fidel, Correa imita a Chávez. Él también habla de instituir el socialismo bolivariano del siglo XXI en el Ecuador y ya las huestes callejeras que lo respaldan, pagadas o no, visten camisas si no pardas como las de los fascistas si las rojas de los “chavistas”.
Las peroratas y las acciones antiyanquis se multiplican. El programa radial de los sábados “Aló pueblo” de Chávez ya se repite en el Ecuador y Correa está cada vez más locuaz insultante contra los opositores. Como Chávez, también dice que la “nueva democracia” (del tumulto callejero) lo respalda en su tema de la asamblea y que si persistiese la resistencia, ese “pueblo” la aplastará. Ya una TV será clausurada en Caracas. ¿Ocurrirá pronto algo igual en el Ecuador?
En definitiva, el movilizarse desde una posición política de extrema derecha a una de extrema izquierda no es “evolución”. O es involución o es estancamiento en cuanto a la inhabilidad de analizar la realidad de la historia de la humanidad. Ésta marcha, con altibajos muchas veces sangrientos, hacia ámbitos de mayor libertad para conseguir sin sacrificarla niveles de vida más prósperos, estables y accesibles a segmentos de población cada vez más amplios.
Los regímenes fascistas, de izquierda a derecha, han fracasado. En contraste las naciones más estabilizadas y con índices paulatinamente reducidos de privaciones en lo económico, político y cultural, son las que han vivido por más tiempo en democracia.
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