La Cámara de Representantes de los Estados Unidos aprobó una resolución por la cual se condena el envío de 21.000 tropas adicionales al Irak. Cuando el Senado votó la misma resolución la negó por estrecho margen. No importa que la resolución en ningún caso tenga fuerza obligatoria. De todos modos, el hecho de que los congresistas acepten discutir el tema en momentos en que los Estados Unidos están involucrados en una guerra con autorización del Congreso, es desconcertante. Probablemente no haya antecedente histórico en el cual se registre un hecho igual, esto es, que una nación en plena guerra contra el enemigo reciba si no la orden al menos la insinuación de que se detenga en media batalla, se resigne a la derrota y regrese a casa. Lo sensato habría sido todo lo contrario: que el pueblo, juntamente con todos sus congresistas y periodistas de todos los medios de comunicación, escuelas, colegios y universidades así como la gente común, forme un bloque sólido de respaldo a los combatientes para que alcancen una victoria sin condiciones. Esta guerra ha sido distinta a la que han iniciado por propia iniciativa los países imperiales del pasado como Grecia, Roma, Napoleón, la Reina Victoria, Francia, Bélgica, Alemania, Italia, Holanda, Rusia. Todos ellos no hicieron una guerra de defensa sino de conquista. Estados Unidos no ha ido a Afganistán e Irak en ese plano. Tampoco fue ese el caso de la primera y segunda guerras mundiales. Ha actuado militarmente para defenderse del ataque de enemigos. Los extremistas musulmanes iniciaron la guerra contra los Estados Unidos no en septiembre 9 del 2001 sino antes, en el Líbano, en las mismas torres gemelas, en otros atentados por diversas regiones del mundo. Lo del 9/11 fue, por cierto, el de mayor destrucción con la pérdida de la vida de más de 3.000 personas y descomunales pérdidas económicas. No cabía, pues, la respuesta pasiva del anterior presidente Bill Clinton. El nuevo mandatario con poco tiempo en funciones, WBBush, optó por la ofensiva y lanzó las tropas al combate de los terroristas en su propio terreno. La decisión, autorizada casi unánimemente por el Congreso, dio frutos positivos de inmediato. La autocracia de los talibanes en Afganistán, que promovieron a Al Qaida para los ataques a las Torres en NY, fue derrocada. Igual ocurrió en Irak, cuyo dictador Saddam Hussein apoyó abiertamente al terrorismo y jamás reveló el destino que dio a las armas de destrucción masiva que utilizó para asesinar a centenares de miles de sus propios conciudadanos. Esas armas, que nunca fueron puestas a órdenes ni control de las Naciones Unidas pese a las 17 resoluciones del Consejo de Seguridad en ese sentido, podían en cualquier instante ser utilizadas contra de los Estados Unidos. Ese riesgo no lo tomó el presidente Bush. En lo militar, la derrota a Hussein fue rápida y fulminante. El dictador huyó, más tarde fue hallado, juzgado, sentenciado y ejecutado. Pero no por las tropas de “conquista y ocupación” sino por tribunales de los propios iraquíes, elegidos por ellos mismos según la ley. En Irak no se designó a un cónsul, pro cónsul o virrey. Fue el mismo pueblo el que acudió a las urnas y libremente eligió a sus representantes siguiendo el modelo parlamentario de inspiración británico europea. Bush aspiraba y aspira para Irak, así como para Afganistán (donde hubo un proceso parecido de formación democrática de gobierno), a que en esos dos países se consoliden los regímenes popularmente electos y que sus fuerzas armadas y policiales logren garantizar la seguridad interna y externa de modo independiente y auto sustentado. Esa meta no es una quimera. No obstante, ha sufrido tropiezos pero no porque la aspiración no sea noble y realizable, sino por la obstrucción del terrorismo. En el caso afgano los talibanes se han robustecido y refugiado en la maraña montañosa limítrofe con Pakistán y en el caso iraquí, por los terroristas sunis y del Al Qaida. Para el terrorismo árabe, la consolidación de un estado libre y democrático en la zona infestada de emiratos y califatos es algo que no pueden aceptar. Lo dicen en todo momento, no solo por las vías secretas de comunicación del Internet, la radio o la TV, sino abiertamente en mezquitas y foros de Europa y los Estados Unidos. Los árabes, escudados en el Corán, aborrecen todo lo occidental, entendido el Occidente como la cultura judeocristiana con la cual ha florecido la libertad, la democracia, la tolerancia y la prosperidad. Un Irak o un Afganistán en que los califas y el fundamentalismo musulmán dejen de regir y restringir las acciones de los subordinados, es impensable. De ahí que Irán, Siria y extremistas de Arabia Saudita y otras naciones árabes estimulen y financien el terror en esos dos países. En Irak no han vacilado en dinamitar mezquitas y asesinar a árabes (no solo a “gringos”), si ello fomenta el caos y el miedo. En Estados Unidos, mientras tanto, ni siquiera el atentado del 9/11 ni la guerra subsiguiente han afectado la vida normal y próspera de la gente. Al contrario, las medidas aplicadas por Bush de eliminación de impuestos y otras han acelerado el crecimiento económico, el empleo y la inversión, con niveles inflacionarios casi nulos. Si alguna crítica se le podría achacar a Bush es que no ha comunicado al pueblo una verdadera sensación de que los Estados Unidos está… ¡en guerra! Acaso por ese error, la vida fácil del norteamericano común se ve enturbiada por las escenas y relatos concernientes a la guerra que se libra en un sitio lejano, que muchas veces ni siquiera puede ubicar. Si tengo un buen empleo, ingresos que generan ahorros para viajar y disfrutar de la vida, si todo luce color de rosa ¿porqué diablos tengo que soportar una guerra que los demócratas y los medios me dicen que es equivocada, loca e imperial? Así parecen razonar quienes según las encuestas son contrarias “a la guerra de Bush”. Pero Bush no actúa por caprichos, no es “su guerra”. Actúa por mandato de la Constitución y las leyes. La primera obligación como mandante es garantizar la seguridad nacional. Así quedó establecido en la Constitución con la cual los 13 Estados de la Unión Americana se integraron y unieron. En aquella época, el mayor peligro para la estabilidad de la Unión era la potencia imperial de la que se liberaron, el Reino Unido. Ahora la amenaza proviene de los árabes, como hace escasos 60 o 70 años eran las naciones del Eje y más tarde la expansión comunista. Un presidente responsable no tiene alternativa, sino proteger a los Estados Unidos del enemigo más allá de lo que digan los medios de comunicación, los demócratas o las encuestas de opinión. Los demócratas y algunos republicanos disidentes quieren forzar al comandante en jefe de las fuerzas armadas de USA a que admita la derrota en mitad del combate y no solo que no envíe refuerzos sino que llame a casa a las tropas lo antes posible. Hillary Clinton, aspirante a la presidencia, ahora dice que el plazo del retiro debe reducirse a 90 días. Ella, por cierto, aprobó la guerra en Irak en sus inicios, cuando era rentable políticamente hablando. La aprobación de ir a la guerra era en el 2003 lo “patriótico”. Oponerse a ella es, ahora y según algunos lo “patriótico”. Los congresistas que buscan ser reelectos creen que ello les reportará votos. Pero acaso estén equivocados. Eso se vio en las elecciones de noviembre pasado en Connecticut, uno de los estados más “liberals”, cuando el senador demócrata Joe Lieberman ganó la reelección como independiente, por su posición favorable a la guerra. En suma, Bush está consciente de sus responsabilidades. Lo que ocurra en el Congreso de los Estados Unidos es una disyuntiva no siempre grata que depara la democracia con la libre expresión del pensamiento, que no existe en naciones y movimientos árabes ahora enemigos declarados de los Estados Unidos. Pero el tema que ha alentado la polémica ahora es el envío de tropas de refuerzo. ¿Qué tal si esas tropas ayudan a controlar al terrorismo en Bagdad y otros sitios conflictivos de Irak? Si ello sucede, como con seguridad quiere la mayoría de los buenos ciudadanos norteamericanos y el mundo, Irak y Afganistán se consolidarían y entonces, una vez autosuficientes, las tropas norteamericanas comenzarían a replegarse. Es probable que ese repliegue, en las mejores condiciones, demore mucho más como en Europa, Japón, Corea. Pero vale la pena: ahora en Europa y Japón no hay guerras de conquista ni represalia sino integración, libertad, prosperidad y paz. Eso es lo que quieren Bush y la mayoría de norteamericanos. No una guerra de conquista e invasión, sino de garantía de que naciones democráticas, como en Europa, se constituyan en el mejor antídoto contra la guerra. Los Estados Unidos no tienen paralelo en la historia de la humanidad en cuanto al rechazo a la guerra. En la primera y segunda guerra mundial no querían involucrarse en la guerra. Eran prósperos, como ahora. El lío se ubicaba y fue creado en Europa. Pero fue imposible aislarse. Como ahora frente a la amenaza de extremistas que solo se someterán frente al poder de una potencia militar e ideológica superior. |
Sunday, February 18, 2007
ESTADOS UNIDOS vs. ESTADOS UNIDOS
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