Sunday, February 25, 2007

EL PRESIDENTE CORREA MIENTE


Cuando el presidente Rafael Correa del Ecuador dice en su última perorata radial de los sábados que la asamblea constituyente que él quiere no tendrá nada que ver con la asamblea que el presidente Hugo Chávez formó a su antojo en Venezuela, miente. Como miente cuando afirma que no imitará al demagogo venezolano ni a su “revolución bolivariana”.
Se diría que Correa está embrujado por Chávez, del mismo modo como Chávez quedó embrujado por Fidel Castro desde el primer instante que conversó por teléfono con él y más tarde personalmente en La Habana. Cuando la estrategia chavez/castrista para extender la “revolución” por América Latina se ha hecho evidente, Correa pretende simular y miente.
Ya como presidente electo, el actual mandatario ecuatoriano visitó a su mentor en Caracas y la agencia noticiosa española EFE informó de su discursos de total sumisión al caudillo venezolano. El Diario Hoy, de Quito, publicó el 22 de diciembre pasado una crónica al respecto. El párrafo más elocuente se lo transcribe a continuación, la crónica en su integridad está en el enlace:

"Gracias a Dios, iniciamos la senda al socialismo""Hemos estado aprendiendo mucho de lo que puede hacer el socialismo con un pueblo organizado, motivado, con la moral alta" y "gracias a Dios, el Ecuador ha iniciado también esa senda", explicó Rafael Correa a los trabajadores de un centro de producción comunitaria de Caracas. "Cuenten con el Ecuador para ese gran sueño bolivariano de una América Latina unida e integrada en este proyecto que Venezuela ya lleva ocho años (impulsando)". (EFE) Leer más

Como se lee, Correa invoca a Dios para anunciar que el Ecuador ha iniciado su tránsito hacia el “sueño” de la “revolución bolivariana” patentada por Chávez con la inspiración de Fidel Castro. ¿En qué consiste, en definitiva, la tal revolución? Existe la noción equivocada de que el revolucionario y las revoluciones plantean metas de cambio hacia adelante, para alcanzar condiciones de vida mejores para los ciudadanos.
Pero Chávez, como Castro y ahora Correa y allá en Bolivia Evo Morales, no han propuesto cambios para el progreso. La “revolución” a la Castro es un vuelco al pasado, una involución hacia un sistema y estilo de gobierno autocrático fascista, en el que el caudillo asume todos los poderes y suprime por la fuerza a la oposición.
Es farsa que Correa quiera una constituyente para mejorar la democracia en el Ecuador. Lo que quiere es disminuirla y suprimirla, cerrando al Congreso y silenciando y cercando a los que disientan con él sean los partidos políticos, periodistas y medios de comunicación o gremios de gente honorable como los que acaban de rechazar su propuesta creación de la provincia 23 de Santa Elena, para dividir al Guayas.
Chávez no busca el perfeccionamiento de la democracia, llena de falencias pero perpetuamente perfectible dentro del propio sistema. Anhela volver a convertirse en otro Pérez Jiménez. Correa, lo ha dicho, va a imitarlo y espera que la Constituyente de sus sueños le otorgue los poderes absolutos que la asamblea venezolana acaba de concederle a Chávez.
Fidel Castro, según revelan sus cartas recientemente publicadas en los Estados Unidos y que fueron escritas con anterioridad a su toma del poder y en años inmediatos, invocaba también a Dios como inspiración de su conducta. Pero lo que hizo y ha hecho en sus casi 50 años de tiranía nada tiene que ver con una vocación cristiana: la inmolación de casi 10.000 cubanos en el paredón y la presión y exilio para otros 2 millones de disidentes, la miseria para los restantes.
Si la asamblea que quiere Correa no es para consagrarle dictador, no por la fuerza de las armas sino de los votos y la manipulación como en Venezuela sino para mejorar la democracia que ha frustrado a los ecuatorianos, no habría necesidad de asamblea sino de una propuesta de cambios para mejorar ese sistema deteriorado, sin quebrar el existente.
Si quiere democracia, no puede prescindir de los partidos políticos, porque sin ellos no hay democracia. Al menos se requiere de dos partidos sólidos con opciones distintas, como ocurre en los Estados Unidos y otras naciones de probada institucionalidad. En resumen, uno de los dos partidos se inclina por una mayor intervención de los gobiernos para solucionar los conflictos de la sociedad, el otro por una menor ingerencia.
De la discusión generalmente surge un consenso centrista, que sin acabar con los logros del sistema, lo perfecciona. Para ello contribuye, además, el mutuo control y chequeo entre las funciones o poderes ejecutivo, legislativo y judicial. Los Estados Unidos es el mejor ejemplo de estabilidad no obstante las guerras internas y externas y los gravísimos conflictos entre las regiones, razas y avatares derivados de una sociedad abierta.
El Ecuador ha tenido muchas constituciones. Una de las mejores y que por más tiempo fue aceptada sin alteraciones, fue la de 1946. Pero el pueblo decidió no prolongarla tras la dictadura militar y en 1969 optó por una nueva. Entre otras de las innovaciones, suprimió las dos cámaras legislativas y las fusionó en una sola.
La experiencia fue y es negativa. Si Correa tuviera estatura de real estadista debería proponer la restauración de las dos cámaras como en la Constitución de 1946. Funcionó muy bien en el Ecuador, funcionaría mejor si se introducen ajustes siguiendo ejemplos de otros países, Estados Unidos por ejemplo. Esta nación no ha cambiado la “carta magna” en casi 300 años y ello explica la razón de su grandeza.
La multiplicidad de partidos ha sido contraproducente en el Ecuador. Pero no cabe una acción estatal directa para reducirlos y, peor, suprimirlos. Si Correa intenta desaparecerlos, es porque quiere un partido único, el correista, como el chavista o el fidelista o el comunista en la URSS y países de su órbita o el “nasserismo” de la RAU.
La metodología para reducir el número de partidos y al propio tiempo para fortalecerlos sería terminar con el subsidio estatal cuyas cuentas nadie revisa y cuyos resultados han sido de debilitamiento de los partidos. A futuro, los partidos tendrían que depender del aporte de sus afiliados y para ello tendrían que emprender en campañas proselitistas intensas y convincentes, para lograr más adeptos contribuyentes. Los partidos que fracasen se auto eliminarían.
La absorción autocrática de poderes en un caudillo retarda el crecimiento y obstruye la búsqueda de la prosperidad para un número cada vez mayor de ciudadanos. Conlleva supresión de libertades políticas y de inversión y creación de empleo y riqueza.
Los ejemplos de la historia pasada y reciente son claros. Las tiranías de estilo fascista comunista, que salieron de ese esquema y caminaron al de la libertad están alcanzando niveles de prosperidad insospechados y veloces. Aquellas que permanecían en el limbo de las democracias socialistas como India o Irlanda y luego optaron por abrirse, también vibran con economías dinámicas.
Los regímenes absolutistas, con las variaciones extremas de Corea del Norte o Cuba, han sumido a sus habitantes en la miseria. Los califatos árabes o locos regímenes como el de Irán, sobreviven por la dádiva externa de sus ventas del petróleo, cuya industria nació con la inversión de capitales y tecnología exclusivamente extranjera y occidental. Venezuela incluida.
Pero a estas alturas, Correa parece obsesivamente resuelto en su propósito populista y autocrático. No admite discusión ni oposición y utiliza vocablos de matón de barrio para contradecir a sus opositores, sean políticos o empresarios. Y no vacila en hacer viaje expreso para recibir el diesel de Chávez, como si fuera un regalo y afirma a dedo que promoverá la construcción de una nueva refinería estatal en Manabí.
Este economista diplomado en los Estados Unidos dice que se refinarán 300 mil barriles diarios para evitar la importación de derivados por 20.000 millones de dólares. Ya sabe el monto de la inversión 4.000 millones de dólares y serán las petroleras estatales de otros países latinoamericanos los que cooperarán en la construcción y financiamiento.
Es un retorno al pasado de errores. La refinería estatal se construyó en Esmeraldas contra toda técnica de ingeniería y mercado. Debió establecerse en algún lugar cercano a los mayores centros de consumo, Guayaquil y Quito. Ahora se quiere repetir la equivocación. Para abastecer del crudo tendría que construirse un nuevo oleoducto desde la amazonía y otros para llevar los refinados a los centros de consumo. ¿De dónde saldrán, además, los 300.000 bbl adicionales para la refinería?
Con la mentalidad centralista, se descarta la posibilidad de que una nueva refinería sea construida, diseñada y financiada por una empresa extranjera, para evitar así el gasto fiscal y garantizar la eficiencia y rendimientos a corto plazo. Prevalecerá el criterio iluso de crear un nuevo “polo de desarrollo” en Manabí, como los militares quisieron para Esmeraldas. Aquí nada se desarrolló, excepto unos pocos empleos: la molicie y la corrupción siguieron campantes.
Correa arguye que la nueva refinería corregirá la equivocación de tener que importar ciertos derivados que la de Esmeraldas no produce. ¿De quién o quiénes fue la culpa? No de los Estados Unidos, hay que aclarar, ya que los “gringos” nada tuvieron que ver con las decisiones. El culpable fue el Estado inepto. Y la ineptitud y los desaciertos se repetirán si Correa se impone.
¿Existe alguna esperanza de frenar a Correa a tiempo en su afán de retrasar el reloj del tiempo en el Ecuador? En abril se realizarán las votaciones de consulta sobre si se convoca o no a la asamblea constituyente, tropiezo democrático que con seguridad no halaga a Correa. ¿Y si triunfara el no? Y si el si triunfa, dada la carga emocional que hay estos momentos en el Ecuador ¿qué tal si los elegidos para la asamblea no aceptan convertirse en perritos falderos del presidente y se rebelan?
La lucubración luce interesante, pero ya estarán atentos los asesores chavistas y fidelistas para evitarlo. Soñar, de todos modos, no cuesta nada.

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