El grupo de 29 republicanos del Freedom Caucus, o Cocus por la Libertad, de la Cámara de Representantes del Congreso de los Estados Unidos, erró al oponerse al proyecto del presidente de la Cámara, Paul Ryan, apoyado por la Casa Blanca para derogar y sustituir el Obamacare.
No importan los argumentos esgrimidos. Lo verdad es que Trump recibió un rudo golpe a su prestigio de parte de miembros de su propio partido, lo que no tiene precedentes, sobre todo al inicio del mandato de un Presidente. La comparación con fracasos similares de otros jefes de Estado no es aplicable, pues esos reveses llegaron de la oposición.
Acaso como fruto de la frustración, Trump llegó a decir que podría trabajar con demócratas “moderados” para proseguir en su empeño de resolver el dilema del Obamacare que es, según reiteró, “un desastre” que “está próximo a colapsar”. Pero es una quimera. Si los demócratas quisieran dialogar, lo harían solo si Trump se sometiera a sus condiciones.
La médula y razón de ser del Obamacare es el mandato u obligación para que todo ciudano compre su póliza de salud, so pena de una multa que crece si hay reincidencia. El mandato está prohibido por la Constitución, pero la Corte Suprema de Justicia lo ignoró cuando el presidente John Roberts, republicano, dio su voto en ese sentido y el Obamacare sobrevivió como ley.
En siete años de vigencia, la ley está quebrada y requiere de más y más subsidios fiscales, pese a que suben las primas y los costos de afiliación, así como los subsidios a los que alegan no tener ingresos. Obama buscaba financiar su ley con la afiliación de 30 millones de jóvenes, que poco necesitan de atención médica compleja, pero se registraron solo 9 millones
Si los demócratas quisieran dialogar con Trump, lo harían pero para lograr nuevos impuestos “a los ricos”, para así tapar las brechas del Obamacare que creen es la fórmula balsámica del Estado benefactor para beneficiar a los desamparados “víctimas de la explotación de las casas farmacéuticas, de las cadenas de hospitales y las aseguradoras”.
No buscarían dialogar con Trump jamás para eliminar lo sustantivo del Obamacare, que es el mandato inconstitucional. El cual es precisamente el objetivo del GOP y las promesas de campaña no solo de Trump sino de los candidatos a legisladores y gobernadores que se fortalecieron a su sombra, entre ellos muchos de los del Freedom Caucus.
Consecuentemente, la única vía de enmienda que cabe es que el GOP vuelva a intentar la votación del proyecto Trump/Ryan, suspendido el viernes pasado luego de comprobarse que no se contaba con los 216 votos mínimos para aprobarlo. Esta vez habría que adoptar todas las medidas de seguridad para evitar un nuevo fiasco.
La ganancia tiene que hacerse y debe hacerse con los republicanos. Si hay algún miembro disidente demócrata que se sume, bienvenido, pero es improbable que ocurra. Como es improbable que algún demócrata vote en favor del nominado para juez de la Corte Suprema de Justicia, Neil Gorsuch, de impecable trayectoria y credenciales.
Basta oir la permanentemente venenosa retórica de Chuck Schummer, líder demócrata en el Senado, para convencerse de que esa facción no quiere transar en nada ni para nada con Trump y el GOP. En las pasadas elecciones perdieron la presidencia, el Senado, la Cámara Baja y además la mayoría de gobernaciones y congresos estatales. Destilan amargura y rencor: solo buscan venganza.
La misión de Trump no puede truncarse por malentendido de miembros de su propio partido. Los del Freedom Caucus están obligados a reflexionar y cooperar. La restauración del Estado Democrático recién ha comenzado y ha comenzado con brillantez. El tropiezo del viernes pasado debe quedar atrás. La reforma tributaria no cabe sin la previa defunción del Obamacare. Ni todas las demás grandes reformas pendientes,
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