Desde el instante mismo en que Donald Trump divulgó en la mañana del sábado pasado sus tweets para denunciar que Obama había dispuesto que se interfieran sus teléfonos durante la campaña presidencial, la queja de los demócratas y de los medios fue: lo dice sin pruebas.
Pero cuando la candidata demócrata Hillary Clinton perdió aparatosamente frente a Trump, sus partidarios comenzaron a tejer el cuento de que fueron los rusos, al mando de Putin, los que inclinaron la balanza de los comicios en su contra, interviniendo faudulentamente en la campaña.
Ninguno de los denunciantes demócratas ni ninguno de los reporteros de los medios afines a la corriente “progresista” de ese partido han exhibido prueba alguna demostrativa de que los rusos maniobraron de alguna forma para seducir a más de la mitad de los votantes norteamericanos en favor de Trump y en contra de Hillary.
Lo único evidente es la filtración de los emails de la campaña de Hillary via WikiLeaks, especialmente del dirigente John Podesta, que dejaron al descubierto los juegos sucios para desprestigiar en las primarias a Bernie Sanders, el rival de la candidata. Jamás han probado que la filtración fuera obra de los rusos, aunque circula en Youtube el video de quien se atribuye serlo, un ahora ex-agente de la CIA.
No obstante, ningún medio anti Trump pone en duda la veracidad de que Putin y sus subalternos hayan intervenido en las elecciones de los Estados Unidos para corromperlo. Nadie observa que si se denuncia corrupción, el efecto buscado sería corregirla. Pero alguien si advirtió que Putin no es un idiota como para intervenir en favor de Trump, en unos comicios en los que todos daban por descontada la victoria de Hillary.
Con los últimos tweets, Trump da a conocer además que Obama tramaba desde mediados del año pasado tender una trampa a Trump con los rusos. Hay documentos que los mismos medios como The New York Times y The Washington Post publican, indicativos de que fue negado un primer pedido de autorización a FISA en junio del 2016 para vigilar a Trump y su equipo, pero que luego la negativa se revisó en octubre y procedió. No importa si la orden provino directamente de Obama o de la Fiscal General Loretta Lynch: ésta siempre actuó bajo sus órdenes.
Consecuentemente, a diferencia de los demócratas con el asunto Putin/Trump, el Presidente no tiene que probar nada porque las pruebas están dadas. Ahora el caso lo ha puesto en manos del Congreso, para que lo agregue al ya iniciado para investigar las supuestas conexiones de la campaña Trump con la Inteligencia rusa.
Es una manera astuta de fusionar las dos acusaciones, la una carente de pruebas sobre la pretendida causa del fracaso de Hillary por la “mágica” intervención de los rusos y la otra, con pruebas, sobre los abusos de poder de Obama al intervenir y espiar a un candidato presidencial, lo cual eclipsa el impacto que tuvo el escándalo Watergate con el Presidente Nixon en el decenio de 1970.
FISA se creó en 1978 para autorizar el espionaje a individuos e instituciones sobre los cuales recaen sospechas probables de ser agentes no registrados al servicio de potencias extranjeras. La investigación podría culminar con el llamado a Obama al Congreso a declarar bajo juramento. Y la exoneración de culpa de Trump por falta de pruebas en cuanto a sus supuestos nexos con Putin.
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