Cinco de los supuestamente once millones de personas que están en el país sin documentos, ya no tendrán que preocuparse de ser sorprendidos y eventualmente deportados. El presidente Obama, que afirman fue profesor adjunto de Derecho Constucional en Chicago, acaba de romper la Constitución para concederles amnistía.
La oposición republicana, tras escuchar anoche esa decisión, ha prometido que hará todo lo que esté a su alcance para evitar que la amnistía de facto se concrete, pero ahora todos se marcharon a casa sin anunciar ninguna medida ni estrategia concretas. Y es probable que nada consigan, pues lo único que cabría es la interpelación y eso nadie la quiere.
Obama, sus expertos y sus seguidores en las cámaras legislativas y en los medios audiovisuales e impresos que le son adeptos en su mayoría, dicen que la acción ejecutiva que legaliza a casi cinco millones de personas es un recurso ya empleado por otros presidentes, citando concretamente a Reagan y Bush I. Pero éstos actuaron con consensos legislativos.
También esgrimen el argumento de que el Congreso frenó en la Cámara de Representantes, de mayoría republicana, un proyecto de reforma a la ley que había aprobado el Senado con mayoría demócrata. Allí no solo los republicanos sino también algunos demócratas pidieron que se simplifique el proyecto de casi 3.000 páginas, para aprobarlo por partes.
Harry Reid, el líder de mayoría del Senado, encargado de filtrar los proyectos llegados a la cámara, advirtió al líder republicano de la Cámara de Representantes que tal propuesta no sería bien vista ni por Obama ni por él. El proyecto se congeló y con la decisión “imperial” de anoche del Presidente, probablemente habrá muerto para siempre.
Gran parte de la culpa de la situación actual obedece a la obstrucción que el propio partido republicano (GOP) opuso al proyecto de reforma que en el 2007 llevó a la Cámara el presidente George W. Bush. El objetivo era facilitar la legalización de los once millones de ilegales, mediante una acción paralela de seguridad de fronteras, escrutinio y registro de los ilegales, un proceso de conversión a la legalidad, más un programa de trabajadores huéspedes temporal.
La ley inmigratoria que existe no está quebrada, como sostienen los demócratas. Lo que pasa es que los gobiernos de ambos signos políticos no la han hecho cumplir, como fue el compromiso de la última amnistía decretada por Reagan, con la venia del Congreso. La falta de control de las fronteras, sobre todo la que linda con México y el no seguimiento de los que ingresan con visas de plazos fijos ocasionó el desborde de ilegales.
Luminarias de la derecha como Rush Limbaugh o Ann Coulter dijeron y aún dicen que ninguna reforma para superar la crisis debe considerarse sin garantizar previamente que las fronteras estén herméticamente cerradas. Bush estaba de acuerdo qeu se cierren, pero pedía que al propio tiempo se tramiten las demás opciones para la regularización de ilegales.
La mirada de los críticos apuntaba y apunta, probablemente, a la frontera con México, de 3.185 kilómetros. Y menos a la frontera con Canadá, de casi 9.000 kilómetros (si se incluyen Alaska y demás), ni a los espacios aéreos y marítimos. Pero aún si solo se pensara en la frontera con México ¿cuántos años se requerirían para probar que las vallas o muros de contención sean eficaces para bloquear el acceso de intrusos?
Mientras corre ese tiempo de prueba ¿qué hacer con los ilegales que ya están aquí y cuyo número seguirá engrosándose con quienes se quedan más allá del tiempo de visa que obtuvieron para venir por tierra, mar y aire? Es ese un problema real. De ahí que la propuesta de GW Bush era y es pertinente y que el GOP perdió la oportunidad de bien manejarla.
Se la apropiaron los demócratas. El proyecto antepone una amnistía simulada a la seguridad de fronteras y ello empantanó la aprobación. A Obama realmente no le motiva la compasión por los indocumentados. Si hubiese sido así, habría presionado para que un proyecto congruente pase sin tropiezos en los primeros dos años de su gobierno, cuando tenía bajo su control las dos cámaras legislativas y como siempre, a la gran prensa.
Cuando luego del bienio la Cámara de Representantes pasó a control de los republicanos, Obama nada hizo en favor de los indocumentados, pese sus continuas imploraciones. Le bastaba negociar las observaciones con republicanos y demócratas para llegar a un consenso, como mandan la Constitución y la cultura democrática de este país.
Hizo lo contrario. En el 2007, cuando el proyecto Bush fue negado por el Congreso, el Presidente lo acató, como es lo constitucional. En el 2013 y hasta anoche, el proyecto venido del Senado aún no había sido votado en la Cámara de Representantes, en espera de negociar un acuerdo que nunca llegó. Y que con lo acontecido anoche, acaso jamás llegará.
Es difícil avizorar lo que ocurrirá entre el Congreso y la Casa Blanca hasta el 31 de diciembre, fecha en que cesará la mayoría demócrata en el Senado. La opción de congelar recursos para que la acción ejecutiva se frustre o dilate hasta enero, cuando los republicanos logren mayoría en las dos cámaras, es improbable por difusa y de inciertos resultados. A partir de enero, las dudas no se alcaran, más bien se acentúan pues el “impeachment” o interpelación y potencial destitución del Presidente no es aplicable. El ambiente no está dado, ni la seguridad de los votos y la perspectiva de que quien lo sustituya sea el bufón del vicepresidente Joe Biden, es todavía peor.
Tampoco está claro cómo se aplicará la amnistía. Algunos creen que los ilegales podrían acceder a mejores empleos con mejores sueldos, lo que implicaría más impuestos y gastos en consumo. Otros predicen nuevas avalanchas de ilegales, incluídos narcotraficantes y terroristas. Y más cargas fiscales por entrega de beneficios a los ilegales de pocos recursos vía subsidios, obamacare, foodstamps, educación.
Pero la victoria va, sin duda, para Obama. En el 2009 se propuso refundar a la nación. Con este golpe su meta se ha afianzado. El Obamacare ya fue un gran mazazo contra la Constitución. El pueblo, en las elecciones del pasado 4 de este mes y exactamente como en las del 2010, le dijo no a Obama en su propósito de destruir al país para rehacerlo dentro de una horma estatista/socialista.
Lejos de rectificar en el 2010, Obama continuó. No tocó el tema inmigración para concentrarse en el Obamacare. En el 2012 y pese a los pronósticos, fue reelecto. El llamado del 2014 no lo ha cambiado, está más desafiante que nunca. Para el 2016 evidentemente quiere que se repita la sorpresa del 2012 y que se elija a un sucesor demócrata en la Casa Blanca.
La legalización de cinco millones de violadores de la ley, según el prisma de Obama y sus estrategas, es acopiar votos demócratas adicionales para los comicios que se avecinan. De esa manera piensa atropellar la lógica que, conforme a los resultados electorales recientes, induciría a pensar que la oleada roja del GOP sería indetenible para la contienda presidencial del 2016.
Así se pensaba en la campaña del 2012, pero Obama continuó en la Casa Blanca. Él no podrá volver a ser candidato, pero estará en su lugar Hillary Clinton. ¿La magia de Barack Hussein será tanta como para encumbrarla al solio presidencial, contra toda la lógica la hora actual?
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