Monday, September 1, 2008

LA ENDEMIA DEL POPULISMO

Por Blasco Peñaherrera Padilla
(Colaboración)

La mayor parte de los autores que se han ocupado del tema coinciden en afirmar que el vocablo "populismo/populista" fue usado por vez primera para denominar al movimiento político y cultural "narodnitchestvo" que surgiera en Rusia en el último tercio del siglo XIX, en procura de reivindicaciones democráticas contra el despotismo zarista y por la implantación de una especie de socialismo agrario de contornos difusos, para imponer el cual sus militantes (casi todos intelectuales jóvenes inspirados en las ideas de Selgunov, Gavrilovich, Herzen, Bakunin y otros), tuvieron la ocurrencia de convivir con los campesinos para "asimilar sus virtudes" (propias de su "estado de naturaleza", decían, en términos roussonianos) y conquistarles para su causa.

Los "narodnikis", empero, no fueron en rigor los primeros "populistas" en la historia. No es impropio considerar que Pericles en Atenas; los Gracos, Mario, Espartaco, Catilina y Julio César, en Roma; Pedro El Ermitaño en la Edad Media; los Comuneros de Castilla en la Edad Moderna; los "sansculottes" en la Francia revolucionaria; Bonaparte luego, y así hasta los grandes manejadores de multitudes del siglo pasado y el actual, fueron o pudieron ser calificados como “populistas”, por el hecho de haber conseguido el respaldo de amplios sectores populares, que los identificaron con sus aspiraciones, sus anhelos o frustraciones para consagrarlos como sus gobernantes. Con esto coincide, entre otros, Carlos de la Torre Espinosa (El populismo y los partidos políticos en el Ecuador) quien, sin remontar la referencia a épocas tan distantes, demuestra empero como "el término populismo ha sido usado para entender fenómenos sociopolíticos tan variados en forma, contenido y especificidad histórica y geográfica como: el peronismo, el varguismo, el velasquismo, el gaitanismo, los narodnikis rusos y los farmers estadounidenses de la segunda mitad del siglo XIX". Ernesto Laclau (Política e ideología en la teoría marxista), añade acertadamente a estos ejemplos los fascismos italiano y alemán, el nasserismo egipcio, el APRA peruano, el poujadismo francés e incluso el partido comunista italiano actual.

En este punto me parece indispensable una interpolación, para poner a salvo la significación histórica de varios de los movimientos antes mencionados. En no pocas ocasiones, gobernantes y movimientos que ascendieron al poder al impulso de una eclosión típicamente populista, lo ejercieron con austeridad y severa sujeción a los dictados de la técnica, la honradez, la seriedad. Tal es el caso, sobre todo, del partido aprista peruano y de su gran líder, el doctor Raúl Haya de la Torre y del doctor Alan García Pérez en su actual administración. Así mismo, a la inversa, habría que añadir a la lista de gobiernos populistas, a no pocos de gobernantes y partidos que proclamaron su fidelidad a una ideología y un programa, que ostentaron abundante disponibilidad de cuadros administrativos y profesaron su rechazo frontal al providencialismo y al paternalismo, pero que, una vez en el ejercicio del poder y seducidos por sus múltiples halagos, cambiaron diametralmente de rumbo e incurrieron en los mismos errores y defectos que antes habían censurado. Esta duplicidad en el comportamiento -que tan gravemente deteriora la imagen de los políticos y aún del propio sistema democrático- suele explicarse como una suerte de concesión inevitable ante las presiones del ambiente. Se dice que en la mayor parte de los países del mundo y en la totalidad de los subdesarrollados, hay una suerte de predisposición idiosincrásica favorable para el estilo populista de gobierno, que resulta muy difícil contrariar. Con lo cual se explica la persistencia y vitalidad de los movimientos de este género y, en gran medida también, las transgresiones y transacciones de los que, no siéndolo, gobiernan como si lo fueran.

Pero, volviendo al tema, ¿qué es entonces “el populismo” y cuáles son las causas de su génesis y de la diversidad y persistencia de sus manifestaciones? El análisis comparativo de los casos enumerados, permite deducir ciertas características que pueden estimarse como notaciones esenciales y genéricas del fenómeno. Estas son: una "movilización popular", casi siempre policlasista, que se produce en torno o detrás de un líder o un núcleo dirigente de muy vigorosa presencia, en procura de objetivos de contornos imprecisos pero intensamente apetecibles, como la “reivindicación”, la “transformación” o la “reconquista”. O “el cambio”, ese mágico vocablo que ahora mueve multitudes en los cuatro confines del planeta. Estos "objetivos" devienen o están en relación directa con ciertas causas profundas las cuales, en una infinita variedad específica, consisten, esencialmente, en desajustes, mutaciones, traumas, carencias o crisis de orden social, económico o político. La agudización de las tensiones Inter-étnicas o de los contrastes en los niveles de bienestar y distribución de la riqueza entre individuos, sectores sociales o regiones; los conflictos de transición de la economía agraria al industrialismo incipiente; la explosión demográfica y la migración del campo a las ciudades; las derrotas o humillaciones internacionales; el derrocamiento de regímenes autocráticos y la liberación del colonialismo; las tensiones entre países atrasados y desarrollados; la exaltación de la religiosidad o los sentimientos nacionalistas; la instauración del sufragio efectivo y, el descrédito de las organizaciones partidistas tradicionales han sido, entre otras, esas causas profundas que provocan esa "rápida movilización de vastos sectores sociales a una politización intensiva fuera de los canales institucionales existentes", al conjuro del mito popular -el más funcional en la lucha por el poder político- que "está latente aún en la sociedad más articulada y compleja, más allá del orden pluralista, para materializarse repentinamente en los momentos de crisis", como lo expresa Ludovico Incisa.

Por lo expuesto, es lógico concluir que los movimientos populistas, a diferencia de los partidos políticos tradicionales, no requieren o en gran medida no pueden tener una “ideología tradicional”, ya que las claves de su estructura y sus estrategias deben ser tan diversas y variables como las condiciones de su existencia. Sin embargo, así como los movimientos “liberacionistas” o “insurgentes” que surgieron en Africa y el sudeste asiático desde mediados del siglo pasado, se proclamaron “afines” al socialismo o al “marxismo leninismo”, los que han captado el poder en América Latina en los últimos años, ha optado por usar la denominación de “socialistas” pero, “del siglo XXI”, para evadir la identificación con el viejo socialismo que quedó sepultado bajo la argamasa del “Muro de Berlín”. A este efecto, se han valido de las divagaciones ideológicas así denominadas por un profesor germano de la UNAM, con lo que, por añadidura, han conseguido la entusiasta adhesión de la militancia sobreviviente del marxismo-leninismo y, algo que vale mucho más: la simpatía de la “intelectualidad progresista” y, por ende, las garantías de impunidad que ella otorga a los gobernantes de ese sector, “urbi et orbe”.

Pero el populismo no es solamente una movilización imbatible en procura del poder político; es (por igual o ante todo, según quiera verse) una manera sui géneris de ejercer el poder; un estilo peculiar del arte de gobernar; un modo característico de concebir la relación pueblo-gobierno; un método y una estrategia típicos para atender y satisfacer las necesidades populares. Dada la relación aparentemente sin intermediarios (por la inexistencia de la estructura partidista tradicional) entre el líder-gobernante y el partidario-pueblo, éste tiene la sensación de una cercanía, de una casi-intimidad y una total identificación, que aquel –el líder-gobernante- procura acentuar con el gesto, con la palabra, con el comportamiento y con la acción. La concesión de "audiencias" amplias y frecuentes, los "recorridos de obras", las “sesiones de Gabinete” en todos los rincones de la geografía nacional o las “visitas familiares” debidamente difundidas, la periódica realización de mítines y concentraciones, el uso atosigante de la publicidad audiovisual, los grandes retratos, los slogans y las banderas, conducen a crear y robustecer esta sensación.

De otro lado, como el gobernante-populista concibe el ejercicio del gobierno, primordialmente, como un medio para consolidarse en el poder o para evitar el triunfo de los adversarios (los extremistas o los reaccionarios, los infieles, los imperialistas y, últimamente, los neo-liberales,), su gestión se dirige a este fin con preferencia o con exclusión de cualquier otro. Las obras faraónicas o al menos la estentórea contratación de grandes proyectos, la realización ipso facto de cuánta obra menuda se le requiere, la adquisición de equipamiento militar para la defensa de la “soberanía” y el “sagrado patrimonio nacional”; y, sobre todo, el obsequio dispendioso de los dineros públicos (latisueldos, subsidios y granjerías), son los modos más socorridos para lograr este propósito.

Esta dadivosidad ha llegado en algunos casos de niveles de lo atrozmente delictivo. Este fue el caso de Hitler y su nacionalsocialismo. Según lo demuestra Gotz Aly, un galardonado investigador y politólogo alemán en su impactante libro “La Utopía Nazi”, las medidas contra los judíos (la “arianización”), fueron impulsadas por motivaciones económicas más que que raciales, pese a la virulenta propaganda que se hiciera en tal sentido. Un decreto de abril de 1938 obligó a los judíos a efectuar una declaración de sus bienes, como paso previo a la “desjudeización total y definitiva de la economía alemana”, como se denominó a la cruda apropiación de todos los bienes de las víctimas de la expatriación o el exterminio, tras lo cual Hermann Goring dijo: “Los beneficios de la eliminación de los judíos corresponden únicamente al Reich”. A este infame expolio se añadió después el de los países que fueron ocupados (“la ocupación devino en sinónimo de rapiña generalizada”, dice Gotz Aly) y, de este modo, el pueblo alemán no tuvo que sufragar los costos siderales de la guerra ni sufrió, casi hasta el final de la misma, la escasez y el empobrecimiento que padeciera en la contienda de 1914 a 1.918; y, por supuesto, en apreciable mayoría, siguió inalterablemente fiel a su amado “Fuhrer”.

Todas estas barbaridades y sinrazones suceden porque el líder-gobernante devenido en demagogo, que casi siempre es una personalidad aquejada de traumas sicológicos lacerantes y profundos, llega muy fácilmente a convencerse de su propia patraña: Ya no es simplemente el conductor de su pueblo sino su propia encarnación; y como el poder es del pueblo, el poder es suyo. Y el erario también. Y quienes se atreven a contrariar sus designios y hasta sus delirios, no son sus opositores sino enemigos del pueblo, de la revolución, de la patria, de la fe o del mágico “cambio”, y por ende, sujetos a cualquier forma de represión, de castigo o, cuando menos, de vilipendio. Este proceso concluye pues, transformando al líder popular en un tirano. Así lo demuestra el gran escritor argentino Marcos Aguinis, en un estupendo ensayo titulado “Psicología del tirano” (publicado en el diario La Nación, de Buenos Aires), en el que, en base a un agudo y originalísimo análisis del “Edipo Rey” de Sófocles, expresa que el genial escritor griego advirtió hace 2500 años que “los tiranos pueden acceder a poder con aplausos y felicidad comunitaria” –y añade: “Hitler fue elegido. Chávez fue elegido. Eso no garantiza que una vez en el trono, mantengan la ley y merezcan ser alabados como demócratas. No alcanza la elección: es determinante cómo se procede después. Si después corrompen las instituciones, persiguen a los que piensan diferente, generan confrontaciones para justificar los desquites y realizan una apropiación indebida del patrimonio ajeno, la presunta democracia pasa a ser una tiranía”. Lo cual es una verdadera tragedia porque “Los tiranos, una vez encaramados, sobre el paño verde de la ruleta nacional, barren como un crupier todas las fichas al alcance de su rastrillo. Se ocupan, desde el alba de su gestión, en destruir los controles y los frenos que puedan bloquear sus propósitos. Algunos son más prudentes y disimulados; otros se envalentonan hasta la náusea. No consideran que la corrupción sea inmoral si lleva el agua a su molino. La corrupción, en sus manos, es una herramienta adicional para mantener puesta una soga en el cuello de los cómplices: así no hablan ni se sublevan”.

Naturalmente, como semejante manera de gobernar contradice, además de la ética, la lógica administrativa más elemental, puesto que en ella no cabe el concepto de planificación ni las estimaciones de costo y beneficio ni el señalamiento de prioridades, los resultados son ineludiblemente catastróficos. Y lo son (los ejemplos abundan y se repiten en todas las latitudes) especialmente en los países subdesarrollados en los que la escasez de recursos se encuentra en dramática contradicción con el crecimiento exponencial de las necesidades y los apetitos. Y el colapso, si bien en tiempo de “vacas gordas” se puede diferir en alguna medida, finalmente llega y las facturas de la improvisación, el dispendio y el desorden, se pagan en efectivo, por lo cual resulta absurdo que los liderzuelos jacarandosos y facundos, que seguramente seguirán ganando las elecciones, puedan repetir -una vez en el poder- la cínica frase del célebre Luis XV: "Après de moi, le déluge", puesto que es más que probable que su ineludible destino sea el mismo de ese extraño y misterioso, celestial y demoníaco personaje creado por Patrick Süskind ("El perfume"), ese Jean-Baptiste Grenouille que logró crear “el mágico perfume del amor supremo”, que según sus palabras, era "un arma que confiere un poder mayor que el poder del dinero o el poder del terror o el poder de la muerte”, porque era: “el insuperable poder de inspirar amor en los seres humanos", y sin medir las consecuencias, se ungió con ese perefume y provocó tal delirio en la canalla congregada en torno suyo, que terminó siendo devorado hasta la última fibra, por aquellos que querían "tener algo de él".

Pero aún falta lo más grave. No solamente el colapso de la economía, la agudización de los problemas y las tensiones sociales y la devastación institucional configuran el balance de la gestión populista. Lo peor de todo es la dimensión, muchas veces insuperable, de la tarea que les espera a quienes, pasada la tormenta y aquietadas las pasiones, deben emprender en la ímproba tarea de la reconstrucción. El testimonio de quienes asumieron esta abrumadora responsabilidad luego de que colapsara la torpe aventura seudo-revolucionaria del general Velasco Alvarado en el Perú; el trágico experimento socialista del doctor Salvador Allende; el rescate del abismo inflacionario en que fuera precipitada Bolivia por la sucesión de generales y liderzuelos de los años setentas; y, sin ir más lejos, el deletéreo impacto que sufrió nuestro país al retornar al régimen democrático, por la duplicación de sueldos y salarios, la reducción de horas laborables, la creación de sueldos adicionales y el trágico sainete patriotero de “Paquisha”, ilustran la magnitud de los sacrificios y los esfuerzos que se deben llevar a cabo para volver a la normalidad; es decir, a esa ruta hacia el progreso y el bienestar, que no está iluminada por la pirotecnia demagógica sino por la serena luz de la sensatez y el sentido común, y por la que se debe transitar sin piruetas ni acrobacias, sino a paso firme, constante y sosegado.

N del E: Para quienes tengan dudas acerca de cuál modelo es preferible para alcanzar metas de desarrollo sólidas y accesibles a un mayor número de personas, será útil la lectura (en inglés) de esta nota aparecida hace algún tiempo en el diario The Wall Street Journal: link.

1 comment:

Anonymous said...

Excelente artículo en la forma y en el fondo. Es admirable la facilidad con que los electores sucumben a los halagos y engaños. El cinismo del gobierno y sus asalariados ha llegado a cotas impensables, la mentira se ha convertido en verdad, la lógica ya no gobierna el pensamiento; el raciocinio y el simple sentido común son cosa del pasado. Incluso conocidos académicos, muy respetables por cierto, se han pronunciado por la conveniencia de la dictadura, cuando se les ha demostrado cuál es la realidad que ya estamos viviendo desde hace rato. El sofisma reza así: "si el pueblo elige la dictadura, pues lo democrático es aceptar lo que escoja la mayoría"...Como si la democracia se circunscribiera solamente a las elecciones. Qué triste futuro nos espera!