El presidente ecuatoriano Rafael Correa está absolutamente equivocado en su compaña a favor del Si al proyecto de nueva Constitución, si con la aprobación del documento que prolongaría su gobierno de corte dictatorial cree que logrará la prosperidad colectiva.
Las consecuencias del Si, por el que al parecer va a inclinarse la mayoría de los votantes el próximo 28 de este mes, serán un retorno al pasado en el manejo de la cosa pública en cuanto obstrucción de la iniciativa privada, el incremento de los impuestos para compensar el constante déficit fiscal por el irresponsable gasto público, un decaimiento de la inversión nacional y extranjera y, por cierto, reducción del empleo y empobrecimiento generalizado.
Correa, graduado en economía, acaba de anunciar un aumento del 51% en el presupuesto estatal, para llegar a la cifra de 15.000 millones de dólares, con un déficit de hecho de 2.000 millones que dice lo equilibrará con los precios del petróleo y más deuda externa.
No se requiere de títulos académicos para comprender lo absurdo de la política fiscal de Correa. Por sentido común se deduce que quien gasta más de lo que gana, se endeuda más y está condenado a quebrar. El Presidente ha dicho que si los precios del petróleo siguen cayendo en el mercado, no pagará la deuda. Es una amenaza pueril.
Los acreedores no son responsables de la fijación de los precios del crudo en el mercado mundial. Nadie lo es en particular. El precio de ese bien está regulado por el libre juego de la oferta y la demanda, dentro de cuyo marco operan los especuladores para satisfacer a las dos partes con la proyección de ventas a futuro.
Si el Ecuador resuelve unilateralmente no pagar la deuda externa por cualquiera que fueren los razonamientos caprichosos de Correa, el impacto lo sufrirán no los acreedores, sino el deudor moroso. La deuda externa, desde los tiempos de las guerras de la Independencia y la construcción del ferrocarril se pactaron no por la imposición de las armas, sino con consentimiento de los gobiernos de los diferentes períodos presidenciales. Y hay que pagarla.
El infame incremento del gasto público quebrará el escudo de la dolarización en el Ecuador y desencadenará la inflación, que es el peor azote a las economías de los estratos de ingresos fijos. Desalentará la inversión, decrecerá el empleo y la producción agropecuaria, lo cual encarecerá los precios de los alimentos. Habrá más hambre, angustia, inestabilidad y violencia.
Espanta advertir que Correa se pasee por los cuatro confines del país en una irrefrenable campaña para vender el Si sin que nada ni nadie lo detenga a punto tal que los partidarios para uncirle como dictador crecen con el paso de los días y ahora llegan al 57% o más.
Es probable, pues, que gane con amplia ventaja. Pero el fracaso de su gestión es inevitable si se analiza la historia del Ecuador y de otras naciones del mundo. A fin de cuentas, las sociedades más prósperas ha sido aquellas en las que ha primado un sistema de reducción de los poderes omnímodos del ejecutivo, para que la capacidad creativa, inventiva y empresarial de la gente se desarrolle en plena libertad.
Los peregrinos de Europa zarparon hacia América del Norte para escapar del absolutismo monárquico que coartaba la libertad de expresión y credo y que los mantenía empobrecidos con impuestos y una impermeable sociedad de castas. En América comenzaron a forjar otro tipo de sociedad abierta, que a través del tiempo ha ido consolidándose hasta convertirse en la potencia mundial primera, cultural, económica y militarmente hablando.
En el Ecuador, por desgracia, la tendencia parece ser regresiva. No se quiere la ampliación de libertad, sino la consagración de un caudillo que lo promete todo y nada con su retórica huera e insultante. Se diría que la mayoría añora en él al patrón blanco de hacienda, que fue fruto de la traslación casi intacta del sistema español feudal durante la Colonia.
Abraham Lincoln abolió la esclavitud en los Estados Unidos y evitó la disolución de la Unión tras triunfar en la guerra civil de secesión. Hace siglo y medio sugirió lo que los gobiernos democráticos debían hacer para fomentar la prosperidad de los pueblos. Vale la pena que se recuerden sus pensamientos al respecto, para marcar el contraste con las proposiciones diametralmente opuestas de Rafael Correa y su doctrina del “socialismo bolivariano del Siglo XXI”. He aquí el
DECÁLOGO DE ABRAHAM LINCOLN
1. No se puede crear prosperidad desalentando la Iniciativa Propia.
2. No se puede fortalecer al débil, debilitando al fuerte.
3. No se puede ayudar a los pequeños, aplastando a los grandes.
4. No se puede ayudar al pobre, destruyendo al rico.
5. No se puede elevar al asalariado, presionando a quien paga el salario.
6. No se puede resolver sus problemas mientras gaste más de lo que gana.
7. No se puede promover la fraternidad de la humanidad, admitiendo e incitando el odio de clases.
8. No se puede garantizar una adecuada seguridad con dinero prestado.
9. No se puede formar el carácter y el valor del hombre quitándole su independencia (libertad) e iniciativa.
10. No se puede ayudar a los hombres realizando por ellos permanentemente lo que ellos pueden y deben hacer por sí mismos.
2 comments:
Ojalá en Ecuador todos se dieran cuenta de la gran oportunidad que perdieron al dejar partir a Santiago Jervis a otras tierras. Con sus artículos en este blog, Jervis demuestra que conoce todas las recetas para la felicidad, tanto en Estados Unidos como en Ecuador. Propongo que depongamos a los gobiernos de ambos países y nombremos a Santiago Jervis como rey y mesías que traerá la redención. Aleluya!!!
Entonces, Pablo, cuento con su inteligente apoyo... El único inconveniente sería que aquí en USA ya hay un mesías, es Barak Hussein Obama y en el Ecuador desde hace menos de dos años gobierna un rey, Rafael Correa Delgado.
Santiago Jervis.
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