En un artículo que este BLOG publicó como colaboración, su autor Patricio Crespo concluye tras varios razonamientos que el presidente ecuatoriano Rafael Correa no es un ciudadano de izquierda.
El tema es interesante y se presta a digresiones. ¿Qué significa desde el punto de vista política, en los momentos actuales ser de izquierda o de derecha, liberal o conservador?
En el Ecuador, antes y después de la revolución de Alfaro de 1895, quienes se alineaban con la derecha eran generalmente considerados defensores del status-quo, de la clase propietaria, resistentes al cambio.
Los liberales, en contraste, se identificaban con la necesidad del cambio para reducir las distancias entre los detentadores del poder económico y político y las grandes multitudes de desamparados.
Los conceptos, sin embargo, han ido variando con el tiempo asi en el Ecuador como en el mundo. Pero usualmente, el concepto prevaleciente ha sido que la izquierda favorece el cambio y la derecha se opone para defender los privilegios del sector dominante.
Pero existe otro factor determinante para la clasificación, acaso de mayor valor para el análisis por su cualidad trascendente. Se refiere a la posición que cada uno tenga con respecto al grado deseable de intervencionismo de los gobiernos para resolver los problemas de una sociedad a nivel local, nacional y mundial.
Por cierto, hay infinidad de matices y fluctuaciones históricas en la evolución de los conceptos sobre qué ha sido y es la derecha o la izquierda política. Para los interesados en profundizar el tema, podrían acceder al link que a su vez tiene innumerables otros enlaces para enriquecer la investigación.
Si se acepta como factor constante de diferenciación entre izquierda y derecha el nivel de intervención tolerable de los gobiernos en la vida de los pueblos, probablemente se simplificarán los estudios y conclusiones al respecto.
Para ello, sería pertinente convenir en que originalmente todo ciudadano que se haya decidido a participar en política, directa o indirectamente, es porque cree que su aporte y su influjo servirán a la causa de un mejoramiento social.
En otras palabras, habría que partir de la premisa de que tanto la derecha como la izquierda, conservadores y liberales, desean el bien común. Y que lo que les diferencia, son los métodos para alcanzar ese objetivo compartido.
Para la derecha de hoy, si aplica el concepto simplificador, el bien mayor debe alcanzarse con la menor participación obstructiva posible de los gobiernos en las actividades creativas de la comunidad, tanto en lo económico como en lo político y cultural.
La izquierda tiene una noción opuesta: está convencida de que la liberación de las fuerzas productivas conduce a la formación de monopolios, la concentración de la riqueza en pocas manos y consecuentemente la perpetuación de la pobreza para la mayoría.
Consecuentemente la izquierda promueve un mayor control del Estado en el manejo de la economía, la salud, el comercio, porque supone que de esa manera habrá una mayor justicia y una más justa redistribución del ingreso.
La contienda ideológico sobre este tema ha sido eterna y se remonta a los tiempos de la Grecia y Roma antiguas, a la Europa monárquica y absolutista, a la Revolución Inglesa, la Revolución Francesa y ya en tierras americanas a la Revolución Americana y las que se promovieron para la Independencia al Sur.
Los primeros intentos de instaurar regímenes democráticos que regulasen y evitasen los excesos autocráticos surgieron con los regímenes republicanos tanto en Grecia como en Roma. Mas poco duraron los regímenes republicanos pues los líderes, ebrios de poder, retornaron a la tiranía.
Los peregrinos llegados a tierras americanas del Norte huían del absolutismo europeo. No querían más persecuciones religiosas y excesos de abuso de monarcas y los círculos dominantes que se beneficiaban con su poder. Al sur
de de esa misma América, el fenómeno de migración fue distinto.
Españoles y portugueses vinieron motivados no por encontrar un ámbito de mayor libertad, sino la oportunidad de acumular dinero fácil para regresar a Europa o establecerse en el Nuevo Mundo con estatus social enriquecido.
Los peregrinos de América del Norte acumularon su riqueza por esfuerzo propio y en combate perenne con los guerreros nativos. Los inmigrantes de América del Sur se enriquecieron con el trabajo forzado de los indígenas en minas, obrajes y otras formas de explotación.
Los sistemas políticos no se alteraron con la colonización, ni en Europa ni en América. El gran cambio sobrevino con las guerras de la independencia generadas por los abusos de las monarquías centrales, sobre todo en el caso norteamericano y por al creciente burguesía de la América hispana deseosa de una mayor autonomía de mando.
La independencia de las 13 colonias americanas dio un giro nuevo a la manera de hacer gobierno. Por primera vez se diseñó una Constitución que regule la vida de la noción con un gobierno común, estructurado de tal forma que se fraccione en tres ramas que permanentemente se controlen entre si para desalentar cualquier intento de autoritarismo por parte de alguna de ellas.
El documento fue simple, con un preámbulo, 7 artículos originales y hoy con 27 enmiendas. El texto es el mismo que fue aprobado en Filadelfia el 17 de septiembre de 1787 (salvo los agregados más tarde) y nunca fue roto aunque el evitarlo significó la cruenta Guerra Civil de Lincoln.
Aún cuando la citada Constitución dejó establecido con claridad la división de los poderes, la lucha en los Estados Unidos ha sido constante para interpretarla. De un lado, los demócratas pugnan por un mayor intervencionismo del Estado en la vida nacional, vía impuestos y creación de más instituciones para regularlo todo, con una creciente burocracia.
De otro, los republicanos se inclinan por recortar el gasto fiscal, disminuir o suprimir impuestos, reducir la interferencia estatal en los negocios, en la salud y la educación. La era demócrata alcanzó su plenitud con el presidente F.D. Roosevelt, mereced a la victoria en la segunda guerra mundial y la bonanza económica subsiguiente.
Ronald Reagan cortó esa racha y desde entonces se han alternado presidentes de ambos bandos: demócratas o liberales o progresistas y republicanos o conservadores. Dentro de cada sector, por cierto, hay tendencias extremistas en el espectro, pero lo que en esencia les diferencia es la respuesta al grado de intervencionismo estatal para solucionar los problemas.
El esquema podría ser aplicable a otras regiones, aún cuando la gama de partidos políticos sea muy amplia. En el caso ecuatoriano el actual presidente definitivamente debería ser ubicado a la izquierda (o extrema izquierda) pues se ha proclamado abiertamente enemigo del libre mercado, de la libre expresión del pensamiento y a favor de la absorción por parte de empresas del estado de la producción y provisión de bienes y servicios esenciales.
La izquierda, en su proposición estatista, tiende a confundirse con cualquier otra ideología o régimen autárquico. De ahí que el nazi fascismo y el comunismo del siglo XX, que pelearon entre si, tenían no obstante un mismo DNA aunque al primero se lo tildara de derecha y al segundo de izquierda.
El “socialismo del siglo XXI” que proclaman Castro, Chávez, Morales, Correa u Ortega, según esa óptica bien podría calificarse de izquierda o de derecha que no alteraría su DNA: autoritarismo, desprecio a la libertad de innovación y de expresión, mesianismo, intolerancia.
Para unos y otros, que además tienen el membrete de populistas, los objetivos de sus gobiernos para alcanzar el bienestar no es la oferta de una igualdad de oportunidades, sino la oferta de una igualdad de resultados. Esta propuesta, como lo prueba la historia, es inaplicable por utópica y conduce al desastre.
Para optar por la igualdad de resultados se requiere suprimir las libertades y ello va camino al absolutismo gradual. Y al colapso de las economías, como se observó en la extinta URSS, en la Cuba de las cavernas de hoy e inclusive en el mismo Ecuador donde la “igualación de resultados” vía precios fijados por las autoridades ya han generado escasez.
Quienes no comparten los criterios intervencionistas de la izquierda, no sugieren debilitar ni maniatar al gobierno. Por el contrario, la derecha moderna exige un gobierno fuerte pero con la misión no de interferir sino de cumplir y hacer cumplir las leyes con insobornable estrictez.
Sin cumplimiento estricto de las leyes, el mercado libre no funciona en forma sana y dinámica. La buena fe de la inversión debe estar respaldada por la ley para evitar abusos de inescrupulosos que nunca faltarán y que menoscaban la acción del mercado.
La “larga noche del neoliberalismo” es una metáfora inaplicable al Ecuador. El neoliberalismo, referido a la vigencia del libre mercado, no operó en el país porque las leyes no se aplicaron debidamente. Baste mencionar el caso del fraude bancario que desembocó en la dolarización y la pérdida de 6.000 millones de dólares o más de recursos fiscales.
Solo fragmentariamente se vive en democracia liberal, vocablo este último que debe entenderse en su cabal sentido. Pesa notoriamente en el espíritu nacional la carga heredada de la Colonia en cuanto a la perpetuación del régimen de hacienda, donde todo lo regula el amo/patrón y sus mayordomos.
(¿No actúa como mayordomo Rafael Correa cuando decreta 48 horas de amnistía para que se difundan todos los videos que él prohibió por ley? Esa ley no podía dictarla pero la dictó y esa amnistía no podía ofrecerla, pero la ofreció)
Pero de allí a pensar que el Ecuador no pueda aspirar a vivir en democracia hay mucha distancia, como la hay cuando hay quienes quieren negar esa opción a pueblos como el Irak y otros de la misma región de califatos o del África.
En América Latina Ecuador tiene magníficos ejemplos a seguir: Chile, Brasil y en años recientes México, El Salvador. Claro, para ello es indispensable hallar el o a los líderes apropiados para que conduzcan a estas naciones confundidas y atrasadas hacia una era de bienestar con libertad.
Para ello no se precisa “refundar” o reinventar nada en política. La fórmula está dada y probada por la historia. A mayor obstruccionismo de las libertades de acción, innovación, producción y comercio de los individuos, mayor estagnación. Es una verdad axiomática.
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