Por Patricio Crespo Coello
(Otro aporte sobre el tema político izquierda/derecha)
Santiago Jervis nos invita a debatir sobre una pregunta crucial: ¿es Correa de izquierda? Si a la pregunta la colocamos en el escenario actual de confrontación y de maniqueísmo político, promovido por el propio presidente de la República, la respuesta inmediata de la derecha probablemente sea: “Correa no solo que es de izquierda sino que ES LA IZQUIERDA”. En efecto, dado el deterioro político acelerado del gobierno, entonces es una buena oportunidad para enterrar todo vestigio de la izquierda en el Ecuador. La idea inevitable que se impregnará en la conciencia de muchos ecuatorianos será: “ya ven… la izquierda tuvo su oportunidad y la embarró completamente”.
Y aquí viene lo más grave: ¡es cierto!
La afirmación de que el presidente Correa no es de izquierda, tiene una parte provocadora. Ciertamente, como afirma Santiago Jervis en su ilustrado artículo, casi todas las señales enviadas por el gobierno corresponden a lemas defendidos tradicionalmente por la izquierda: mayor intervención del Estado en la economía, privilegiar los principios de la justicia por encima de los de la libertad, confrontación con la banca, fuerte resistencia a EEUU y a la banca multilateral, crítica sistemática a la democracia representativa y a la democracia liberal, lucha en contra de los monopolios, alianza con los sectores populares de izquierda, etc. Y si a esto se añade la iconografía y la retórica grandilocuente pues no quedan dudas: oligarquía, neoliberalismo, imperialismo, revolución ciudadana, cantar en coro los himnos de la canción rebelde latinoamericana de la década del 70, no usar corbata, no jurar la Constitución, etc. Está claro, desde hace 7 meses, que cualquier mal del país debe ser atribuido al neoliberalismo: una fantasía del gobierno para sostener el “momento mágico”. Y si hablamos en confianza,… para muchos funcionarios de gobierno los presidentes Lula, Bachelet y Tabaré Vásquez pertenecen igual a la derecha neoliberal.
Pero en la parte no provocadora sino analítica, también hay razones para considerar que el presidente Correa no es de izquierda, porque ¿es posible, ahora, una izquierda que no esté inscrita en el discurso democrático de la modernidad? Más todavía cuando conocemos las barbaridades realizadas a nombre de la dictadura del proletariado o de las revoluciones del socialismo real. Aunque pueda resultar increíble pero las ideas de Lenin, Stalin, Mao, Enver Hoxha y Castro, están presentes en el imaginario gubernamental bastante más de lo deseable. A esta lista habría que añadir al presidente Chávez y probablemente desde el punto de vista de los estilos en la gestión pública al presidente de la República Argentina, el señor Néstor Kirchner. Pero el presidente Correa también deja su impronta: afirmó, por ejemplo, que el presidente Chávez se tardó en cerrar la señal de RCTV.
El presidente Correa no cree en las formas de la democracia representativa. Es producto de ella, pero la repugna. Está convencido, tanto como su equipo de gobierno, que los 28 años de democracia en el Ecuador no han significado sino mayor oprobio, dominación y exclusión. Se cuidan de no hablar de “democracia burguesa”, resultaría anacrónico, pero están convencidos del concepto. En su lugar colocan a la economía solidaria y a la democracia participativa, que como lemas suenan muy bien. Y puesto que no creen en la democracia representativa, y dado que no hay otra…, entonces finalmente no creen en la democracia. Y al no creer en la democracia no tienen sentido de culpa al atropellar sin misericordia todas las instituciones de la democracia: las manipulan, las eliminan, las subyugan. Que cierta derecha aplicó similares recetas, también es verdad.
El presidente Correa cree que los aprendizajes de 20 años para lograr una gestión económica responsable son solo herencia de la noche neoliberal. Equilibrios, estabilidad, disciplina fiscal, riesgo país, etc., son simplemente malas palabras. Cuidado con pronunciarlas. Estamos ante una ideología anacrónica y autoritaria. Y si se ponen ejemplos, como el de Chile, entonces la respuesta rápida es el índice de inequidad.
Seguramente hace 25 años los dirigentes chinos del partido comunista se preguntaron: en un mundo cada vez más global, ¿qué es mejor y qué es más viable?: ¿mantener la situación de igualdad en condiciones de atraso productivo y económico o intentar por todos los medios que al menos 150 millones de personas puedan salir de la pobreza extrema y que se consolide una clase media de unos 500 millones de habitantes? Que con más apertura e inversión se producirían en pocos años no menos de un millón de individuos con altos ingresos y de unos doscientos multimillonarios, supongo que los dirigentes chinos lo sabían perfectamente. Que hay una dosis de cinismo y de alta perversidad en el mundo actual respecto a la inequidad, pues sin duda. Pero en estas reglas de juego hay que hacer la política. Y el primer deber de un líder, más todavía si es de izquierda, es lograr el desarrollo para beneficiar a los más pobres. Y Correa hace todo lo contrario. Otros líderes de izquierda en Latinoamérica han asumido esta lección desde hace varios años y esto ha permitido que la opción de izquierda se consolide y que se logren fundamentales aportes de modernización institucional, desarrollo económico y redistribución de la riqueza.
Finalmente, una ética laica y progresista es indispensable en un líder de la izquierda actual. Respeto a la ley y tolerancia son virtudes fundamentales. El presidente Correa no tolera los disensos, no tiene una estrategia política para lidiar con las diferencias: simplemente convoca al movimiento político beligerante para eliminar del mapa a los que piensan diferente. Su estrategia es siempre conspirativa, nunca es de construcción democrática. Y esto produce un efecto destructivo en las mismas fuerzas progresistas. La Izquierda Democrática y la Red Ética sufren un cruento deterioro.
Actualmente en el Ecuador la izquierda está casi borrada del mapa: con una parte controlada por el movimiento político del gobierno y la otra en absoluta dispersión y debilidad. El movimiento indígena está también en una profunda crisis y es previsible que apenas coloque unos 5 asambleístas en la próxima constituyente. Vamos entonces a un proceso de Asamblea con una implosión de los partidos políticos y con una explosión de los movimientos políticos beligerantes. Vamos a una Asamblea con los bolsillos vacíos de dinero, pero llenos de piedras, y no llevamos bajo el brazo argumentos para la deliberación democrática. A este escenario político nos ha conducido el presidente Correa y esto no es de izquierda, me resisto a creer que todo esto es de izquierda.
Entre otras razones porque el país que debemos construir en el futuro requiere de la izquierda, tanto como de la derecha. Y requiere de la izquierda porque es un país fracturado. Pero necesita de una izquierda sensata y responsable. Y no podemos, dada la gestión tan irresponsable del gobierno actual, enterrar toda opción de cambio liderada por opciones políticas de izquierda. Caeríamos en el otro extremo que tampoco es democrático.
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