(Colaboración del economista PhD Franklin López Buenaño, Profesor de la Universidad San Francisco de Quito y Universidad Tulane, de Nueva Orleans, Luisiana)
Los socialistas pretenden ser dueños de “la preocupación por los pobres”, lo cual no es verdad. No existe ser humano – en sano juicio – que no sienta esta preocupación. Pero han logrado convencer que los de la “derecha” están más preocupados por sus intereses propios que por “el de los demás”. Que ser de derecha es ser “egoísta” y ser socialista es ser “altruista”. Nada más lejos de la verdad, pero una mentira repetida cientos de miles de veces se convierte en realidad.
La gran diferencia no está entre el egoísmo y el altruismo; la gran diferencia radica en el “cómo”. Y es en el cómo en donde el socialismo se ha equivocado de principio a fin. Porque mientras la izquierda pretende derrotar a la pobreza redistribuyendo riqueza o ingresos, sostenemos que la pobreza se reduce aumentando la riqueza, y esto se logra permitiendo que cada uno, dentro del derecho y de la igualdad ante la ley, busque y se afane de lograrlo como más crea conveniente. Esta gran diferencia hace que el socialismo sea inviable e ineficaz en lograr precisamente lo que usa como bandera de lucha: erradicar la pobreza.
Las razones del fracaso
La alternativa al socialismo es el capitalismo. Eso no significa que el capitalismo, sea perfecto ni mucho menos. Pero si el socialismo es un sistema inviable, la conclusión lógica es que su alteraniva, el capitalismo, es el sistema viable. Corresponde, entonces, demostrar la inviabilidad del socialismo. He aquì las razones de su fracaso:
El socialismo debilita los derechos a la propiedad
Para “redistribuir” hay que quitar a unos para dar a otros. Esto implica leyes que permita al gobierno apropiarse del fruto del trabajo y del esfuerzo de los ciudadanos. Si la propiedad es precaria, no existen incentivos para producir, ni mejorar, ni innovar, ni preservar. Cuando el gobierno le puede quitar a uno a través de impuestos onerosos, por muy buenas intenciones que tenga o para financiar programas maravillosos, poco a poco se va perdiendo el sentido del esfuerzo, de la iniciativa y se va reemplazando con esquemas fraudulentos, doble contabilidad para evadir impuestos, sobre o sub facturación en el comercio internacional, entre otras prácticas perversas. Si el gobierno no respeta la propiedad privada, tampoco lo van a hacer los ciudadanos y cuando un pueblo no respeta el derecho a la propiedad de otros, es un pueblo en el que cunde la desconfianza, la deshonestidad y la corrupción.
Las leyes del mercado no se pueden derogar con decretos
Los derechos a la propiedad dan lugar a la oferta y a la demanda. Un empresario, dueño de su producción busca cobrar por su producto el precio que más crea conveniente. En contraposición, un consumidor, dueño de su dinero, busca pagar lo menos que pueda. Estos intereses contrapuestos dan lugar a los precios del mercado. Similarmente, en el mercado del trabajo, el obrero – dueño de su capital humano – busca emplearse en aquella ocupación que más le satisfaga monetaria y emocionalmente. Pero el empleador – dueño de su dinero – busca contratar al mejor trabajador al menor salario posible. Nuevamente, estos dos intereses contrapuestos se equilibran en el mercado laboral a través del salario determinado por la oferta y la demanda. El socialismo pretende eliminar estas leyes naturales, porque supuestamente los pobres no pueden pagar los precios del mercado o el salario es menor que el que se necesita para supervivir. Pero, no hay peor receta para un fracaso económico que el control de precios por parte del gobierno. Se genera mala calidad de productos, mercados negros accesibles solo a los ricos, desabastecimiento de productos esenciales y no hay producto más caro que aquel que no existe.
Los gobernantes no son omniscientes
El socialismo supone que los gobernantes saben lo que es “deseable” y “beneficioso” para los ciudadanos. Se arrogan los gobernantes (por supuesto tienen que ser socialistas, porque a los “otros” no les preocupa el bien general) el derecho de conocer cuál es el “bien común”. Para ello establecen controles de precios, regulaciones ambientales, restricciones a la importación de bienes de consumo, subsidia “ciertas” exportaciones o ciertas actividades productivas. En definitiva, suponen que sólo los gobernantes de izquierda son omniscientes: saben qué, cómo y cuánto le conviene a la ciudadanía y por ello buscan censurar los programas de televisión, o establecen estándares de “calidad” subjetivos, prohíben o encarecen los alimentos transgénicos o medicinas populares, gastan dinero del pueblo en arte y cultura. En otras palabras, tratan a Juan Piguave y Doña Rosita como si fueran niños que no saben qué es bueno y qué es conveniente por ellos mismos. Se olvidan o ignoran lo que dice el refrán, “entre gustos y colores no discuten los doctores”.
Los socialistas suponen que las preferencias de cada individuo son prácticamente exactas y que coinciden con su escala de valores. Sólo falta observar a los miembros de una familia para desmentir este supuesto y demostrar que los socialistas no están “ungidos” de sabiduría y peor del derecho de imponer sus valores a los demás.
El socialismo está lleno de incentivos perversos
“En arca abierta, el justo peca” dice el refrán. Como el dinero que administran los gobernantes no es de ellos, es fuente fácil de corrupción. Como el socialismo busca redistribuir, también se aplica aquello de “el que parte y reparte se lleva la mejor parte”. Por ello, no hay programa estatal que no sufra de sobreprecios para la compra o subprecios para la venta. No hay empresa estatal que rinda como una empresa privada porque no hay “accionistas” a quien responder. En la Cuba socialista, al igual que en la Unión Soviética, el pueblo vive a base de ingenio para evadir la autoridad. Los incentivos que crea el gobierno son verdaderamente perversos y crímenes de lesa humanidad.
La redistribución es seguro camino al totalitarismo
Para quitar al que tiene o al que produce hay que usar la fuerza o la amenaza de la fuerza. Para evitar los mercados negros hay que emplear la fuerza pública para combatirlos. Para imponer a la ciudadanía lo que los gobernantes desean hay que censurar, incautar, amedrentar, atemorizar, es decir, convertir a los ciudadanos en siervos dóciles. Y cuando eso no sucede, se procede a formar Comités de Defensa de la Revolución, Círculos Bolivarianos, Asambleas Populares, Comités Barriales, vestidos con camisas pardas, negras, rojas o verdes. Porque esta es la única manera de esclavizar a los pueblos.
Conclusión
No hay país verdaderamente “socialista” en el que no haya sucedido lo dicho. Chile no es socialista, es capitalista, tiene una presidenta socialista pero sus instituciones son liberales, al igual que España, Gran Bretaña o Irlanda, Estados Unidos o Canadá. Cuba y Corea del Norte son Socialistas – con mayúscula – al igual que algunos países africanos. Y son un desastre moral, económico, intelectual y psicológico. Talvez dirán ¿y Suecia y los otros países nórdicos? Sí, es verdad que son socialistas, pero debemos hacer hincapié en que primero crearon riqueza, fueron liberales en el siglo XVII y XIX. El estado “benefactor” del que hacen gala surgió en el siglo XX y aún así, están muy lejos de la “pureza” de los que pretenden convertir al Ecuador al socialismo del siglo XXI, que no es más que una repetición, solo que más profunda, de los fracasados gobiernos de izquierda que lo han precedido.
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