Wednesday, April 12, 2017

TRUMP Y PUTIN

Donald Trump aún sigue siendo incomprendido, deliberadamente o no, por la mayoría de los periodistas de los grandes medios de comunicación audio visuales y escritos de este país y del mundo, así como por los políticos de distintas tendencias. 
El caso más patético se relaciona con Vladimir Putin, ex-director de la KGB de la extinta Unión Soviética y hoy líder autoritario de Rusia. En varias ocasiones durante la campaña electoral, Trump dijo repetidamente que le gustaría mantener buenas relaciones con Putin para dialogar sobre la paz.
Su razonamiento convencía. ¿Por qué había de levantar una barrera entre él y el dirigente de una potencia nuclear, sin antes intercambiar ideas sobre la situación mundial? La respuesta de Putin fue de elogio al liderazgo de Trump.
Para extremistas del partido republicano como John McCain, Lindsay Graham y Marco Rubio, la actitud del candidato Trump era una blasfemia, pues a Putin lo consideraban un tirano y asesino con quien no cabía sentarse a negociar. Pasaban por alto que Churchill y FDR se asociaron con Stalin para combatir al Eje.
Putin había dado muestras de haber repudiado a la tiranía estalinista y que su visión de la historia se estaba inclinando en favor de los valores tradicionales de Occidente, que inclusive Obama y sus seguidores dejaban atrás. Practicó abiertamente la religión ortodoxa de su madre, repudió al homosexualismo y el matrimonio gay y fomentó la economía de mercado.
Pero entonces ocurrieron las elecciones del 8 de noviembre del 2016 y Hillary Clinton, la candidata demócrata, perdió frente a Trump y el pánico y el desconcierto sacudieron a Obama, súbditos y columnistas y periodistas que habían dado por seguro que la candidata “progresista” sería la vencedora. Y comenzaron a especular. 
¿Por qué perdimos? se preguntaron. Nunca admitieron que la causa fue la deficiente calidad de la contendora demócrata, contrastante con la de un líder de recia contextura, que supo interpretar de maravila el sentimiento de cambio de la mayoría del pueblo. De cambio para detener el avance de un “progresismo” contrario a los principios trascendentes de la Constitución de los Estados Unidos y su Declaración de Independencia. 
Poco antes del término de la campaña, WikiLeaks divulgó unos emails del jefe de campaña de Hillary en contra de su rival demócrata Bernie Sanders en los que se daban instrucciones para obstruir su ascenso. Demostraban juego sucio, ocasionaron  cancelaciones de  varios dirigentes del partido pero nadie puede probar que ese filtramiento hubiese podido influir en favor de Trump, porque para esa fecha la suerte ya estaba echada.
Sin embargo, los demócratas comenzaron a tejer una teoría conspirativa entre Putin y Trump, que supuestamente se diseñó para destrozar a Hillary con esos emails. Trump y su equipo lo negaron, Putin y su gobierno lo negaron. Trump dijo que no conocía a Putin. Jamás se presentó ninguna prueba sobre la conspiración.
Se nombraron dos comisiones en ambas cámaras del Congreso para investigar el tema y en ninguna ha saltado indicio alguno que esclarezca el caso. Es en estas condiciones que Trump decidió el viernes pasado atacar la base aérea siria desde donde despegaron aviones con armas químicas contra la población civil, ocasionando la muerte de 80 personas, incluídos niños.
Uno de los rasgos de Putin que atraía a Trump era su permanente combate contra el extremismo musulmán. Se suponía que la presencia de Rusia en Siria y su virtual respaldo a Assad, era para luchar contra el terrorismo y el ISIS, objetivos similares de Trump citados en su campaña y en su plan de gobierno. Pero al parecer todo se vino al suelo con el uso de las armas químicas.
El espectacular castigo con 59 cohetes Tomahawk, coloca a Putin ahora en un dilema que solo él puede resolverlo en las próximas horas. O reitera su lucha contra el terrorismo y por ende la condena a la masacre con armas químicas de la cual es responsable Assad, o admite ser cómplice. El líder sirio y Obama dijeron que las armas químicas habían desaparecido y Putin actuaba de facto como garante de esta gran mentira. 
El lanzamiento de los cohetes ha contado con la anuencia unánime de las naciones del mundo, con la excepción de Siria, Corea del Norte, Rusia e Irán. China, cuyo Presidente Xi visitaba a Trump la noche de la orden del ataque, ha dicho hoy que también colaborará para domesticar a Corea del Norte para fenar los delirios nucleares de Kim Jon-un, quien debería estar recluído en un hospital siquiátrico.
El Secretario de Estado Rex Tillerson se halla en Moscú para visitar a su colega Sergey Lavrov. Más allá del protocolo, acaba de anunciarse que será recibido personalmente por Vladimir Putin, de quien recibió años atrás una Condecoración de Fraternidad por sus esfuerzos para mejorar las relaciones empresariales con Rusia. Tillerson era entonces CEO de Exxon. 
Pronto se sabrá si Putin ha entrado en reflexión: que rechaza la masacre química, concuerda con la necesidad de reemplazar cuanto antes a Assad y que reitera combatir al ISIS y toda forma de terrorismo islámico en conjunción con los Estados Unidos. Si ese es el resultado del encuentro Tillerson/Putin/Lavrov, Trump habrá tenido una vez más la razón. Dialogar con Putin no es capitular, es lograr una fórmula que garantice el interés nacional al tiempo que preserve la paz regional y mundial.

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