El nombramiento hoy de Neil Gorsuch como juez de la Corte Suprema de Justicia marcará un cambio histórico en la conducción de esa rama de gobierno, que según Alexander Hamilton estaba llamada a ser la más débil por carecer de la espada y el poder de los impuestos.
Gracias al influjo del pensamiento “progresista” del partido demócrata esa institución, desde el siglo pasado, paulatinamente se ha convertido en la más poderosa para transformar la cultura de la sociedad, soslayando atributos privativos del Congreso para legislar y asignándose un poder indebido para interpretar a su antojo la Constitución.
En 1973 acordó que el aborto era legal, pese a que era ilegal en los 50 Estados de la Unión. La resolución la dejó supeditada a que se pruebe que la vida humana comienza al momento de la concepción. Pero nunca esa comprobación científica, que vino de inmediato, sirvió para anular la “ley”, que desde 1973 ha causado la muerte de 60 millones de seres humanos.
Más tarde la CSJ reconoció al matrimonio homosexual como equivalente al tradicional entre un hombre y una mujer, no obstante que 37 Estados votaron en contra. La Constitución, que promueve la defensa de la vida, no es documento de la CSJ, ni lo es del Congreso, ni del Ejecutivo: es del pueblo. Es la única ley por la cual el pueblo votó directamente para aprobarla.
Recientemente la CSJ se pronunció en favor de otra ley contra la cual el pueblo se ha opuesto sistemáticamente en un 64%, según la encuestas: el Obamacare. Cuando el caso subió a la Corte alegando inconstitucionalidad porque forzaba a los ciudadanos a comprar una póliza, el empate a 4 votos fue resuelto en favor de Obama por el presidente de la CSJ, John Roberts, conservador.
Gorsuch tiene una trayectoria impecable como jurista y como juez, según lo pudo demostrar en los debates a los cuales fue sometido en el Senado, previamente a su aprobación. En ocasiones parecía que los televidentes asistían a una clase magistral de Derecho, tal era la diferencia entre el juez y sus interrogantes de ambos partidos, que lucían como estudiantes.
La Corte tendrá en adelante cuatro jueces “progresistas” que seguirán con la obsesión de que la Constitución es obsoleta, inaplicable a las variantes y a las exigencias de los tiempos modernos y cinco republicanos, fieles a la idea de que ese documento es trascendente, como lo son los principios en los que se inspiró, la Declaración de la Independencia.
En un futuro cercano se producirán una, dos o más vacantes en la CSJ debido a la edad avanzada de algunos de ellos. Y si ello ocurre durante el régimen Trump, los nominadas obviamente serán otros más que sustituyan y se opongan al “progresismo” que tanto daño ha ocasionado a esta nación.
Paralelamente, Trump continuará en la supresión de las regulaciones que Obama impuso mediante Decretos Ejecutivos para rehuir al Congreso, en su objetivo de enraizar el “Estado Administrativo” de corte autoritario. Con ello y la limitación de las funciones de la CSJ, el Congreso deberá recuperar sus funciones de exclusivo ente legislador, apoyado por la mayoría del GOP en las dos cámaras y en la Casa Blanca.
En el frente externo, acaba de producirse otro evento de impacto histórico: el ataque con cohetería Tomahawk a una base aérea siria desde donde se inició un bombardeo con armas químicas a la población civil, ocasionando la muerte de más de 80 personas, incluídos ancianos, mujeres y niños. La orden la dio anoche Trump, en un aparte de su cita con el líder chino Xi.
Antes del ataque, se previno a Putin. Ello es indicativo de que el ánimo de Trump no es desafiar al presidente ruso sino castigar a Bashar al-Assad, el Presidente de Siria, bajo cuyo mando se produjo el atroz ataque químico. Putin aduce que los autores fueron terroristas, pero aún si así fuere tanto Assad como sus protectores rusos son culpables de incompetencia. Assad se había comprometido a deshacerse de todo vestigio de armas químicas.
Hay quienes argumentan que el lanzamiento de los 59 cohetes no debió hacerse sin previa autorización del Congreso, o de las Naciones Unidas. Otros arguyen que se trataba de un acto emergente y específico, como los que ya han realizado anteriores mandatarios. Seguirá discutiéndose sobre el tema, pero algo queda muy claro: Trump es hombre de decisiones.
En la campaña electoral y hasta hace dos o tres días, Trump pensaba que la opción para Siria era que Assad se mantenga en el poder hasta la llegada de un sucesor escogido pacíficamente. Pero la masacre del martes pasado cambió su criterio. Lo complejo será decidir la suerte de Siria a futuro y para ello urge unir a los países del área como Egipto y Jordania, con cuyos líderes acaba de reunirse, con Arabia Saudita y con Israel y, por cierto, también con Rusia que últimamente ha ayudado a Assad contra el ISIS.
Estados Unidos posee las más potentes, mejor equipadas y adiestradas fuerzas armadas del mundo desde la II Guerra Mundial. Pero no siempre ha podido cantar victoria en las guerras a las que ha sido obligado a involucrarse por presión de las potencias comunistas soviética y China y últimamente del islamismo radical. Tales los casos de Corea, cuando se conformó con un armisticio estando a la puertas de derrotar al enemigo y luego en Vietnam, de donde sus tropas salieron en vergonzosa fuga.
Es probable que si en la Casa Blanca hubiese estado al mando alguien como Donald Trump, los invasores comunistas de la península coreana habrían sido expulsados por MacArthur y no se habría creado la mazmorra de Corea del Norte. Igual en Vietnam: las escenas de vergüenza de la estampida en el aereopuerto de Saigón no se habrían dado, ni los soldados norteamericanos habrían sido abucheados al retornar al suelo patrio.
Ahora con Trump, el radicalismo islámico tiene que ser “vaporizado” según la expresión de Orwell, pese a los lamentos de los “pacifistas” y de los “progresistas” como Obama, que con su actitud complaciente han permitido el avance militar e inmigratorio de los extremistas de izquierda y de los fanáticos musulmanes.
1 comment:
Excelente como siempre.
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