Una de las batallas políticas de mayor trascendencia en los últimos tiempos en los Estados Unidos acaba de librarse entre el Ejecutivo del presidente demócrata Barack Hussein Obama y el Congreso a punto de cambiar el balance de total predominio demócrata a uno de mayoría republicana.
La visión demócrata radical se alteró sustancialmente con las elecciones del 2 de noviembre pasado. Los republicanos, con la presión del Tea Party integrado por ciudadanos independientes y de los dos partidos tradicionales, arrasó en los comicios y colocó en la Cámara de Representantes a 63 nuevos diputados republicanos y disminuyó el número de demócratas en el Senado.
Las dos cámaras se renuevan cada dos años (los representantes) o cada seis (los senadores) el primer lunes de enero, en este caso el 3 y es de común consenso que el período llamado del “lame duck” (o pato moribundo o cojo) es de simple transición, durante el cual se prepara la venida a los nuevos congresistas y se despide a los que los votantes les negaron la reelección.
En ese período, la tradición manda que se difiera el tratamiento de temas complejos, para que el debate lo realice con calma el nuevo Congreso y en respeto al nuevo equilibrio político resultante de la voluntad popular expresada en los comicios. Pero los demócratas en éste como en otros casos, echaron al cesto la tradición.
Con malicia pueril y audaz, pretendieron aprobar atropelladamente un presupuesto con un incremento espectacular de gastos fiscales, que lindaba mas de un trillón de dólares. Les importó un comino que la mayoría de votantes censurara el aumento delirante del gasto fiscal de este régimen, sin paralelo en la historia, para aumentarlo.
Obama y sus demócratas tenían la mayoría de votos en el Congreso para aprobar el presupuesto en el transcurso del año, hasta octubre, pero prefirieron ocultarlo hasta el periodo del “lame duck”, para aprobarlo, creían, a hurtadillas y sin tiempo para discutirlo y analizarlo. El documento tenía casi 2.000 páginas que nadie podía leer en tiempo tan corto.
Por fortuna y bajo la guía de Mitch McConnel, senador republicano, el intento malévolo de los demócratas fue detenido y en su lugar se aprobó un acuerdo para gastos provisionales hasta febrero del próximo año. Así el gobierno no se paralizará y el presupuesto podrá ser modificado con el sentido común de sobriedad fiscal, que es el mandato popular.
El acuerdo con los demócratas tuvo sus costos para la ideología republicana, pero el precio parecería inevitable. Para evitar que se produjera un alza general de los impuestos si no se extendía la exención tributaria de George WBush, los republicanos cedieron a la presión demócrata para prorrogar los subsidios de desempleo, que es otro gasto fiscal oneroso y contraproducente.
Obama y su grupo querían prorrogar la exención solo para quienes tenían un ingreso de 250.000 dólares o menos y suspenderlo para los “ricos”. El castigo a los “ricos” habría agudizado la recesión y el desempleo, que se sitúa en casi el 10%. Los “ricos” de ingresos de 250.000 dlrs a 1 millón son los propietarios de pequeñas empresas, las mayores generadoras de empleo en este país.
Varios demócratas se opusieron al acuerdo de Obama, irritados porque se “regale” la plata a los ricos, sin considerar que ese régimen de moratoria rige desde hace 10 años y no es en modo alguno factor para el gigantesco déficit creado por Obama en dos años. El déficit, en todo caso, no se habrá de solucionar con más impuestos, sino con menos gasto dispendioso.
La izquierda radical está furiosa con las derrotas ideológicas de Obama y hay quienes creen que podrían oponerse a su reelección en el 2012. Algunos republicanos ortodoxos también están disgustados por la extensión de los beneficios de desempleo y otros ingredientes del acuerdo. Pero para un acuerdo, debe haber concesión de todas las partes.
Lo fundamental y trascendente fue que se amplió por dos años la moratoria en el pago de los impuestos a la renta, ganancias de capital y otros. Es un paso positivo en el anhelo popular de llegar a la reducción del tamaño del gasto fiscal y el influjo del gobierno en las vidas y actividades de los ciudadanos.
Esa visión del mundo y de la vida es lo que ha caracterizado a esta nación desde los albores de su formación republicana. La verdadera creación de la riqueza la dan los ciudadanos, su sentido empresarial y voluntad de ahorro e inversión, sustentado en los principios de la libre competencia y el libre comercio de bienes, servicios e ideas.
El pueblo, que mayoritariamente comparte esos criterios, votó por un Obama que en ningún momento de su campaña dejó traslucir su decisión de llegar al poder para desbaratar esos principios. Si lo hubiera hecho, es seguro que no se habría impuesto en las primarias y mucho menos en las elecciones generales de noviembe del 2008.
Pero ese mismo pueblo, decepcionado, le puso un alto a los designios de Obama en las pasadas elecciones. Previamente expresó su repudio a la socialización de la medicina, pero Obama forzó la aprobación de la ley sin cuidar de la tradición de respetar la voluntad popular y la tradición de buscar el consenso. La ley se aprobó sin un solo voto republicano y rechazarla será uno de los principales objetivos del nuevo Congreso.
En contraste, George W Bush propuso en su gobierno dos proyectos de ley para reformar al sistema de seguridad social, que está quebrado y otro para reformar la ley de inmigración. Ambos proyectos eran y son sensatos y sin duda terminarán por ser aprobados tarde o temprano. Pero hubo una oposición de lado y lado y Bush prefirió archivar los proyectos. La ley de socialización de la medicina por su parte la impulsó Bill Clinton en su régimen, utilizando a su esposa Hillary como promotora. Pero por las mismas razones, lo retiró.
Del lado demócrata, los incondicionales de Obama tratan de dar otro giro a la reciente derrota del partido en el Congreso. Pretenden comparar a Obama con Clinton y decir que el actual mandatario ha dado un giro hacia el centro, como Bill y que ello le fortalecerá como candidata a la reelección.
Son presunciones falsas. Clinton dio un giro hacia el centro, en tanto que Obama dice estar listo a seguir dando pelea a los republicanos y que el castigo trbutario a los “ricos” llegará inevitablemente en dos años.
No hay, pues, reconversión sino un retiro táctico. Si los republicanos se mantienen firmes en su responsabilidad de hacer honor al mandato popular, tendrán que desbaratar lo antes posible los logros de Obama en su afán de destruir el sistema de vida norteamericano, para acercarlo a los modelos socialistas de Europa, hoy en franca crisis y al borde de la bancarrota y la desmoralización popular. Esa sería la manera de recuperar la grandeza de Estados Unidos y destruir la aspiración de Obama para un segundo término.
Deben terminar el Obamacare, los rescates y subsidios sin freno, las trabas a la exploración y explotación petrolera en tierra firme y fuera de costa, la actitud derrotista frente al mundo y el terrorismo internacional, los mitos sobre el calentamiento global, el constante ataque a los empresarios (que aportan el 70% del total de los impuestos en un universo trbutario en el que el 50% de la población no paga impuesto a la renta) y, en general, su resistencia a considerar a los Estados Unidos una nación excepcional.
El presidente Obama por ahora está batiéndose en retirada viéndose forzado a transar con quienes considera sus peores enemigos, para sobrevivir. No lo ha hecho por estar convencido de que el acuerdo beneficia a la nación, sino porque no lo quedaba otra opción por el momento. Y es ese pueblo, anónimo y no parrtidista, sin líder, el verdadero victorioso de la jornada.
Claro que el fruto de la presión popular se ha reflejado en un refuerzo de la bancada republicana, por ser la alternativa preferible al desastre demócrata. Pero en esencia es una advertencia a ambos partidos para que no se desvién por la ruta fascista de una ingerencia cada vez mayor del Estado en los asuntos individuales y privados, en detrimento de las libertades trazadas por los fundadores de la república y el costo de cientos de miles de vidas humanas para defenderlas.
Mientras el pueblo ha reaccionado aquí para doblegar al aspirante a autócrata, en otros lares sucede lo contrario. Lo más reciente es la vergonzosa renuncia del Congreso de Venezuela a la división de poderes y la consagración “constitucional” como dictador que acaba de conferirle al presidente Hugo Chávez. No son lejanos los casos de Correa en el Ecuador, Morales en Bolivia y Ortega en Nicaragua, para hablar del Continente.
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