Siempre los Estados Unidos se han caracterizado por ser un pueblo de optimistas. Ese optimismo, cultivado en libertad, les ha permitido convertir a este país en la nación más dinámica, creativa y renovadora en la historia de la humanidad.
Con esas cualidades ha alcanzado por propio mérito la mayor potencialidad cultural, económica y militar del planeta, igualmente sin parangón, al menos hasta la fecha. ¿Corre acaso peligro ahora de entrar en proceso de declinación?
Hay signos de preocupación desde que Barack Hussein Obama asumió la presidencia de la república. Es un demócrata con escasa experiencia política y un pasado brumoso que ha puesto en duda inclusive que sea ciudadano norteamericano por nacimiento, dado que no ha presentado pruebas de serlo.
Obama pertenece a un grupo ideológico radical de izquierda que no cree en la grandeza de este país por mérito propio, sino por asalto a las riquezas de las naciones pobres por la vía de un capitalismo explotador e implacable.
Desde que se posesionó en enero del 2009, Obama ha emprendido una campaña persistente para exponer sus teorías y pedir excusas por los daños cometidos por el ”imperio yanqui” en el pasado y prometer que su régimen los enmendará con un cambio radical de gobierno.
En casi dos años, ese radicalismo se está cumpliendo y ello ha alarmado a la mayoría de norteamericanos que no concuerda con sus puntos de vista. Muchos de ellos votaron por él creyendo que se comportaría como un moderado centrista y no como el radical que ahora induce al pesimismo.
Por fortuna, hay señales de resistencia popular. La más clara y contundente se dio el 2 de noviembre pasado con las elecciones de medio tiempo. El partido republicano aplastó a los demócratas y recuperó el control de la Cámara de Representantes, así como una mejor posición en el Senado.
Si Obama no fuese el radical que es, habría entendido el mensaje como un repudio a sus políticas contrarias a los principios que han hecho grande a esta nación. Al contrario, dijo que la derrota electoral se debió a que él no supo convencer al pueblo de las bondades de sus leyes y acciones, no obstante ser, según sus partidarios, el mejor orador de todos los tiempos.
Ha aprovechado la incongruencia de que el Congreso con total mayoría democrática no será renovado sino hasta enero, para intentar aprobar atropelladamente un conjunto de leyes que afianzaría las conquistas radicales del bienio, que los votantes rechazaron en los comicios recientes.
Aunque sufrió una derrota en el Senado, Obama pugna aún para que se cree en enero la mayor alza de impuestos en la historia de este país, con la no aprobación de una prórroga de la exención tributaria decretada por George W Bush al inicio de su gobierno en el 2001. Esa medida impidió a la economía caer en receso dejado por Bill Clinton y ayudó al país a soportar mejor la crisis del 9/11.
Obama arguye que para superar el déficit y la deuda, medida en 3 trillones de dólares, hay que terminar con la exención tributaria a los “ricos”, que tienen ingresos mayores a los 250.000 dólares. Los republicanos se oponen y piden que la exención se extienda de manera permanente para todos, o al menos por 2 o 3 años, hasta los comicios presidenciales del 2012.
El empeño de Obama y sus seguidores refleja su ideología. Pues el déficit y la alta deuda no se reducirán con más impuestos, sino con menos gasto. La historia demuestra que la aprobación de nuevos impuestos no bajan el gasto, sino que lo aumentan. Además, la causa del défict y la deuda no es la exención tributaria a los ricos, vigente desde hace 10 años, sino el gasto excesivo de este gobierno en 2 años.
La razón de la actitud radical es profunda. Involucra una lucha de clases que de todos modos sería infructuosa pues una acción “a la Robin Hood” para quitar la plata de los ricos no significaría que vaya a fluir a los pobres por ducto directo. Ese dinero extra iría al Tesoro nacional y no crearía ni “justicia social” ni empleo, sino más gasto fiscal.
En este país, por lo demás, un ingreso de 250.000 dólares es mínimo para quien maneja una pequeña empresa, que genera el 70% de todos los empleos. El dueño de una tienda, de un taller, de un gabinete profesional maneja esa suma y mucho más para gastos de equipos, pago a empleados, mantenimiento. Y lo registra como ingreso personal, que sería gravado por Obama.
Los demócratas plantearon elevar los ingresos tope para la exención a un millón de dólares, pero también fue bloqueada unánimemente por los republicanos. No por capricho, sino por principio. En una época de recesión e incertidumbre, lo menos indicado es elevar los impuestos y peor a los que crean empleo.
El régimen de Obama lanzó al mercado casi 800 mil millones de dólares para estimular la economía y generar empleo. Lo que logró fue un aumento del 5% de desempleo (al finalizar Bush) al 9.8%. En lugar de reducir el gasto para contrarrestar déficit y desempleo, Obama pide extender la ayuda al desempleado, lo que implica más gasto fiscal y menos aliciente para crear y buscar empleos.
Obama y su mujer, antes de llegar a la presidencia, tenían ingresos más allá del 1 millón de dólares. Ambos fueron educados en universidades elitistas y él es autor de dos libros que le rinden mucho dinero. Sin embargo, detesta a los otros “ricos” que han sabido multiplicar sus ingresos por su ingenio para crear y mercadear sus productos o servicios.
Muchas de esas universidades elitarias son causantes de esta distorsión de la realidad, que nace a raíz de la bonanza de posguerra en los decenios de 1950 y 1960.
Los adolescentes de entonces lo recibieron todo de sus padres, que tras pelear en la II Guerra Mundial accedieron a las universidades, se titularon y tuvieron excelentes empleos. Con los mejores ingresos, buscaron proteger y evitar a sus hijos las privaciones que ellos vivieron con la Gran Depresión del decenio de 1930.
Los “baby boomers” se negaron a ir a la guerra para detener el avance del ejército rojo en Vietnam. Su resistencia a perder los halagos y comodidades se rodeó de una pátina de pacifismo que contagió a los radicales de izquierda, infiltrados en el partido demócrata, los medios de comunicación, el sistema judicial y educativo.
Ahora esos radicales están en el poder. Tienen la creencia de que la pobreza terminará cuando los ricos desaparezcan y todos ganen igual y según sus necesidades. Para alcanzar ese ideal, buscan terminar con el mercado, entendido como área en la que que se compite para lucrar. El mercado no se extingue, claro, pero pasaria a ser regulado por el Estado.
Son las utopías que han fracasado en la historia y que no pueden aplicarse sino con regímenes dictatoriales que tienen el nombre genérico de fascistas, dado que toda actividad controla el Estado sin derecho a réplica. No importa cómo se los llame si nazifascistas, comunistas, socialistas, peronistas, chavistas, castristas o correístas. En el fondo, son lo mismo.
Usualmente los gobiernos fascistas nacen tras golpes de Estado. Para derrocar y degollar monarcas y zares, como en Francia y Rusia. Pero en los últimos años, luego de los fracasos revolucionarios del Ché Guevara, los regímenes fascistas han comenzado a emerger con votación popular. No que los votantes hayan votado por un caudillo fascista, pero si por engaño.
Hugo Chávez se encaramó en el poder por esa vía y luego manipuló el sistema democrático para anularlo y perpetuarse en el poder para imitar a Cuba. Igual ha sucedido con Evo Morales en Bolivia y con Rafael Correa en el Ecuador, con el agravante que en estos dos países los dictadores tienen un amplio respaldo popular.
En los Estados Unidos la reacción del pueblo ha sido distinta. No le gusta, por ejemplo, que Obama viole la Constitución al nombrar una treintena de “zares” con rango de ministros de Estado, sin aprobación del Congreso ni responsabilidades ante nadie. Ni tampoco aprecia que haya desecho el mejor sistema de salud para ponerlo bajo control del Estado, para deteriorarlo y encarecerlo.
El norteamericano común rechaza que Obama proteja a los sindicatos de las entidades públicas, determinantes de que el salario promedio de sus empleados sea el doble de los privados y que los duplique en número. Porque se hace esta reflexión: ¿quién paga al empleado público? ¿quién genera riqueza si no es la empresa privada, el capital privado, el ahorro y la inversión privados?
El dinero fiscal se acumula con los impuestos. Pero si los gobiernos que manejan esos recursos gastan más de lo acumulado se peroduce un desbalance que solo puede superarse con el ajuste del gasto o el endeudamiento. No con más impuestos, que a la postre aumentan el gasto. En los Estados Unidos de Obama, el gasto se ha desbordado y el aumento de la deuda, especialmente con China, ha llegado a límites intolerables.
Si Obama no quiere entender el mensaje de recuperación de la sensatez que se le dio el 2 de noviembre, tendrá que hacerlo forzado por nuevas reacciones populares y por las acciones que deberá adoptar el nuevo Congreso de enero, en manos republicanas. De ello dependerá la suerte no solo de este país sino del mundo libre.
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