El presidente Rafael Correa Delgado ha sido consagrado en el Ecuador como dictador constitucional con una amplia mayoría de votos libremente consignados en las urnas durante el referendo de hoy.
La victoria del Si al proyecto de nueva Constitución, según todas las encuestas, fluctúa en el 70%. No hay dudas de que los ecuatorianos, con la excepción de unos pocos, ha querido que Correa continúe gobernando sin ningún apego a la ley ni a los principios democráticos.
Los dirigentes políticos de oposición que tuvieron la entereza de cuestionar al presidente y menos los que callaron, han probado no tener liderazgo. E igual los principales medios de comunicación y columnistas que criticaron a Correa.
Correa tiene el camino despejado para actuar con un autoritarismo sin tapujos, ahora que el pueblo le ha autorizado hacerlo. El hecho de que se haya aprobado una confusa Constitución de 444 artículos no tiene ningún valor jurídico, ya que igual no la respetará como no respetó la que teóricamente estaba en vigencia.
El valor del Si, para Correa y su camarilla, es la implícita ratificación y venia del pueblo para que él pueda seguir haciendo “lo que le de la gana”, como lo ha dicho repetidamente en sus discursos, alocuciones radiales y confrontaciones con todos los que no piensan como él.
Por lo mismo y dado que la oposición aunque mínima existe, tendrá que arbitrar las medidas que se le antojen para anularla del todo. Para ello tiene la asesoría permanente de Hugo Chávez, el presidente de Venezuela, a quien ha seguido en todos los pasos para arribar con éxito a la situación actual.
Ya encontrará los medios y recursos para amedrentar a los medios y periodistas que aún osan contradecirlo. En su mayoría, son los mismos medios y periodistas que lo apoyaron en la primera y segunda rondas electorales que le llevaron a la presidencia tras una carrera política corta, meteórica y, para él, muy efectiva.
Los arrepentidos de última hora, incluidos los políticos, medios de comunicación, articulistas y periodistas estrellas de Radio y TV, evidentemente no han tenido impacto ninguno, porque han perdido credibilidad: hace 2 años para ellos Correa era bueno ¿y ahora es malo? La campaña de Correa por establecer la guerra de clases, por lo mismo, no ha podido ser contrarrestada con sus razonamientos tardíos.
Correa no gobernará con la nueva Constitución sino con su propio criterio y su propio capricho. Para ello contará con un mínimo congreso o congresillo que sucederá a la obsecuente asamblea constituyente, creada por él, integrada por quienes él escoja y que actuará con igual servilismo y aberración de toda ley y concepto de democracia.
Para el próximo año habrá elecciones presidenciales. Innecesarias, dado que ya se sabe que este nuevo “mesías” volverá a ser adulado y reelecto sin oposición. Sus votantes lo tendrán por 8 años más en el poder. Creen que abundará en sus dádivas y que los sacará de pobreza. Pero será todo lo contrario.
El gobierno de Correa acumulará más poder y tributos, pero no creará riqueza. La riqueza social no proviene, no ha provenido nunca de los gobiernos, sino del esfuerzo colectivo privado, el esfuerzo de la gente. Lo demuestran los fracasos de todos los regímenes fascistas de izquierda o derecha encaminados por esa doctrina de la centralización del poder. Solo cuando el gobierno se mantiene al margen, como árbitro de disputas, el esfuerzo colectivo florece, se multiplican la producción y el empleo. Eso se observa en las sociedades libres y democráticas, las más prósperas del planeta.
La concentración del poder, que presupone la extinción de los mecanismos de control del ejecutivo como lo estipula la nueva Constitución así como la suma de recursos inevitablemente conduce al despilfarro y la corrupción. La riqueza nacional decae, aumenta la inflación, disminuyen las inversiones y se merman las fuentes de trabajo. La miseria es inevitable e incontenible.
El gasto fiscal ha aumentado ya en el 140%. Seguirá en aumento y puesto que los recursos decrecerán con la depresión de la economía y la probable caída de los precios del petróleo, la dolarización se borrará como siempre lo ha querido Correa y se comenzará a imprimir moneda para desatar una inflación galopante. Será el premio que reciba el pueblo por sus votos de hoy.
Sunday, September 28, 2008
Sunday, September 21, 2008
LA PRUEBA ES PARA EL PUEBLO
En el referendo del próximo domingo, lo que realmente estará en prueba no es tanto la aprobación o rechazo del proyecto de nueva Constitución. Lo que en el fondo se juega es un cuestionamiento fundamental: ¿el pueblo ecuatoriano está por la libertad o prefiere una opción dictatorial?
La decisión será libre, no obstante la ilegal, inmoral y atosigante propaganda del gobierno. Irá a las urnas por propia decisión y allí decidirá si lo que el presidente Rafael Correa ha hecho en casi 22 meses de gobierno es bueno y merecedor de un estatuto constitucional que consagre sus excesos dictatoriales y prolongue su presencia por lo menos hasta por cuatro decenios más.
Salvadas las diferencias, el posible Si equivaldría a los votos favorables que en su tiempo lograron Hitler, Nasser y otros autócratas como Castro en Cuba o en otras dictaduras donde se ponen en prácticas comedias electorales para dar la impresión de un respaldo popular “libre” a sus gestiones.
¿Para qué quiere Correa la nueva Constitución? Se podría especular que a él le importa ciertamente un bledo ese mamotreto de casi 500 artículos, que pocos han leído y nadie ha entendido. La intención, más bien, sería obtener un voto de apoyo a su proyecto autoritario, mientras más próximo al 100% mejor.
Después de todo, Correa ha dado muestras de hacer caso omiso a las leyes y a las regulaciones. Igual puede proceder con la nueva Constitución. Ya lo advirtió su ministro favorito, Patiño, cuando al referirse a incongruencias sobre materia de tránsito, instó a los ciudadanos a no cumplirlas y a esperar que él y Correa hagan los cambios pertinentes.
El propio Correa dijo que el proyecto contenía barbaridades en muchas materias que no especificó, pero pidió tener fe en que él las corregirá a su debido tiempo. No hace falta Congreso ni “congresillos”, en si misma una barbaridad de forma y fondo para introducir los cambios que él crea necesario. Basta una plumada.
Amenaza con renunciar si el pueblo no le da el Si en el referendo. Si rigiera la normalidad, no estaría en su voluntad renunciar o no por los resultados de un referendo, pues debería sujetarse a lo prescrito en la Constitución (¿vigente?). Pero a él la ley le tiene sin cuidado, él hace “lo que le da la gana”. Si renunciara por un No, habría eso si que aceptarle sin vacilación y despacharlo prontamente, aun si se incumpliera la ley.
El punto clave en cualquier sociedad debidamente organizada es la ley y el cumplimiento de la ley. Correa es ejemplo inequívoco de lo contrario. Rompió la Constitución al destituir a 57 congresistas y siguió violando la ley al intervenir en todas las funciones del Estado creadas por el sistema democrático para buscar un equilibrio de poderes.
El sistema democrático hasta antes de Correa era imperfecto. Pero Correa no ha querido mejorarlo ni perfeccionarlo sino destruirlo y lo conseguirá definitivamente si el pueblo le da el voto por el Si, peor con cifras mayoritarias. Hitler quería la venganza tras la derrota germana en la I Guerra Mundial. ¿Qué quiere Correa?
Pese a todas las vicisitudes políticas negativas, el Ecuador creció al 5% entre los años 2001 y 2005 y el gasto fiscal tuvo un incremento manejable del 15%. Ahora con Correa el gasto fiscal se ha elevado en un 137% y el crecimiento descendió al 1.8%. La inflación, el peor azote para el pueblo, es inevitable.
Habla barbaridades sobre economía, pese a ser académico en esta ciencia. Aún cuando ahí está las cifras que demuestran que la pro forma presupuestaria para el 2009 subirá de 10.000 a 15.000 millones de dólares, con un déficit de facto de 2.000 millones de dólares, se burla de la crisis financiera global, de la caída del precio del petróleo y de otros factores y promete que no bajará ni un céntimo el gasto público, sobre todo social.
Afirma que no le importa lo que ocurra con la economía de los Estados Unidos y dice la insensatez de que no tendrá repercusiones en la economía ecuatoriana. En esto se hace eco de sus coidearios de Argentina, Venezuela y Bolivia, pero la realidad es distinta. La economía está globalizada y frente a lo sucedido en USA ha sido precisa una acción conjunta inmediata de los centros bursátiles y financieros de Europa, Asia y otros lugares para conjurarla. Porque las repercusiones son globales y Ecuador no es una Albania de antaño.
El desapego a la ley, inherente a la personalidad de Correa, es lo que también ha desatado la crisis en los Estados Unidos. Y la falta de sentido común. Todo se origina en la baja tasa de interés del 2% que impuso por un tiempo excesivo el “mago” Greenspan cuando ejercía la jefatura del Federal Reserve Bank, o banco central de los Estados Unidos. Eso estimuló el fácil endeudamiento sin el respaldo debido. Los bancos comenzaron a ofrecer créditos hipotecarios sin entradas ni garantías. La burbuja creció hasta degenerar en la situación actual.
La opción para el gobierno era dejar que el mercado reaccione por si solo, como es la filosofía republicana o actuar para evitar la debacle que habría arrastrado a banqueros, prestamistas y contribuyentes por igual, con impacto mundial. Se le ha acusado al presidente Bush de “socialista” por haber resuelto asignar fondos de sostenimiento al crédito quebrado. Pero la alternativa habría sido el derrumbe financiero como en la Gran Depresión de 1929.
Uno de los actores desencadenantes de la crisis fueron las corporaciones Fannie Mae y Freddie Mac. Fuerons organismo creados por el gobierno y el Congreso en años pasados, con la intención de ofrecer crédito barato para préstamos hipotecarios a ciudadanos de menores recursos. Sus ejecutivos cabildearon en el Congreso para evitar mecanismos de control, ofrecieron dádivas a legisladores de ambos partidos y extendieron sus acciones fraudulentas.
Adquirieron préstamos a bajo interés, protegieron con ello a prestamistas que no se sujetaron a las leyes y expandieron la burbuja por todo el sistema bancario y financiero. Llegó el punto de saturación, los receptores de los préstamos no pudieron pagar las cuotas, las aseguradoras de aseguradoras de aseguradoras como las MAE/MAC siguieron el mismo curso y se produjo la hecatombe.
La intención de MAE/MAC era buena, favorecer a los menos protegidos. Pero en la práctica, como sucede en casi todos los programas protectivos de salubridad, vivienda o educación, sobreviene la estafa, el fraude y la corrupción. Correa, en el Ecuador, quiere magnificar esa orientación de falsa protección social por parte del Estado y ya se puede avizorar el total fracaso, si él triunfa con el Si.
El proyecto de nueva Constitución ofrece educación gratuita desde la primaria y preprimaria hasta la universidad. Iguales ofertas en otros campos harían que el presupuesto se incremente en otros 3.000, 6.000 o más millones de dólares, sin que se sepa de dónde obtener los recursos. A Correa no le preocupa si cae el precio del petróleo, pero su ventas alimentan el 40% del total de los ingresos fiscales.
Tampoco le importa la economía yanqui, pero el 47% del comercio internacional se realiza con los Estados Unidos. Si la economía norteamericana se deprime, se deprimen los precios del petróleo, el comercio, la remeses de los inmigrantes que huyeron del Ecuador. Con esta forma que tiene Correa de razonar sobre temas económicos, ni un tendero de barrio le confiaría su tienda.
Pero Correa dirige no una abacería de pueblo, sino la economía del Ecuador. Y la nueva Constitución le excluiría de toda responsabilidad en que incurra por los malos manejos en política fiscal y monetaria, de inversiones, gastos y pactos internacionales. El Banco Central no tendría autoridad independiente, que la ha perdido también la Superintendencia de Bancos. Éstas y otras organizaciones de control adolecían de fallas probablemente, pero la solución no era ni será anularlas.
Sin Congreso fiscalizador, sin Contraloría, sin Tribunal Electoral independiente, sin oposición política y con una absorción abrasiva de medios de comunicación escritos y audiovisuales, Correa estaría marchando a paso firme por la misma vía de Chávez, Morales y Ortega hacia el “socialismo del siglo XXI”. Así acaba de predecirlo Patiño hace pocos días. Al menos habrá que agradecerle por la franqueza con que ha delineado la “doctrina Correa”, ya que muchas veces su gran jefe se pierde en circunloquios por esa manía que tiene de insultar en todo instante.
En suma: si el pueblo le da el Si a Correa, es porque está satisfecho con él. En caso de confirmarse, sobran los comentarios.
La decisión será libre, no obstante la ilegal, inmoral y atosigante propaganda del gobierno. Irá a las urnas por propia decisión y allí decidirá si lo que el presidente Rafael Correa ha hecho en casi 22 meses de gobierno es bueno y merecedor de un estatuto constitucional que consagre sus excesos dictatoriales y prolongue su presencia por lo menos hasta por cuatro decenios más.
Salvadas las diferencias, el posible Si equivaldría a los votos favorables que en su tiempo lograron Hitler, Nasser y otros autócratas como Castro en Cuba o en otras dictaduras donde se ponen en prácticas comedias electorales para dar la impresión de un respaldo popular “libre” a sus gestiones.
¿Para qué quiere Correa la nueva Constitución? Se podría especular que a él le importa ciertamente un bledo ese mamotreto de casi 500 artículos, que pocos han leído y nadie ha entendido. La intención, más bien, sería obtener un voto de apoyo a su proyecto autoritario, mientras más próximo al 100% mejor.
Después de todo, Correa ha dado muestras de hacer caso omiso a las leyes y a las regulaciones. Igual puede proceder con la nueva Constitución. Ya lo advirtió su ministro favorito, Patiño, cuando al referirse a incongruencias sobre materia de tránsito, instó a los ciudadanos a no cumplirlas y a esperar que él y Correa hagan los cambios pertinentes.
El propio Correa dijo que el proyecto contenía barbaridades en muchas materias que no especificó, pero pidió tener fe en que él las corregirá a su debido tiempo. No hace falta Congreso ni “congresillos”, en si misma una barbaridad de forma y fondo para introducir los cambios que él crea necesario. Basta una plumada.
Amenaza con renunciar si el pueblo no le da el Si en el referendo. Si rigiera la normalidad, no estaría en su voluntad renunciar o no por los resultados de un referendo, pues debería sujetarse a lo prescrito en la Constitución (¿vigente?). Pero a él la ley le tiene sin cuidado, él hace “lo que le da la gana”. Si renunciara por un No, habría eso si que aceptarle sin vacilación y despacharlo prontamente, aun si se incumpliera la ley.
El punto clave en cualquier sociedad debidamente organizada es la ley y el cumplimiento de la ley. Correa es ejemplo inequívoco de lo contrario. Rompió la Constitución al destituir a 57 congresistas y siguió violando la ley al intervenir en todas las funciones del Estado creadas por el sistema democrático para buscar un equilibrio de poderes.
El sistema democrático hasta antes de Correa era imperfecto. Pero Correa no ha querido mejorarlo ni perfeccionarlo sino destruirlo y lo conseguirá definitivamente si el pueblo le da el voto por el Si, peor con cifras mayoritarias. Hitler quería la venganza tras la derrota germana en la I Guerra Mundial. ¿Qué quiere Correa?
Pese a todas las vicisitudes políticas negativas, el Ecuador creció al 5% entre los años 2001 y 2005 y el gasto fiscal tuvo un incremento manejable del 15%. Ahora con Correa el gasto fiscal se ha elevado en un 137% y el crecimiento descendió al 1.8%. La inflación, el peor azote para el pueblo, es inevitable.
Habla barbaridades sobre economía, pese a ser académico en esta ciencia. Aún cuando ahí está las cifras que demuestran que la pro forma presupuestaria para el 2009 subirá de 10.000 a 15.000 millones de dólares, con un déficit de facto de 2.000 millones de dólares, se burla de la crisis financiera global, de la caída del precio del petróleo y de otros factores y promete que no bajará ni un céntimo el gasto público, sobre todo social.
Afirma que no le importa lo que ocurra con la economía de los Estados Unidos y dice la insensatez de que no tendrá repercusiones en la economía ecuatoriana. En esto se hace eco de sus coidearios de Argentina, Venezuela y Bolivia, pero la realidad es distinta. La economía está globalizada y frente a lo sucedido en USA ha sido precisa una acción conjunta inmediata de los centros bursátiles y financieros de Europa, Asia y otros lugares para conjurarla. Porque las repercusiones son globales y Ecuador no es una Albania de antaño.
El desapego a la ley, inherente a la personalidad de Correa, es lo que también ha desatado la crisis en los Estados Unidos. Y la falta de sentido común. Todo se origina en la baja tasa de interés del 2% que impuso por un tiempo excesivo el “mago” Greenspan cuando ejercía la jefatura del Federal Reserve Bank, o banco central de los Estados Unidos. Eso estimuló el fácil endeudamiento sin el respaldo debido. Los bancos comenzaron a ofrecer créditos hipotecarios sin entradas ni garantías. La burbuja creció hasta degenerar en la situación actual.
La opción para el gobierno era dejar que el mercado reaccione por si solo, como es la filosofía republicana o actuar para evitar la debacle que habría arrastrado a banqueros, prestamistas y contribuyentes por igual, con impacto mundial. Se le ha acusado al presidente Bush de “socialista” por haber resuelto asignar fondos de sostenimiento al crédito quebrado. Pero la alternativa habría sido el derrumbe financiero como en la Gran Depresión de 1929.
Uno de los actores desencadenantes de la crisis fueron las corporaciones Fannie Mae y Freddie Mac. Fuerons organismo creados por el gobierno y el Congreso en años pasados, con la intención de ofrecer crédito barato para préstamos hipotecarios a ciudadanos de menores recursos. Sus ejecutivos cabildearon en el Congreso para evitar mecanismos de control, ofrecieron dádivas a legisladores de ambos partidos y extendieron sus acciones fraudulentas.
Adquirieron préstamos a bajo interés, protegieron con ello a prestamistas que no se sujetaron a las leyes y expandieron la burbuja por todo el sistema bancario y financiero. Llegó el punto de saturación, los receptores de los préstamos no pudieron pagar las cuotas, las aseguradoras de aseguradoras de aseguradoras como las MAE/MAC siguieron el mismo curso y se produjo la hecatombe.
La intención de MAE/MAC era buena, favorecer a los menos protegidos. Pero en la práctica, como sucede en casi todos los programas protectivos de salubridad, vivienda o educación, sobreviene la estafa, el fraude y la corrupción. Correa, en el Ecuador, quiere magnificar esa orientación de falsa protección social por parte del Estado y ya se puede avizorar el total fracaso, si él triunfa con el Si.
El proyecto de nueva Constitución ofrece educación gratuita desde la primaria y preprimaria hasta la universidad. Iguales ofertas en otros campos harían que el presupuesto se incremente en otros 3.000, 6.000 o más millones de dólares, sin que se sepa de dónde obtener los recursos. A Correa no le preocupa si cae el precio del petróleo, pero su ventas alimentan el 40% del total de los ingresos fiscales.
Tampoco le importa la economía yanqui, pero el 47% del comercio internacional se realiza con los Estados Unidos. Si la economía norteamericana se deprime, se deprimen los precios del petróleo, el comercio, la remeses de los inmigrantes que huyeron del Ecuador. Con esta forma que tiene Correa de razonar sobre temas económicos, ni un tendero de barrio le confiaría su tienda.
Pero Correa dirige no una abacería de pueblo, sino la economía del Ecuador. Y la nueva Constitución le excluiría de toda responsabilidad en que incurra por los malos manejos en política fiscal y monetaria, de inversiones, gastos y pactos internacionales. El Banco Central no tendría autoridad independiente, que la ha perdido también la Superintendencia de Bancos. Éstas y otras organizaciones de control adolecían de fallas probablemente, pero la solución no era ni será anularlas.
Sin Congreso fiscalizador, sin Contraloría, sin Tribunal Electoral independiente, sin oposición política y con una absorción abrasiva de medios de comunicación escritos y audiovisuales, Correa estaría marchando a paso firme por la misma vía de Chávez, Morales y Ortega hacia el “socialismo del siglo XXI”. Así acaba de predecirlo Patiño hace pocos días. Al menos habrá que agradecerle por la franqueza con que ha delineado la “doctrina Correa”, ya que muchas veces su gran jefe se pierde en circunloquios por esa manía que tiene de insultar en todo instante.
En suma: si el pueblo le da el Si a Correa, es porque está satisfecho con él. En caso de confirmarse, sobran los comentarios.
Sunday, September 14, 2008
¿A CUÁL ELOY ALFARO VENERA CORREA?
El actual presidente ecuatoriano Rafael Correa Delgado yerra a cada instante. Pero acaso uno de sus yerros mayores ha sido el haber escogido a Montecristi, ciudad nativa de Eloy Alfaro, para que allí se congreguen 113 asambleístas con el encargo (orden) de dar una apariencia legal a su gobierno dictatorial.
Más de 300 millones de dólares se dilapidaron en la construcción de un edificio incómodo y feo para la Asamblea Nacional Constituyente y para que allí, durante más de sus meses, los asambleístas terminen precipitadamente un proyecto de Constitución de casi 500 artículos que se orientan, no a fijar límites para que el poder ejecutivo no se exceda en sus funciones, sino para vigorizarlo más.
Montecristi, pueblito en que nació Alfaro, no tenía la infraestructura necesaria para albergar a la convención ni para hospedar a sus concurrentes. Pero todo se hizo de forma irresponsable, sin previsión, con premura. Aunque el mandato popular para la Asamblea era que se dedique exclusivamente a estudiar las reformas constitucionales o proponer una nueva, la mayor parte del tiempo se empleó en satisfacer las órdenes de Correa para destituir a funcionarios y quebrar la poca independencia de las diversas instituciones estatales ajustadas a la Constitución que aún no ha sido derogada ni sustituida.
¿Por qué Correa escogió a Montecristi y no el palacio del Congreso en Quito? El presidente lo dijo: para honrar la memoria de Alfaro, a quien considera la figura presidencial más importante de la historia ecuatoriana y de quien se considera descendiente por la línea Delgado.
¿Y por qué Alfaro es su líder predilecto? No lo ha dicho expresamente, pero con seguridad no será porque lo juzgue demócrata ejemplar ni porque quiera imitarlo en la devoción que el “Viejo Luchador” siempre sintió por la cultura yanqui y su espíritu empresarial y capacidad tecnológica gracias a lo cual pudo realizar su sueño de concluir el ferrocarril Quito/Guayaquil iniciado por García Moreno.
Los constructores del ferrocarril fueron Archer y John Harman. Un magnífico libro sobre la historia de esta épica aventura, que duró desde 1897 hasta 1908 y se prolongó hasta 1925, cuando la empresa fue absorbida por el gobierno, ha sido publicado por la nieta y biznieta de John, Elizabeth Harman Brainard y Katherine Robinson Brainard.
La obra en inglés se publicó en el 2003 y en español el 2007, con los auspicios de la Corporación para el Desarrollo de la Educación Universitaria (CODEU). Se titula El Ferrocarril del Cielo, tiene una ilustración de Endara Crow en la portada y hay excelentes e inéditas fotografías extraídas del archivo familiar.
Al paso que relata las incidencias de la gran obra, desde los primero contactos con Archer Harman previos a la contratación, hasta las mínimas vicisitudes que amenazaban con paralizar el proyecto, las autoras intercalan relatos acerca de la vida, cultura y política en el Ecuador de entonces, dichos por protagonistas y observadores directos de los hechos.
Son pinceladas muchas veces chocantes, desconocidas u omitidas por quienes han escrito la historia del Ecuador o la han comentado en la cátedra, los diarios o las aulas universitarias y colegiales. Correa y sus seguidores harían bien en leer esta obra escrita en lenguaje fácil (débil a veces la versión al español) y con abundancia de documentos de sustentación, que es la metodología académica para escribir historia no siempre respetada en el Ecuador.
Eloy Alfaro aparece como el mandatario emprendedor y autoritario que fue, cuya obsesión era completar el ferrocarril, que desde Guayaquil en ruta a Quito había llegado a 104.6 kilómetros gracias al empeño inconcluso de varios presidentes desde García Moreno. Mas esa obsesión fue aberrante y le creó una suerte de paranoia con respecto a los gobernantes que debían sucederlo en un proceso democrático.
Ese fue el caso de Lizardo García, que llegó tras de Leonidas Plaza en 1905. Pese a que García era liberal, Alfaro temió que cedería ante los conservadores opuestos al contrato del ferrocarril. Tras una “revolución” de 20 días, lo derrocó y el 17 de enero se proclamó Jefe Supremo (Pág 178). Pero el caudillo estaba ya debilitado y las rebeliones y boicot al ferrocarril proliferaron. En mayo de 1907 el Jefe Supremo tuvo que enfrentarse a soldados colombianos que, al decir de un observador del momento (Pág 195) fueron contratados por frailes asilados en ese país resueltos a iniciar una “guerra santa” contra Alfaro.
En su ánimo de no ceder en defensa de su obra magna, el ferrocarril, Alfaro “nombró a Harman comandante en jefe de las fuerzas ecuatorianas” y le autorizó a que hiciera “todo lo que quisiera” para rechazar a los invasores (Pág 195). ¿Qué hizo Harman, que a diferencia de su hermano John (graduado en West Point) no tenía experiencia militar? Pues utilizó el “arma” del ferrocarril, que para entonces había llegado hasta Latacunga. A los colombianos los amedrentó con los silbatos, chirridos y vapor de las locomotoras que ellos nunca habían visto y los puso en fuga.
El ejército ecuatoriano aprovechó el desconcierto de los colombianos a los que acorralaron y derrotaron: en la batalla hubo 1.800 entre muertos y heridos y 4.000 capturados. Alfaro compensó a los victoriosos con un muda de ropa y 10 sucres, una fortuna para la época. El relator afirma que muchos de los presos colombianos se quedaron para siempre en el Ecuador y algunos se emplearon en el ferrocarril (Pág 196).
El presidente Rafael Correa seguramente no conoce este episodio de su héroe de entregar el mando del ejército a un yanqui. Él, Correa, se ufana más bien de expulsar a los gringos de la base militar de Manta, de felicitar a Morales por la expulsión del embajador de Estados Unidos en La Paz y de diferir por más de mes y medio la recepción de credenciales de la nueva embajadora de ese país en Quito.
Alfaro, como Jefe Supremo, impuso la nueva Constitución de 1906, que ha sido la más duradera en el Ecuador y propulsora de principios democráticos loables como la educación laica, el matrimonio civil, el derecho del voto a la mujer y otras conquistas apreciables. Pero su percepción de la democracia ni es imitable ni laudable. ¿Será acaso por esto precisamente que Alfaro le atrae a Correa?
Tras su segundo periodo, a Alfaro le sucedió Emilio Estrada en 1911 (el ferrocarril había llegado a Quito en junio de 1908). Aunque al principio lo respaldó, terminó por desconfiar de él y apoyó a su sobrino Flavio Alfaro para organizar una revuelta que impida su posesión (Pág 210). Luego se produjo la sucesión vertiginosa de hechos que involucraron a Carlos Freile Zaldumbide, presidente del Congreso, a Plaza, a militares y políticos.
Estrada murió de un paro cardíaco, Freile asumió el mando y llamó a elecciones para el 28 de enero de 1912. Flavio Alfaro se proclamó, como su tío antes, Jefe Supremo en Esmeraldas. Lo propio hizo en Guayaquil el general Pedro Montero. Plaza, que aspiraba al poder, marchó a la Costa para aplastar la insurrección. La guerra civil subió de punto y Montero pidió a Alfaro, exiliado en Panamá, que regrese para comandar esta nueva “revolución”.
Montero fue derrotado en Huigra, Naranjito y Yaguachi en batallas que dejaron unos 3.00 muertos. La gente se distanció de Alfaro. Éste estaba de vuelta y con Montero, su hermano Medardo y otros, fueron apresados en Guayaquil. Pero las vidas de los revoltosos corrían peligro por lo que se decidió trasladarlos a Quito, por seguridad. A medio tramo del viaje en el ferrocarril de los sueños de Alfaro, Plaza ordenó suspenderlo debido a que la gente ardía en Quito contra los rebeldes.
La orden o no llegó a tiempo o se la desconoció. La historia, como se sabe, tuvo el “bárbaro” final en la “Hoguera Bárbara” de El Ejido (título que Alfredo Pareja Diezcanseco dio a su libro sobre el tema), donde los restos de Alfaro y los suyos fueron incinerados. (Págs 213,215 y 215)
Archer Harman, jubilado, murió en un grotesco accidente en su finca de Virginia. Había salido a cabalgar en compañía de su hija cuando el caballo se desbocó al cruzar un puente: asido de un estribo, fue arrastrado por el río y, tras golpearse en una roca, falleció. Su hermano menor John murió mucho antes a los 44 años de edad con fiebre amarilla y fue enterrado en Huigra.
La historia “gringa” del ferrocarril culminó en 1925 cuando la Guayaquil & Quito Railway Company fue adquirida por el gobierno ecuatoriano. A diferencia de lo que Correa ha hecho con compañías norteamericanas como la Occidental de Petróleos, que fue confiscada (robada), la de ferrocarriles recibió en pago la suma de 600.000 oro (Pág 247).
En suma, Correa está equivocado en seleccionar a Alfaro como paladín de la democracia y está equivocado si pretende invocarlo como ejemplo cuando actúa demencialmente contra todo lo que le recuerde a los Estados Unidos. Alfaro, hay que insistirlo, no es modelo de demócrata. Si bien cambió la historia al terminar con la hegemonía conservadora/clerical, el proceso democratizador quedó trunco. Y sigue trunco hasta ahora, con Correa.
¿Qué decir de otros gobernantes antiyanquis del momento, como Evo Morales de Bolivia y Hugo Chávez de Venezuela? Bolivia está al borde de una nueva guerra civil y trata de desviar la preocupación interna al expulsar al embajador de los Estados Unidos.
Chávez ha hecho lo propio “en solidaridad”. Pero a nadie se le escapa que el verdadero motivo para expulsar al embajador yanqui en Caracas es el juicio que está en curso en Miami y que probará que él envió 800.000 dólares cash a la candidata presidencial de Argentina. Y, además, debido a las acusaciones que por fin hace públicas los Estados Unidos sobre la vinculación directa de Chávez con las FARC y el narcotráfico (contenidas en los archivos del líder terrorista Raúl Reyes, muerto en el ataque colombiano de marzo de este año en su refugio en el Ecuador).
Sobre este tema, el diario El Nuevo Herald (del The Miami Herald) publicó hoy una excelente información que hacen ciertas dichas acusaciones. Lea la nota en este link.
Más de 300 millones de dólares se dilapidaron en la construcción de un edificio incómodo y feo para la Asamblea Nacional Constituyente y para que allí, durante más de sus meses, los asambleístas terminen precipitadamente un proyecto de Constitución de casi 500 artículos que se orientan, no a fijar límites para que el poder ejecutivo no se exceda en sus funciones, sino para vigorizarlo más.
Montecristi, pueblito en que nació Alfaro, no tenía la infraestructura necesaria para albergar a la convención ni para hospedar a sus concurrentes. Pero todo se hizo de forma irresponsable, sin previsión, con premura. Aunque el mandato popular para la Asamblea era que se dedique exclusivamente a estudiar las reformas constitucionales o proponer una nueva, la mayor parte del tiempo se empleó en satisfacer las órdenes de Correa para destituir a funcionarios y quebrar la poca independencia de las diversas instituciones estatales ajustadas a la Constitución que aún no ha sido derogada ni sustituida.
¿Por qué Correa escogió a Montecristi y no el palacio del Congreso en Quito? El presidente lo dijo: para honrar la memoria de Alfaro, a quien considera la figura presidencial más importante de la historia ecuatoriana y de quien se considera descendiente por la línea Delgado.
¿Y por qué Alfaro es su líder predilecto? No lo ha dicho expresamente, pero con seguridad no será porque lo juzgue demócrata ejemplar ni porque quiera imitarlo en la devoción que el “Viejo Luchador” siempre sintió por la cultura yanqui y su espíritu empresarial y capacidad tecnológica gracias a lo cual pudo realizar su sueño de concluir el ferrocarril Quito/Guayaquil iniciado por García Moreno.
Los constructores del ferrocarril fueron Archer y John Harman. Un magnífico libro sobre la historia de esta épica aventura, que duró desde 1897 hasta 1908 y se prolongó hasta 1925, cuando la empresa fue absorbida por el gobierno, ha sido publicado por la nieta y biznieta de John, Elizabeth Harman Brainard y Katherine Robinson Brainard.
La obra en inglés se publicó en el 2003 y en español el 2007, con los auspicios de la Corporación para el Desarrollo de la Educación Universitaria (CODEU). Se titula El Ferrocarril del Cielo, tiene una ilustración de Endara Crow en la portada y hay excelentes e inéditas fotografías extraídas del archivo familiar.
Al paso que relata las incidencias de la gran obra, desde los primero contactos con Archer Harman previos a la contratación, hasta las mínimas vicisitudes que amenazaban con paralizar el proyecto, las autoras intercalan relatos acerca de la vida, cultura y política en el Ecuador de entonces, dichos por protagonistas y observadores directos de los hechos.
Son pinceladas muchas veces chocantes, desconocidas u omitidas por quienes han escrito la historia del Ecuador o la han comentado en la cátedra, los diarios o las aulas universitarias y colegiales. Correa y sus seguidores harían bien en leer esta obra escrita en lenguaje fácil (débil a veces la versión al español) y con abundancia de documentos de sustentación, que es la metodología académica para escribir historia no siempre respetada en el Ecuador.
Eloy Alfaro aparece como el mandatario emprendedor y autoritario que fue, cuya obsesión era completar el ferrocarril, que desde Guayaquil en ruta a Quito había llegado a 104.6 kilómetros gracias al empeño inconcluso de varios presidentes desde García Moreno. Mas esa obsesión fue aberrante y le creó una suerte de paranoia con respecto a los gobernantes que debían sucederlo en un proceso democrático.
Ese fue el caso de Lizardo García, que llegó tras de Leonidas Plaza en 1905. Pese a que García era liberal, Alfaro temió que cedería ante los conservadores opuestos al contrato del ferrocarril. Tras una “revolución” de 20 días, lo derrocó y el 17 de enero se proclamó Jefe Supremo (Pág 178). Pero el caudillo estaba ya debilitado y las rebeliones y boicot al ferrocarril proliferaron. En mayo de 1907 el Jefe Supremo tuvo que enfrentarse a soldados colombianos que, al decir de un observador del momento (Pág 195) fueron contratados por frailes asilados en ese país resueltos a iniciar una “guerra santa” contra Alfaro.
En su ánimo de no ceder en defensa de su obra magna, el ferrocarril, Alfaro “nombró a Harman comandante en jefe de las fuerzas ecuatorianas” y le autorizó a que hiciera “todo lo que quisiera” para rechazar a los invasores (Pág 195). ¿Qué hizo Harman, que a diferencia de su hermano John (graduado en West Point) no tenía experiencia militar? Pues utilizó el “arma” del ferrocarril, que para entonces había llegado hasta Latacunga. A los colombianos los amedrentó con los silbatos, chirridos y vapor de las locomotoras que ellos nunca habían visto y los puso en fuga.
El ejército ecuatoriano aprovechó el desconcierto de los colombianos a los que acorralaron y derrotaron: en la batalla hubo 1.800 entre muertos y heridos y 4.000 capturados. Alfaro compensó a los victoriosos con un muda de ropa y 10 sucres, una fortuna para la época. El relator afirma que muchos de los presos colombianos se quedaron para siempre en el Ecuador y algunos se emplearon en el ferrocarril (Pág 196).
El presidente Rafael Correa seguramente no conoce este episodio de su héroe de entregar el mando del ejército a un yanqui. Él, Correa, se ufana más bien de expulsar a los gringos de la base militar de Manta, de felicitar a Morales por la expulsión del embajador de Estados Unidos en La Paz y de diferir por más de mes y medio la recepción de credenciales de la nueva embajadora de ese país en Quito.
Alfaro, como Jefe Supremo, impuso la nueva Constitución de 1906, que ha sido la más duradera en el Ecuador y propulsora de principios democráticos loables como la educación laica, el matrimonio civil, el derecho del voto a la mujer y otras conquistas apreciables. Pero su percepción de la democracia ni es imitable ni laudable. ¿Será acaso por esto precisamente que Alfaro le atrae a Correa?
Tras su segundo periodo, a Alfaro le sucedió Emilio Estrada en 1911 (el ferrocarril había llegado a Quito en junio de 1908). Aunque al principio lo respaldó, terminó por desconfiar de él y apoyó a su sobrino Flavio Alfaro para organizar una revuelta que impida su posesión (Pág 210). Luego se produjo la sucesión vertiginosa de hechos que involucraron a Carlos Freile Zaldumbide, presidente del Congreso, a Plaza, a militares y políticos.
Estrada murió de un paro cardíaco, Freile asumió el mando y llamó a elecciones para el 28 de enero de 1912. Flavio Alfaro se proclamó, como su tío antes, Jefe Supremo en Esmeraldas. Lo propio hizo en Guayaquil el general Pedro Montero. Plaza, que aspiraba al poder, marchó a la Costa para aplastar la insurrección. La guerra civil subió de punto y Montero pidió a Alfaro, exiliado en Panamá, que regrese para comandar esta nueva “revolución”.
Montero fue derrotado en Huigra, Naranjito y Yaguachi en batallas que dejaron unos 3.00 muertos. La gente se distanció de Alfaro. Éste estaba de vuelta y con Montero, su hermano Medardo y otros, fueron apresados en Guayaquil. Pero las vidas de los revoltosos corrían peligro por lo que se decidió trasladarlos a Quito, por seguridad. A medio tramo del viaje en el ferrocarril de los sueños de Alfaro, Plaza ordenó suspenderlo debido a que la gente ardía en Quito contra los rebeldes.
La orden o no llegó a tiempo o se la desconoció. La historia, como se sabe, tuvo el “bárbaro” final en la “Hoguera Bárbara” de El Ejido (título que Alfredo Pareja Diezcanseco dio a su libro sobre el tema), donde los restos de Alfaro y los suyos fueron incinerados. (Págs 213,215 y 215)
Archer Harman, jubilado, murió en un grotesco accidente en su finca de Virginia. Había salido a cabalgar en compañía de su hija cuando el caballo se desbocó al cruzar un puente: asido de un estribo, fue arrastrado por el río y, tras golpearse en una roca, falleció. Su hermano menor John murió mucho antes a los 44 años de edad con fiebre amarilla y fue enterrado en Huigra.
La historia “gringa” del ferrocarril culminó en 1925 cuando la Guayaquil & Quito Railway Company fue adquirida por el gobierno ecuatoriano. A diferencia de lo que Correa ha hecho con compañías norteamericanas como la Occidental de Petróleos, que fue confiscada (robada), la de ferrocarriles recibió en pago la suma de 600.000 oro (Pág 247).
En suma, Correa está equivocado en seleccionar a Alfaro como paladín de la democracia y está equivocado si pretende invocarlo como ejemplo cuando actúa demencialmente contra todo lo que le recuerde a los Estados Unidos. Alfaro, hay que insistirlo, no es modelo de demócrata. Si bien cambió la historia al terminar con la hegemonía conservadora/clerical, el proceso democratizador quedó trunco. Y sigue trunco hasta ahora, con Correa.
¿Qué decir de otros gobernantes antiyanquis del momento, como Evo Morales de Bolivia y Hugo Chávez de Venezuela? Bolivia está al borde de una nueva guerra civil y trata de desviar la preocupación interna al expulsar al embajador de los Estados Unidos.
Chávez ha hecho lo propio “en solidaridad”. Pero a nadie se le escapa que el verdadero motivo para expulsar al embajador yanqui en Caracas es el juicio que está en curso en Miami y que probará que él envió 800.000 dólares cash a la candidata presidencial de Argentina. Y, además, debido a las acusaciones que por fin hace públicas los Estados Unidos sobre la vinculación directa de Chávez con las FARC y el narcotráfico (contenidas en los archivos del líder terrorista Raúl Reyes, muerto en el ataque colombiano de marzo de este año en su refugio en el Ecuador).
Sobre este tema, el diario El Nuevo Herald (del The Miami Herald) publicó hoy una excelente información que hacen ciertas dichas acusaciones. Lea la nota en este link.
Sunday, September 7, 2008
SOBRE LA "DOCTRINA" CORREA
El presidente ecuatoriano Rafael Correa está absolutamente equivocado en su compaña a favor del Si al proyecto de nueva Constitución, si con la aprobación del documento que prolongaría su gobierno de corte dictatorial cree que logrará la prosperidad colectiva.
Las consecuencias del Si, por el que al parecer va a inclinarse la mayoría de los votantes el próximo 28 de este mes, serán un retorno al pasado en el manejo de la cosa pública en cuanto obstrucción de la iniciativa privada, el incremento de los impuestos para compensar el constante déficit fiscal por el irresponsable gasto público, un decaimiento de la inversión nacional y extranjera y, por cierto, reducción del empleo y empobrecimiento generalizado.
Correa, graduado en economía, acaba de anunciar un aumento del 51% en el presupuesto estatal, para llegar a la cifra de 15.000 millones de dólares, con un déficit de hecho de 2.000 millones que dice lo equilibrará con los precios del petróleo y más deuda externa.
No se requiere de títulos académicos para comprender lo absurdo de la política fiscal de Correa. Por sentido común se deduce que quien gasta más de lo que gana, se endeuda más y está condenado a quebrar. El Presidente ha dicho que si los precios del petróleo siguen cayendo en el mercado, no pagará la deuda. Es una amenaza pueril.
Los acreedores no son responsables de la fijación de los precios del crudo en el mercado mundial. Nadie lo es en particular. El precio de ese bien está regulado por el libre juego de la oferta y la demanda, dentro de cuyo marco operan los especuladores para satisfacer a las dos partes con la proyección de ventas a futuro.
Si el Ecuador resuelve unilateralmente no pagar la deuda externa por cualquiera que fueren los razonamientos caprichosos de Correa, el impacto lo sufrirán no los acreedores, sino el deudor moroso. La deuda externa, desde los tiempos de las guerras de la Independencia y la construcción del ferrocarril se pactaron no por la imposición de las armas, sino con consentimiento de los gobiernos de los diferentes períodos presidenciales. Y hay que pagarla.
El infame incremento del gasto público quebrará el escudo de la dolarización en el Ecuador y desencadenará la inflación, que es el peor azote a las economías de los estratos de ingresos fijos. Desalentará la inversión, decrecerá el empleo y la producción agropecuaria, lo cual encarecerá los precios de los alimentos. Habrá más hambre, angustia, inestabilidad y violencia.
Espanta advertir que Correa se pasee por los cuatro confines del país en una irrefrenable campaña para vender el Si sin que nada ni nadie lo detenga a punto tal que los partidarios para uncirle como dictador crecen con el paso de los días y ahora llegan al 57% o más.
Es probable, pues, que gane con amplia ventaja. Pero el fracaso de su gestión es inevitable si se analiza la historia del Ecuador y de otras naciones del mundo. A fin de cuentas, las sociedades más prósperas ha sido aquellas en las que ha primado un sistema de reducción de los poderes omnímodos del ejecutivo, para que la capacidad creativa, inventiva y empresarial de la gente se desarrolle en plena libertad.
Los peregrinos de Europa zarparon hacia América del Norte para escapar del absolutismo monárquico que coartaba la libertad de expresión y credo y que los mantenía empobrecidos con impuestos y una impermeable sociedad de castas. En América comenzaron a forjar otro tipo de sociedad abierta, que a través del tiempo ha ido consolidándose hasta convertirse en la potencia mundial primera, cultural, económica y militarmente hablando.
En el Ecuador, por desgracia, la tendencia parece ser regresiva. No se quiere la ampliación de libertad, sino la consagración de un caudillo que lo promete todo y nada con su retórica huera e insultante. Se diría que la mayoría añora en él al patrón blanco de hacienda, que fue fruto de la traslación casi intacta del sistema español feudal durante la Colonia.
Abraham Lincoln abolió la esclavitud en los Estados Unidos y evitó la disolución de la Unión tras triunfar en la guerra civil de secesión. Hace siglo y medio sugirió lo que los gobiernos democráticos debían hacer para fomentar la prosperidad de los pueblos. Vale la pena que se recuerden sus pensamientos al respecto, para marcar el contraste con las proposiciones diametralmente opuestas de Rafael Correa y su doctrina del “socialismo bolivariano del Siglo XXI”. He aquí el
DECÁLOGO DE ABRAHAM LINCOLN
1. No se puede crear prosperidad desalentando la Iniciativa Propia.
2. No se puede fortalecer al débil, debilitando al fuerte.
3. No se puede ayudar a los pequeños, aplastando a los grandes.
4. No se puede ayudar al pobre, destruyendo al rico.
5. No se puede elevar al asalariado, presionando a quien paga el salario.
6. No se puede resolver sus problemas mientras gaste más de lo que gana.
7. No se puede promover la fraternidad de la humanidad, admitiendo e incitando el odio de clases.
8. No se puede garantizar una adecuada seguridad con dinero prestado.
9. No se puede formar el carácter y el valor del hombre quitándole su independencia (libertad) e iniciativa.
10. No se puede ayudar a los hombres realizando por ellos permanentemente lo que ellos pueden y deben hacer por sí mismos.
Las consecuencias del Si, por el que al parecer va a inclinarse la mayoría de los votantes el próximo 28 de este mes, serán un retorno al pasado en el manejo de la cosa pública en cuanto obstrucción de la iniciativa privada, el incremento de los impuestos para compensar el constante déficit fiscal por el irresponsable gasto público, un decaimiento de la inversión nacional y extranjera y, por cierto, reducción del empleo y empobrecimiento generalizado.
Correa, graduado en economía, acaba de anunciar un aumento del 51% en el presupuesto estatal, para llegar a la cifra de 15.000 millones de dólares, con un déficit de hecho de 2.000 millones que dice lo equilibrará con los precios del petróleo y más deuda externa.
No se requiere de títulos académicos para comprender lo absurdo de la política fiscal de Correa. Por sentido común se deduce que quien gasta más de lo que gana, se endeuda más y está condenado a quebrar. El Presidente ha dicho que si los precios del petróleo siguen cayendo en el mercado, no pagará la deuda. Es una amenaza pueril.
Los acreedores no son responsables de la fijación de los precios del crudo en el mercado mundial. Nadie lo es en particular. El precio de ese bien está regulado por el libre juego de la oferta y la demanda, dentro de cuyo marco operan los especuladores para satisfacer a las dos partes con la proyección de ventas a futuro.
Si el Ecuador resuelve unilateralmente no pagar la deuda externa por cualquiera que fueren los razonamientos caprichosos de Correa, el impacto lo sufrirán no los acreedores, sino el deudor moroso. La deuda externa, desde los tiempos de las guerras de la Independencia y la construcción del ferrocarril se pactaron no por la imposición de las armas, sino con consentimiento de los gobiernos de los diferentes períodos presidenciales. Y hay que pagarla.
El infame incremento del gasto público quebrará el escudo de la dolarización en el Ecuador y desencadenará la inflación, que es el peor azote a las economías de los estratos de ingresos fijos. Desalentará la inversión, decrecerá el empleo y la producción agropecuaria, lo cual encarecerá los precios de los alimentos. Habrá más hambre, angustia, inestabilidad y violencia.
Espanta advertir que Correa se pasee por los cuatro confines del país en una irrefrenable campaña para vender el Si sin que nada ni nadie lo detenga a punto tal que los partidarios para uncirle como dictador crecen con el paso de los días y ahora llegan al 57% o más.
Es probable, pues, que gane con amplia ventaja. Pero el fracaso de su gestión es inevitable si se analiza la historia del Ecuador y de otras naciones del mundo. A fin de cuentas, las sociedades más prósperas ha sido aquellas en las que ha primado un sistema de reducción de los poderes omnímodos del ejecutivo, para que la capacidad creativa, inventiva y empresarial de la gente se desarrolle en plena libertad.
Los peregrinos de Europa zarparon hacia América del Norte para escapar del absolutismo monárquico que coartaba la libertad de expresión y credo y que los mantenía empobrecidos con impuestos y una impermeable sociedad de castas. En América comenzaron a forjar otro tipo de sociedad abierta, que a través del tiempo ha ido consolidándose hasta convertirse en la potencia mundial primera, cultural, económica y militarmente hablando.
En el Ecuador, por desgracia, la tendencia parece ser regresiva. No se quiere la ampliación de libertad, sino la consagración de un caudillo que lo promete todo y nada con su retórica huera e insultante. Se diría que la mayoría añora en él al patrón blanco de hacienda, que fue fruto de la traslación casi intacta del sistema español feudal durante la Colonia.
Abraham Lincoln abolió la esclavitud en los Estados Unidos y evitó la disolución de la Unión tras triunfar en la guerra civil de secesión. Hace siglo y medio sugirió lo que los gobiernos democráticos debían hacer para fomentar la prosperidad de los pueblos. Vale la pena que se recuerden sus pensamientos al respecto, para marcar el contraste con las proposiciones diametralmente opuestas de Rafael Correa y su doctrina del “socialismo bolivariano del Siglo XXI”. He aquí el
DECÁLOGO DE ABRAHAM LINCOLN
1. No se puede crear prosperidad desalentando la Iniciativa Propia.
2. No se puede fortalecer al débil, debilitando al fuerte.
3. No se puede ayudar a los pequeños, aplastando a los grandes.
4. No se puede ayudar al pobre, destruyendo al rico.
5. No se puede elevar al asalariado, presionando a quien paga el salario.
6. No se puede resolver sus problemas mientras gaste más de lo que gana.
7. No se puede promover la fraternidad de la humanidad, admitiendo e incitando el odio de clases.
8. No se puede garantizar una adecuada seguridad con dinero prestado.
9. No se puede formar el carácter y el valor del hombre quitándole su independencia (libertad) e iniciativa.
10. No se puede ayudar a los hombres realizando por ellos permanentemente lo que ellos pueden y deben hacer por sí mismos.
Friday, September 5, 2008
HA NACIDO UNA LÍDER
El discurso de aceptación de Sarah Palin como candidata republicana a la Vicepresidencia de la República, confirmó que fue sabia la decisión de John McCain al escogerla como su compañera de binomio para las elecciones presidenciales del 4 de noviembre próximo.
No obstante ser la primera vez que Sarah se enfrentaba ante una multitud inmensa, de más de 5.000 asistentes a la Convención del partido, ella no se inmutó ni titubeó un solo instante. Por el contrario, demostró una total entereza y dominio de si misma y del vasto auditorio.
Sus palabras, dichas con impresionante elocuencia y sencillez, deslumbraron a todos, hombres y mujeres, más allá de las barreras partidistas. Y con ello rompió el mito de que en la sociedad norteamericana aún prevalecen los prejuicios racistas y sexistas.
Si Obama tuviese las virtudes de de liderazgo de Palin como orador, la gente se arremolinaría en torno a él como ocurrió con la gobernadora de Alaska. Muchos de los seguidores de Obama, sin embargo lo son no por sus cualidades tanto que por su ancestro africano: quieren expiar las culpas de un esclavismo en el, por lo demás, ninguna culpa tuvieron.
Y si Hillary Clinton habría sido la líder superdotada que ella creía ser, entonces su coronación se habría concretado en lugar de la de Obama. Pero la resistencia que creaba y sigue creando excede al 50% y ello explica su derrota frente a un desconocido, joven, inexperto, orador populista, pero además…negro.
Sarah, que se proyecta como la nueva Margaret Thatcher made in USA, probó ser coherente y firme en sus principios de visión republicana sobre la defensa de la vida desde la concepción, la disciplina fiscal, la seguridad nacional, el reto de la independencia energética y la necesidad de una continua reforma educativa.
Sus frases fueron concisas, con frecuencia sarcásticamente demoledoras contra el binomio rival Obama/Biden. Su estilo contrasta con la verbosidad populista y ambigua de Obama, que recuerda la de caudillos de otros ámbitos, como Correa de Ecuador o Chávez de Venezuela.
En su discurso de aceptación, anoche, McCain lució como un patriarca, sobrio, de oratoria reposada pero con pronunciamientos y propuestas de fondo acerca de la situación interna y externa de los Estados Unidos. La combinación de los dos estilos y personalidades será una fórmula difícil de vencer en los comicios que se avecinan.
Con la inclusión de Sarah, el partido republicano está en la ruta de reunificación tras la derrota que sufriera en las elecciones para congresistas de hace 2 años, cuando perdió la mayoría en ambas cámaras. Muchos analistas achacaron esa derrota al desvío de la dirigencia partidista de los principios sustantivos de esa agrupación política, que Sarah está en plan de rescatar.
Hubo congresistas republicanos que cedieron a la tentación de aumentar el gasto fiscal y no respaldaron proyectos fundamentales como los de ajustes al sistema de seguridad social, sobre inmigración y salud, aparte de incurrir en escándalos que dañaron su imagen. McCain, junto a Sarah, promete recuperar la lid republicana en todos estos temas.
La gobernadora de Alaska, de otro lado, ha dado probablemente una estocada de muerte al falso feminismo difundido en los últimos años, cuyos logros han hecho más bien daño a la mujer. Sarah demuestra que la mujer no tiene que dejar de ser femenina para ejercer liderazgo, que puede ser bella e inteligente para alternar al hombre, sin tratar de disminuirlo, imitarlo ni menos sustituirlo.
Porque el movimiento feminista ha degenerado en algo contra natura. Desprecia a la contraparte masculina, no lo acepta para formar un hogar y una familia. Si la feminista quiere hijos, los concibe por inseminación. Como lo hace gente del otro sexo, los homosexuales como Ricky Martin y el alquiler de un vientre materno.
Las feministas, en su origen, se organizaron no solo para defender los derechos disminuidos de la mujer en las oportunidades del trabajo y otras actividades de la comunidad. Se unieron para oponerse al aborto impuesto casi siempre por el hombre que rehúye la responsabilidad frente a un embarazo no deseado o socialmente inconveniente.
Ahora el feminismo defiende fervorosamente el aborto, el homosexualismo y el matrimonio gay. Los resultados han sido el debilitamiento del núcleo familiar, la multiplicación de las madres solteras y el aumento de la delincuencia juvenil por la falta de una educación complementaria propia de un matrimonio estable entre un hombre y una mujer.
Sarah está casada por más de 20 años con un mismo hombre y ha procreado a cinco hijos, al último de los cuales se negó a abortar porque tenía el síndrome Down. Es madre, es atractiva, es “pro life”, usa faldas…es la imagen opuesta de la mujer en pantalones masculinos a la Hillary Clinton. No se siente ni mejor ni peor que el hombre, sino distinta y convencida por ello de poder desarrollar sus potencialidades sin mermar en nada su feminidad.
Tanto McCain como Palin desbordan energía y optimismo, frente al tono agrio, pesimista y sombrío de sus rivales. Uno y otro observan los errores que hay que corregir en el país, pero no lo denigran sino que lo exaltan. Michelle Obama, cónyuge del candidato demócrata, dijo en las primarias que por la primera vez sentía orgullo de los Estados Unidos, por haber nominado a un negro.
McCain, anoche, narró que sobrevivió a 5 años y medio de prisión tormentosa en la cárcel de Vietnam, sostenido por su fe en Dios y los Estados Unidos. Fue mi país quien me salvó, dijo, estoy orgulloso de él y lo estaré siempre y siempre lo defenderé. El enfoque político del binomio es, en consecuencia, distinto: su primera prioridad será la preservación de la seguridad nacional.
McCain, héroe de la guerra, no es guerrerista o belicista. Pero como Reagan o Theodor Roosevelt, a quien también venera, cree que para garantizar la paz no hay otra alternativa que demostrar fortaleza, no solo en principios sino en poder militar. Con los enemigos extremistas fracasa la diplomacia, solo ceden ante la fuerza, como lo ha demostrado la historia.
No obstante ser la primera vez que Sarah se enfrentaba ante una multitud inmensa, de más de 5.000 asistentes a la Convención del partido, ella no se inmutó ni titubeó un solo instante. Por el contrario, demostró una total entereza y dominio de si misma y del vasto auditorio.
Sus palabras, dichas con impresionante elocuencia y sencillez, deslumbraron a todos, hombres y mujeres, más allá de las barreras partidistas. Y con ello rompió el mito de que en la sociedad norteamericana aún prevalecen los prejuicios racistas y sexistas.
Si Obama tuviese las virtudes de de liderazgo de Palin como orador, la gente se arremolinaría en torno a él como ocurrió con la gobernadora de Alaska. Muchos de los seguidores de Obama, sin embargo lo son no por sus cualidades tanto que por su ancestro africano: quieren expiar las culpas de un esclavismo en el, por lo demás, ninguna culpa tuvieron.
Y si Hillary Clinton habría sido la líder superdotada que ella creía ser, entonces su coronación se habría concretado en lugar de la de Obama. Pero la resistencia que creaba y sigue creando excede al 50% y ello explica su derrota frente a un desconocido, joven, inexperto, orador populista, pero además…negro.
Sarah, que se proyecta como la nueva Margaret Thatcher made in USA, probó ser coherente y firme en sus principios de visión republicana sobre la defensa de la vida desde la concepción, la disciplina fiscal, la seguridad nacional, el reto de la independencia energética y la necesidad de una continua reforma educativa.
Sus frases fueron concisas, con frecuencia sarcásticamente demoledoras contra el binomio rival Obama/Biden. Su estilo contrasta con la verbosidad populista y ambigua de Obama, que recuerda la de caudillos de otros ámbitos, como Correa de Ecuador o Chávez de Venezuela.
En su discurso de aceptación, anoche, McCain lució como un patriarca, sobrio, de oratoria reposada pero con pronunciamientos y propuestas de fondo acerca de la situación interna y externa de los Estados Unidos. La combinación de los dos estilos y personalidades será una fórmula difícil de vencer en los comicios que se avecinan.
Con la inclusión de Sarah, el partido republicano está en la ruta de reunificación tras la derrota que sufriera en las elecciones para congresistas de hace 2 años, cuando perdió la mayoría en ambas cámaras. Muchos analistas achacaron esa derrota al desvío de la dirigencia partidista de los principios sustantivos de esa agrupación política, que Sarah está en plan de rescatar.
Hubo congresistas republicanos que cedieron a la tentación de aumentar el gasto fiscal y no respaldaron proyectos fundamentales como los de ajustes al sistema de seguridad social, sobre inmigración y salud, aparte de incurrir en escándalos que dañaron su imagen. McCain, junto a Sarah, promete recuperar la lid republicana en todos estos temas.
La gobernadora de Alaska, de otro lado, ha dado probablemente una estocada de muerte al falso feminismo difundido en los últimos años, cuyos logros han hecho más bien daño a la mujer. Sarah demuestra que la mujer no tiene que dejar de ser femenina para ejercer liderazgo, que puede ser bella e inteligente para alternar al hombre, sin tratar de disminuirlo, imitarlo ni menos sustituirlo.
Porque el movimiento feminista ha degenerado en algo contra natura. Desprecia a la contraparte masculina, no lo acepta para formar un hogar y una familia. Si la feminista quiere hijos, los concibe por inseminación. Como lo hace gente del otro sexo, los homosexuales como Ricky Martin y el alquiler de un vientre materno.
Las feministas, en su origen, se organizaron no solo para defender los derechos disminuidos de la mujer en las oportunidades del trabajo y otras actividades de la comunidad. Se unieron para oponerse al aborto impuesto casi siempre por el hombre que rehúye la responsabilidad frente a un embarazo no deseado o socialmente inconveniente.
Ahora el feminismo defiende fervorosamente el aborto, el homosexualismo y el matrimonio gay. Los resultados han sido el debilitamiento del núcleo familiar, la multiplicación de las madres solteras y el aumento de la delincuencia juvenil por la falta de una educación complementaria propia de un matrimonio estable entre un hombre y una mujer.
Sarah está casada por más de 20 años con un mismo hombre y ha procreado a cinco hijos, al último de los cuales se negó a abortar porque tenía el síndrome Down. Es madre, es atractiva, es “pro life”, usa faldas…es la imagen opuesta de la mujer en pantalones masculinos a la Hillary Clinton. No se siente ni mejor ni peor que el hombre, sino distinta y convencida por ello de poder desarrollar sus potencialidades sin mermar en nada su feminidad.
Tanto McCain como Palin desbordan energía y optimismo, frente al tono agrio, pesimista y sombrío de sus rivales. Uno y otro observan los errores que hay que corregir en el país, pero no lo denigran sino que lo exaltan. Michelle Obama, cónyuge del candidato demócrata, dijo en las primarias que por la primera vez sentía orgullo de los Estados Unidos, por haber nominado a un negro.
McCain, anoche, narró que sobrevivió a 5 años y medio de prisión tormentosa en la cárcel de Vietnam, sostenido por su fe en Dios y los Estados Unidos. Fue mi país quien me salvó, dijo, estoy orgulloso de él y lo estaré siempre y siempre lo defenderé. El enfoque político del binomio es, en consecuencia, distinto: su primera prioridad será la preservación de la seguridad nacional.
McCain, héroe de la guerra, no es guerrerista o belicista. Pero como Reagan o Theodor Roosevelt, a quien también venera, cree que para garantizar la paz no hay otra alternativa que demostrar fortaleza, no solo en principios sino en poder militar. Con los enemigos extremistas fracasa la diplomacia, solo ceden ante la fuerza, como lo ha demostrado la historia.
Monday, September 1, 2008
LA ENDEMIA DEL POPULISMO
Por Blasco Peñaherrera Padilla
(Colaboración)
La mayor parte de los autores que se han ocupado del tema coinciden en afirmar que el vocablo "populismo/populista" fue usado por vez primera para denominar al movimiento político y cultural "narodnitchestvo" que surgiera en Rusia en el último tercio del siglo XIX, en procura de reivindicaciones democráticas contra el despotismo zarista y por la implantación de una especie de socialismo agrario de contornos difusos, para imponer el cual sus militantes (casi todos intelectuales jóvenes inspirados en las ideas de Selgunov, Gavrilovich, Herzen, Bakunin y otros), tuvieron la ocurrencia de convivir con los campesinos para "asimilar sus virtudes" (propias de su "estado de naturaleza", decían, en términos roussonianos) y conquistarles para su causa.
Los "narodnikis", empero, no fueron en rigor los primeros "populistas" en la historia. No es impropio considerar que Pericles en Atenas; los Gracos, Mario, Espartaco, Catilina y Julio César, en Roma; Pedro El Ermitaño en la Edad Media; los Comuneros de Castilla en la Edad Moderna; los "sansculottes" en la Francia revolucionaria; Bonaparte luego, y así hasta los grandes manejadores de multitudes del siglo pasado y el actual, fueron o pudieron ser calificados como “populistas”, por el hecho de haber conseguido el respaldo de amplios sectores populares, que los identificaron con sus aspiraciones, sus anhelos o frustraciones para consagrarlos como sus gobernantes. Con esto coincide, entre otros, Carlos de la Torre Espinosa (El populismo y los partidos políticos en el Ecuador) quien, sin remontar la referencia a épocas tan distantes, demuestra empero como "el término populismo ha sido usado para entender fenómenos sociopolíticos tan variados en forma, contenido y especificidad histórica y geográfica como: el peronismo, el varguismo, el velasquismo, el gaitanismo, los narodnikis rusos y los farmers estadounidenses de la segunda mitad del siglo XIX". Ernesto Laclau (Política e ideología en la teoría marxista), añade acertadamente a estos ejemplos los fascismos italiano y alemán, el nasserismo egipcio, el APRA peruano, el poujadismo francés e incluso el partido comunista italiano actual.
En este punto me parece indispensable una interpolación, para poner a salvo la significación histórica de varios de los movimientos antes mencionados. En no pocas ocasiones, gobernantes y movimientos que ascendieron al poder al impulso de una eclosión típicamente populista, lo ejercieron con austeridad y severa sujeción a los dictados de la técnica, la honradez, la seriedad. Tal es el caso, sobre todo, del partido aprista peruano y de su gran líder, el doctor Raúl Haya de la Torre y del doctor Alan García Pérez en su actual administración. Así mismo, a la inversa, habría que añadir a la lista de gobiernos populistas, a no pocos de gobernantes y partidos que proclamaron su fidelidad a una ideología y un programa, que ostentaron abundante disponibilidad de cuadros administrativos y profesaron su rechazo frontal al providencialismo y al paternalismo, pero que, una vez en el ejercicio del poder y seducidos por sus múltiples halagos, cambiaron diametralmente de rumbo e incurrieron en los mismos errores y defectos que antes habían censurado. Esta duplicidad en el comportamiento -que tan gravemente deteriora la imagen de los políticos y aún del propio sistema democrático- suele explicarse como una suerte de concesión inevitable ante las presiones del ambiente. Se dice que en la mayor parte de los países del mundo y en la totalidad de los subdesarrollados, hay una suerte de predisposición idiosincrásica favorable para el estilo populista de gobierno, que resulta muy difícil contrariar. Con lo cual se explica la persistencia y vitalidad de los movimientos de este género y, en gran medida también, las transgresiones y transacciones de los que, no siéndolo, gobiernan como si lo fueran.
Pero, volviendo al tema, ¿qué es entonces “el populismo” y cuáles son las causas de su génesis y de la diversidad y persistencia de sus manifestaciones? El análisis comparativo de los casos enumerados, permite deducir ciertas características que pueden estimarse como notaciones esenciales y genéricas del fenómeno. Estas son: una "movilización popular", casi siempre policlasista, que se produce en torno o detrás de un líder o un núcleo dirigente de muy vigorosa presencia, en procura de objetivos de contornos imprecisos pero intensamente apetecibles, como la “reivindicación”, la “transformación” o la “reconquista”. O “el cambio”, ese mágico vocablo que ahora mueve multitudes en los cuatro confines del planeta. Estos "objetivos" devienen o están en relación directa con ciertas causas profundas las cuales, en una infinita variedad específica, consisten, esencialmente, en desajustes, mutaciones, traumas, carencias o crisis de orden social, económico o político. La agudización de las tensiones Inter-étnicas o de los contrastes en los niveles de bienestar y distribución de la riqueza entre individuos, sectores sociales o regiones; los conflictos de transición de la economía agraria al industrialismo incipiente; la explosión demográfica y la migración del campo a las ciudades; las derrotas o humillaciones internacionales; el derrocamiento de regímenes autocráticos y la liberación del colonialismo; las tensiones entre países atrasados y desarrollados; la exaltación de la religiosidad o los sentimientos nacionalistas; la instauración del sufragio efectivo y, el descrédito de las organizaciones partidistas tradicionales han sido, entre otras, esas causas profundas que provocan esa "rápida movilización de vastos sectores sociales a una politización intensiva fuera de los canales institucionales existentes", al conjuro del mito popular -el más funcional en la lucha por el poder político- que "está latente aún en la sociedad más articulada y compleja, más allá del orden pluralista, para materializarse repentinamente en los momentos de crisis", como lo expresa Ludovico Incisa.
Por lo expuesto, es lógico concluir que los movimientos populistas, a diferencia de los partidos políticos tradicionales, no requieren o en gran medida no pueden tener una “ideología tradicional”, ya que las claves de su estructura y sus estrategias deben ser tan diversas y variables como las condiciones de su existencia. Sin embargo, así como los movimientos “liberacionistas” o “insurgentes” que surgieron en Africa y el sudeste asiático desde mediados del siglo pasado, se proclamaron “afines” al socialismo o al “marxismo leninismo”, los que han captado el poder en América Latina en los últimos años, ha optado por usar la denominación de “socialistas” pero, “del siglo XXI”, para evadir la identificación con el viejo socialismo que quedó sepultado bajo la argamasa del “Muro de Berlín”. A este efecto, se han valido de las divagaciones ideológicas así denominadas por un profesor germano de la UNAM, con lo que, por añadidura, han conseguido la entusiasta adhesión de la militancia sobreviviente del marxismo-leninismo y, algo que vale mucho más: la simpatía de la “intelectualidad progresista” y, por ende, las garantías de impunidad que ella otorga a los gobernantes de ese sector, “urbi et orbe”.
Pero el populismo no es solamente una movilización imbatible en procura del poder político; es (por igual o ante todo, según quiera verse) una manera sui géneris de ejercer el poder; un estilo peculiar del arte de gobernar; un modo característico de concebir la relación pueblo-gobierno; un método y una estrategia típicos para atender y satisfacer las necesidades populares. Dada la relación aparentemente sin intermediarios (por la inexistencia de la estructura partidista tradicional) entre el líder-gobernante y el partidario-pueblo, éste tiene la sensación de una cercanía, de una casi-intimidad y una total identificación, que aquel –el líder-gobernante- procura acentuar con el gesto, con la palabra, con el comportamiento y con la acción. La concesión de "audiencias" amplias y frecuentes, los "recorridos de obras", las “sesiones de Gabinete” en todos los rincones de la geografía nacional o las “visitas familiares” debidamente difundidas, la periódica realización de mítines y concentraciones, el uso atosigante de la publicidad audiovisual, los grandes retratos, los slogans y las banderas, conducen a crear y robustecer esta sensación.
De otro lado, como el gobernante-populista concibe el ejercicio del gobierno, primordialmente, como un medio para consolidarse en el poder o para evitar el triunfo de los adversarios (los extremistas o los reaccionarios, los infieles, los imperialistas y, últimamente, los neo-liberales,), su gestión se dirige a este fin con preferencia o con exclusión de cualquier otro. Las obras faraónicas o al menos la estentórea contratación de grandes proyectos, la realización ipso facto de cuánta obra menuda se le requiere, la adquisición de equipamiento militar para la defensa de la “soberanía” y el “sagrado patrimonio nacional”; y, sobre todo, el obsequio dispendioso de los dineros públicos (latisueldos, subsidios y granjerías), son los modos más socorridos para lograr este propósito.
Esta dadivosidad ha llegado en algunos casos de niveles de lo atrozmente delictivo. Este fue el caso de Hitler y su nacionalsocialismo. Según lo demuestra Gotz Aly, un galardonado investigador y politólogo alemán en su impactante libro “La Utopía Nazi”, las medidas contra los judíos (la “arianización”), fueron impulsadas por motivaciones económicas más que que raciales, pese a la virulenta propaganda que se hiciera en tal sentido. Un decreto de abril de 1938 obligó a los judíos a efectuar una declaración de sus bienes, como paso previo a la “desjudeización total y definitiva de la economía alemana”, como se denominó a la cruda apropiación de todos los bienes de las víctimas de la expatriación o el exterminio, tras lo cual Hermann Goring dijo: “Los beneficios de la eliminación de los judíos corresponden únicamente al Reich”. A este infame expolio se añadió después el de los países que fueron ocupados (“la ocupación devino en sinónimo de rapiña generalizada”, dice Gotz Aly) y, de este modo, el pueblo alemán no tuvo que sufragar los costos siderales de la guerra ni sufrió, casi hasta el final de la misma, la escasez y el empobrecimiento que padeciera en la contienda de 1914 a 1.918; y, por supuesto, en apreciable mayoría, siguió inalterablemente fiel a su amado “Fuhrer”.
Todas estas barbaridades y sinrazones suceden porque el líder-gobernante devenido en demagogo, que casi siempre es una personalidad aquejada de traumas sicológicos lacerantes y profundos, llega muy fácilmente a convencerse de su propia patraña: Ya no es simplemente el conductor de su pueblo sino su propia encarnación; y como el poder es del pueblo, el poder es suyo. Y el erario también. Y quienes se atreven a contrariar sus designios y hasta sus delirios, no son sus opositores sino enemigos del pueblo, de la revolución, de la patria, de la fe o del mágico “cambio”, y por ende, sujetos a cualquier forma de represión, de castigo o, cuando menos, de vilipendio. Este proceso concluye pues, transformando al líder popular en un tirano. Así lo demuestra el gran escritor argentino Marcos Aguinis, en un estupendo ensayo titulado “Psicología del tirano” (publicado en el diario La Nación, de Buenos Aires), en el que, en base a un agudo y originalísimo análisis del “Edipo Rey” de Sófocles, expresa que el genial escritor griego advirtió hace 2500 años que “los tiranos pueden acceder a poder con aplausos y felicidad comunitaria” –y añade: “Hitler fue elegido. Chávez fue elegido. Eso no garantiza que una vez en el trono, mantengan la ley y merezcan ser alabados como demócratas. No alcanza la elección: es determinante cómo se procede después. Si después corrompen las instituciones, persiguen a los que piensan diferente, generan confrontaciones para justificar los desquites y realizan una apropiación indebida del patrimonio ajeno, la presunta democracia pasa a ser una tiranía”. Lo cual es una verdadera tragedia porque “Los tiranos, una vez encaramados, sobre el paño verde de la ruleta nacional, barren como un crupier todas las fichas al alcance de su rastrillo. Se ocupan, desde el alba de su gestión, en destruir los controles y los frenos que puedan bloquear sus propósitos. Algunos son más prudentes y disimulados; otros se envalentonan hasta la náusea. No consideran que la corrupción sea inmoral si lleva el agua a su molino. La corrupción, en sus manos, es una herramienta adicional para mantener puesta una soga en el cuello de los cómplices: así no hablan ni se sublevan”.
Naturalmente, como semejante manera de gobernar contradice, además de la ética, la lógica administrativa más elemental, puesto que en ella no cabe el concepto de planificación ni las estimaciones de costo y beneficio ni el señalamiento de prioridades, los resultados son ineludiblemente catastróficos. Y lo son (los ejemplos abundan y se repiten en todas las latitudes) especialmente en los países subdesarrollados en los que la escasez de recursos se encuentra en dramática contradicción con el crecimiento exponencial de las necesidades y los apetitos. Y el colapso, si bien en tiempo de “vacas gordas” se puede diferir en alguna medida, finalmente llega y las facturas de la improvisación, el dispendio y el desorden, se pagan en efectivo, por lo cual resulta absurdo que los liderzuelos jacarandosos y facundos, que seguramente seguirán ganando las elecciones, puedan repetir -una vez en el poder- la cínica frase del célebre Luis XV: "Après de moi, le déluge", puesto que es más que probable que su ineludible destino sea el mismo de ese extraño y misterioso, celestial y demoníaco personaje creado por Patrick Süskind ("El perfume"), ese Jean-Baptiste Grenouille que logró crear “el mágico perfume del amor supremo”, que según sus palabras, era "un arma que confiere un poder mayor que el poder del dinero o el poder del terror o el poder de la muerte”, porque era: “el insuperable poder de inspirar amor en los seres humanos", y sin medir las consecuencias, se ungió con ese perefume y provocó tal delirio en la canalla congregada en torno suyo, que terminó siendo devorado hasta la última fibra, por aquellos que querían "tener algo de él".
Pero aún falta lo más grave. No solamente el colapso de la economía, la agudización de los problemas y las tensiones sociales y la devastación institucional configuran el balance de la gestión populista. Lo peor de todo es la dimensión, muchas veces insuperable, de la tarea que les espera a quienes, pasada la tormenta y aquietadas las pasiones, deben emprender en la ímproba tarea de la reconstrucción. El testimonio de quienes asumieron esta abrumadora responsabilidad luego de que colapsara la torpe aventura seudo-revolucionaria del general Velasco Alvarado en el Perú; el trágico experimento socialista del doctor Salvador Allende; el rescate del abismo inflacionario en que fuera precipitada Bolivia por la sucesión de generales y liderzuelos de los años setentas; y, sin ir más lejos, el deletéreo impacto que sufrió nuestro país al retornar al régimen democrático, por la duplicación de sueldos y salarios, la reducción de horas laborables, la creación de sueldos adicionales y el trágico sainete patriotero de “Paquisha”, ilustran la magnitud de los sacrificios y los esfuerzos que se deben llevar a cabo para volver a la normalidad; es decir, a esa ruta hacia el progreso y el bienestar, que no está iluminada por la pirotecnia demagógica sino por la serena luz de la sensatez y el sentido común, y por la que se debe transitar sin piruetas ni acrobacias, sino a paso firme, constante y sosegado.
N del E: Para quienes tengan dudas acerca de cuál modelo es preferible para alcanzar metas de desarrollo sólidas y accesibles a un mayor número de personas, será útil la lectura (en inglés) de esta nota aparecida hace algún tiempo en el diario The Wall Street Journal: link.
(Colaboración)
La mayor parte de los autores que se han ocupado del tema coinciden en afirmar que el vocablo "populismo/populista" fue usado por vez primera para denominar al movimiento político y cultural "narodnitchestvo" que surgiera en Rusia en el último tercio del siglo XIX, en procura de reivindicaciones democráticas contra el despotismo zarista y por la implantación de una especie de socialismo agrario de contornos difusos, para imponer el cual sus militantes (casi todos intelectuales jóvenes inspirados en las ideas de Selgunov, Gavrilovich, Herzen, Bakunin y otros), tuvieron la ocurrencia de convivir con los campesinos para "asimilar sus virtudes" (propias de su "estado de naturaleza", decían, en términos roussonianos) y conquistarles para su causa.
Los "narodnikis", empero, no fueron en rigor los primeros "populistas" en la historia. No es impropio considerar que Pericles en Atenas; los Gracos, Mario, Espartaco, Catilina y Julio César, en Roma; Pedro El Ermitaño en la Edad Media; los Comuneros de Castilla en la Edad Moderna; los "sansculottes" en la Francia revolucionaria; Bonaparte luego, y así hasta los grandes manejadores de multitudes del siglo pasado y el actual, fueron o pudieron ser calificados como “populistas”, por el hecho de haber conseguido el respaldo de amplios sectores populares, que los identificaron con sus aspiraciones, sus anhelos o frustraciones para consagrarlos como sus gobernantes. Con esto coincide, entre otros, Carlos de la Torre Espinosa (El populismo y los partidos políticos en el Ecuador) quien, sin remontar la referencia a épocas tan distantes, demuestra empero como "el término populismo ha sido usado para entender fenómenos sociopolíticos tan variados en forma, contenido y especificidad histórica y geográfica como: el peronismo, el varguismo, el velasquismo, el gaitanismo, los narodnikis rusos y los farmers estadounidenses de la segunda mitad del siglo XIX". Ernesto Laclau (Política e ideología en la teoría marxista), añade acertadamente a estos ejemplos los fascismos italiano y alemán, el nasserismo egipcio, el APRA peruano, el poujadismo francés e incluso el partido comunista italiano actual.
En este punto me parece indispensable una interpolación, para poner a salvo la significación histórica de varios de los movimientos antes mencionados. En no pocas ocasiones, gobernantes y movimientos que ascendieron al poder al impulso de una eclosión típicamente populista, lo ejercieron con austeridad y severa sujeción a los dictados de la técnica, la honradez, la seriedad. Tal es el caso, sobre todo, del partido aprista peruano y de su gran líder, el doctor Raúl Haya de la Torre y del doctor Alan García Pérez en su actual administración. Así mismo, a la inversa, habría que añadir a la lista de gobiernos populistas, a no pocos de gobernantes y partidos que proclamaron su fidelidad a una ideología y un programa, que ostentaron abundante disponibilidad de cuadros administrativos y profesaron su rechazo frontal al providencialismo y al paternalismo, pero que, una vez en el ejercicio del poder y seducidos por sus múltiples halagos, cambiaron diametralmente de rumbo e incurrieron en los mismos errores y defectos que antes habían censurado. Esta duplicidad en el comportamiento -que tan gravemente deteriora la imagen de los políticos y aún del propio sistema democrático- suele explicarse como una suerte de concesión inevitable ante las presiones del ambiente. Se dice que en la mayor parte de los países del mundo y en la totalidad de los subdesarrollados, hay una suerte de predisposición idiosincrásica favorable para el estilo populista de gobierno, que resulta muy difícil contrariar. Con lo cual se explica la persistencia y vitalidad de los movimientos de este género y, en gran medida también, las transgresiones y transacciones de los que, no siéndolo, gobiernan como si lo fueran.
Pero, volviendo al tema, ¿qué es entonces “el populismo” y cuáles son las causas de su génesis y de la diversidad y persistencia de sus manifestaciones? El análisis comparativo de los casos enumerados, permite deducir ciertas características que pueden estimarse como notaciones esenciales y genéricas del fenómeno. Estas son: una "movilización popular", casi siempre policlasista, que se produce en torno o detrás de un líder o un núcleo dirigente de muy vigorosa presencia, en procura de objetivos de contornos imprecisos pero intensamente apetecibles, como la “reivindicación”, la “transformación” o la “reconquista”. O “el cambio”, ese mágico vocablo que ahora mueve multitudes en los cuatro confines del planeta. Estos "objetivos" devienen o están en relación directa con ciertas causas profundas las cuales, en una infinita variedad específica, consisten, esencialmente, en desajustes, mutaciones, traumas, carencias o crisis de orden social, económico o político. La agudización de las tensiones Inter-étnicas o de los contrastes en los niveles de bienestar y distribución de la riqueza entre individuos, sectores sociales o regiones; los conflictos de transición de la economía agraria al industrialismo incipiente; la explosión demográfica y la migración del campo a las ciudades; las derrotas o humillaciones internacionales; el derrocamiento de regímenes autocráticos y la liberación del colonialismo; las tensiones entre países atrasados y desarrollados; la exaltación de la religiosidad o los sentimientos nacionalistas; la instauración del sufragio efectivo y, el descrédito de las organizaciones partidistas tradicionales han sido, entre otras, esas causas profundas que provocan esa "rápida movilización de vastos sectores sociales a una politización intensiva fuera de los canales institucionales existentes", al conjuro del mito popular -el más funcional en la lucha por el poder político- que "está latente aún en la sociedad más articulada y compleja, más allá del orden pluralista, para materializarse repentinamente en los momentos de crisis", como lo expresa Ludovico Incisa.
Por lo expuesto, es lógico concluir que los movimientos populistas, a diferencia de los partidos políticos tradicionales, no requieren o en gran medida no pueden tener una “ideología tradicional”, ya que las claves de su estructura y sus estrategias deben ser tan diversas y variables como las condiciones de su existencia. Sin embargo, así como los movimientos “liberacionistas” o “insurgentes” que surgieron en Africa y el sudeste asiático desde mediados del siglo pasado, se proclamaron “afines” al socialismo o al “marxismo leninismo”, los que han captado el poder en América Latina en los últimos años, ha optado por usar la denominación de “socialistas” pero, “del siglo XXI”, para evadir la identificación con el viejo socialismo que quedó sepultado bajo la argamasa del “Muro de Berlín”. A este efecto, se han valido de las divagaciones ideológicas así denominadas por un profesor germano de la UNAM, con lo que, por añadidura, han conseguido la entusiasta adhesión de la militancia sobreviviente del marxismo-leninismo y, algo que vale mucho más: la simpatía de la “intelectualidad progresista” y, por ende, las garantías de impunidad que ella otorga a los gobernantes de ese sector, “urbi et orbe”.
Pero el populismo no es solamente una movilización imbatible en procura del poder político; es (por igual o ante todo, según quiera verse) una manera sui géneris de ejercer el poder; un estilo peculiar del arte de gobernar; un modo característico de concebir la relación pueblo-gobierno; un método y una estrategia típicos para atender y satisfacer las necesidades populares. Dada la relación aparentemente sin intermediarios (por la inexistencia de la estructura partidista tradicional) entre el líder-gobernante y el partidario-pueblo, éste tiene la sensación de una cercanía, de una casi-intimidad y una total identificación, que aquel –el líder-gobernante- procura acentuar con el gesto, con la palabra, con el comportamiento y con la acción. La concesión de "audiencias" amplias y frecuentes, los "recorridos de obras", las “sesiones de Gabinete” en todos los rincones de la geografía nacional o las “visitas familiares” debidamente difundidas, la periódica realización de mítines y concentraciones, el uso atosigante de la publicidad audiovisual, los grandes retratos, los slogans y las banderas, conducen a crear y robustecer esta sensación.
De otro lado, como el gobernante-populista concibe el ejercicio del gobierno, primordialmente, como un medio para consolidarse en el poder o para evitar el triunfo de los adversarios (los extremistas o los reaccionarios, los infieles, los imperialistas y, últimamente, los neo-liberales,), su gestión se dirige a este fin con preferencia o con exclusión de cualquier otro. Las obras faraónicas o al menos la estentórea contratación de grandes proyectos, la realización ipso facto de cuánta obra menuda se le requiere, la adquisición de equipamiento militar para la defensa de la “soberanía” y el “sagrado patrimonio nacional”; y, sobre todo, el obsequio dispendioso de los dineros públicos (latisueldos, subsidios y granjerías), son los modos más socorridos para lograr este propósito.
Esta dadivosidad ha llegado en algunos casos de niveles de lo atrozmente delictivo. Este fue el caso de Hitler y su nacionalsocialismo. Según lo demuestra Gotz Aly, un galardonado investigador y politólogo alemán en su impactante libro “La Utopía Nazi”, las medidas contra los judíos (la “arianización”), fueron impulsadas por motivaciones económicas más que que raciales, pese a la virulenta propaganda que se hiciera en tal sentido. Un decreto de abril de 1938 obligó a los judíos a efectuar una declaración de sus bienes, como paso previo a la “desjudeización total y definitiva de la economía alemana”, como se denominó a la cruda apropiación de todos los bienes de las víctimas de la expatriación o el exterminio, tras lo cual Hermann Goring dijo: “Los beneficios de la eliminación de los judíos corresponden únicamente al Reich”. A este infame expolio se añadió después el de los países que fueron ocupados (“la ocupación devino en sinónimo de rapiña generalizada”, dice Gotz Aly) y, de este modo, el pueblo alemán no tuvo que sufragar los costos siderales de la guerra ni sufrió, casi hasta el final de la misma, la escasez y el empobrecimiento que padeciera en la contienda de 1914 a 1.918; y, por supuesto, en apreciable mayoría, siguió inalterablemente fiel a su amado “Fuhrer”.
Todas estas barbaridades y sinrazones suceden porque el líder-gobernante devenido en demagogo, que casi siempre es una personalidad aquejada de traumas sicológicos lacerantes y profundos, llega muy fácilmente a convencerse de su propia patraña: Ya no es simplemente el conductor de su pueblo sino su propia encarnación; y como el poder es del pueblo, el poder es suyo. Y el erario también. Y quienes se atreven a contrariar sus designios y hasta sus delirios, no son sus opositores sino enemigos del pueblo, de la revolución, de la patria, de la fe o del mágico “cambio”, y por ende, sujetos a cualquier forma de represión, de castigo o, cuando menos, de vilipendio. Este proceso concluye pues, transformando al líder popular en un tirano. Así lo demuestra el gran escritor argentino Marcos Aguinis, en un estupendo ensayo titulado “Psicología del tirano” (publicado en el diario La Nación, de Buenos Aires), en el que, en base a un agudo y originalísimo análisis del “Edipo Rey” de Sófocles, expresa que el genial escritor griego advirtió hace 2500 años que “los tiranos pueden acceder a poder con aplausos y felicidad comunitaria” –y añade: “Hitler fue elegido. Chávez fue elegido. Eso no garantiza que una vez en el trono, mantengan la ley y merezcan ser alabados como demócratas. No alcanza la elección: es determinante cómo se procede después. Si después corrompen las instituciones, persiguen a los que piensan diferente, generan confrontaciones para justificar los desquites y realizan una apropiación indebida del patrimonio ajeno, la presunta democracia pasa a ser una tiranía”. Lo cual es una verdadera tragedia porque “Los tiranos, una vez encaramados, sobre el paño verde de la ruleta nacional, barren como un crupier todas las fichas al alcance de su rastrillo. Se ocupan, desde el alba de su gestión, en destruir los controles y los frenos que puedan bloquear sus propósitos. Algunos son más prudentes y disimulados; otros se envalentonan hasta la náusea. No consideran que la corrupción sea inmoral si lleva el agua a su molino. La corrupción, en sus manos, es una herramienta adicional para mantener puesta una soga en el cuello de los cómplices: así no hablan ni se sublevan”.
Naturalmente, como semejante manera de gobernar contradice, además de la ética, la lógica administrativa más elemental, puesto que en ella no cabe el concepto de planificación ni las estimaciones de costo y beneficio ni el señalamiento de prioridades, los resultados son ineludiblemente catastróficos. Y lo son (los ejemplos abundan y se repiten en todas las latitudes) especialmente en los países subdesarrollados en los que la escasez de recursos se encuentra en dramática contradicción con el crecimiento exponencial de las necesidades y los apetitos. Y el colapso, si bien en tiempo de “vacas gordas” se puede diferir en alguna medida, finalmente llega y las facturas de la improvisación, el dispendio y el desorden, se pagan en efectivo, por lo cual resulta absurdo que los liderzuelos jacarandosos y facundos, que seguramente seguirán ganando las elecciones, puedan repetir -una vez en el poder- la cínica frase del célebre Luis XV: "Après de moi, le déluge", puesto que es más que probable que su ineludible destino sea el mismo de ese extraño y misterioso, celestial y demoníaco personaje creado por Patrick Süskind ("El perfume"), ese Jean-Baptiste Grenouille que logró crear “el mágico perfume del amor supremo”, que según sus palabras, era "un arma que confiere un poder mayor que el poder del dinero o el poder del terror o el poder de la muerte”, porque era: “el insuperable poder de inspirar amor en los seres humanos", y sin medir las consecuencias, se ungió con ese perefume y provocó tal delirio en la canalla congregada en torno suyo, que terminó siendo devorado hasta la última fibra, por aquellos que querían "tener algo de él".
Pero aún falta lo más grave. No solamente el colapso de la economía, la agudización de los problemas y las tensiones sociales y la devastación institucional configuran el balance de la gestión populista. Lo peor de todo es la dimensión, muchas veces insuperable, de la tarea que les espera a quienes, pasada la tormenta y aquietadas las pasiones, deben emprender en la ímproba tarea de la reconstrucción. El testimonio de quienes asumieron esta abrumadora responsabilidad luego de que colapsara la torpe aventura seudo-revolucionaria del general Velasco Alvarado en el Perú; el trágico experimento socialista del doctor Salvador Allende; el rescate del abismo inflacionario en que fuera precipitada Bolivia por la sucesión de generales y liderzuelos de los años setentas; y, sin ir más lejos, el deletéreo impacto que sufrió nuestro país al retornar al régimen democrático, por la duplicación de sueldos y salarios, la reducción de horas laborables, la creación de sueldos adicionales y el trágico sainete patriotero de “Paquisha”, ilustran la magnitud de los sacrificios y los esfuerzos que se deben llevar a cabo para volver a la normalidad; es decir, a esa ruta hacia el progreso y el bienestar, que no está iluminada por la pirotecnia demagógica sino por la serena luz de la sensatez y el sentido común, y por la que se debe transitar sin piruetas ni acrobacias, sino a paso firme, constante y sosegado.
N del E: Para quienes tengan dudas acerca de cuál modelo es preferible para alcanzar metas de desarrollo sólidas y accesibles a un mayor número de personas, será útil la lectura (en inglés) de esta nota aparecida hace algún tiempo en el diario The Wall Street Journal: link.
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