El presidente ecuatoriano Rafael Correa dice que la nueva Constitución que será sometida a referendo el próximo 28 de septiembre le permitirá al país conquistar “una segunda independencia”.
Como para aclarar tal vaticinio, un asambleísta, eufórico como todos sus demás colegas oficialistas en la ceremonia de entrega del documento, ha dicho que con la nueva Carta Política el Ecuador dejará de ser colonia de los Estados Unidos.
Son dos disparates que se vinculan entre sí. La nueva independencia a la que se refiere Correa debe ser, pues, la independencia del “imperio” yanqui, puesto que la primera se supone fue la que libró al Ecuador del imperio español.
Pero si se examina el fondo de la nueva Constitución de 444 artículos y otros 30 provisionales, el giro que podría dar el país si se la aprueba no es hacia una nueva independencia, sino hacia el pasado.
Los peregrinos que llegaron al norte del continente americano lo hicieron para dejar atrás un sistema monárquico absolutista, con un sistema de estratificación social rígida y una clase dominante con todos los privilegios frente a una vasta población empobrecida.
En América del Norte los peregrinos buscaban libertad, tolerancia a sus credos religiosos y oportunidad para labrar su propio destino mediante el trabajo y el esfuerzo individual. Las colonias se multiplicaron a 13 y crecieron y fortalecieron bajo la tutela y dominio del Reino Unido.
Cuando los intereses chocaron con la hegemonía imperial de Londres se inició la protesta que unió a las 13 colonias en una Revolución Americana que selló el fin del colonialismo británico. Los líderes de entonces, de calidad intelectual y visión incomparables, idearon entonces una República para impedir que pudiese sobrevivir cualquier forma de absolutismo en esa región de América.
Mientras en América Latina los conquistadores reprodujeron el sistema vigente en España, las Colonias norteamericanas rompieron lo negativo del sistema derrotado. Pero no echaron al cesto todo, como por ejemplo el sistema jurídico y financiero sino que lo reforzaron e innovaron. Al sur del continente los conquistadores basaron su riqueza en la explotación de los indígenas, no en su propio trabajo remedando los vicios de la vieja Europa.
La principal preocupación de los fundadores de la Unión norteamericana fue y sigue siendo defender un sistema de equilibrio de poderes, que evite que surjan y se perpetúen autócratas, a semejanza de las monarquías que precisamente obligó a los peregrinos a emigrar.
Ese ideal está plasmado en la Constitución de los Estados Unidos. Con ella, los reyes o emperadores quedan excluidos. Los presidentes se eligen popularmente y, a partir de mediados del siglo pasado, no pueden ser reelectos sino una sola vez. George Washington, que comandó militarmente la Revolución Americana, fue el primer presidente. Era idolatrado y se lo quiso forzar a que acepte la presidencia vitalicia. Se negó.
El Congreso es bicameral. El Senado lo integra 2 senadores por cada uno de los 50 Estados federados y son elegidos por 6 años con opción a una reelección indefinida. La Cámara de Representantes tiene un número variable de diputados según la población de cada Estado y pueden ser reelectos indefinidamente.
La Corte Suprema de Justicia la componen 9 magistrados vitalicios propuestos por el jefe de Estado y confirmados o no por el Senado. Igual sistema rige para cada Estado, tanto en lo concerniente a la Justicia como al Congreso. El sistema ha funcionado bien. La Constitución no ha sido rota jamás y ha tenido solo 27 enmiendas aprobadas siguiendo un complejo proceso.
Lo que está impulsando Correa en el Ecuador es diametralmente lo opuesto y ello refleja su modo de gobernar antidemocrático en año y medio de gestión. Disolvió el Congreso, canceló a autoridades de elección popular, las reemplazó por otras de su conveniencia y forjó una Asamblea Constituyente que ha hecho lo que él ha pedido: ratificar sus quiebras constitucionales y crear una nueva Constitución que concentre todos los poderes en él.
En los Estados Unidos la prosperidad es resultado del obedecimiento a los principios constitucionales y el respeto a las leyes concordantes. Éstas reflejan un principio inmutable: el poder creativo está en el pueblo, no en el gobierno. El gobierno arbitra a través de sus tres ramas las inevitables quiebras de la ley, pero no interfiere ni obstruye las libertades individuales y empresariales.
La riqueza la crean los individuos, no los gobiernos. Para ello se garantiza una plena y libre acción de las fuerzas del mercado, dentro de reglas claras de juego que impidan los abusos.
Paralelamente hay una constante búsqueda y aplicación de reglas para igualar no los resultados, sino las oportunidades de todos a la consecución del bienestar y la felicidad, como consta en la Declaración de Independencia. De ahí que aquí los grandes inventores y empresarios son reverenciados, no vituperados como lo hace Correa repetitivamente.
Es propio de la condición humana el ser diferentes. Unos tienen más talento que otros en las distintas disciplinas. Algunos descuellan en el arte, la literatura, el deporte, la política, la gestión empresarial. Quienes triunfan no son envidiados sino que son reconocidos con gratitud por la comunidad.
Al gobierno se lo ve con recelo, porque es proclive al abuso y a la corrupción. El segmento de la población que quiere cada vez menos ingerencia gubernamental en la vida diaria, es el ala republicana o conservadora. Los demócratas aspiran al mayor control de un ejecutivo fuerte, robustecido por impuestos cada vez más altos. Hay matices en uno y otro bando, pero los más radicales entre los demócratas (“liberals”) se confunden con los socialistas y fascistas de la historia europea y del mundo.
Correa está ubicado en el lado socialista, por propia confesión. La Constitución que ordenó fabricar quiere aplicar en el Ecuador el “socialismo del siglo XXI” propuesto por el presidente venezolano Hugo Chávez, quien a su vez lo tomó de labios y órdenes de los hermanos Castro de Cuba. ¿En qué consiste?
La respuesta está dada en la nueva Constitución y se reduce a perpetuar la anulación de la división y contrapeso de las funciones del Estado, que de hecho se ha impuesto en su administración. No habrá Congreso sino Asamblea y ésta podrá ser disuelta a su capricho y la Corte Suprema queda supeditada a una Corte Constitucional con miembros elegidos por él. Las políticas fiscal y monetaria pierden la autonomía que existía con el Banco Central: en adelante él las manejaría a su entero capricho.
Quienes han demostrado capacidad empresarial son vejados con insultos de ganguero o pandillero. Incita al pueblo a votar por el Si en el referendo porque sugiriendo que ello sería una victoria de los pobres sobre los ricos. Da a entender que hay que asfixiar el esfuerzo individual y empresarial y dejar en manos exclusivas del Estado la creación y distribución de la riqueza.
Lo cual es una falacia. El Estado es mal administrador y no crea riqueza, sino que la obstruye. Petroecuador, Ferrocarriles y decenas de empresas que han caído en manos de los gobiernos son ahora virtuales cementerios. Cuba pasó de ser el más próspero y dinámico país de América Latina antes de Castro, a ubicarse al mismo nivel de Haití entre los más pobres.
Correa, en su amenaza contra los “ricos”, propone elevar los impuestos que pesan ya con exceso contra las empresas. Esos impuestos van a las arcas fiscales, no a los pobres. Los pobres no crean empleo, lo buscan y los empleos vienen de las empresas eficientes…de los “ricos”. El actual presidente de los Estados Unidos cortó los impuestos y el empleo creció y la recaudación fiscal se multiplicó por 3 veces: los ricos generaron el 76% de esa recaudación.
Si se quiere “chupar” a los ricos, dicen los economistas, la mejor manera es bajarles los impuestos. En el Ecuador la economía se agrava mientras Correa sigue en el gobierno. Para estimularla, debería cortar los impuestos y reducir el tamaño del gobierno limitando al máximo el gasto fiscal que lo ha multiplicado en año y medio de gestión.
Desalientan las diferencias de ingreso en países como el Ecuador. Pero la solución no es aumentar el poder sin control del gobernante, ni reducir el número de ricos: la respuesta es crear las condiciones para que los pobres sean menos pobres mediante oportunidades para progresar en libertad.
Correa parece estremecerse y delirar de odio y envidia ante los ricos y estimula ese sentimiento bajo en la multitud. Su mensaje contiene solo tintes negativos contra lo existente y su propuesta de segunda independencia o de refundar la República tiene el tufillo castrista y chavista de revancha. No es la promesa para mejorar la República, sino para triturar a los ricos, Así no aumentará la riqueza social, sino que multiplicará y generalizará la pobreza.
Ecuador no es colonia norteamericana. Los Estados Unidos han triunfado en dos conflagraciones mundiales y pudo haber impuesto un imperio mayor que el británico, más extenso que el soviético. Ha entrado a las guerras no para la conquistar territorios, sino para defender su sistema de vida amenazado por los caudillos fascistas/socialistas que, como Correa, creen que el gobierno es la respuesta a todo y no el esfuerzo y creatividad individual dentro de un marco de libertad, tolerancia y respeto a la ley.
Ecuador ha imitado el sistema norteamericano pero a medias y ello explica el fracaso de lo que se ha mal denominado “neoliberalismo”. Si lo hubiera hecho bien, Ecuador estaría próspero como prósperos están todos aquellos países que han practicado el principio sencillo, a veces difícil de entender que las naciones crecen más y mejor en libertad, con un capitalismo claro, transporten y regulado con sentido común para evitar los excesos que puedan darse dentro del sistema.
Cuando los pueblos caen seducidos por caudillos fascistas, “la larga noche” del caudillismo y la corrupción es inevitable. Negarlo es tratar de rehacer la historia para probar lo imposible. Con la noche del caudillismo se agudiza la pobreza y la sola salida de ella muchas veces se da con la violencia.
No comments:
Post a Comment