El presidente Álvaro Uribe acaba de explicar lo que ya sospechábamos quienes no estamos infectados con el virus del patrioterismo ecuatoriano: que no le advirtió a Rafael Correa acerca del operativo militar antiterrorista del sábado pasado, simplemente para no frustrarlo.
En otras palabras, si Uribe le confiaba el plan, Correa se habría dado modos para que el grupo narcoterrorista se entere y fugue. Porque Correa ha dado muestras de su afecto por las FARC: los llama insurgentes o luchadores por la libertad y les da amparo en territorio ecuatoriano cuando huyen del asedio de los militares colombianos.
Uribe ha dicho, con documentos, que había informado a Correa que "Raúl Reyes" (segundo a bordo de las FARC muerto el sábado pasado), se encontraba en el Ecuador. Probablemente le señaló con coordenadas el posible lugar del campamento, como lo había hecho en el caso de otros campamentos detectados, sobre todo en la amazonía ecuatoriana.
La presencia de los narcoterroristas en esa zona la conocen los habitantes. Muchos de ellos pasan subrepticiamente o mediante sobornos la frontera, para escapar de los ataques de las fuerzas regulares colombianas, para recuperarse de heridas y enfermedades o simplemente para descansar y entretenerse. El campamento que fue bombardeado el sábado pasado no era reciente, pues allí se vió que los terroristas cultivaban frutos y criaban cerdos y gallinas, según las evidencias.
Resulta incomprensible, pues, que el grupo de "Reyes" haya pasado desapercibido por parte de las patrullas militares y policiales del Ecuador. Si de todos modos fuere así, sería otro motivo para agradecer la intervención de las fuerzas colombianas. Ellos hicieron el trabajo que los soldados ecuatorianos no hicieron en defensa de la seguridad nacional. ¿O fue que no quisieron hacerlo o recibieron órdenes superiores para ignorarlos?
Hay una versión no confirmada pero verídica de que los militares conocían del asentamiento de los narcoterroristas pero que prefirieron no notificar de su presencia a Correa ni a sus ministros de defensa Larrea o Sandoval, sino al presidente Álvaro Uribe. Si se confirma esta información, hay que dar un respiro de alivio pues indicaría que las Fuerzas Armadas del Ecuador no están del todo sumisas a los designios pro terroristas del comandante en jefe.
Si este jefe fuera un ser normal y demócrata, las relaciones entre Colombia y Ecuador marcharían espléndidamente, como ha ocurrido en el pasado, acaso con la sola excepción del problema limítrofe que involucró el triángulo de Leticia. Si Correa hubiese sido cuerdo, habría hecho causa común con Uribe en la lucha contra el enemigo común que es el narcoterrorismo.
En esas condiciones, el intercambio de información entre los servicios de inteligencia de ambos países con respecto al rastreo y localización de los narcoterroristas habría sido fluída, permanente y eficaz. Y, para el caso del grupo de "Reyes", habría significado una acción bélica conjunta para cercarlos, capturarlos o liquidarlos. Pero la realidad es otra. Correa no ha querido sumarse a la "guerra colombiana" porque "no es nuestra", según ha dicho.
Los hechos le desmienten. Los narcoterroristas ya no solo colombianos sino al parecer también vascos y mexicanos, entran y salen del Ecuador como si se tratara de su propia casa. Llegan allá y negocian la compra de armamento, explosivos, ingrdientes para el procesamiento de drogas y para planear y comunicarse entre si con libertad. En ocasiones, ejecutan a socios inconsecuentes o a jueces que pretenden condenarlos. Los secuestros son cosa de todos los días. Los hechos de ese tipo registrados en el Ecuador lo prueban de modo irrefutable.
Los narcodólares, igualmente, se han regado por todo el Ecuador, infestando y afectando a la sanidad de la economía y multiplicando la corrupción. Esta realidad es "vox populi", pero el mandatario y sus seguidores sostienen que el país es inmune al narcoterrorismo, que la guerra en Colombia es solo colombiana...
Correa, casi con lágrimas en sus verdes ojos, se ha lamentado de que la acción militar del sábado pasado fue una masacre pues muchos cadáveres fueron encontrados en paños menores. ¿Iguales lamentos le causan el recuerdo de los actos terroristas como el bombardeo al Palacio de Justicia en Bogotá, que mató a decenas de altos jueces y más seres inocentes? ¿O el secuestro, tortura o muerte de centenares de ciudadanos que son aherrojados y guardados como si fueran lingotes de oro para sacarlos al mercado cada vez que decaen los ingresos por el tráfico de droga o la extorsión a finqueros y hacendados?
La devolución de los 4 secuestrados por mediación de Chávez engrosó en 300 millones las arcas de los terroristas, por generosa donación del presidente venezolano. Correa afirma que también estaba dispuesto a imitar el buen corazón de su mentor y gestionar la liberación de la ex candidata presidencial Betancourt, sin contarle nada de esto ni a Uribe ni a nadie. La negociación la realizaba el ministro Larrea con "Reyes", gran canciller de las FARC, hasta que murió acribillado.
Con los secuestradores terroristas no cabe negociar. Hay que liquidarlos en cuanto se presente la oportunidad, aún a riesgo de que haya víctimas entre los secuestrados que se trata de liberar. Las gestiones estilo Chávez/Correa no hacen sinon justificar a los secuestradores y convencerlos de que su acción criminal es lucrativa por lo cual hay que seguirla cultivando.
El peor ejemplo de "negociador" fue Jimmy Carter, acaso el peor presidente de los Estados Unidos de los últimos tiempos. En lugar de aplicar la fuerza contra los que asaltaron a la embajada en Teherán y mantuvieron secuestrados a decenas de ciudadanos estadounidenses por 444 días, prefirió negociar y negociar...sin resultado alguno salvo la humillación. El presidente Ronald Reagan, de la línea política contraria, también tuvo el craso error de replegarse frente al ataque terrorista en Líbano por parte del grupo Hamas, qúe causó la muerte de casi 300 soldados norteamericanos. Las flaquezas en esa dos experiencias explican el auge actual del terrorismo internacional.
Pero el ejemplo de Correa es distinto: él no considera criminal el tráfico de drogas, pide reducir o eliminar las penas a los narcotraficantes presos. Y en cuanto a los terroristas, gruñe y protesta junto con Chávez cuando éstos mueren a manos de las fuerzas regulares y pide más bien que se condene a Colombia, víctima por casi media centuria del azote inmisericorde del terrorismo.
Pero, aparentemente, no lo va a conseguir si en el ámbito latinoamericano prima la sensatez y no la virulencia demencial de los Chávez, Correas y Ortegas.
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