Si prevalece el sentido común, el próximo Presidente de los Estados Unidos será el republicano John McCain. A menos que algo extraño y desusado ocurra antes y durante las elecciones generales de noviembre próximo.
Hasta el momento, McCain tiene una imbatible mayoría en votos y electores en los comicios primarios, complicado proceso que se registra en los 50 Estados de la Unión para escoger al candidato único que enfrentará al designado por los demócratas.
McCain, senador por Arizona por más de 20 años y héroe de la guerra de Vietnam, en la que cayó prisionero por seis años, disputó las primarias con George W Bush en el 2001 y perdió. Al iniciarse el proceso primario el año pasado, era el candidato con menos opción frente al puntero Giuliani, ex alcalde la ciudad de Nueva York.
Giuliani tuvo que retirarse de la contienda tras una desastrosa y fracasada campaña en la que concentró sus esfuerzos en el estado de la Florida, que alberga a muchos nativos de la ciudad de NY, en su mayoría judíos, que aunque contradictoriamente demócratas, al parecer le favorecían.
Pero McCain emergió de la nada y ahora tiene como contendor únicamente a Mike Huckabee, un pastor bautista que se empeña en continuar en la campaña, restándole votos a su rival, pero sin ninguna posibilidad matemática de alcanzarlo ni en votos generales, peor en delegados a la Convención republicana que decidirá a la postre cuál será el nominado por el partido.
Tanto demócratas como republicanos, así como independientes e igual los columnistas se preguntan qué mueve o justifica el empecinamiento de Hackabee. Éste dice que no cejará hasta que McCain logre acumular los 1.119 votos mínimos para nominarse. Pero lo que se le critica es una egolatría y afán de figuración impropia sobre todo en un pastor cristiano.
McCain ha obtenido el respaldo de los otros rivales en la contienda, sobre todo de Mitt Romney, su más cercano contendor, pero también de Thompson y otros. Notables figuras del partido, como el propio presidente WB Bush y su hermano Jebb, ex gobernador de la Florida de gran popularidad, también lo respaldan y mañana lo hará el padre de ellos, George.
La gama de personalidades que decidieron suspender las críticas a Macain para que el partido republicano llegue consolidado a las elecciones de noviembre, figuran senadores, empresarios, líderes religiosos, medios de comunicación. No obstante, una obstinación irrazonada persiste en el sector de unos cuatro directores de programas radiales y de TV de gran influencia.
El grupo lo encabeza Rush Limbaugh, cuyo auditorio certificado es de más de 40 millones de personas en toda la nación. Otros como Sean Hennity, Laura Ingram o Ann Coulter, no hacen sino repetir los argumentos y razonamientos de Rush. Éste afirma que McCain no es un verdadero conservador, o sea alguien que apoye la iniciativa privada, se oponga al alza de impuestos y al aumento del poder del Ejecutivo, pues en su carrera como senador, dicen, ha flaqueado en tales temas al momento de la tomada de decisiones.
Aunque el candidato no ha cesado de aclarar su posición al respecto en innumerables discursos y entrevistas, el clan comandado por Limbaugh no se rinde y ha llegado al extremo de prometer que no votará –y así aconseja a los oyentes- por McClain y que estarían dispuestos a apoyar a Hillary Clinton si ésta a la postre es nominada.
Para Rosa Townsend, una periodista española corresponsal en Washinton del diario El País de su tierra natal, esta actitud del grupo de comentaristas y sus seguidores equivale a un suicidio, a un jihad, como lo explica con brillantez en un artículo que se divulgó en los medios hispano parlantes de USA.
La acusación de poco conservador hecha a McCain, especialmente en materia fiscal, ha perdido base. Pero lo que perdura es el argumento de que el héroe militar apoyó y sigue apoyando un plan como el del presidente WB Bush para superar el problema de los inmigrantes ilegales en los Estados Unidos. Limbaugh y su ramillete se opusieron desde un principio a ese proyecto en el 2006 y ello fue factor determinante para que la votación fuera negativa para los republicanos al renovar ese año el Congreso, transfiriéndose el control de ambas cámaras a los demócratas.
Limbaugh y los suyos condenaron a McCain por ese apoyo y prefirieron a Romney y ahora a Huckabee por su posición dura contra los ilegales. Éste último, pastor, propone desterrar a la fuerza a los ilegales, por cualquier medio y que se erijan paredones a lo largo de toda la frontera con México, si fuere posible de altura infinita. Romney, para complacer a los de la línea dura, citó medidas parecidas aunque no tan extremas.
McCain, en la campaña primaria, ha matizado un tanto su posición por estrategia, pero en no ha declinado en lo sustantivo de que, al tiempo que dar seguridad en las fronteras, es indispensable aplicar un plan que permitir a los ilegales que lo deseen legalizarse en un tiempo perentorio (6 años) y sujetándose a determinadas condiciones.
La inmigración es imparable y es benéfica. Así lo entendió Ronald Reagan, que ahora es el ídolo de los de extrema derecha anti inmigrante. Pero Reagan concedió amnistía pero su promesa de evitar nuevos flujos de ilegales, no la cumplió. Como igual no la han cumplido sus sucesores presidenciales de los dos lados, republicano y demócrata.
La finalidad del plan WBush es coherente, pragmática y humanista. Al par que se aseguran las fronteras, se facilitaría la integración legal de los casi l2 millones o más de inmigrantes sin papeles, provenientes sobre todo de México y otros países de la América
Latina. Concomitantemente, se establecería un mecanismo de visa temporal para legalizar el flujo de trabajadores según las estaciones.
La “mano dura” que proponen los xenófobos no conduciría a nada positivo. Más bien causaría daño a las familias y a la economía en general. En USA el proceso de integración es real y cierto por parte de los más disímiles grupos étnicos. Las primeras generaciones sufren por el idioma y la nueva cultura, pero terminan asimilándose y las generaciones segundas y subsiguientes son por completo “americans”, acaso con el añadido invaluable del bilingüismo.
La fobia anti inmigrante no es nueva ni aquí en USA ni en otras partes del mundo. La misma antipatía racista de Limbaugh era evidente a comienzos del siglo XIX en los Estados Unidos frente a la ola de inmigrantes alemanes, más tarde de irlandeses y luego a fines de ese siglo y comienzos del XX con los italianos y los judíos. Inclusive los árabes tienden más a integrarse aquí que en Francia, el Reino Unido y otras naciones europeas.
Es probable que McCain continúe halagando a medias a ciertos sectores xenofóbicos en el tema de la inmigración, pero si es Presidente será él quien ponga en vigencia la nueva ley propuesta por WBush, cuyo boicot causó el fracaso republicano en el Congreso. Si el candidato logra persuadir de su verdadera intención al hispano, éste no desperdiciará su voto en Hillary u Obama y se volcará a favor del republicano.
En el campo demócrata produjo algo sensacional. Hillary Clinton figuraba en todas las encuestas y en todos los comentarios de los analistas como la ganadora inevitable de la nominación demócrata (como en tantos otros casos, los analistas probaron ser tan certeros como los meteorólogos y los economistas). Ello fue así hasta que se iniciaron las primarias y lo “inevitable” comenzó a dejar de serlo. Barak Obama, hijo de una dama anglo gringa y un negro de Kenya comenzó a seducir con su oratoria de predicador de aldea, que lo ofrece todo y nada y el ocaso de Hillary se inició.
Jóvenes y viejos, hombres y mujeres se desmayan con su palabrería. Muchos lo asimilan con oradores como Koresch, Jones o Mason que embrujaron a sus “congregaciones” y los indujeron respectivamente a suicidios colectivos en Guyana, a masacres como en Hueco, Texas y la combinación de atrocidades de California.
Pero lo que busca Obama no es reclutar adeptos para organizar sectas de ese jaez, sino para conquistar sus votos para ser electo Presidente de la más poderosa nación de la tierra y en la cual promete iniciar un “cambio” para erradicar la pobreza mediante la reducción en el número de ricos, tanto de individuos como de corporaciones.
Frente a la vaguedad y vacuidad de sus discursos, se le ha exigido que sea específico en sus planteamientos. En Detroit, la ciudad de los automóviles, dijo finalmente que si es elegido presidente combatirá el desempleo con una inversión pública de 210 mil millones de millones de dólares. Así crearía empleos para mejorar carreteras, puentes, puertos y emprender otras obras de infraestructura a lo largo y ancho del país.
Física y retóricamente, Obama se parece a un cualquier Rafael Correa o Hugo Chávez. ¿De dónde obtendrá tanto dinero? Responde: gravando a los ricos y desviando el gasto militar, ahora “malversado” en guerras como las de Irak y Afganistán. Su discurso está pleno de contradicciones, pues quiere al mismo tiempo bombardear a Pakistán, un aliado clave de los Estados Unidos.
Hillary aspira a la presidencia sin más mérito que haber sido la cónyuge complaciente de Bill Clinton, que alcanzó el pináculo de su fama al mentir bajo juramento que tuvo sexo oral con una pasante en la Oficina Oval, la principal de la Casa Blanca.
Hillary es adalid del feminismo, del aborto, de la aceptación del matrimonio gay. Pero hay quienes afirman que ella hizo y hace mucho daño a la mujer por su complacencia con la infidelidad y mentiras de su esposo. El libre aborto, por lo demás, perjudica no solo a la víctima inocentemente privada de su vida, sino a la posición de respetabilidad de la mujer en la comunidad.
Cualquiera que salga nominado en el área demócrata, será débil frente a McCain. La edad de éste, 71 años, no es óbice sino mérito por la mayor experiencia y sabiduría que dan la madurez. Obama, de 44 años, ha tenido un desempeño mediocre como senador en el Congreso Federal y, en cuanto a Hillary, si va a la Casa Blanca no irá solo, irá con Bill. De ahí que su candidatura se la moteje con el membrete de Billary.
De otro lado el tema de campaña en las primarias ya no es la guerra en Irak, es el estado supuestamente deteriorado de la economía. Hace un año la discusión se centraba en las fechas para el retiro de las tropas de Irak, porque “la guerra estaba perdida”. La respuesta de Bush fue enviar más tropas y los resultados están a la vista. Al Qaida se bate en retirada, los negocios y el comercio florecen, la violencia decrece. Incluso la conciliación política está en marcha.
Los anti guerra en el flanco demócrata se han quedado sin argumentos. Recurren, entonces, al tema económico y sostienen que ha llegado la depresión, lo que contrasta con la “economía de superávit” de Clinton. No hay recesión, lo que existe hoy es un reacomodo de la economía de mercado tras el fiasco en la negociación de bienes raíces en la cual se rompieron las reglas del sentido común: los prestamistas dieron préstamos en exceso a clientes sin respaldo financiero.
Esta falencia no es falla de Bush ni del sistema, es falla de quienes infligieron las reglas. La solución no es intervención estatal, como sugieren Hillary y Obama, sino la reacción de los actores de la debacle. La única asistencia que cabría sería a los propietarios de casas convertidas en víctimas involuntarias de este conflicto.
No hay indicios claros de recesión. Al contrario, los índices de producción y productividad, de empleo, balanza comercial y déficit son estables y positivos y mucho mejores que en el resto del mundo industrializado, pese a la guerra de Irak y sus costos. El gasto militar, además, es menor que el registrado durante la guerra fría, en proporción con el tamaño de la economía.
En cuanto al superavit de Clinton, no hay tal. Él más bien inició una etapa de recesión que fue combatida por Bush con éxito reduciendo los impuestos en general y sin discriminación entre ricos y pobres. Ello estimuló la inversión, aumentó el empleo y generó más recursos fiscales. Si hubo en algún momento superavit con Clinton se debió al recorte del gasto militar (incluídos los gastos en inteligencia, lo que desarticuló a la CIA y la volvió incapaz de evitar la masacre del 9/11) terminada la guerra fría con Reagan y, además, por la burbuja cibernética de California que originó un alza loca en las inversiones por ese rubro en la Bolsa, que luego se desplomó.
En todo caso, si la economía flaquea, la solución no será aumentar el gasto fiscal “a la Franklin D Roosevelt” –que habría agudizado la recesión de los años 30s, a no ser por el cambio resultante del ingreso de los Estados Unidos en la II Guerra Mundial. Lo sensato seguirá siendo eliminar trabas al crecimiento del sector privado con la extensión de la reducción de impuestos y otros estímulos, no con la regresión “a la Correa” que quieren Hillary y Obama.
No comments:
Post a Comment