En el Ecuador acaba de implantarse, por orden del Presidente, una ley tributaria “progresiva” (o sea confiscatoria), el alza en un quinto del salario mínimo vigente y a partir del miércoles los topes a las tasas de interés bancario.
Es como si el autor de estas decisiones hubiese decretado la pena de muerte al mercado. Casi lo dice así según la versión de su perorata radial de ayer aparecida en el diario El Nuevo Herald de Miami, cuando afirma que en el Ecuador no existe el mercado competitivo, por lo que el Estado tendrá que regularlo.
¿Qué mercado en si mismo no es competitivo? El mandatario ecuatoriano Rafael Correa, con títulos académicos en Economía, debe entender que su afirmación es una tontería. Porque el mercado simplemente es un encuentro entre quien ofrece un bien o un servicio y otro que lo demanda.
La transacción, en tiempos modernos, se pacta a través del dinero y sus diversas formas, como medida del valor de la transacción de dichos bienes. Los valores fluctúan permanentemente y están sujetos a los volúmenes de la oferta y la demanda y, por cierto, a la calidad. El mercado intrínsicamente implica competencia entre oferta y demanda y puede ser más o menos competitivo con otros mercados, que oferten bienes y servicios similares.
Pretender “matar” al mercado es risible, porque el mercado es algo inherente a la condición humana. Es como respirar, dialogar, caminar, pensar, crear. Lo que Correa quiere es coartar al mercado y controlarlo rígidamente con decisiones emanadas del Ejecutivo, frente a las cuales nadie tenga capacidad de discutir.
Para impedir el debate o la disensión, el Ejecutivo tiene que recurrir a la fuerza para reprimir esa libertad. Tal tendencia autocrática se ha observado con frecuencia en Correa. La última fue con relación a la aprobación absurda de la absurda ley tributaria por la Asamblea Constituyente. El proyecto no fue debatido y se obstruyó a los alcaldes del país que expongan los fundamentos que tenían para oponerse.
El mercado florece cuando mayor es la libertad que le rodea. Esta libertad no es ilimitada, se la regula para impedir que afecte a otros individuos y a través de ello a la comunidad. Una libertad primitiva de mercado es proclive a los abusos de quienes acumulen mayor poder económico. Eses temor da origen a leyes anti monopolio y conexas.
En el Ecuador es probable que el mercado no sea transparente, porque el cumplimiento de la ley no rige para todos. Un sistema democrático imperfecto es campo propicio para la corrupción, tanto de parte de quienes tienen que cumplir la ley como de quienes tienen que hacerla cumplir.
La solución no está en trasladar toda la fuerza y todo el control del mercado a un Ejecutivo autocrático, como es el de Correa. Si le ley tributaria aprobada sin objeción ni discusión grava y castiga más a los que más tienen y libera del pago al 85% de los contribuyentes, los resultados serán desastrosos. Caerán los ingresos fiscales, contrariamente a lo que cree su autor, pues proliferarán las “trampas” para optar por deducciones para pagar menos o nada.
Y no hay que ser suspicaces para advertir lo que sucederá con el alza en los tributos para los bienes considerados suntuarios. Aumentarán el contrabando y los ingresos para quienes lo ejerzan, que además no pagarán un solo centavo de impuestos.
Correa dispuso que el salario vital aumento de 170 a 200 dólares por mes y para los empleados domésticos de 120 dólares a 170 dólares por mes. Los que no cumplan con la ley serán sancionados. Si la cumplen, la mayoría se verá forzada a despedir empleados o a no contratar nuevos si tenían proyectado una expansión del negocio. En el área de las domésticas, aumentará el desempleo o la trampa.
El manejo de los salarios por el Ejecutivo es otra intromisión condenable en el mercado. No cabe que cada año el gobierno fije, con o sin aceptación de las partes, un aumento salarial inflexible y general para todo el país. Lo ideal, lo técnico, sería que el mercado oriente el flujo de los salarios hacia arriba o hacia abajo, según la demanda y la oferta.
Ciertamente que cabe una tasa mínima, un pago de cierta suma por hora que sirva como pauta general y que podría revisarse cada cierto lapso amplio con margen de seguridad para las fluctuaciones. Pero no es aceptable que cada año haya un aumento que tenga que aplicarse por igual en empresas grandes o pequeñas, eficientes o ineficientes, nuevas o experimentadas, de los grandes centros urbanos o de áreas rurales.
Es una intervención gubernamental que distorsiona y desalienta el empleo y la inversión. Si la idea de Correa es favorecer a los pobres y desempleados, con estas medidas conseguirá lo opuesto. Peor aún si hace cierta su amenaza de enviar a la cárcel a quienes no paguen los nuevos tributos o sancione, acaso no solo pecuniariamente, a quienes no acaten las alzas salariales.
Dentro del mismo esquema mental revanchista de Correa está su iracundia contra las fundaciones. Éstas han funcionado muy bien en sociedades de mercado liberales. La idea es exonerar del pago del impuesto a la renta a las personas y corporaciones que donen dinero a instituciones sin fines de lucro, cuya misión sean de beneficio a la comunidad en las artes, la salud, la lucha contra epidemias, el saneamiento ambiental y otras obras caritativas.
El impacto benéfico es múltiple: por un lado las personas individuales y las empresas o corporaciones ven reducido el peso tributario con las donaciones. Si bien el fisco merma un tanto sus ingresos por esta causa, en cambio el impacto en la comunidad es inmenso por las obras que las fundaciones realizan en los distintos géneros, sin la interferencia estatal ni su burocracia.
No faltan rompimientos de la ley, como en toda acción humana. Hay ocasiones en que se detectan abusos por dilapidación de fondos en sueldos, viajes u otros gastos no autorizables por la ley de fundaciones. Pero los abusos se detectan y sancionan y el sistema sigue boyante.
Nada de esto le interesa a Correa y a sus vasallos. La ley tributaria fue aprobada ya no por únicamente los 80 asambleístas oficialistas vasallos del total de 130, sino por 90. El autócrata cuenta ahora con 10 nuevos vasallos. (Hitler y Mussolini también tuvieron congresos serviles en sus marchas hacia el fascismo, que tanto dolor y muerte causó a la humanidad)
¿Cuál fue el comentario de Correa a esta regalona ganancia de votos en la Asamblea? Pues: “Qué paliza les hemos dado a los “pelucones”…”
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