El líder de los ecuatorianos Rafael Correa, en el poder desde hace casi un año, dice y comete tantos disparates en una carrera insana contra reloj, que parece por momentos un personaje irreal.
Irreal porque con tantos atropellos verbales y jurídicos, este ciudadano ya debió haber sido sustituido hace tiempo por alguien más cuerdo, para ser internado en algún sanatorio, mejor si seleccionado en algún remoto pueblito de Bélgica.
No ha caído aún, pero quizás es momento de hacer apuestas: ¿durará un par de meses más, llegará a los seis? Difícil predecirlo. Pero si eso no ocurre la manera de interpretarlo sería por la ausencia de un líder que galvanice a la oposición, pero con talento.
Que Correa ha tenido talento es innegable. La gente en el Ecuador estaba frustrada por un sistema de estructura democrática imperfecta, que se traslucía por todos los poros del sistema: Ejecutivo, Legislativo y Judicial.
Pero Correa, si bien captó esa frustración para si derrotando a su rival Álvaro Noboa con largueza, en cambio no tenía el propósito de corregir errores del sistema para favorecerlo. Lo que se proponía hacer y lo ha logrado, es la total destrucción del remedo de democracia que existía.
Ecuador necesita un líder, si, pero no de esas características, que por lo demás han pululado a lo largo de la historia ecuatoriana y latinoamericana. Requiere de alguien sensato, tranquilo, que tenga seguridad en sí mismo y en los principios democráticos que anuncie defender.
Álvaro Noboa, por desgracia, se halla distante de ese ideal. No porque haya heredado la mayor fortuna del país, sino por su conducta y su lenguaje. Su aseveración de que Correa es “un diablo con cuernos” al que hay que desnudar y descubrir, sin duda no le ganará partidarios, sino risa.
Que Correa sea maligno, no hay duda. Todo lo que ha hecho hasta el momento ha sido destructivo. La reforma tributaria que ha ordenado aprobar a la Asamblea en tiempo récord, es confiscatoria. No importa que sus vasallos le hayan pedido aceptar mínimas enmiendas para disimular su vasallaje. La objeción al proceso es de fondo.
La reforma tributaria, con o sin enmiendas, así como todas las demás leyes nuevas o rectificadas por la Asamblea carecen de validez. La Asamblea no fue convocada ni se instaló para sustituir al Congreso en la tarea de colegisladora. Su exclusivo fin era proponer enmiendas a la Constitución, para que se las pruebe o rechace en referendo.
De ahí que la presencia de los asambleístas no entregados sumisamente a los dictados de Correa, sea extremadamente precaria. Para el caso de la ley sobre impuestos, aún si arguyen y votan en contra la estarán avalando con su sola presencia.
La protesta de los no oficialistas ha probado ser inútil. Tal el caso del uso dictatorial de las fuerzas armadas para doblegar a los rebeldes en Dayuma, población oriental. Las protestas no sirvieron para nada. Cuando el presidente de la asamblea, Alberto Acosta, hizo un amago de solidarizarse con la protesta, Correa lo increpó y todo quedó archivado.
Idéntica suerte ha corrido la acción dictatorial para impedir a los alcaldes que se reúnan en Manabí y expongan sus puntos de vista contra la ley tributaria, que perjudicará a las rentas municipales y a las fundaciones conexas. La policía, por orden de Correa, bloqueó las carreteras y les impidió marchar por tierra a más de un centenar de alcaldes de todo el país.
Los no oficialistas de la Asamblea sugirieron que ésta proteste por estos actos e incluso Noboa pidió que se interpele a Correa. Nada consiguieron. Por un instante el bloque de oposición decidió abandonar el pleno para reafirmar su protesta. Pero se informa que minutos más tarde, todos retornaron como manso rebaño.
Correa -qué sorpresa- fue recibido la víspera con ovación en Montecristi, sitio al que fue junto a sus fieles y asalariados para respaldar a la Asamblea y su facultad de dictar leyes sin tener tal facultad. Con el tono desafiante de matón de barrio, pidió a la oposición que se le enfrente allí mismo, para probar fuerzas.
Hasta en ese detalle, inaceptable en un estadista, mintió. Ya había dispuesto que la Policía “blinde” al edificio de la asamblea y que se impida por la fuerza a los alcaldes y acompañantes que se encaminen a Montecristi.
(El “picarón” de Alberto Acosta llegó a anunciar que pedirá un informe al gobierno acerca de las razones por las cuales se prohibió la marcha de los alcaldes. ¿Acaso quiere exponerse a otra halada de orejas de su jefe?)
Asombra que Correa, quien pese a sus títulos en economía parecería estar incapacitado hasta para administrar una tienda de barrio, diga tantos disparates en materia tributaria. Afirma que los nuevos tributos, que gravarán a los ricos, darán un respiro al 85% de los contribuyentes que así “no pagarán nada”.
Es una declaratoria nebulosa, falsa, sin sustento ni pruebas, sin cálculos. Lo que trasunta es su odio a los que han acumulado dinero. Ahora ya no dice que el dinero favorecerá a los pobres, sino a la clase media. ¿Cómo? No lo aclara. Lo que busca es humillar a los que más tienen, como con su impuesto del 70% a la herencia.
Sin un claro concepto y una clara defensa de los derechos a la propiedad privada, el sistema capitalista, democrático y liberal simplemente no funciona. La abolición de la propiedad privada, radical o paulatina, tiene sus orígenes en un socialismo utópico de corte marxista y fascista. En todo lugar donde se ha intentado aplicarlo, ha fracasado.
Cuando Correa estigmatiza a los “pelucones”, habla de los ricos y, para él, no hay posibilidad de hacer fortuna sino a través del robo, el abuso, la violación de las leyes y la complicidad de las autoridades encargadas de hacerlas cumplir. Es probable que muchas fortunas en el Ecuador (y en otras partes) tengan esa génesis.
Pero el remedio no es degollar al sistema capitalista democrático y reemplazarlo por un capitalismo de Estado. El Estado no crea riqueza. Absorbe impuestos en determinada proporción –que previamente se debaten intensamente en cámaras legislativas para en ciertos casos someterlas a referendo- para invertir ese dinero que recaude en servicios a la comunidad.
Los impuestos no redistribuyen la riqueza. Su principal uso es garantizar la seguridad interna y externa de las naciones. Y luego para crear infraestructura básica en caminos, puertos, comunicaciones, energía. La idea es crear esos servicios y esa infraestructura para uso de los verdaderos creadores de riqueza: los ciudadanos, solos o asociados.
Para que el ciudadano común cree riqueza, hay que adicionalmente rodearle de un marco de libertad a su inventiva y para su inversión. Toda restricción en esos campos limita y constriñe los resultados. La libertad individual no debe cruzar el umbral de la libertad ajena. Para evitarlo, se crean leyes que igualmente son discutidas y aprobadas por consenso.
En ese plano ideal del consenso en libertad, resulta absurdo que Correa prometa la falsía de exonerar del pago de impuestos al 85% de la población (no lo dice, pero se supone que se refiere al impuesto a la renta). Una sociedad sana no debería excluir a nadie del pago de tributos, salvo los casos de excepción obvia.
Lo que debió proponer Correa, pero no a la Asamblea que no tiene atribuciones para ello sino al Congreso que clausuró, es varias opciones de reforma a la ley tributaria. Si hay una evasión del 60%, es elemental suponer que el que la falla no está en el contribuyente, sino el sistema impositivo. En lugar de castigar más el evasor, incluso con la cárcel, hay que revisar el sistema para hacerlo realista y eficiente.
En todo caso, el impuesto exorbitante e inconsulto, como a la herencia, es robo y el robo está penado por la ley ordinaria. Si yo acumulo fortuna ciñéndome a la ley, puedo hacer de ella lo que me plazca: dilapidarla o dejarla como legado a mis descendientes. El Estado no tiene porqué intervenir en ello ni tocarla, ni reducirla ni castigarme mediante impuestos confiscatorios.
La equidad jurídica según Correa es a la postre una desigualdad monstruosa que grava más a los que más tienen y pretende liberar parte o todo del pago a los que menos tienen. El impuesto, si es a la renta, deber tener el mismo peso tributario proporcional para todos los ingresos. La recaudación, en ese sentido, será mayor mientras mayores sean los ingresos de los contribuyentes.
Lo contrario tiene la fetidez del fetichismo y la envidia. Es perverso instigar en la gente al revanchismo cuando un sistema democrático imperfecto la ha frustrado. Lo que se debe aspirar es a dar mayores oportunidades a esa gente para que pueda progresar, crecer y capitalizar en base a sus propios talentos y no a través de repartir la riqueza de otros, que por cierto nunca les llegará, pues se quedará en manos del fisco.
Correa está navegando por cauces distintos. Es la ruta equivocada que lo llevará al abismo, acaso más temprano que tarde. Sobre todo si aparece el líder adecuado que canalice con sabiduría y decisión el descontento que ya comienza a esparcirse por la República.
El Alcalde de Guayaquil Jaime Nebot, el principal humillado por Rafael Correa en el incidente de la marcha, dice que no lo perdonará esta vez y anuncia que habrá vendavales contra él a partir del próximo año. Hasta la fecha, Nebot ha sido complaciente con el mandatario, dándole muestras de urbanidad y deseos de diálogo. Con seres así, es imposible.
¿Tendrá Jaime Nebot la entereza suficiente para enfrentarle de verdad a este “diablo”, como lo quisiera el magnate Noboa?
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