Líderes populistas de corte fascista, como el presidente ecuatoriano Rafael Correa, creen que las desigualdades en el ingreso deben corregirse con más impuestos que graven a las personas y empresas más adineradas en una sociedad.
Suponen estos caudillos que mediante una tributación “más justa” que castigue a los “ricos” causantes de la desigualdad se producirá una redistribución a favor de los sectores más pobres de manera automática. Pero no mencionan con qué mecanismo prodigioso.
Los pobres de las naciones castigadas por gobiernos corruptos e ineficientes, como tantos en la América Latina y el tercer mundo, no obstante depositan su fe en estos “iluminados”. Pero no tardan en decepcionarse pues el mecanismo milagroso de la redistribución nunca aparece. Al contrario, la pobreza se generaliza y la corrupción de los burócratas aumenta.
El presidente Correa ha expresado su doctrina en el mensaje navideño. Afirma que si bien en el Ecuador el 90% de la población es cristiana, la sociedad no lo es debido a las desigualdades del ingreso. Promete superar la contradicción entre otras fórmulas con la reforma tributaria. Se deduce que con esos cambios él está convencido de que la sociedad ecuatoriana se volverá más cristiana.
Según algunos de los escasos datos biográficos del mandatario, en sus años de adolescente estuvo cercano a la Iglesia Católica, inclusive se hizo monaguillo. Pero aparentemente no asimiló bien las enseñanzas religiosas ya que las confunde y politiza. Como ocurre con sus nociones sobre Economía, pese a sus cursos en universidades de prestigio.
Cuando Jesús habla (en Mateo 20:24) de que más difícil será que un rico pase por el ojo de una aguja, no estaba condenando a los ricos por ser tales, sino por descuidar de la moral, obnubilados por su opulencia.
La Iglesia es la iglesia de los pobres, si, pero no en el sentido populista de Correa sino desde el punto de vista espiritual. Imposible utilizar artilugios retóricos para suponer que Jesucristo detestaba a los ricos y los estigmatizaba para sugerir que se los despoje de sus riquezas para trasladarlas a los pobres.
Correa, como Chávez y tantos otros autócratas de la historia reciente del siglo XX y actual, pretenden jugar a sustituir a Dios e implantar en la tierra paraísos imposibles, como el propio Papa Benedicto XVI acaba de expresarlo en una de sus últimas encíclicas (links en inglés y en español): “Un mundo marcado por tantas injusticias, sufrimiento inocente y cinismo de poder no puede ser el trabajo de un Dios Bueno», escribe el Papa. Sin embargo, afirma que la solución de éste sufrimiento no corresponde al ser humano, una idea «tan atrevida como intrínsecamente falsa», puesto que entender que el hombre es capaz de hacer lo que no realiza Dios y crear una nueva salvación en la Tierra es falso”.
Lo que corresponde a un buen gobernante, en naciones hasta mal gobernadas, es comprender que su papel no es fomentar el resentimiento y la envidia entre los sectores menos afortunados en contra de quienes han tenido mayor fortuna sino tratar establecer un sistema de convivencia que para abrir paulatinamente el acceso a mejores condiciones de vida a la mayor parte de la población excluida de ello, precisamente por efecto de los gobiernos ineficaces.
Correa y demás caudillos populistas generalmente se auto califican como revolucionarios. La revolución que proclaman es de redención de los pobres pero a la postre, su objetivo es concentrar el poder en sus manos. La riqueza de los acaudalados podrá disminuir, pero no se trasladará a los pobres sino al Estado. La inversión declinará y así el empleo, la oferta de bienes y servicios. La miseria y la pobreza se generalizarán.
La revolución propuesta es, en suma, una involución o regresión. Rafael Correa y sus súbditos en el gobierno y la Asamblea Constituyente, no está reformando nada en el sentido revolucionario hacia delante. Es un retroceso. Cuando una economía está en mala situación, como la ecuatoriana (tiene el índice más bajo de crecimiento en América Latina, por debajo del 3%), lo menos aconsejable es elevar impuestos.
El presidente George W Bush lo entendió así. Heredó de su predecesor Clinton una economía en crisis y redujo los impuestos. No solo a los “pobres” o a los de la clase media, sino a “todos”. Los resultados han sido fantásticos. La economía se recuperó, las recaudaciones rompieron los cálculos más optimistas y ni los gastos de guerra contra el terrorismo internacional determinaron una recesión.
Todo lo contrario. El déficit presupuestario se ha reducido, las ventas este año han sido las mayores en tres años y medio, el crecimiento ha sido del 4.9%, el nivel de desempleo el más bajo en un decenio, lo cual para la mayor economía industrial del planeta es algo colosal. La gente está satisfecha, la pobreza supera el nivel de riqueza de la clase media del decenio de 1960 y las inversiones internas y extranjeras siguen en aumento creciente.
Bush ha enfrentado a un Congreso demócrata durante el 2007, pero ha salido airoso en la confrontación. El respaldo a la guerra antiterrorista dentro de las organizaciones OTAN en Afganistán y ONU en Irak salió incólume pese a la oposición demócrata. En Alemania, Francia, Corea del Sur, Gran Bretaña la solidaridad en la causa antiterrorista no solo no se ha debilitado sino que se ha robustecido.
Pero Correa, economista estudiado en los Estados Unidos, cree que la receta para salir de la pobreza es elevar impuestos a las personas y las corporaciones de altos ingresos, a las herencias, a las tierras, a determinados consumos, a las importaciones, a las remesas de capitales al exterior. No tiene un Congreso adverso, tiene una asamblea sumisa.
Si quería una revolución hacia delante en materia tributaria, pudo haber estudiado lo que han hecho los países que se desligaron de la Unión Soviética comunista, a la que mira Correa con tanta nostalgia. Estonia, Lituania, Latvia, Ucrania e inclusive la misma Rusia de Putin decidieron echar al tacho de basura la noción fascista de los tributos imperante en la ex URSS y los sustituyeron de un solo tajo por el impuesto único “flat-tax”, por sus palabras en inglés.
Una vez en práctica ese sistema impositivo, las economías de aquellos países dejaron atrás “la larga noche del socialismo” y se abrieron al capitalismo, al libre mercado, a la libre inversión y competencia. El crecimiento fue y sigue siendo espectacular, al punto que Bush ha nombrado una comisión para tratar de imitar el flat-tax en los Estados Unidos agobiado por una red impositiva complicadísima y exasperante.
Gonzalo Sánchez de Lozada, en su primera administración, también impuso una innovación. Abolió escalas en la imposición a la renta y las sustituyó por una sola tasa del 10%. La recaudación tributaria se decuplicó, las finanzas del fisco y del sector privado mejoraron. El laberinto político de esa nación, que subsiste hasta la fecha, terminó dando al traste con el esfuerzo liberador de la economía.
Correa no solo no piensa en innovaciones, sino que quiere retornar a las épocas anteriores a las de su héroe Eloy Alfaro. Con el consejo del economista Stignitz, Premio Nobel, quiere endurecer las penas y retaliaciones contra los evasores de impuestos. Su asesor yanqui propone cárcel. ¿No fue Alfaro quien prohibió la prisión por deudas a comienzos del siglo pasado?
Si hay tanta evasión tributaria, debería estudiarse las causas y enmendarlas. Lo contrario, es decir incrementar el castigo al tiempo que se elevan los impuestos no significará sino mayor evasión por medios nuevos y tradicionales y, por cierto, una mayor desinversión.
La gente, ilusionada con la oferta Correa de alcanzar el paraíso a través de la Asamblea, ya está arrepentida. Las encuestas revelan que el 53% de los encuestados considera malas las gestiones del gobierno y su asamblea, solo el 14% los respalda. El presidente ha estado en el poder casi 12 meses, sin visible oposición. Ergo, su popularidad continuará en picada con el paso de los días.
¿Quién apoyará a Correa, por ejemplo, en su orden a la Asamblea para que dicte una ley de indulto a las “mulas”, o sea a quienes se prestan a transportar estupefacientes a los centros de consumo de Estados Unidos y Europa? Considera él que las multas, “impuestas por los Estados Unidos”, no guardan relación con el delito de transportar “apenas unos pocos gramos” de cocaína.
¿El indulto será total u ordenará a sus asambleístas que gradúen las penas a tanto en dinero y cárcel, según el peso de la droga que las “pobres madres sin empleo” se ven forzadas a transportar? Es una percepción innoble y maldita del problema y acaso solo se explique, sin justificarlo, por el hecho de que su padre fue encarcelado en USA por “mula” y condenado allí a tres años de prisión.
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