Sunday, September 2, 2007

NOTAS DISPERSAS

Tanto a Chávez como a Correa se les pasó por alto referirse a dos fechas importantes coincidentes con sus maratónicos e indigestos discursos de este último fin de semana, en que como siempre se afanan y ufanan de atacar a los sistemas democráticos de corte liberal/capitalista.
Los dos tienen como mentor a Fidel Castro, perpetuado en el poder en Cuba desde hace casi media centuria. Y ambos quieren aplicar en Venezuela y Ecuador y quizás en América Latina un sistema sustitutivo de gobierno al que llaman “socialismo del siglo XXI”, sin que ninguno de los dos pueda todavía definirlo.
El inspirador de la nueva doctrina es un alemán radicado en México, Heinz Dietrich. Ha escrito un librito sobre el tema, que va camino de convertirse en el Libro Rojo para los dos líderes y otros que pudieren brotar en el futuro en la región. Dietrich ha estado de visita en el Ecuador y tampoco ha podido definir a su propuesta, aduciendo que “está aún en formación”.
Llega a conclusiones disparatadas como las de proponer que los salarios y los precios deben fijarse no por la fuerza del mercado de la oferta y la demanda, sino por las horas que se han empleado en el trabajo y en la producción. Así un médico, o un “filósofo” como él, no tienen porqué ganar más que cualquier trabajador con iguales horas de labor.
Son bufonadas que se estrellan contra la realidad. Pero se ajustan como anillo al dedo a la mente de quienes creen (como Castro, Chávez y Correa) que el objetivo social debe ser igualación de resultados, no igualación de las oportunidades. Según tal teoría, la sociedad quedaría igualada con el denominador común de la pobreza, como en Cuba, con la eliminación de todo incentivo para crear, competir y progresar.
Explicado así el “socialismo del siglo XXI”, es otra aventura caudillista más en la historia de la humanidad y particularmente en Latinoamérica. La consecución de la utopía igualitarista exige inevitablemente la privación de libertades económicas y políticas. Nadie que haya logrado niveles de confort aceptará sin resistencia que se le priven de sus riquezas y se las distribuya entre los pobres. El gobierno, el caudillo, deberá aplicar la fuerza para imponerse.
Pero el atraco por parte del Estado no implica necesariamente el traspaso automático de tales recursos a los sectores empobrecidos. El Estado se apropia de la mayor parte de los fondos para fortalecer la represión. Paralelamente la supresión de la competencia en el mercado y de las inversiones y reinversiones nacionales y extranjeras genera la descapitalización de la sociedad y la empobrecen más.
El problema medular de los socialismos en sus diversas modulaciones radica en que pretenden mejorar las condiciones de vida de los segmentos menos favorecidos con una mayor intervención estatal. En ese sentido los socialismos de todas las tendencias se confunden, tanto de derecha como de izquierda.
Adolfo Hitler creía en el nacionalsocialismo como ahora Castro/Chávez/Correa creen en el socialismo del siglo XXI, como Lenín y Stalin creyeron en el socialismo comunista. Todos ellos en el fondo abogaban por lo mismo, con variables que no alteran la esencia. La bonanza y la riqueza se esparcirán de manera igualitaria y como maná por toda la sociedad con un gobierno autoritario, que liquide a la oposición, controle el aparato de producción y coordine, supervise y racione la distribución de todo bien y servicio, incluidos los valores culturales.
Las utopías tienen adeptos y muchos, en determinadas etapas de la historia. Ello fue evidente tras la decadencia del zarismo en Rusia y los estragos de la I Guerra Mundial en 1917. Y poco más tarde en la Alemania derrotada y humillada por esa guerra. El utopista del decenio de 1930 fue el austriaco Hitler y cuando sus peroratas delirantes en pro del nacionalsocialismo infestaron la mente colectiva, le fue fácil obtener una aplastante victoria electoral y convertirse en dictador. Ello ocurrió hace algo más de 70 años y su consolidación en el poder desató la II Guerra Mundial.
Chávez está en pleno proceso de absorber todos los poderes para hacer de Venezuela el ejemplo de una utopía parecida, en que todo lo controle el dictador. Su proceso ha demorado algunos años pero ahora cuenta con un respaldo popular que le garantiza multiplicar su poder en las urnas sin el empleo directo de fuerzas represivas. Correa quema etapas y va hacia las mismas metas con similar respaldo popular.
Correa tampoco aparentemente va a lanzar milicianos en su ruta hacia la dominación. Le bastan los votos de los descontentos, de los que se aferran a utopías para superar las deficiencias de una democracia aplicada a medias. Desde antes de su posesión y ya en el gobierno, su preocupación obsesiva ha sido la asamblea constituyente que se elegirá a fines de este mes.
Con la asamblea Correa busca una Constitución que se acomode a su propuesta de aplicar en el país el socialismo del siglo XXI. Una comisión de testaferros se encarga de elaborar el proyecto de nueva Carta Política, la número XX. Acaba de hacer públicos algunos artículos terminados. Hay por lo menos uno que es indicio de la nueva filosofía en marcha.
Se refiere a aquel en que se estipula que el Estado garantizará la propiedad privada pero “siempre y cuando ésta cumpla su función social”. El articulista de El Comercio Gonzalo Maldonado tiene en la edición de este fin de semana un comentario certero y oportuno al respecto. El añadido de la “función social” de la propiedad privada es una típica muestra del pensamiento socialista e intervencionista de regímenes totalitarios de derecha e izquierda.
Cita el autor el caso de Stalin que eliminó la propiedad privada en el sector agrario en 1928, porque no cumplían la función social. Lo que olvidó decir es que no todos los propietarios grandes, medianos y pequeños aceptaron sumisamente la orden del nuevo zar. Hubo resistencia que se demolió con destierros, cárcel y asesinatos ocasionando la muerte de 20 millones de seres humanos por esas tres razones, más la hambruna por falta de cosechas y sembríos.
Iguales procedimientos orientados a la eliminación de libertades para la igualación de resultados determinaron la muerte de 65 millones de personas en China, 2 millones en Corea del Norte, 2 millones en Camboya, 1.7 millones en África, 1.5 millones en Afganistán, 1 millón en Vietnam y 1 millón en la Europa Oriental comunista. En total más de 90 millones de muertes, cifra superior a todas las plagas, desastres naturales y crímenes políticos de otras ideologías combinadas.
Hay otras muestras inquietantes y corroborativas de la nueva ideología que se viene al Ecuador –si algo no ocurre para detenerla-. En su alocución de ayer, Correa ha dicho que no se opone al uso del gas en taxis, pese a la prohibición existente. Quiere más bien que se estimule ese consumo y que a la final el gas llegue a sustituir del todo a las gasolinas. También da sabios consejos a los dueños de autos viejos: véndanlos a los interesados en chatarra y reemplácenlos con nuevos. Con criterio ecologista, dice que el uso de gas y carros nuevos contaminará menos el ambiente…
Pero el Ecuador, país petrolero, no industrializa el gas y tiene que importarlo para uso doméstico. Dado el alto costo lo subsidia y en ello invierte, junto con otros derivados, unos 2.700 millones de dólares al año. Esta cifra se elevará si se generaliza el cambio de uso de gas por gasolina, otra utopía. Ecuador no produce automotores, ensambla partes importadas. ¿Talvez Correa insinúa subsidiar a los taxistas para que compren autos nuevos hechos (ensamblados) en el país y compren menos autos extranjeros con cero arancel?
El caso de los harineros también es decidor. El Estado comprará harina a Argentina y la venderá a los harineros a precio subsidiado por el Estado, para que no suba el precio del pan, en estas semanas previas a las elecciones de la Asamblea. También ha dicho que sacará de su bolsillo (del fisco) todos los millones de dólares necesarios para subsidiar a los empresarios que no pudieran seguir exportando sus productos a los Estados Unidos con tasas preferenciales, una vez que el acuerdo fenezca en pocos meses más. No quiere nada con los Estados Unidos, pero si mucho con Venezuela e Irán.
Chávez sigue políticas parecidas de subsidio y derroche de dineros fiscales, pero tiene el respaldo de los enormes recursos de los precios altos del crudo. La situación del Ecuador difiere, porque sus reservas de crudo son ínfimas comparativamente y la producción tiende a la baja. Paralelamente, el ritmo de producción nacional se debilita, al tiempo que el gasto fiscal crecerá sin financiamiento en 710 millones para el próximo año.
En uno y otro casos el colapso económico y político sobrevendrá, aunque en tiempos y con consecuencias diferentes. Es el destino de los autócratas y utopistas sus variadas estirpes. Si Hitler ascendió al poder dictatorial con enorme respaldo popular y la debacle mundial iniciada el 1 de septiembre de 1938, la locura de su idea se extinguió 7 años más tarde con la capitulación de su último aliado, el Japón, en otro día de septiembre, 2, de 1945.

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Los precandidatos demócratas a la presidencia de los Estados Unidos han ofrecido, si llegan a la Casa Blanca, hacer gestiones inmediatas para recuperar el prestigio de los Estados Unidos en el mundo, según ellos venido a menos con el actual mandatario WG Bush.
Mencionan como causa fundamental del rechazo a USA la guerra iniciada hace cinco años contra el terrorismo musulmán, que se libra principalmente en Irak y Afganistán. Tan pronto ellos gobiernen, dicen, terminará esa guerra.
No obstante y luego de reiterar a diario que esa guerra fue forjada y que está perdida, ahora varían de criterio y creen que hay señales de avances en los dos países y que el retiro de tropas inmediato sería un desatino porque se perdería lo ganado y favorecería el avance terrorista.
Por otro lado, se ignora hacia qué países importantes estaría orientada la estrategia de recuperar el aprecio perdido por los Estados Unidos. En Alemania la primera ministra Angela Merkel es abierta partidaria no solo de USA sino de WG Bush. Igual acaba de suceder en Francia con el cambio de Chirac por Nicolás Sarkozy, que inclusive acaba de veranear en tierras del “imperio”.
Gran Bretaña tiene un nuevo primer ministro, Gordon Brown, que si bien difiere en algunos enfoques de su predecesor Tony Blair, en lo básico sigue firmemente aliado a los Estados Unidos. Ni qué decir del PM australiano John Howard, invariable en su solidaridad con Norteamérica. En cuanto al actual PM de Canadá, Stephen Harper, a veces parece ser un republicano fiel al mandatario del sur.
¿Hacia dónde dirigirían entonces sus mimos los demócratas si ganan la presidencia? Por un momento podría pensarse en Fidel Castro, pero éste ya ha demostrado sus simpatías por la probable candidata Hillary Clinton y ha reiterado su amor por Jimmy Carter, el demócrata que consagró ganador a Chávez antes de terminar los escrutinios en Venezuela. ¿A Correa? Sería tiempo perdido…
¿Entonces?

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