Conmueve pero desalienta que el número de seres inteligentes arrepentidos por haber votado por Rafal Correa para presidente del Ecuador, crezca con el paso de los días: aceptan ahora haberse equivocado pensando que él era un hombre bueno y no lo ha sido.
Lo lamentable es que esas reacciones sean tardías, acaso demasiado tardías ya que al parecer la suerte está echada y la consolidación del líder con todos los poderes parece inevitable una vez que se instale la asamblea constituyente a elegirse en este mes.
Y lamentable también porque nada de lo que Rafael Correa dice ahora y ninguna de sus acciones y promesas es algo nuevo. Su personalidad y objetivos estaban ya claramente definidos antes de las elecciones presidenciales, a la luz de sus primeras actuaciones y declaraciones como funcionario público en el gobierno de Alfredo Palacio.
Desde entonces ya se pronunció en contra de los Estados Unidos y su sistema de vida y de gobierno y, consecuentemente, contra todas las instituciones alineadas y creadas por esa nación, como el Fondo Monetario Internacional y similares.
Correa, una vez depuesto como ministro de Finanzas de Palacio, inició una campaña para captar la presidencia de la república. A la lid se sumaron ideólogos de la misma catadura como Alberto Acosta y muchos advenedizos que han servido a gobiernos y a causas de todas las ideología, con el común denominador del populismo.
En la campaña de la primera ronda presidencial, Correa ocupó el segundo lugar frente a Álvaro Noboa, heredero del imperio bananero de su padre. Que Correa hubiera podido acceder a la segunda ronda sorprendió a muchos, dado el discurso radical de este líder educado en universidades de Bélgica y los Estados Unidos.
Para la segunda ronda Correa cambió de táctica y astutamente se mostró moderado. Y barrió en las elecciones definitorias, frente a un rival al que se le hostigó principalmente por su fortuna y por sus contactos y amistades con dirigentes internacionales de la industria, la banca y el comercio.
Jamás dijo Correa en la campaña que su meta sería imponer en el país el “socialismo del siglo XXI” patentado por Hugo Chávez de Venezuela e inspirado por la misteriosa momia del Caribe. Si lo hubiera dicho abiertamente es probable que la votación en su favor no hubiese sido tan alta (¿o lo contrario…?)
La afinidad de Correa con Chávez se hizo evidente desde el instante mismo en que se hizo cargo de una función pública. Y no cesa de demostrarlo ahora. Le imita inclusive en el uso de los epítetos. En la alocución radial de ayer desde Otavalo empleó el mismo tono y el mismo vocablo para predecir que a la “partidocracia” recibirá “una paliza” en la elección de asambleístas. Es lo que dijo Chávez sobre el referéndum pendiente para ratificar la nueva constitución en Venezuela.
(Chávez está de mediador entre los asesinos de la FARC y el presidente de Colombia. Ayer Correa dijo que también se sumaría gustoso a esa misión, si alguien se lo pide. No hay que olvidar que Correa se niega a calificar de terroristas a los de la FARC, que tan solo ayer accedieron a devolver a la Cruz Roja los cadáveres de 11 congresistas por ellos ejecutados sin piedad semanas atrás)
La marcha hacia la absorción dictatorial de poderes ha sido coherente en Correa desde un principio. No presentó candidatos a Congreso y una vez ungido presidente, terminó por destrozarlo. Lo mismo ha hecho con otras instituciones e igual y peor hará cuando una dócil asamblea obedezca sus designios.
En esa marcha, Correa no descuida ningún flanco. Uno de los clave es el militar y para ello cercenó a la cúpula de comandantes sin dar explicaciones y sin protestas. Más aún, a los militares de las tres ramas les ha inundado de dinero otorgándoles contratos sin licitaciones para las más variadas obras públicas que deberían ser ejecutados por la empresa privada.
Dada su identidad con Chávez, Correa debe tener en carpeta otros cambios en el campo militar para asegurarse no solamente su respaldo para no caer, sino para perpetuarse en el poder aplastando a la oposición. Eso es lo que hará Chávez en Venezuela, como lo analiza el diario francés Le Monde (diario no precisamente pro yanqui), que un artículo que reproduce hoy Expreso de Guayaquil, en una versión en español.
El manejo retórico de Correa es obviamente maligno y con cualidades que al parecer están anulando la capacidad de respuesta no solo de los políticos de oposición, sino de los periodistas que vierten en sus columnas sus temores por los desafueros del mandatario.
Una muestra la dio ayer en Otavalo. Frente a la crítica general de que sea él quien genere una exagerada expectativa por los resultados de la próxima asamblea constituyente, en el sentido de que traerá felicidad y prosperidad a la patria nueva, Correa manipuló la idea trastrocando la acusación.
Frente a un auditorio con indígenas, dijo que los pelucones plutócratas han ofrecido (¿cuándo, quiénes?) disminuir los impuestos con la asamblea, a la que inicialmente se opusieron. “A ver, usted” preguntó Correa a una humilde campesina, “dígame, la asamblea va a aprobar una nueva constitución o va a bajar los impuestos?” La primera opción fue la respuesta. “Entonces” le conminó, “vaya y dígales eso a los Noboa. Eran los dueños del país ¿porqué no bajaron entonces los impuestos?”
Por desgracia tanto en Venezuela como en el Ecuador, esa retórica demagógica y populista prende en muchos ante la frustración y ante la carencia de un líder que comande y diga claramente que el país va al despeñadero por esa ruta que guían los Chávez, Correas, Ortegas y Castros y que la rectificación a tiempo urge para evitar el desastre.
Ese líder tendría que actuar y pensar como un Felipe González de España, que a nombre del socialismo que representaba y que le dio el triunfo tras la era franquista, sepultó al socialismo e implantó un sistema de gobierno basado en la sensatez y el sentido común. Su sucesor José María Aznar de derecha, siguió en la misma línea y reafirmó el tránsito de su país hacia la libertad y el progreso.
Ambos líderes estarán en Guayaquil en los próximos días para dictar conferencias separadas sobre política. Lo que digan será iluminador para los ecuatorianos en estos momentos de un colectivo retroceso mental político. ¿No sería factible que las charlas se den en amplios estadios o se difundan por todos los medios audiovisuales y escritos que tanto escozor causan a Correa?
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(En los Estados Unidos, la oposición demócrata pugna por impedir que el gobierno del presidente Bush monitoree los mensajes que se intercambian los terroristas entre si y con sus células infiltradas en USA. Aducen que viola la privacidad. En Alemania los servicios de seguridad acaban de develar un complot terrorista que se proponía causar muerte y daños en instalaciones norteamericanas, en bares y otros sitios frecuentados por soldados de esa nación. La acción evitó masacres mayores que las que ocurrieron en Londres y Madrid. Ahora la seguridad alemana revela que todo fue fruto de mensajes interceptados en Pakistán por la inteligencia yanqui y transmitidas a la inteligencia alemana. Sobran comentarios)
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