Ha tenido que ser "papá" Estados Unidos, o mejor "papá" Trump, quien tenía que venir a poner cierto orden en la OEA, alterado esta vez por el tiranuelo Nicolás Maduro de Venezuela que arrasó con los últimos vestigios de democracia en ese país para hacerle pedazos.
Maduro, un chofer de ómnibus seleccionado por el moribundo Hugo Chávez para sucederlo en un gobierno monitoreado por los Castro desde Cuba, desconoció al congreso constitucional (Asamblea) y convocó a otro ad-hoc para continuar modelando al país según el esquema del socialismo del Siglo XXI.
Ese nuevo congreso fue rechazado por el pueblo en sucesivas elecciones y en protestas populares y culminó con los amañados comicios de mayo pasado para reelegir a Maduro, a los cuales no acudió ni el 20% de los electores. Dentro y fuera de Venezuela esas elecciones fueron condenadas por ilícitas y el pedido de no reconocerlas fue unánime, con excepción de gobiernos afines a la ideología del "nuevo" socialismo.
El gobierno de Donald Trump ha sido firme desde el comienzo en condenar a Maduro y lo ha hecho ante las Naciones Unidas y varias veces ante la OEA. En la última sesión de la asamblea general el Secretario de Estado Mike Pompeo, con apoyo de 19 Estados (mínimo 18, de un total de 34) pidió que se suspenda a Venezuela de la OEA por violación de la Carta Democrática Iberoamericana.
Severo crítico de Maduro ha sido también el Secretario General de la OEA, el uruguayo Luis Almagro, pero su actitud no hallaba respaldo suficiente para someter a Maduro. La Carta (que firmó el fallecido Presidente ecuatoriano Jaime Roldós) pide sanciones de expulsión para los regímenes de la región que violen las leyes constitucionales e instauren formas dictatoriales.
En el Ecuador Rafael Correa hizo casi exactamente los mismo que Maduro al inicio de su gobierno de diez años. Apresó y disolvió al Congreso Unicameral de entonces y lo integró con diputados afines a su "doctrina" del Socialismo del Siglo XXI, que ha empobrecido al país y lo ha sumido en un abismo de corrupción que ahoga consigo a uno de sus cómplices, Lenín Moreno, su sucesor ahora en la Presidencia. Al acto inconstitucional contra el Congreso siguieron incontables abusos de Correa, contrarios a la Carta de la OEA. Pero nada pasó.
Barack Hussein Obama, contrariamente a Trump, fue complaciente con Chávez y Maduro e hizo las paces con la dictadura de los Castro. Nada, por cierto, ocurrió con Correa. Ni siquiera cuando se hizo evidente su complicidad con la narcoguerrilla de las FARC y el ELN, a consecuencia de la cual Correa ordenó el cierre de la base militar norteamericana en Manta para el rastreo del narcotráfico en la región.
En este excelente reportaje de Caracol se visualiza ese maridaje de Correa con la narcoguerrilla, herencia de lo cual es la presencia hoy de activistas en la zona fronteriza de Esmeraldas. Para Correa, los narcoguerrilleros no eran tales sino "luchadores por la libertad", calificativo que solo calló cuando el gobierno de Álvaro Uribe bombardeó el campamento de las FARC en Angostura, puesto de narcotráfico y entrenamiento binacional.
Íntimos colaboradores de Correa, que participaban y conocían de los planes conjuntos, continúan con Lenin quien, como su nombre lo indica y como su carta de condolencia por la muerte de Fidel Castro lo confirma, sigue siendo un devoto marxista/castrista. Lo cual explica la ambigüedad de su posición frente al régimen de Maduro, su abstención en la votación en la OEA y su absurdo "respeto a la no ingerencia" en los asuntos internos de las naciones, que queda limitada con la Carta de la OEA.
La decisión adoptada por la OEA con 19 votos es preliminar y falta la definitiva que tendrá que decidir la Asamblea General en pocos días más. Será interesante observar la resolución final que adopten los abstencionistas
o indecisos de la votación primera, entre ellos el Ecuador.
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