Donald J. Trump hizo lo que sus opositores "progresistas" no querían que hiciera y que creían imposible que lo hiciera: se entrevistó con Kim Jong-Un de Corea del Norte y lo persuadió a que se deshaga de su armamento nuclear, a cambio de ayudarle a transformar su país de cárcel orwelliana en uno de prosperidad.
Pese a que los "todo-menos-Trump" han leído el documento suscrito en Singapur y han visto las imágenes transmitidas a todo el mundo por la TV, no quieren creer lo que ha ocurrido. Bien han dicho algunos que si a Trump lo vieran caminar sobre el agua dirían que no sabe nadar.
El acuerdo firmado ayer establece que Kim eliminará por completo su armamento nuclear y que para definir procedimientos e inspecciones habrá nuevas reuniones y acuerdos, que eventualmente se transformarán en un tratado a ser aprobado por el Senado del Congreso de los Estados Unidos.
Eso no sucedió con el acuerdo de Obama con Irán, pues sabía de antemano que el Senado negaría el respaldo. El acuerdo no contenía eliminación de armas nucleares sino aplazamiento para que Irán las produzca mientras continuaba enriqueciendo uranio y consolidando instalaciones ajenas a la inspección efectiva de expertos internacionales.
Para colmo, Obama eludió las regulaciones bancarias y entregó a los líderes de la teocracia pro terrorista de Irán 150.000 millones de dólares, incluso en efectivo. Trump anuló ese acuerdo por contrario a los intereses nacionales e internacionales, lo que le fue fácil dado que no tenía el impedimento de haber sido un Tratado sancionado por el Senado.
Los críticos de Trump afirman que con Kim no habrá desnuclearización, como no la hubo con sus predecesores Obama, Clinton y los Bush y que el único ganador del encuentro será el dictador coreano, supuestamente ungido por el presidente norteamericano a la categoría de líder global, a cambio de nada.
Lo cual es falso. Trump ha advertido que las sanciones económicas y comerciales al régimen coreano, que lo han empobrecido en extremo, no se levantarán hasta que la desnuclearización se concrete. Y que, mientras tanto, el gobierno monitoreará acuciosamente todo lo que Kim haga al respecto, con la tecnología más avanzada a la disposición.
No se descarta, por cierto, que en el curso de los próximos diálogos se diseñen formas de inspección "in situ" confiables y no ficticios como en el caso de Irán. Si de todos modos Kim Jong-Un comietera el error de engañar a Trump, éste le tiene ofrecido que podría arrasar a su país si pretendiera usar sus armas nucleares contra Estados Unidos o sus aliados.
Mas todo parece indicar que Kim está feliz con la perspectiva de transformar a Corea del Norte en una nación próspera, abierta a la inversión de capitales y tecnología de Occidente y Asia. Quedó fascinado cuando Donald le enseñó la tremenda limusina blindada "The Beast", Cadillac traída para él a Singapur, con puertas de 800 libras de peso cada una. "Tu podrías tener autos como éste", le dijo.
Kim tuvo tiempo de hacer turismo por Singapur, centro bancario del Asia y modelo de pulcritud y seguridad en el mundo e igualmente quedó fascinado de sus playas, hoteles, caminos, rostros alegres y elegantes vestimentas. "En lugar de las horribles hoquedades que quedan al demoler las instalaciones nucleares", le comentó Trump con iPad en mano, "imagínate los hoteles que podrías construir en las playas de tu país."
Algunos cometaristas de oposición quieren equiparar la cita Kim/Donald con un match con ganadores y perdedores. La analogía es falsa pues Trump no tenía nada que perder en este "match". Su misión era y es exclusivamente la de forzar al dictador a deshacerse de su arsenal nuclear, por prohibirlo el Acuerdo de No Proliferación Nuclear de las Naciones Unidas. Caso igual al de Irán.
Si Kim no cumple sus promesas, serán él y el pueblo norcoreano los únicos perdedores. La vida miserable en ese país se agudizaría, con más hambre y más asfixia por la total falta de libertades individuales. La alternativa de insistir en incrementar el arsenal nuclear sería necio, dado que incluso las fuerzas militares de Estados Unidos en Corea del Sur cesarían sus ejercicios en señal de buena voluntad.
¿De qué enemigo tiene que defenderse Kim, tras el diálogo con Trump? Los Estados Unidos quedan descartados. Después de todo, cuando la nación se formó en el Siglo XVIII con 13 Colonias, ni un solo metro cuadrado se agregó por la fuerza de las armas, sino por el libre albedrío de las colonias nuevas que buscaron adherirse a la Constitución inspirada en la Declaración de la Independencia de 1776.
Militares de Estados Unidos participaron en dos guerras mundiales para liberar a Europa y al mundo de las dictaduras. El solo pedazo de terreno que reclamaron fue para los cementerios de los soldados caídos en defensa de la libertad. ¿Acaso Trump está en "match" con Kim para someterlo y conquistar territorio? Lejos de ello: quiere que se desnuclearice y reoriente esos fondos hacia el bienestar del pueblo.
No le ha ofrecido coimas como las ofrecidas a la dinastía Kim por los Presidentes anteriores, ni el chantaje multibillonario de Obama a los ayatollahs de Irán. Lo que le promete es garantías de seguridad militar a cambio de seguridad a la inversión extranjera. La prosperidad que ello implicaría podría estimular un cambio social y político interno en procura de mayores libertades.
Pero esa tendencia, que contaría con el respaldo de los Estados Unidos y sus aliados, es no obstante y básicamente un asunto de incumbencia interna del pueblo norcoreano. Es inevitable fantasear: ¿qué tal si la fórmula que se trata de aplicar a Kim pudiese aplicarse a los Maduro, Ortega, Castro, Correa, Moreno y más mamarrachos del mundo que están arruinando a los pueblos caídos bajo su yugo?
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