Los esfuerzos de la oposición, incluída la gran prensa, por derrocar por cualquier medio al presidente republicano Donald D. Trump, no funcionan hasta el momento, pese a que las amañadas encuestas de opinión dicen que su popularidad ha caído al 33%.
Aún si esas encuestas dijeran que ese índice es de -33%, los medios aún seguirían ignorando que los seguidores de Trump siguen más fieles a él que nunca y que incluso se están sumando nuevos adherentes. Ello es visible en las concentraciones a las que asiste.
La última fue en una pequeña ciudad de West Virginia. Se adecuó un local para albergar a los muchos ciudadanos que querían estar presentes. Hubo 20.000 solicitantes, pero la capacidad limitó el número a 9.000. El ámbito fue festivo, como de campaña. Allí el gobernador demócrata anunció su conversión al GOP.
Según los demócratas y los republicanos traicioneros que no respaldan a Trump y que lo creen liquidado en apenas seis meses de gobierno, no cuentan para nada los logros de recuperación del empleo a la más alta tasa en 17 años, el alza récord de la Bolsa con más de 22.000 puntos, la reducción del déficit comercial, el optimismo para la reinversión.
Tampoco victorias diplomáticas sin precedentes como la votación 15-0 en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para acentuar sanciones a Corea del Norte para frenar su loca carrera nuclear, cebada por Bill Clinton. Por primera vez China y Rusia respaldaaron la propuesta norteamericana de castigar al tirano coreano.
Parecidas conquistas diplomáticas se están concretando en la lucha contra el terrorismo islámico, contra ISIS y se forjan acuerdos para cercar a Irán para impedir su armamentismo y fomento del terrorismo. En ese aspecto, comienzan a funcionar las alianzas que Trump selló en sus visitas a Arabia Saudita y otros sitios de la región.
El líder republicano quería más, sobre todo con Rusia. Pero la oposición y muchos republicanos le bloquearon toda capacidad de maniobra y negociación con Vladimir Putin, al obligarlo a aceptar un incremento en las sanciones contra Rusia...por su supuesta interferencia en las elecciones presidenciales en las que perdió la demócrata Hillary Clinton.
Nadie ha presentado prueba alguna de tal interfrencia ni que ello hubiese influído en modo alguno en los resultados. Putin lo niega, Trump lo niega y lo han negado jefes de la CIA y FBI del régimen Obama. Pero la oposición se empeñó en insistir. El Director Subrogante del FBI nombró Investigador Especial para que profundice el caso, quien a su vez contrató a 16 abogados con salarios exorbitantes para que lo ayuden. Aparte hay comisiones en el Senado y en la Cámara de Representantes.
Han transcurrido ocho meses desde las primeras denuncias y nada. Ante esa realidad ya inocultable, la estrategia de los sabuesos gira hacia otra supuesta “colusión” o “corrupción” ruso/trompista que podría, a juicio de ellos, comprometer al Presidente y llevarlo al Congreso para la destitución: negocios con los rusos de él o su familia.
Imaginar que conducta tan pueril pueda fructificar, es incomprensible en un partido que tuvo líderes como FDR o John F. Kennedy y en medios otrora líderes de la comunicación como The New York Times. Para comenzar, unos y otros deberían reflexionar que un Investigador Especial se nombra solo para ahondar casos en los que es evidente el crimen, no para iniciar búsquedas de un crimen.
A Bill Clinton se lo enjuició no por su conducta con Monica Lewinski, sino por mentir bajo juramento y cometer perjurio, lo cual está severamente castigado por las leyes. Fue absuelto por compromisos de índole político, pero la mentira ha sido la característica de Bill y su cónyuge Hillary, cuya derrota no acaban de aceptar sus partidarios.
Trump no miente. Al contrario de lo que le acusan es de ser excesivamente cristalino y hablar lo que piensa de los hechos y de las personas, rompiedo la horma de lo que es “políticamente correcto”. El despilfarro de fondos del fisco en la búsqueda de pruebas de la “colusión” Trump/Putin quedará solo en eso: desperdicio de tiempo y dinero.
Mientras tanto, la falta de cooperación de los republicanos en el Congreso rayana en la traición impide a Trump una mayor celeridad en en el proceso de desmantelar la telaraña de leyes y regulaciones de Obama para aumentar los controles del Ejecutivo en el libre mercado. La frustración mayor ha sido la imposibilidad de anular el Obamacare.
Esa ley de salud es el paso más audaz de estatización. La Constitución de los Estados Unidos, basada en la Declaración de la Independencia, busca otra forma de gobierno: la de libre competencia de mercado, de ingerencia limitada a defender los derechos individuales por parte del gobierno. Es el sistema que ha multiplicado la prosperidad y bienestar. Lo contrario genera miseria, como en estos mismo días se observa en Venezuela.
Maduro y antes Chávez, siguen el modelo de Cuba de los Castro en el cual el Estado lo es todo. Se ha regado por Nicaragua, Bolivia, Ecuador y ahora amenaza a Colombia, como antes a Argentina. Es el modelo que ensalzan “demócratas” como Bernie Sanders, el rival de Hillary en las primarias de las elecciones pasadas. Mary Anastasia O´Grady, del diario The Wall Street Journal, escribió la realidad de Venezuela y de Colombia en un artículo de advertencia que se transcribe a continuación:
In a video posted on the internet Sunday morning, former Venezuelan National Guard captain Juan Caguaripano, along with some 20 others, announced an uprising against the government of Nicolás Maduro to restore constitutional order. The rebels reportedly appropriated some 120 rifles, ammunition and grenades from the armory at Fort Paramacay in Valencia, the capital of Carabobo state. There were unconfirmed claims of similar raids at several other military installations including in Táchira.
The Cuba-controlled military regime put tanks in the streets and unleashed a hunt for the fleeing soldiers. It claims it put down the rebellion and it instructed all television to broadcast only news of calm. But Venezuelans were stirred by the rebels’ message. There were reports of civilians gathering in the streets to sing the national anthem in support of the uprising.
Note to Secretary of State Rex Tillerson: Venezuelans want to throw off the yoke of Cuban repression. They need your help.
Unfortunately Mr. Tillerson so far seems to be taking the bad advice of his State Department “experts.”
The same bureaucrats, it should be noted, ran Barack Obama’s Latin America policy. Those years gave us a rapprochement with Havana that culminated with the 44th president doing “the wave” with Raúl Castro at a baseball game in 2016. Team Obama also pushed for Colombia’s surrender to the drug-trafficking terrorist group FARC in a so-called peace deal last year. And it supported “dialogue” last year to restore free, fair and transparent elections in Venezuela. The result, in every case, was disaster.
Any U.S.-led international strategy to liberate Venezuela must begin with the explicit recognition that Cuba is calling the shots in Caracas, and that Havana’s control of the oil nation is part of its wider regional strategy.
Slapping Mr. Maduro’s wrist with sanctions, as the Trump administration did last week, won’t change Castro’s behavior. He cares only about his cut-rate Venezuelan oil and his take of profits from drug trafficking. To affect things in Venezuela, the U.S. has to press Cuba.
Burning Cuban flags, when they can be had, is now practically a national pastime in Venezuela because Venezuelans understand the link between their suffering and Havana. The Castro infiltration began over a decade ago when Fidel sent thousands of Cuban agents, designated as teachers and medical personnel, to spread propaganda and establish communist cells in the barrios.
As I noted in this column last week, since 2005 Cuba has controlled Venezuela’s citizen-identification and passport offices, keeping files on every “enemy” of the state—a k a political opponents. The Venezuelan military and National Guard answer to Cuban generals. The Venezuelan armed forces are part of a giant drug-trafficking operation working with the FARC, which is the hemisphere’s largest cartel and also has longstanding ties to Cuba.
These are the tactical realities of the Cuba-Venezuela-Colombia nexus. The broader strategic threat to U.S. interests, including Cuba’s cozy relationship with Middle East terrorists, cannot be ignored.
Elisabeth Burgos is the Venezuelan ex-wife of the French Marxist Regis Debray. She was born in Valencia, joined the Castro cause as a young woman, and worked for its ideals on the South American continent.
Ms. Burgos eventually broke free of the intellectual bonds of communism and has lived in Paris for many years. In a recent telephone interview—posted on the Venezuelan website Prodavinci—she warned of the risks of the “Cuban project” for the region. “Wherever the Cubans have been, everything ends in tragedy,” she told Venezuelan journalist Hugo Prieto. “Surely we have no idea what forces we face,” Mr. Prieto observed—reflecting as a Venezuelan on the words of Ms. Burgos—because, as she said, there is “a lot of naiveté, a lot of ignorance, about the apparatus that has fallen on [Venezuelans]: Castroism.”
Cuban control of citizens is as important as control of the military. In Cuba this is the job of the Interior Ministry. For that level of control in Venezuela, Ms. Burgos said, Mr. Maduro must rely on an “elite of exceptional experts” Castro grooms at home.
Cuba, Ms. Burgos said, is not “simply a dictatorship.” For the regime it is a “historical political project” aiming for “the establishment of a Cuban-type regime throughout Latin America.” She noted that along with Venezuela the Cubans have taken Nicaragua, Bolivia, Ecuador, and are now going after Colombia. “The FARC, turned into a political party and with all the money of [the narcotics business], in an election can buy all the votes that it wants.”
Mr. Tillerson is forewarned. Castro won’t stop until someone stops him. To get results, any U.S.-led sanctions have to hit the resources that Havana relies on to maintain the repression.
Write to O’Grady@wsj.com.