Tuesday, July 25, 2017

EL VOTO DEFINITORIO

El Senado votará hoy sobre el Obamacare. Los 52 republicanos no tienen sino una opción honorable: revocar la ley. Debieron haberlo hecho al día siguiente de lograr el control total del gobierno en la Casa Blanca y en el Congreso, pero se enredaron en la discusión inútil del “reemplazo”.
El Obamacare lo aprobó el rebaño demócrata por unanimidad y sin un solo voto republicano y con el rechazo mayoritario de la población, según todas las encuestas. Y fracasó, porque el objetivo central de llegar al control total del Estado de los servicios de salud, se hizo solo a medias.
Es lo que deben tener en mientes los senadores republicanos al votar hoy en la Cámara. El Obamacare es el más audaz intento de los progresistas para quebrar al sistema capitalista de libre empresa. Si no se alcanza el mínimo de 50 votos (más el dirimente de Pence), la ley continuará vigente y el Estado terminará sustituyendo a las aseguradoras privadas en la oferta de salud.
El sistema privado ha funcionado con eficiencia, convirtiéndolo en el mejor del mundo. Las deficiencias de cobertura no deben solucionarse con mas intervención estatal. La fórmula correctiva es más competencia, más capitalismo, más inventiva y menos burocracia obstructiva como en el caso del infante Charlie Gard de Gran Bretaña.
Una vez revocado el Obamacare vendrán los correctivos al daño ocasionado en los individuos que fueron obligados a adquirir pólizas de seguro, mandato que quedaría extinguido. Se abrirían las fronteras para la libre competencia de aseguradoras de salud, para bajar precios y mejorar los servicios. Se estimularía ahorros y exenciones tributarias para facilitar la compra de pólizas a los de menores recursos, etc.
También se revisaría la ampliación de la cobertura del Medicaid a quienes no la necesitan, contemplada en el Obamacare dentro de su doctrina de la redistribución de la riqueza y el Estado benefactor. El progresismo, que es la moderna manera de calificar a los socialistas/utopistas, detesta lo que es consustancial a los Estados Unidos: libre comercio, libre competencia, gobierno descentralizado y menos regulador.
Terminada la II Guerra Mundial, la URSS no se sumó a los Aliados para garantizar la formación de gobiernos democráticos elegidos por consenso de los ciudadanos. Erigió una “Cortina de Hierro” en sus dominios rojos y se dedicó a expandir su imperio mediante la infiltración, la guerrilla y la guerra abierta como en Corea y Vietnam.
Cuando la lucha armada fracasó con el Che Guevara en Angola y Bolivia, Mao aleccionó a sus seguidores a optar por la infiltración en los sistemas democráticas de diversa solidez institucional, para fracturarlos y desviarlos. Ha obtenido resultados transformando las culturas y las visiones político culturales en Europa, América Latina y lo ha estado haciendo también en los Estados Unidos.
La táctica ha sido apoderarse de los sistemas de educación y medios de comunicación para transformar la mentalidad colectiva. En el caso de los Estados Unidos, las nuevas generaciones de estudiantes y periodistas han llegado a menospreciar los principios de la Declaración de la Independencia y la Constitución de los Estados Unidos, considerándolos obsoletos.
Las nuevas demandas de la sociedad, según esas enseñanzas, son la redistribución de la riqueza y la igualación de resultados, todo lo cual ha de lograrse con gobiernos autoritarios que limiten la libre expresión de las ideas. Cuando surgen movimientos opuestos a esa tendencia y líderes que los comandan, como Trump, la respuesta es la guerra.
No es una guerra de ideas, sino de mentiras. El Obamacare se aprobó y se aplicó con mentiras. A Trump se lo quiere boicotear con las mentiras de Rusia. Ex-directores de agencias de inteligencia de Obama insinúan incluso que hay que llamar a un golpe de Estado para destituir al actual jefe de Gobierno.
La controversia entre los progresistas y Trump y los millones que lo respaldan no es una lucha política común. Es una guerra desleal y sucia que pone en juego la supervivencia de la democracia capitalista y libre, frente al agudizamiento del Estado interventor, que ha fracasado en todas sus formas a lo largo de la historia.
Los 52 senadores republicanos que votan hoy en la Cámara están en la mira: si rechazan unánimemente el Obamacare recuperarán el prestigio ante sus votantes. De lo contrario, los que voten por ratificar la ley aparecerán como lo que son: unos traidores que habrán causado al GOP y al país un daño acaso irreparable.

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