Otra demostración del buen juicio que posee el Presidente Donald D. Trump para escoger a sus colaboradores ha sido la nominación anunciada anoche para llenar la vacante dejada con la muerte del juez Antonin Scalia en la Corte Suprema de Justicia.
El escogido es Neil Gorsuch, abogado de 49 años de edad de Colorado, que por diez años ha desempeñado el cargo de Juez de Apelaciones del Décimo Circuito Federal. En esa ocasión fue nominado por George W. Bush y fue aprobado a viva voz y por unanimidad bipartidista.
Su trayectoria y récord son impecables, pero se adelanta que ahora los demócratas se opondrán a su elección sin argumentos válidos, por simple oposición partidista. El líder del Senado, Mitch McConnell, ha dicho que eso no impedirá su aprobación, pues hará uso del recurso “nuclear” ideado por los propios demócratas.
El líder del Senado demócrata que le precedió, Harry Reid, decidió que la mayoría normal de 60 votos de 100 de la Cámara no era necesaria para aprobar la elección de ministros y jueces propuestos por Obama y que bastaba la mayoría simple de 51 para hacerlo. Ahora el Senado cuenta con mayoría de 52 republicanos.
¿Qué preocupa fundamentalmente a los demócratas y al “progresismo” en general? Como lo ha dicho Gorsuch a lo largo de su carrera, en escritos, artículos y dictámenes judiciales, es erróneo que los progresistas hayan preferido en los últimos tiempos inclinarse por las cortes y los jueces para imponer su ideología, en lugar de persuadir a los votantes.
Cuando se creó esta nación en 1776 y entró en vigencia la Constitución en 1778, la tercera rama de Gobierno, la de Justicia, era considerada la de menor poder y tanto que por mucho tiempo laboró en un espacio asignado en la Casa Blanca. Su objetivo se limitaba a dirimir litigios cuando surgía confusión en cuanto a la aplicación de una ley en relación con la Constitución.
Con el curso de los años y con mayor notoriedad en la última centuria tras el influjo del Presidente demócrata Woodrow Wilson, el equilibrio de poder en las tres ramas comenzó a flaquear. Se consideró que la Constitución no se adaptaba al cambio de los tiempos, que era inflexible, que impedía al Ejecutivo tener mayor fuerza de intervención en la comunidad.
Se partía y parte del principio (para los demócratas) de que la igualdad de oportunidades garantizada por la Constitución no basta para establecer lo que ellos conciben como “justicia social” o igualación de resultados. Para los constitucionalistas contrarios a esa óptica, como Neil Gorsuch, la búsqueda de la igualdad a más de utópica implica la pérdida de la libertad.
La mayoría del pueblo piensa como Gorsuch, piensa como Trump. Lo que ha ocurrido es que la izquierda progresista ha ido ganando terreno en las mentes de muchos a través de la captación de quienes controlan los medios de comunicación y los centros de educación hasta el nivel académico.
La red judicial, incluída la mitad de los ocho jueces de la Supema en ejercicio y de los federales y estatales, está constituída en su mayoría por individuos bloqueados mentalmente a todo pensamiento que no sea el “liberal”. Esa la razón por la cual han declarado inconstitucionales decisiones populares en referendos, contrarios al aborto y al matrimonio homosexual en 37 de los 50 Estados del país.
Paulatinamente, dichos jueces y la Suprema han ido más allá de lo que les permite la Constitución, no para interpretar sino para modificar y rehacer leyes e inclusive aprobar decisiones anticonstitucionales. La demostración acaso mayor es la Decisión Roe vs Wade de 1973 que legalizó el aborto, pese a que la Constitución y la Declaración de la Independencia garantizan la vida como derecho inalienable.
La misma Corte de 1973 puso en evidencia lo hipócrita de su decisión al decir que se la condicionaba hasta establecer cuándo comenzaba la vida. Aunque no se necesitaba de fallo científico, lo hubo y ahora nadie duda que ese instante milagroso ocurre con la concepción. Pero el aborto legal se ha extendido y solo en Estados Unidos ha ocasionado 60 millones de muertes.
Como resultado del aborto y los anticonceptivos, el ritmo de crecimiento de la población en los Estados Unidos decreció del 2,06 en el 2010 al 1,89 en el 2016, cifra negativa que sería mayor sin el aporte de la inmigraición legal e ilegal. Lo que desconcierta es observar que quienes defienden con mayor ardor el derecho al aborto, sean las mujeres.
Roe vs Wade, arranque de la “Cultura de la Muerte” que dijera el Papa Juan Pablo II, es “evangelio” para ellas. Ha desaparecido en ellas la feminidad, el instinto materno y el auto respeto por su sexo y la sexualidad. El macho inseminador las tiene en cualquier instante que las desea, sin compromiso alguno. Ese seudo feminismo no las ha liberado, las ha subyugado más.
Aliadas a las “conquistas” del aborto están las del matrimonio homosexual y demás concesiones con pretensiones igualitarias contra natura. Éstas no son compartidas por la mayoría de la población. La distorsión es resultante del bombardeo informativo de los medios audivisuales y el influjo de regímenes que apoyaban esa tendencia, como el de Obama, que quiso perpetuarse con Hillary Clinton.
Esa era ha terminado. Ahora comienza la limpieza con Trump. En el área tan delicada de los jueces de la Suprema y de las cortes federales y de los Estados, por fortuna están pendientes los nombramientos de decenas de nuevos funcionarios. La restauración de la Constitución y la Declaración de la Independencia, como originalmente fueron concebidas, está en marcha.
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