Parece que los demócratas lo dudan. En el siglo XIX se opusieron a que se aboliera la esclavitud, al punto de preferir salirse de la Unión antes que ceder. Fue menester una Guerra Civil atroz para preservar esa unidad y terminar con la esclavitud.
Tras la victoria, el presidente republicano Lincoln buscó restaurar la unidad nacional con la Reconstrucción, sin venganza y con la consolidación de los derechos de los negros. Pero su tarea redentora quedó frustrasa con el asesinato. Los demócratas sureños, en contraste, levantaron un muro de contención contra la negritud.
Aunque los negros ya no eran esclavos tras una guerra con 600.000 muertos, en cambio sus derechos se limitaron con la ley Jim Crow para la segregación en lugares púbicos y que limitaba sus derechos al voto y al acceso al empleo y la educación.
Los demócratas, casi hasta 1965, castigaban a los negros con muertes y linchamientos públicos, muchas veces estimulados por el Ku Klux Klan por supuestas violaciones al status-quo de la segregación, impuesta por ellos tras la derrota frente a los ejércitos unionistas de Lincoln.
Los negros siempre han sido vistos por los demócratas como ciudadanos de segunda clase, subhumanos, inferiores moral e intelectualmente. Cuando la presión anti segregacionista se hizo insostenible por influjo externo y por líderes nacionales de la talla de Martin Luther King Jr, hacia 1960 los demócratas dejaron de resistirse.
En 1965 se sumaron a los republicanos para apoyar una reiteración de los Derechos Civiles constantes en la DI y la Constitución de 1778, que no se aplicaba por la oposición demócrata: el rechazo a la discriminación, dado que todos los ciudadanos son iguales ante la ley. La Ley Crow era y es una clara violación constitucional.
Pero si los demócratas no cambiaron en su actitud y concepción frente a los negros con la Guerra Civil, tampoco cambiaron con la ley de 1965. Siguen considerando a los individuos de esa etnia como necesitados de la protección especial como la que recibían de los hacendados esclavistas, debido a su supuesta inteligencia deficitaria o a alguna otra malformación congénita.
Para muchos demos post 1965, la esclavitud fue inventada en los Estados Unidos por los anglosajones, razón por la que éstos tienen que purgar su culpa ad infinitum. La palabra esclavo viene de eslavo, eran los nórdicos que la usaron cuando convertían en esclavos a los prisioneros fruto de sus conquistas. Esclavos los ha habido siempre: en Grecia, Roma, África, Asia y los ha habido de todo color. Muchos recuperaban su libertad para integrarse a las comunidades victoriosas.
Sin esclavos no pudieron erigirse los grandes imperios ni crearse las grandes culturas. Y los grandes imperios y culturas se imponían porque eran superiores en ingenio y fuerza militar. Solo a partir de la revolución industrial la creación de vigor cultural y económico ha sido posible sin que fuera preciso recurrir a la esclavitud como motor del progreso.
En África los negros no vivían una vida paradisíaca, que tampoco existía en las tres Américas pre colombinas. En una y otra regiones las guerras tribales eran constantes y los vencederos siempre esclavizaban (o comían, como en México) a quienes resultaban vencidos. El mito de Rousseau de la existencia de un paraíso en América roto por los conquistadores es solo eso, un mito.
Los traficantes anglosajones de negros nunca necesitaron ir de cacería de negros en África. Simplemente acoderaban en los muelles y hacía allí convergían los mercaderes negros con su mercancía negra. El negocio era fácil y lucrativo. Los negros de hoy no dicen nada de aquellos negros de antaño, como tampoco de los muchos hacendados negros que tenían esclavos negros en la pre Guerra Civil.
La asimilación de los negros, tras la cruenta Guerra Civil, se truncó con el asesinato de Lincoln. Pero seguirá trunca si perdura el falso sentimiento proteccionista de los demócratas, que quieren victimizar a esta etnia para condenarla a una eterna dependencia del Estado, convertida en la nueva forma del hacendario esclavista.
El cebo son dádivas como los foodstamps, o la norma como la “affirmative action” por la cual se fijan cupos para la aceptación forzosa de negros (y latinos e indoamericanos) en las universidades, no importa el nivel de sus conocimientos y otras regulaciones similares que echan por tierra el conceptoconstitucional básico de igualdad de todos frente a la ley.
Martin L. King Jr. decía que soñaba en el día en que sus hijos pudieran ser juzgados en la sociedad, no por el color de su piel sino por su carácter. Es eso lo que dice la Constitución. Es lo que tiene que aplicarse, no la compasión hipócrita de los demócratas que genera el efecto contrario de la prolongación de la segregación.
Hay espléndidos ejemplos de personalidades negras que han alcanzado la cúspide en las artes, el deporte, las ciedncias o la política. Si lo hicieron fue porque se despojaron del papel de víctimas y pusieron en juego todos sus atributos individuales de talento y “carácter” para triunfar sobre las adversidades.
Los que no lo hicieron, forman parte de esa muchedumbre de rencor, que vocifera y quiere rehacer una historia que no han estudiado, que escucha el cántico de líderes alcahuetes que estimulan la violencia, el odio y el rechazo al orden instituído, para desencadenar la anarquía. Son parte de los Black Lives Matter, los New Black Power y demás grupos racistas.
Obama no ha perdido ocasión para azuzar el odio a las Fuerzas Armadas y a la Policía y para hacer piruetas verbales en defensa del Islam cuando hay atentados terroristas en cualquier parte del mundo. El efecto de su retórica lo estamos viendo en Dallas, en Orlando, en San Bernardino y todavía continúan los disturbios callejeros en múltiples ciudades.
En el 2008 la mayoría eligió a Obama con la esperanza de acabar con los vestigios de un segregacionismo que debió esfumarse con las últimas hogueras de la la Guerra Civil. Por desgracia, Obama ha logrado exactamente lo contrario luego de casi ocho años de gobernar como el primer mandatario negro/blanco de la historia.
(A continuación, la nota de una experta sobre criminalidad, en la que se analiza la realidad del grupo Black Lives Matter, refrendado por Obama y el alto índice de crímenes entre negros)
(A continuación, la nota de una experta sobre criminalidad, en la que se analiza la realidad del grupo Black Lives Matter, refrendado por Obama y el alto índice de crímenes entre negros)
Editor’s Note: Originally published Feb. 11, 2016
A television ad for Hillary Clinton’s presidential campaign now airing in South Carolina shows the candidate declaring that “too many encounters with law enforcement end tragically.” She later adds: “We have to face up to the hard truth of injustice and systemic racism.”
Her Democratic presidential rival, Bernie Sanders, met with the Rev. Al Sharpton on Wednesday. Mr. Sanders then tweeted that “As President, let me be very clear that no one will fight harder to end racism and reform our broken criminal justice system than I will.” And he appeared on the TV talk show “The View” saying, “It is not acceptable to see unarmed people being shot by police officers.”
Apparently the Black Lives Matter movement has convinced Democrats and progressives that there is an epidemic of racist white police officers killing young black men. Such rhetoric is going to heat up as Mrs. Clinton and Mr. Sanders court minority voters before the Feb. 27 South Carolina primary.
But what if the Black Lives Matter movement is based on fiction? Not just the fictional account of the 2014 police shooting of Michael Brown in Ferguson, Mo., but the utter misrepresentation of police shootings generally.
To judge from Black Lives Matter protesters and their media and political allies, you would think that killer cops pose the biggest threat to young black men today. But this perception, like almost everything else that many people think they know about fatal police shootings, is wrong.
The Washington Post has been gathering data on fatal police shootings over the past year and a half to correct acknowledged deficiencies in federal tallies. The emerging data should open many eyes.
For starters, fatal police shootings make up a much larger proportion of white and Hispanic homicide deaths than black homicide deaths. According to the Post database, in 2015 officers killed 662 whites and Hispanics, and 258 blacks. (The overwhelming majority of all those police-shooting victims were attacking the officer, often with a gun.) Using the 2014 homicide numbers as an approximation of 2015’s, those 662 white and Hispanic victims of police shootings would make up 12% of all white and Hispanic homicide deaths. That is three times the proportion of black deaths that result from police shootings.
The lower proportion of black deaths due to police shootings can be attributed to the lamentable black-on-black homicide rate. There were 6,095 black homicide deaths in 2014—the most recent year for which such data are available—compared with 5,397 homicide deaths for whites and Hispanics combined. Almost all of those black homicide victims had black killers.
Police officers—of all races—are also disproportionately endangered by black assailants. Over the past decade, according to FBI data, 40% of cop killers have been black. Officers are killed by blacks at a rate 2.5 times higher than the rate at which blacks are killed by police.
Some may find evidence of police bias in the fact that blacks make up 26% of the police-shooting victims, compared with their 13% representation in the national population. But as residents of poor black neighborhoods know too well, violent crimes are disproportionately committed by blacks. According to the Bureau of Justice Statistics, blacks were charged with 62% of all robberies, 57% of murders and 45% of assaults in the 75 largest U.S. counties in 2009, though they made up roughly 15% of the population there.
Such a concentration of criminal violence in minority communities means that officers will be disproportionately confronting armed and often resisting suspects in those communities, raising officers’ own risk of using lethal force.
The Black Lives Matter movement claims that white officers are especially prone to shooting innocent blacks due to racial bias, but this too is a myth. A March 2015 Justice Department report on the Philadelphia Police Department found that black and Hispanic officers were much more likely than white officers to shoot blacks based on “threat misperception”—that is, the mistaken belief that a civilian is armed.
A 2015 study by University of Pennsylvania criminologist Greg Ridgeway, formerly acting director of the National Institute of Justice, found that, at a crime scene where gunfire is involved, black officers in the New York City Police Department were 3.3 times more likely to discharge their weapons than other officers at the scene.
The Black Lives Matter movement has been stunningly successful in changing the subject from the realities of violent crime. The world knows the name of Michael Brown but not Tyshawn Lee, a 9-year-old black child lured into an alley and killed by gang members in Chicago last fall. Tyshawn was one of dozens of black children gunned down in America last year. The Baltimore Sun reported on Jan. 1: “Blood was shed in Baltimore at an unprecedented pace in 2015, with mostly young, black men shot to death in a near-daily crush of violence.”
Those were black lives that mattered, and it is a scandal that outrage is heaped less on the dysfunctional culture that produces so many victims than on the police officers who try to protect them.
Ms. Mac Donald is the Thomas W. Smith fellow at the Manhattan Institute and author of “The War on Cops,” forthcoming in July from Encounter Books.