Hillary Clinton, candidata presidencial demócrata para las elecciones del 8 de noviembre próximo, afirma que son los “blancos” los que tienen que cambiar de actitud frente a los negros para eliminar la segregación.
Lo dijo hace algunos días a raíz de alguno de los primeros asesinatos en serie que se han cometido hasta ayer (en Baton Rouge, Luisiana), en represalia supuestamente por la muerte de delincuentes de esa raza a manos de los agentes del orden.
Hillary no hace sino repetir la retórica divisionista de Obama, quien desde que se instaló en la Casa Blanca en el 2009 no ha cesado de hostigar a la Policía, acusándola de perseguir sin motivo a los negros. En varios casos de acción policial prejuzgó, pero la aclaratoria no detuvo la atmósfera hostil hacia los gendarmes.
Ese atizamiento del odio se acrecentó hoy con la declaración hecha ayer por Obama, a pocas horas de la tragedia de Baton Rouge, cuando exhortó a la Policía a admitir que tiene prejuicios racistas contra la gente de color, como paso indispensable en la búsqueda de una mejoría en las relaciones entre la institución y las comunidades.
En discurso pronunciado esta tarde, Hillary insinuó inclusive que si llega a la Presidencia, propiciaría una suerte de amnistía para sacar de las cárceles a los negros, que llegan allí en número mayor que los de la raza blanca y que buscaría reformas legales para impedir que los gendarmes sigan deteniendo más a negros que blancos. (Estadísticas de criminalidad se pueden observar en el artículo del BLOG del 14 de julio pasado)
Es una burda y falsa visión del problema, que solo consigue perpetuarlo en el sentido de achacar a la gente de color condiciones de inferioridad, por lo cual merecerían trato especial, como minusválidos. En la Alemania nazi, a los judíos se los idenitificaba con la cruz de David. Los demócratas no necesitarían del uso de una escarapela, les bastaría el color de la piel.
¿Son los “blancos” en realidad los que tienen que cambiar de actitud para superar los rezagos segregacionistas? Quizás ello sea aplicable a los demócratas blancos que ahora secundan a Hillary y Obama. Porque la gran mayoría restante hace mucho tiempo que cambió y luchó y sacrificó en favor de los negros, la abolición de la esclavitud y su redención.
Fueron blancos los que redactaron la Declaración de la Independencia y la Constitución de los Estados Unidos, documentos en los que se consigna que todos los ciudadanos son iguales ante la ley. Para garantizar este precepto, Lincoln, un presidente blanco, lideró una guerra civil contra los demócratas del Sur y los venció, con pérdida de 600.000 vidas humanas.
La rebelión negra contra la esclavitud fue magra y dispersa, por lo cual sin la participación blanca la esclavitud hubiera persistido y la Unión quizás se habría resquebrajado. La Reconstrucción, que buscaba consolidar los derechos de igualdad de los negros tras la Guerra Civil, se frustró con el asesinato de Lincoln.
Las secuelas del esclavismo continuaron con la segregación a través de la Ley Crow, pero igual la rebeldía negra fue insuficiente para impedirlo. El aporte blanco nuevamente fue decisivo para modificar la consciencia colectiva, pero esta vez con el surgimiento de un líder negro de excepción, Martin Luther King Jr.
El movimiento se tradujo en la aprobación de normas que confirmaban los derechos primarios de la Constitución: todos los ciudadanos son iguales ante la ley. Desde 1963 a la fecha, la evolución se habría acelerado si no se hubiesen aplicado leyes “contra la pobreza” que no han hecho sino acentuarla a través de subsidios y el fomento del ocio entre los negros.
Y fueron “blancos” los que dieron el paso espectacular de elegir a un negro (más bien mulato) para Presidente (en USA hay 46.3 millones de negros, o sea el 14.4% de la población), esperando con ello derribar de cuajo los remanentes de los prejuicios raciales en la nación. Pero Barack Hussein Obama, desde que se posesionó hizo lo opuesto a lo predicado por Martin Luther King Jr y tiene ahora al país más dividido que nunca.
La madre blanca de Obama prestó poca atención a su educación. Fueron sus abuelos maternos blancos los que le facilitaron acceso a las mejores escuelas y colegios. El padre de Barack, de Kenya, murió alcohólico pero sembró en su hijo el resentimiento social y racial y el odio al colonialismo británico.
En lugar de convertirse en el líder moral de la unidad multirracial, que era dable esperar de quien tantos beneficios cosechó de su herencia blanca y del país predominantemente blanco en el que a la postre vivió y llegó a dirigir como Presidente, Obama se ha manifestado despectivo de la cultura judeocristiana y de la valoración excepcional de los Estados Unidos como cuna de un sistema sin parangón de crecimiento con libertad.
En su lenguaje y memoria no hay espacio para la gratitud y la cooperación, sino para el resentimiento y el remordimiento. Cuando acoge en la Casa Blanca a los líderes de la Hermandad Musulmana o de las Black Lives Matter o The New Black Panthers está evidenciando su conformidad (y apoyo) con sus propuestas de venganza por hechos de un pasado que ya no existe.
¿Obama y sus protegidos, incluída Hillary, pretenden recrear la Historia? La esclavitud ¿no la fomentaron los mismos negros africanos y los mismos árabes musulmanes a los cuales combatió Jefferson a comienzos del siglo XIX? Si los Estados Unidos han dado tan mal trato a los negros ¿habrían preferido la propuesta Jefferson de emigrar a Liberia para formar una nación independiente entre sus pares?
Por cierto, no todos los negros piensan como Obama ni muerden el anzuelo de su retórica de odio. Hay muchos que detestan asumir la condición de víctimas que requieren del apoyo dadivoso, pero humillante, del Estado para subsistir. Los que lo han hecho han superado dificultades propias de cualquier ser humano y muchos han logrado descollar en todos los campos de la cultura.
Es la sola fórmula de convivencia pragmática y armónica entre seres de todas las etnias, respetuosos de la ley inspirada en los preceptos básicos e inamovibles de la Declaración de la Independencia de los Estados Unidos de 1776 y de la Constitución de 1778.
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