Barack Hussein Obama fue vapuleado ayer por el Primer Ministro de Israel Benjamín Netanyahu en el discurso que pronunció ante el Congreso de los Estados Unidos, reunido en sesión plenaria.
El tono fue magistral, sobrio, directo y demostrativo de que el acuerdo que Obama busca con Irán, no detendría sino que facilitaría el desarrollo de la adquisición de armamento nuclear por parte de la nación terrorista.
Luego del discurso, Obama confesó que no lo había escuchado, pero que leyó la transcripción y que no encontró nada nuevo en él. No veo por qué no he de continuar con mis negociaciones con Irán, dijo.
Netanyahu recordó que Irán exporta y financia terrorismo y terroristas a los cinco continentes y que ha causado la muerte de soldados de los Estados Unidos, Israel y civiles de innúmeros países, desde hace más de 30 años de instaurado el regimen teocrático en Teherán.
Eso, por propia confesión, lo sabía Obama. Como también que el propósito de la teocracia musulmana iraní, como lo apuntó Netanhayu, es expandir el imperio islámico por el Medio Oriente y el mundo a través del jihadismo.
Si nada de eso es nuevo para Obama y si se halla en diálogo con el régimen teocrático/terrorista desde que asumió el mando hace seis años, se plantea la suposición de que comparte con su ideología o, lo cual es casi equivalente, que su odio a Israel es compulsivo.
La presencia del Primer Ministro en el Congreso no fue fortuita ni motivada por la bancada republicana de oposición. Fue una invitación al líder israelí de turno para que exprese los puntos de vista de la nación más vulnerable de la región sobre la amenaza de una nuclearización de Irán.
Pudo haber sido Netanyahu, como pudo haber sido cualquier otro político en las funciones de Premier. Lo importante era y es Israel, aliado de los Estados Unidos desde su creación como Estado judío en 1948 y al cual los árabes musulmanes lo han asediado desde su fundación.
El actual líder israelí advirtió que el acuerdo Obama permitiría a los iraníes conservar intocada la infraestructura de centrífugas y más, hasta transcurridos diez años, lapso durante el cual se abstendrían de desarrollar bombas nucleares a cambio del levantamiento de sanciones.
Como lo dijo Netanyahu, la concesión al Ayatola sería tan graciosa que le permitiría gozar lo mejor de los dos mundos: el bienestar sin sanciones y la libertad para continuar “nuclear” sin sanciones. La único que cabe, dijo, es asegurarse de que la maquinaria nuclear no pueda jamás ser utilizada.
En seis años de Obama (con Hillary Clinton y John Kerry como Secretarios de Estado), Irán ha construído el 75% de sus centrífugas y centenares de misiles capaces de portar cabezas nucleares. Por testimonio del jefe del Centro para el Control de la Proliferación de Armas Nucleares, está vedada la inspección en Irán.
Como lo ha estado en su momento en el Irán de Sadam Hussein y estuvo a medias en la Corea del Norte, que se dice facilitó la tecnología al Irán, en unión con científicos del Pakistán musulmán. ¿Por qué iban a abrirse los iraníes con Obama, más aún si lo ven afin a su causa?
Muchos se hacen la pregunta: ¿cuál es el objetivo no divulgado de Obama para, primero, negociar con un enemigo terrorista y, segundo, para llegar a un acuerdo que, como acaba de admitirlo, no servirá para desnuclearizar al Irán?
La respuesta la encuentran quienes recuerdan que Obama, al comenzar su gestión, ya expresó su desacuerdo porque Israel poseyese armas nucleares y que nadie, ni Estados Unidos, le hubiesen obligado a sujetarse a las regulaciones del Tratado de No Proliferación Nuclear.
Consecuentemente, según Obama, había que restablecer el “equilibrio” militar en la región, permitiéndole al Irán que produzca y se abastezca de armas nucleares para compensar el poder israelí. ¿Acaso Israel tiene un “jihad” judío para someter al Irán y al Medio Oriente?
Es lógico suponer que Israel, dado su altísimo desarrollo tecnológico y la ayuda recibida de antiguos aliados como los Estados Unidos, cuente con un adecuado arsenal de armas nucleares. No para invadir y conquistar sino para defenderse del cerco árabe y musulmán que desde hace milenios le hostiga.
Ya lo dijo Netanyahu en el Congreso. Israel no permitirá otro Holocausto y se defenderá y sobrevivirá, aunque fuere solo. La respuesta de Obama no ha sido de solidaridad, sino de amenaza para seguir adelante con su proyecto de respaldar al Irán. Para él el problema no es Irán, es Israel.
Nancy Pelosi, líder de la minoría demócrata de la Cámara de Representantes, católica pero fervorosa defensora del aborto y el matrimonio gay, lloró por el discurso de Netanyahu. Dijo que había ofendido a la inteligencia de los Estados Unidos. Lo que quería decir, en realidad, es a su jefe Obama.
El Premier no ofendió a nadie. 55 legisladores demócratas no acudieron a la reunión del Congreso en protesta, pero igual actitud tuvieron en el caso de Reagan, cuando calificó a la URSS como el imperio del mal y cuando en Berlín pidió que echaran abajo el Muro.
Rendirse sin análisis a los dictados del gran jefe es una atrofia intelectual y moral repudiable. En Oslo, al parecer como resultado del discurso de ayer de Netanyahu, han cancelado al presidente del Comité para los Nobel de la Paz, el noruego Jagland.
Es la primera vez que ocurre en 114 años de existencia del Comité. ¿La causa que las autoridades prefieren callarla? Pues que Jaglan fue el causante de entregar el Nobel de la Paz a Barack Hussein Obama, a solo tres meses de haberse posesionado en el 2009.
Jaglan, un izquierdista, le otorgó entusiasmado el trofeo, porque según él con Obama terminarían las guerras y desaparecerían del planeta todas las armas nucleares. Entonces, como ahora, el agraciado estará luciendo a la faz del mundo una amplia risotada.
Muy significativo, en contraste, que John Boehner, Presidente de la Cámara de Representantes que cursó la invitación a Netanyahu, le haya entregado al término de su discurso un busto de Winston Churchill. Sólo él y Netanyahu han tenido el privilegio de hablar ante el Congreso Pleno en tres oportunidades.
(Uno de los primeros actos de gobierno de Obama en la Oficina Oval de la Casa Blanca, fue ordenar la devolución del busto de Churchill que la Corona Británica, a través del Primer Ministro Tony Blair, dió en préstamo a George W. Bush)
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