El diario The Wall Street Journal publica hoy un análisis impecable acerca del gobierno del presidente Barack Hussein Obama, quien luego de casi seis años en la Casa Blanca se ha comportado, dice, como un adolescente en el manejo de los asuntos internos e internacionales.
Por su parte el comentarista de radio más popular en los Estados Unidos, Rush Limbaugh, se preguntaba ayer cuál es el misterio que rodea al hecho de que una minoría izquierdista ahora en el gobierno domine a la mayoría no izquierdista, virtualmente en todas las facetas de la vida cotidiana.
Efectivamente, esa minoría, incrustada ahora en el gobierno, en los centros de educación y en los principales medios de comunicación audiovisuales y escritos, se ha impuesto inclusive en asuntos sometidos a votación popular y repudiados por la mayoría de ciudadanos.
Tales los casos, por ejemplo, del rechazo a legalizar el matrimonio gay y a aceptar y financiar con recursos fiscales el aborto y la distribución gratuita de anticonceptivos. En casi todos los estados de la Unión en los que ha habido referendos para aprobar o desaprobar estos “progresismos”, el pronunciamiento popular ha sido definitivamente opuesto.
Sin embargo el homosexualismo es ahora una de las conquistas de las cuales más se vanaglorian Obama y sus seguidores, gracias a la acción de los jueces federales que han anulado la expresión popular y declarado que oponerse al aborto y al matrimonio gay, es violar la Constitución. Quien pretenda sostener lo contrario es calificado de extremista.
El homosexualismo se ha irradiado en la cultura nacional y acaso universal de manera aparentemente imparable. Ser “openly gay” es ahora una virtud y cuando un equipo de fútbol americano contrata a un jugador que reconoce serlo, es una noticia espectacular celebrada 24/7 por los mayores medios.
Pocas demostraciones de entusiasmo comparables a lo dicho de manera ambigua sobre los homosexuales por el Papa Francisco. Los pro gay se apesuraron en interpretar al Papa como uno más que se sumaba a la causa y lo aplaudieron a rabiar. No obstante el Papa aclaró que para la Iglesia el único matrimonio válido es entre un hombre y una mujer.
A los renuentes a engrosar el rebaño pro gay se los acusa de homofobia y explican esa fobia como resultado de que “en el fondo, son homosexuales frustrados”. Es inútil explicar que la unión heterosexual es ley natural vinculada con la reproducción, por lo cual desde las más primitivas sociedades se la ha protegido como indispensable para la perpetuación de la especie.
Las excepciones a la vigencia de la ley no han sido sino éso: excepciones. Siempre se consideró al homosexualismo como una aberración, violatoria de la ley natural. Quienes lo ejercían tenían que hacerlo a espaldas de la sociedad, so pena de morir lapidados o en la hoguera. En las sociedades grecorromanas, previas al cristianismo, el homosexualismo se toleraba en raras circunstancias, pero como excepción.
En la cultura actual no se castiga a la víctima de la aberración, lo cual es loable, sino que se exalta su práctica, lo cual está mal. Se está llegando al punto opuesto de que a quienes osan defender el heterosexualismo se los castiga, excluye y acusa de retrógrados. Los pro gay, en cambio, son festejados como luchadores por la libertad y los derechos humanos.
El mito de la igualación y la relatividad se está regando por todos los poros de la sociedad. El matrimonio entre un hombre y una mujer es equivalente al de un hombre con hombre o de una mujer con mujer, sostienen, por lo cual merece similar respeto. Han surgido personas que quieren igual reconocimiento para su unión con un animal e incluso con una computadora.
Fenómeno parecido está detectándose con las religiones. Como lo dijo Obama en El Cairo, el islamismo es tan respetable como el cristianismo en la formación cultural de los Estados Unidos y Occidente, por lo cual hay que inclinarse reverente ante él. No importa si el Corán propicia la guerra y exterminio de los infieles y que considere a la mujer como un humano de segundo orden con sometimiento total al hombre.
La tendencia va más allá. Hay que homogenizar las religiones y los dioses y los ritos y crear un gobierno global. Al Papa Francisco no le parece mala la idea cuando pide a las Naciones Unidas que force a los gobiernos del mundo a redistribuir la riqueza entre los pobres para que así desaparezcan los ricos.
Al Papa no se lo puede acusar de inmaduro. Pero todas las propuestas que se encaminan a la igualación revelan inmadurez. La igualación es antinatural. No hay nada igual entre los seres humanos, ni en el mundo animal ni vegetal. Inclusive los gemelos siameses difieren unos de otros. El hallazgo del factor DNA lo está confirmando.
Cuando el ser humano comienza a salir de la niñez y entrar en la adolescencia, usualmente queda alucinado ante la visión con nueva mirada del mundo que le rodea. Observa: hay mucha injusticia, hay seres que sufren, hay miseria y hay ricos. Y reflexiona: esta situación tiene que cambiar, pues no es justo que haya tanta maldad y miseria.
Y sueña. Sueña en las utopías del mundo perfecto e igualitario. Se inclina casi siempre por doctrinas que prometen el mundo feliz por la vía de un sistema que todo lo regule y disponga de modo que desaparezcan la injusticia, la explotación y los pobres y se instaure en su lugar la paz y el amor.
Pero a medida que el adolescente madura va percatándose de que esta fórmula para llegar al mundo feliz es una mentira. La sociedad igualitaria es inalcanzable. El hombre no cambia porque así lo quieran los utopistas. Lo único factible, llega a comprender el adolescente, es un sistema que no mitifique al hombre, que lo acepte como lo que es y le rodee eso si de oportunidades para mejorar su existencia con plena libertad.
Sin embargo hay adolescentes que llegan a adultos sin madurar. Continúan en una adolescencia perpetua, pegados a la utopía. Creen que con el socialismo o cualquier otra manera fascista de gobernar, el mundo será el mundo feliz que soñaban cuando púberes. No les disuade constatar con documentos de la historia que todas las experiencias en ese sentido acentuaron la miseria material y espiritual.
Las intenciones no bastan. Michele Obama y su twitter pidiendo con un letrero liberar a las 300 niñas secuestradas por el Islam en Nigeria por haberse convertido al cristianismo, no conseguirán sino enternecer a los adolescentes seguidores del tweet. Igual destino correrá la prédica papal de acabar con los ricos para universalizar así la pobreza en la que él cree.
Hay muchos que respaldan y se cobijan con la utopía, no por inmadurez o falta de información, sino por poder. La igualación que proponen en aras de una mayor justicia y distribución de la riqueza es para ellos acumulación de poder. Es crear gobiernos autoritarios que comparten y apoyan para incrementar su propio poder y riqueza individual.
Son los grandes hipócritas del momento, que hay que desenmascarar. Si persiste su predominio se globalizarán la estupidez, la miseria y el mito de la utopía de la igualación, si no se lo frena a tiempo, podría hacerse añicos con una nueva tragedia universal.
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