La izquierda “progresista” insiste en que la tierra va camino de una pronta extinción si no se toman medidas a tiempo para frenar lo que en inglés se llama “global warming” o recalentamiento del clima por la acción nefasta del hombre...y de ciertos otros animales.
Para hacerlo los profetas del desastre invitan a una acción mancomunada para enderezar el cauce de la acción humana, que se traduce en más y más restricciones, más y más impuestos y más y más control autárquico de los gobiernos sobre las acciones de los individuos.
Ni una sola prueba científica se ha exhibido para probar que el globo terráqueo se ha recalentado por la quema del petróleo o los excrementos de los bueyes. A lo único que se remiten es a unos juegos de imágenes proyectadas por algunos científicos, reminiscente de los juegos de los adolescentes en sus computadoras. Nada más.
El cántico del “global warming” es un cántico a la estupidez. El llamado a la acción mancomunada y global debería orientarse más bien no a combatir la falsía del supuesto recalentamiento global por acción humana sino a la multiplicación de la estupidez humana por todos los confines, promovida por la izquierda “progresista”.
Los científicos, siquiatras y políticos harían bien en tratar de profundizar las causas de este extraño fenómeno, que está afectando en los últimos años no solo a naciones de poco desarrollo cultural, sino a las más cultas de Europa y ahora a los Estados Unidos. En todas ellas el sentido común está diluyéndose por las alcantarillas, cediendo paso a la estulticia.
¿Quién entiende, por ejemplo, que en su segundo mandato la presidente de Chile, Michelle Bachelet, se proponga deshacer todo lo bueno logrado allí por sus predecesores, ella misma entre ellos, para destruir el ámbito propicio que existía para el crecimiento de la economía? Como lo dice la columnista O’Grady en el WSJ, Chile se había convertido en ejemplo en América Latina para crear riqueza y combatir la pobreza.
La globalización de la estupidez, como lo señala otro columnista, Carlos Alberto Montaner, parece resumirse en el deseo de la izquierda “progresista” por dar un vuelco de retroceso a la historia y volver a limitar la libertad individual, acreciendo el autoritarismo hacia una forma de nueva monarquía con ropaje civil del siglo XXI.
La visión de Montesquieu de dividir el poder absolutista en tres ramas que se controlen mutuamente y que tan bien ha funcionado en gobiernos alternativos y representativos como el de los de Estados Unidos, está siendo hoy cuestionada incluso en este país. Su presidente, Barack Hussein Obama, dice que el sistema es obsoleto y lo está transformando.
Se mofa del Congreso y se ha valido de triquiñuelas para aprobar una ley que estatiza los servicios de salud, parte sustancial de la economía. La ley es defectuosa de principio a fin, pero la está adaptando y recificando sobre la marcha, sin importarle el mandato constitucional que faculta esa misión exclusivamente a los legisladores.
Tampoco le importa que el Congreso quiera investigar las razones por las que un embajador y tres funcionarios fueron masacrados por una turba terrorista en el consulado norteamericano de Benghazi, Libia. Tanto el canciller actual, John Kerry y los demócratas han dicho que no harán caso de los requerimientos de una comisión bilateral designada para investigar el asunto.
Las preguntas no contestadas por Obama son varias, una de ellas por qué el embajador Stevens se hallaba ese 11 de septiembre del 2012 en Benghazi, ciudad secundaria a Trípoli, la capital libia. Rumores hay de que el embajador daba los últimos toques a la remisión clandestina de armas a los rebeldes jihadistas de Siria, vía Turquía.
Las armas, incluídos los morteros y bazukas empleados para incendiar y demoler el consulado, habrían sido donadas a Al Qaida de Libia para derrocar a Gadafi. Cumplida la misión, se las habría querido reexportar a Siria para cumplir parecido cometido con el rey Assad. Pero los jihadistas lo supieron y frustraron el operativo, captando las armas.
Se burlan también los obamistas del deseo de confirmar que fue la Casa Blanca la que urdió la mentira de que lo ocurrido en Beghazi fue reacción espontánea de musulmanes por un video antiislámico difundido en Youtube y de cuya existencia nadie se enteró hasta escuchar la mentira de labios de la Canciller Hillary Clinton y la embajadora Susan Rice.
El cargo de Rice no justificaba que al domingo subsiguiente saliera en todos los principales canales de TV a repetir como grabadora la mentira del video, según memo de la Casa Blanca. El documento probatorio fue escondido por el oficialismo y se lo acaba de conocer gracias a la mediación de un juez, en cumplimiento de una ley de apertura de la informacion.
La renuencia monárquica de Obama a revelar la verdad se explicaría primero porque era de conveniencia para ganar la reelección en noviembre de 2012 y segundo, porque aparentemente algo muy turbio estaba detrás de la presencia del embajador en Benghazi, sin protección y como a hurtadillas. La sola explicación de esa turbiedad podría ser la transacción contra toda ley nacional e internacional de armas para los rebeldes de Al Qaida en Siria. Si, del mismo Al Qaida del holocausto del 9/11.
La centralización del poder, objetivo de la globalización de la estupidez, se manifesta en otras áreas no solo en el mal manejo de la política internacional o la administración de la salud. También las garras ahora tratan de extenderse al control de la educación mediante el programa CORE.
Al igual que en salud, la izquierda “progresista” pretende terminar con las insuficiencias e imperfecciones anulando los aspectos positivos de lo que ya existe. Cuando en salud, el problema de ciudadanos desprotegidos o de los costos excesivos de tratamientos en algunos casos habrían sido y son fácilmente superables conservando el sistema privado, la propuesta es destruir el sistema y estatizarlo.
Aún con los defectos, el sistema privado de salud es el mejor del mundo. Los sistemas estatales de Europa o Canadá están en proceso de privatizarse debido a los inconvenientes insalvables de la estatización. Algo parecido parece ponerse en juego con la educación. Es verdad que el sistema público escolar ha decaído al décimo sexto o séptimo lugar en el mundo, pero la solución no es estatizarlo más.
El propósito es que todo curriculum se maneje desde Washington al igual que el control, calificación y proceso de tests. El federalismo, que deja éstas y otras funciones a los Estados, desaparecería. Si el sistema se ha deteriorado es en gran parte por la intromisión ya existente de normas federales, que se respaldan en sindicatos de profesores impermeables al cambio.
Acaso el síntoma de la estupidez global se refleja más palpablemente en el manejo de la economía. Como en el ejemplo de Chile, aquí en los Estados Unidos es fácilmente demostrable que su potencial se basa en el sistema liberal de libre mercado y libre iniciativa para invertir, comerciar e inventar. Obama ha hecho lo posible por cercar libertades y obstruir inversiones.
Con el pretexto de la desigualdad de los ingresos, pregona más impuestos a los ricos y fomenta la envidia de clases y de razas. Es el primer mulato elegido para Presidente, pero lejos de limar las asperezas por fricciones raciales, las ha exacerbado. Condena a los ricos, pero su nivel de gastos personales supera a los de cualquier otro inquilino de la Casa Blanca.
Los negros, los pobres, los homosexuales, las mujeres aborteras lo adoran porque a los unos les otorga subsidios para que no trabajen y a los otros al hacerles eco, aunque sean minoría, les confiere voz de resonancia para acallar a la mayoría tradicional que considera al aborto como un crimen abominable y al matrimonio entre un hombre y una mujer como el único legal y natural.
La “doctrina” Obama pronto está a punto de colocar a los Estados Unidos detrás de otras potencias como China. En lo internacional, el país ha perdido liderato moral y militar. El jihadismo musulmán, que Obama dijo haberlo extinguido, está más fuerte que nunca. El Islam, que él puso en igualidad de aporte a la cultura occidental que el Cristianismo, acaba de dar muestra de lo contrario en Nigeria.
Los jihadistas de Al Qaida secuestraron a casi 300 muchachas adolescentes del nordeste, porque habían “sucumbido” al cristianismo y a la cultura occidental. El islamismo, cuya tolerancia exaltó Obama en El Cairo al comenzar su régimen, tiene la pena capital en una decena de países árabes para los homosexuales que él defiende aquí en los Estados Unidos con tanta pasión.
¿Qué decir de la globalización de la estupidez en los países del tercer mundo, aparte de Chile? El mayor y primoroso ejemplo es el de Cuba, a la cual solo basta ver imágenes en films documentales captados abierta o subrepticiamente en ese país para estremecerse. Y Venezuela, la otrora riquísima nación petrolera que acaba de anunciar que repartirá tarjetas de racionamiento de alimentos para que el hambre llegue a todos por igual.
Por allí encaja también el Ecuador. Rafael Correa lo es todo. Manda, legisla y juzga, unas veces directamente otras por delegación a sus áulicos infallables. Ahora es también juez de la moral y de la verdad para evitar que todo medio de comunicación audiovisual y escrito le contradiga. Nadie, ni un comediante o caricaturista, puede expresarse sin su visto bueno.
Su poder es de hojarasca. Los ingresos del alto precio del petróleo le han permitido abusar del poder sin oposición. Esa fuente puede agostarse y la hojarasca perderse en humo. Ya pidió un préstamo al Banco Mundial no para inversión, como dijo uno de sus ministros, sino para gasto. Ello va contra las regulaciones del BM, pero cualquier patraña es factible en este tipo de líderes de la izquierda “progresista”.
Comunismo, nazismo, fascismo, socialismo, obamismo, peronismo, correismo, chavismo, castrismo...a la postre son términos afines que bien podrían encajar perfectamente en una sola terminología: populismo izquierdista “progresista”, o simplemente globalización de la estupidez.
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