No se trata de un desliz más o de otra declaración ambigua. Esta vez se confirma que el Papa Francisco cree lo que ya dijo tiempo atrás y que para algunos aparecía dudoso. Insiste en que los gobiernos del mundo deben proceder a una redistribución global de la riqueza en favor de los pobres.
Acaba de reiterarlo hoy en un mensaje dirigido a las Naciones Unidas, cuyo Secretario General está de visita en Roma. A juicio suyo, la riqueza mal distribuida es causa del quebranto de la humanidad. El líder espiritual de la Iglesia Católica, pues, parece más preocupado por el bienestar material de la gente que por la salvación de sus almas.
Sobre todo da la impresión de que le molesta más la presencia de los ricos que la de los pobres. "Siempre tendréis pobres con vosotros", dijo Jesús (Mateo 26, 3-13). Fastidia compararlo con un líder como Barack Hussein Obama, pero evidentemente ambos piensan igual: el mundo marcharía mejor si hay menos ricos, no si los pobres dejan de serlo por propio esfuerzo.
¿En qué sitio de la Biblia o enseñanza de Jesús se lee que los pobres han de dejar de serlo cuando los gobiernos transfieran la riqueza de los ricos a su favor? Desde cualquier ángulo de definición, sea religioso, ético o de simple gramática, esa acción se llama robo. Y el robo está condenado por practicámente todas las religiones.
Tampoco en ningún texto bíblico se contradice que los hombres son y serán diferentes y que, paralelamente, tienen el libre albedrío para utilizar sus talentos según su inclinación y concepción del bien y del mal. De ahí que unos mejor dotados que otros, porque esa es la ley natural, se diferenciarán con ventaja de otros menos afortunados.
Esa ley natural no la puede ni la podrá cambiar nadie ni el Papa Francisco. Lo que recomiendan la Iglesia que preside y otras es conmiseración por las criaturas desposeídas, caridad para los menesterosos, respaldo para ampliar las oportunidades de progreso para todos y justicia. Jamás que sean los gobiernos los encargados de sustraer la riqueza de unos para darla a otros.
¿Es ilícito que un ser excepcionalmente dotado invente algo de utilidad para la humanidad y lucre por ello? Casos hay, como el de Benjamin Franklin, que prefirió no medrar de la patente de sus inventos, pero ello es una excepción, loable por cierto y que debería eso si ser aplaudida por los Papas.
Pero lo contrario es la regla, muy humana por cierto. Thomas A Edison con sus invenciones de uso de la electricidad. O más recientemente un Bill Gates con su Microsoft, aunque su fortuna la emplee para auspiciar programas non sanctos. O Steve Jobs, ya fallecido, creador de los maravillosos productos Apple.
¿Despierta envidia la fortuna hecha por Pelé en el fútbol, o James LeBron en el basketbol? En la esfera del entretenimiento, magníficas actrices y actores deleitan a centenares de millones de personas en todos los confines y en todos los géneros. ¿Es malo que ganen más que un simple pastorcillo de la serranía andina?
Se trata de esporádicos ejemplos individuales. Pero hay otros talentos que se han regado por el planeta, especialmente en las sociedades abiertas, para ejercer sus talentos en la creación de empresas para producir mercancías y servicios de calidades y cualidades de gama infinita y que solo el mercado puede calificar consumiendo o no esos bienes.
No todos tienen talento y aptitud empresarial. Los que si lo tienen están en el derecho de usufructuar. Porque están creando riqueza y satisfaciendo una necesidad social del mercado. Y porque de esa manera dan empleo a la gente que, sin ese empleo, deambularían en esa pobreza de la cual el Papa Francisco quiere que salgan de una manera equivocada.
En una sociedad libre y abierta, en la que los individuos ahorran e invierten para formar empresas de la más variada índole, es evidente que habrá tropiezos, fricciones y abusos en el trato patrono/trabajador, en el comercio y enfin en la competencia, que muchas veces puede ser feroz. Pero para evitar los abusos, la sociedad crea leyes y tribunales.
La existencia de pobres no es una consecuencia del sistema en el cual se forman y compiten libremente las empresas, llamado capitalismo. Todo lo contrario: según demuestran las estadísticas actuales e históricas, nunca antes del capitalismo la pobreza se ha reducido en tan gran escala. Se ha mantenido y es creciente, por contraste, en toda sociedad autoritaria.
Cuando el sistema capitalista colapsa o cruje, casi siempre y sin el casi, es debido a una interferencia negativa de los gobiernos, a los cuales el Papa Francisco quiere que intervengan para eliminar la pobreza. El caso más reciente en el sistema capitalista más sólido, el de los Estados Unidos, es una prueba: el mercado hipotecario.
Los bancos privados se crearon para captar ahorro público que permita ofrecer préstamos a gente con visión empresarial. Ningún banco presta si el prestatario no exhibe pruebas válidas de pago. Con Bill Clinton y un Congreso demócrata dócil, se obligó a los bancos a prestar a los “pobres” para que adquieran viviendas, ofrerciendo respaldo fiscal si no había pago.
El pago no hubo, el fisco lo asumió y se produjo así una catástrofe financiera con repercusiones mundiales de la cual aún no se sale. ¿Quiere algo así el Papa Francisco? Cuando pide a los gobiernos que intervengan para redistribuir la riqueza en favor de los pobres ¿insinúa confiscación, más impuestos, qué otra alternativa?
Cabría averiguar también cuál es el nivelador de riqueza y pobreza que utiliza el Papa al emitir su consejo a las Naciones Unidas. ¿Hasta cuántos dólares o dracmas o libras debe ganar el rico para dejar de ser rico y entregar el sobrante a los pobres? Y éstos, hasta cuántos dólares robados a los ricos podrá guardar en su faltriquera?
Peor aún es connatural a la especie humana transar, comerciar y competir por lo cual es muy probable que algunos pobres con sus monedas de oro adquiridas de los ricos quieran aventurarse a lo obvio: a multiplicar sus ganancias de una u otra forma. ¿Tendrá entonces que estar siempre vigilante un gobierno autoritario y controlador?
Si así fuere, la recomendación papal debería archivarse porque la Biblia lo prohibiría. Lo esencial de su doctrina es la libertad individual y el autoritarismo por el que aboga el Papa entierra esa libertad. Casi nadie cede con ánimo franciscano su fortuna. Se requiere para ello de la fuerza, de la fuerza de gobiernos autoritarios para confiscar riquezas “injustas”.
En su reciente visita vaticana ¿habló el Papa Francisco con Obama del aborto, del homosexualismo, los anticonceptivos, de la cultura de la vida y de la muerte? ¿O se limitaron a hablar de la “redistribución de la riqueza” en la que coinciden y acerca de cómo mancomunadamente concretarla a nivel mundial con las Naciones Unidas?
El Papa Francisco debería abandonar la politiquería terrenal y dedicarse a difundir los evangelios. No a “pontificar” sobre la necesidad de más gobierno para lograr menos pobres. A los ricos, cuyos donantes católicos permitieron la grandeza monumental del Vaticano, debería exhortarles exclusivamente como en el pasado a incrementar la caridad.
La caridad tiene que ser espontánea. Cuando es impuesta, como insinúa el Papa, deja de ser tal. Denota odio a la riqueza y a los ricos simplemente por ser tales. Si fuera coherente acaso debería fundir las estatuillas en oro y platino del Vaticano y repartir los lingotes entre los pobres.
Detesta la pompa y ceremonia que por siglos ostenta el Papado, como demostración reverencial. Si de él dependiera, quizás estaría dispuesto a mudarse a un cuartucho en algún hotel romano de segunda y poner a la venta el Vaticano y sus joyas de arte al mejor postor. Lo recaudado, según su teoría, lo repartiría entre los pobres. Pero entonces surgiría un dilema: ¿quiénes si no los ricos comprarían esos tesoros? Y luego...¿qué hacer con ellos?
El Papa Francisco, de 77 años de edad, es jesuíta, orden de educadores y reputadamente de sabios y eruditos. Lo que acaba de reiterar sobre los pobres y qué hacer con ellos, no resiste el menor análisis. Desconcierta, es lo menos que se puede comentar. ¿Su ideal es la nivelación universal de la pobreza?
Hay utopía y utopistas que han intentado esa igualación desde los tiempos de Platón y han fracasado. Va contra natura. Acaba con la libertad, aumenta la pobreza y la angustia existencial. La meta no debería ser la destrucción de la riqueza y de quienes la crean sino el sentar las bases para que cada vez haya más pobres con acceso a mejores oportunidades para dejar de serlo por esfuerzo propio.
Si la pobreza se universaliza con la fórmula papal ¿quién crea la riqueza que propicie la inventiva, la producción de bienes y servicios, el empleo e incluso las donaciones para la misma Iglesia?
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