Los Estados Unidos atraviesan por uno de los períodos más críticos en lo político y económico de su historia, lo que se refleja en un alto desempleo que no declina y en una deuda pública que crece y crece hasta bordear la cifra inverosímil de los 17 trillones de dólares.
¿Qué es lo que proponen los demócratas comandados por el presidente Barack Hussein Obama para salir del atolladero? Más deuda y menos empleo. Es lo que se lee en la proforma presupuestaria para el 2015 que el gobierno presentrará mañana al Congreso Federal.
En lugar de sugerir medidas simples para reducir el excesivo gasto fiscal hasta cuadrarlo con los ingresos, Obama pide casi un trillón de dólares más de endeudamiento para educación y obras de infraestructura. Pone fin a los intentos de austeridad que le impuso la oposición y anuncia nuevos impuestos “a los ricos”, lo que aumentará el desempleo.
En el Ecuador el pueblo votó claramente en los comicios del domingo pasado contra el régimen autoritario y represivo de Rafael Correa. Pero él ¿cómo reaccionó? Con la oferta de promover su reelección indefinida a fin de que el pueblo no yerre más por equivocaciones de sus subalternos de campaña.
Para el caso de Obama, prometer más deuda para solucionar el problema de la deuda es como pretender curar a un alcohólico encerrándolo en una bodega repleta de vodka y ron gratuitos. O como recomendar una terapia curativa a un pedófilo confeso, asignándole el exclusivo manejo de un orfanato.
En cuanto a Correa, su posición refleja un cinismo irreal, propio de seres alucinados por el poder, incapaces de asimilar hechos tan obvios de rechazo como el del domingo pasado. La historia registra el fin trágico de estos caudillos cuyo ego demencial les impidió retirarse a tiempo para al menos salvar sus vidas.
En el Ecuador la demostración de repudio fue pacífica. Pero si Correa insiste en su locura de la reelección indefinida, como ha ocurrido en Venezuela o Nicaragua, la situación podría empeorar. Y la actitud pacifica podría tornarse violenta, como en Caracas.
Como analiza con sapiencia la columnista O´Grady del The Wall Street Journal, lo que ha sucedido en Venezuela (y lo que podría ocurrir en otras naciones latinoamericanas) no se dió por generación espontánea, sino que fue resultado de la acumulación de acontecimientos negativos por mal manejo de los gobiernos anteriores a Maduro y Chávez.
Las clases dominantes en dichos países desperdiciaron las oportunidades de administrar el gobierno con eficiencia. En el caso de Venezuela, por el despilfarro de los fondos provenientes de los precios inflados del petróleo, con los cuales se abultaron las burocracias, los subsidios y el fácil enriquecimiento de los allegados al régimen.
En suma, primó la corrupción y cuando se quisieron enmendar los erores fue demasiado tarde, las medidas no cuajaron y se precipitó el caos. Sobrevino el mesianismo y la situación empeoró. La economía venezolana está hecha trizas y la gente o emigra o se lanza a las calles para protestar.
Correa también ha usufructuado de la bonanza petrolera para erigir un Estado benefactor, con inmenso gasto fiscal y de subidios que ha elevado la deuda pública a niveles sin precedentes. Como en Venezuela, también en el Ecuador se ha enraizado una retórica anti norteamericana y anti empresarial privada, lo que ha reducido la producción interna.
No muy alejado de ese esquema está Obama. Su meta es demostrar que los Estados Unidos han dejado de ser la primera potencia mundial y que es una nación “como cualquier otra”. El mecanismo para lograrlo ha sido debilitar al sistema capitalista de libre empresa y elevar la deuda.
Lo está logrando. La tasa de crecimiento, según última cuenta, ha bajado al 2.5% una de las más bajas de la historia y de los países industrializados.
El desempleo sigue en casi el 8%, solo comparable a las tasas de la Gran Recesión. Paralelamente, Obama va a asestar un golpe mortal a las fuerzas armadas al reducir su presupuesto a niveles previos a la II Guerra Mundial.
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